sábado, 21 de diciembre de 2013
CARLOS.
Carlos
Ruiz Comín. 1,70, físico agraciado, moreno, simpático, pronto a la juerga,
desenfadado en el vestir, sin prejuicios
y por desgracia, sin ideas. Perfecto paradigma del gigoló latino que
vuelve locas a las nórdicas, que una vez quieren olvidar su aburrida y gélida
existencia. Carlos, creo que aludí a él en algún artículo anterior, estaba en
Londres de paso para ninguna parte. Para él, el futuro era hoy, esta noche. No
tenía ningún juicio concreto, como no tengamos por tal sus amoríos de ocasión.
Comía casi por rutina y trabajaba una semana sí y otra no. La semana que no
trabajaba andaba mohíno y llegaba al borde del hambre. O sea que la semana que
no comía yo sabía que tenía que hacer la tortilla más grande. Debo reconocer
que caía bien, como te encanta el cachorro que destroza la alfombra. Hay que
tener cuidado con los cachorros, como en política, que llegan jovencitos y
juguetones al poder y cuando te quieras dar cuenta te han destrozado la
alfombra, digo, el país. A los 14-15 se puede permitir ciertos fallos, pero a
los 23 ya no se puede. Empecé a trabajármelo. Le sonsaqué, que su familia tenía
un estatus social aceptable, que le escribían a menudo rogándole que regresase,
etc, vamos que era una especie de hijo pródigo. Ahí le duele. Esto es plan para
ti. Sugiere a tu padre que te ayude a tomar una decisión, un negocio… en fin,
piensa en formarlo. Al cabo de un mes me comunicó que ya lo tenía encauzado.
Habló con su padre sobre la posibilidad de abrir una librería y el padre lo
creyó una buena idea. Ahí me dejó asombrado. Jamás le había visto con un libro
en la mano.
Total
que decidía volver a Málaga. Primero, intentó que entre todos le diéramos
dinero para el viaje, pero allí nadie se fiaba de nadie. Su padre le envió
dinero para el viaje por tren. El día tal, a la hora cual, tendrá que ir a la
Victoria Station. Como era por la tarde, me ofrecí a acompañarlo a la estación.
Yo puse como condición que me entregara el buda que había sustraído en el Museo
Británico.
En
efecto, un día por la mañana muy temprano, pasando por la entrada del British
Museum pasó a curiosear y como algunas vitrinas estaban abiertas por la
limpieza, no pudo resistir por su tendencia cleptómana y cogió, por coger un
peón de un ajedrez chino de sabe Dios cuanto siglos hará. Era un buda como de
ocho centímetros pero que pesaba más que si fuera de plomo. De ello, deduje que
debía tratarse de una pieza muy valiosa. Cuando me lo enseñó le dije que había
hecho una majadería, pues esas piezas están catalogadas y saben de su existencia
todos los anticuarios del mundo. Es decir, que si te abren la maleta al salir y
encuentran al buda, te esperan un montón de años en la cárcel. Los ingleses
tienen los museos y las pinacotecas tesoros de todo el mundo, porque anduvieron
con su NAVI y sus piratas por todos los océanos.
El
caso, es que, el día de la marcha, fuimos Luis y yo en el autobús para Victoria
y cuando llegó no hicimos sino subirnos a la platform para sacar el billete.
Justo entonces un anciano, muy ancianito se levantó desde el público y
señalándonos gritó histérico “Your Thief!!” (Tú, ladrón, tú me robaste tres
meses de inquilino, ahora irás a la policía) Carlos, impasible le señaló con el
dedo y dijo en voz bien alta y en inglés “This is a crazy man, I don’t know
you”. The our man se puso como una fiera y seguía gritando “¡Ladrón, ladrón,
thief, thief!” y Carlos, insistía una y otra vez “Can you see, he is a mad
men”. El viejo se volvía loco francamente. Y es que el Antonio y él, estuvieron
en la casa del anciano, tres meses sin pagar y al fin se largaron por la noche
sin pagar. Hay que comprenderle. Luego Carlos, dirigiéndose a nosotros, dijo
“En la primera parada echaros fuera y vamos en metro”. Así lo hicimos, pero el
viejecito también salió del autobús, nosotros, aún cargados con los bultos de
Carlos, nos advirtió “Aquella boca de metro”. Nos metimos para el metro y el
pobre viejo ya no pudo darnos alcance, yo iba irritadísimo porque el fastidioso
Carlos no podía correr, porque le daba la risa. Y el puñetero nos ponía en el
punto de mira de la policía. Yo le dije ¿De qué te ríes, hombre? ¿Se puede
saber? Y contestó: es que mientras discutíamos el viejo y yo, el negrito que
nos despachó los billetes me dio la vuelta dos veces. En fin, que era peor que
un niño.
Una
vez en la estación, esperamos a que se acomodase y a que el tren partiera hacía
Folkstone O’dover. Todo ello no era por
hacerle un favor, ¡Vive Dios!, si no por el placer de verle marchar. Con él no
fuimos a la cárcel de auténtico milagro. Este susodicho, Carlos, es el que los
sábados no hacía la colada, es el que iba a SEARS o Harrods y se cambiaba hasta
de zapatos y salía sin pagar un duro. Yo fui la primera vez y quedé aterrado,
dejó hasta el pañuelo allí y salió hecho un pincel con ropa nueva. Y con toda
naturalidad salimos por la puerta de no clientes.
Este
Luis a quién reiteradamente me he referido, era Luis Berástegi a quien todos
conocisteis en Corias y que había ido a Londres para practicar su inglés.
Bueno,
otro día más y van 79.
Pepe Morán. Dominico-ex
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2 comentarios:
A propósito del amigo de Pepe, Carlos, cuando no pudo reprimir sus impulsos cleptómanos y aprovechando que vio una vitrina abierta cambió de lugar el buda de marras, yo tengo una anécdota parecida en la que fui testigo presencial estando con un amigo mío y otra persona. Esta otra persona y mi amigo eran íntimos entre sí, pero conmigo apenas tenía relación de amistad, solo éramos conocidos de la Escuela de Minas de León. El caso fue que estábamos los tres en un restaurante lujoso en Madrid cenando y a la sobremesa nos sacaron un licor casero muy rico, hecho al estilo de León y al amigo de mi amigo, que le decíamos “Julito” , le gustó tanto el dichoso licor que no pudo por menos que hacer llamar al jefe para felicitarle y elogiarle la calidad del brebaje y del servicio en general. El mesonero patrón se sintió tan halagado por los piropos de este trapacero embaucador, que a la hora de marcharnos, como “Julito“ había sido el pagano, el dueño del restaurante en compensación por el sablazo que le propinó, le obsequió con una botella del ponderado licor. Una vez que “Julito” cesó de darle jabón y palmadas en la espalda a este vanidoso chef, y de alabar y enumerar las múltiples cualidades de la casa, nos despedimos y por fin salimos hacia la puerta. Como ya era tarde, el restaurante acababa de cerrar sus puertas al público y nos condujeron por la cocina hacia una puerta trasera que hacía las veces de salida de emergencia. Caminamos por un pasillo largo que había entre la cocina y salida, que tenía una repisa lateral a todo lo largo donde había varias cestas llenas de cubiertos limpios: cucharas, cucharillas, tenedores cuchillos… El “Julito”, después de deshacerse en elogios hacia la casa y como agradecimiento por el regalo que había recibido, no pudiendo reprimir sus hábitos de quinqui, al llegar a la altura de las cucharillas de postre metió mano en el cestillo por dos veces al menos y arrampló con veintitantas cucharillas de café que inmediatamente metió en un bolsillo de su chaqueta, la cual, después de semejante carga, más que chaqueta parecía la alforja de un jumento. A todo esto, tanto mi amigo como yo íbamos delante y no nos percatamos de la fechoría en el momento de cometerla y al llegar al coche el “Julito” comenzó a intentar repartir puñados de cucharillas entre nosotros como si fueran caramelos en un bautizo. Nosotros nos quedamos cortados y le dijimos que no queríamos ninguna cucharilla. Que cómo había hecho algo tan feo y le rogamos que las devolviera, al menos, que las dejara a la puerta de la cocina. Él cleptómano dijo que no, que ya se las había cobrado bien cobradas el cabrón del mesonero ¡Menuda clavada! Además nos confesó que él tenía una debilidad y que no podía pasar por delante de algo, así como el cesto, lleno de cosas y no llevarse nada. Al final como nosotros no admitimos quedarnos con ninguna, él las lanzó de forma violenta y desordenada hacia dentro del maletón del coche y jamás supimos lo que pudo haber hecho con tantísimas cucharillas de postre o café. Si las llevó para su casa, la mujer como estaría acostumbrada a recibir “regalos varios”, seguro que no se sorprendería mucho. Como se suele decir: “se habría juntado Xuan con Pedro”.
Amigo Pepe Morán,vaya amigos que tenías tú en Londres,no me extraña nada las peripecias que viviste y que nos cuentas,seguro que en más de una ocasión las pasaste peliagudas,por no decir otra palabra más fuerte,un abrazo...ese nombre de Luis me suena..bastante,serán cosas mías.Feliz navidad
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