jueves, 9 de junio de 2011
MÁS DE FANTASMAS
Para alargar un poco el tema fantasmal yo también voy a contar una pequeña sorpresa que viví de pequeño, y en principio, bien podría ser cosa de ”fantasmas espectrales” o incluso, del mismísimo “trasgu”.
Siendo yo todavía un niño, una noche de crudo invierno durante el mes de enero, recién pasadas las fiestas navideñas, cuando el cielo se pone limpio y raso cuajado de estrellas, y el campo amanece blanco como si hubiera nevado debido a esas xeladas tan penetrantes que “caltrizan” hasta las piedras, estábamos durmiendo plácidamente mis padres y yo bajo cuatro mantas cada uno por lo menos, y de la buenas, de las del Val de San Lorenzo, cuando a altas horas de la madrugada, de repente nos sobresaltaron una serie de ruidos que procedían del exterior de la casa y principalmente en la zona de la entrada, pero daba la sensación de que variaban continuamente de lugar y que avanzaban hacia el interior; cada vez parecía que estaban más cerca, con lo cual, no atinábamos a fijar su localización con claridad. Tal que, en principio pensamos que nos estaban forzando algo para poder penetrar en la vivienda, pero lo que no nos encajaba eran los gemidos y el tipo de ruidos tan extraños que se emitían.
Ante este sobresalto, mis padres se incorporaron de la cama bruscamente muy asustados, pues daba la sensación de que alguien andaba ya trasteando por dentro de la casa. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la cama mi madre, la primera como siempre, pues ya hacía un rato que había notado esos ruidos que le parecieron cercanos, pero por no alborotarnos a nosotros sin necesidad, no había dicho nada y estaba a la espera de ver en qué paraban todos aquellos gemidos de ultratumba. Las mujeres suelen percatarse las primeras de cualquier cosa extraña que pasa en el hogar, debido a la gran sensibilidad auditiva que tienen, así como a la capacidad para estar en duermevela si es preciso durante el descanso.
Una vez incorporada de la cama se puso algo de ropa por encima como pudo y procuró que yo, aunque estaba en el cuarto de al lado, no me despertara; pero como los ruidos eran tan fuertes e insistentes, yo también me desperté.
Tal que, mi padre y yo nos vestimos a todo meter, casi no acertábamos a meter los pies por las perneras de los pantalones, y los tres con la luz apagada de puntillas y agarrados de la mano, nos dispusimos a recorrer todos los espacios y recovecos interiores de la casa para comprobar que no había entrado nadie y que aún estábamos a salvo. Una vez comprobado esto y que no encontramos nada raro, nos fuimos a las ventanas; uno por un lado y otros por el otro para intentar ver aquel ser misterioso que emitía aquellos resoplidos de ultratumba y que cada vez sonaban más próximos y más lastimeros.
Desde las ventanas tampoco vimos a nadie pero aquel misterioso ruido no cesaba y cada vez se hacía más intenso y más cercano; de vez en cuando, iba acompasado de una especie de suspiros y lamentos como si le faltara el aire para respirar.
Atemorizados como estábamos permanecimos juntos los tres, aterrados de miedo e inmóviles detrás de la puerta de entrada, pues allí estaba el punto más vulnerable de la casa. De vez en cuando cesaba el ruido y no se oía nada, pero al poco tiempo, otra vez nos volvía la desazón al cuerpo provocada por aquella especie de suspiros más propios de seres de otro mundo que de éste. Así, acongojados como estábamos, que no nos llegaba la ropa al cuerpo, estuvimos más de media hora hasta que mi madre como mujer que siempre piensan mejor que los hombres dijo, que no tuviéramos miedo pues podría tratarse de un animal salvaje que se habría cobijado en el porche de la entrada de casa a cubierto debido al frío de la noche y que no había nada que temer ni era ninguna otra cosa rara o extraña. Por lo tanto, deberíamos abrir la puerta de una vez para salir de aquel estado de pánico a punto de sufrir un infarto. Al poco de decirlo no lo pensó dos veces y, comenzó a abrir la puerta. En aquel momento yo creo que si nos pinchan, no echamos ni gota de sangre. Debíamos de tenerla completamente congelada pues, no veíamos a nadie cercano y sin embargo los ruidos continuaban.
La puerta era de dos hojas superpuestas horizontalmente y al abrir la de arriba no vimos nada en derredor, con lo cual mayor era la intriga y el pánico, hasta que al abrir la mitad inferior vimos que según iba girando la puerta hacia dentro traía como tras de sí un bulto deforme que se movía algo y del que procedían los ruidos. Pasados unos instantes, no había ninguna duda, pues ya nos llegó el primer aviso en forma de un pestazo agrio con olor a vomitona que tiraba para atrás. En ese momento ya pudimos sosegarnos y tranquilizarnos al comprobar que el “fantasma” era un bulto físico maloliente de carne y hueso con mucho vino dentro, y que correspondía al cuerpo de un malandrín de la zona que vivía en continuo estado de embriaguez, y que lo único que pretendía era guarecerse de la helada tan tremenda que estaba cayendo y, sin pensarlo mucho, no esperó a llegar a su casa y se decidió por intentar colarse en el primer sitio que encontró a mano.
Los ruidos extraños provenían de las manos y uñas del “fantasma” que recorrían insistentemente las puertas de arriba a bajo, una y otra vez, en busca del picaporte para poder abrir y entrar para dentro. Como no lo lograba por eso carpía y suspiraba de aquella manera “sobrenatural” que más que lamento, más bien parecían psicofonías del más allá. Tal que, descubierto el misterio y pasado el miedo al saber que los gemidos no procedían del más allá, sino más bien del más acá y que eran los efectos de la gran ingesta de aguardiente y vino que llevaba dentro, le bajamos al “fantasma” como pudimos entre los tres para la cuadra de la vaca, y allí durmió la cogorza metido en un pesebre sobre yerba seca y tapado con una manta vieja como si estuviera en el Portal de Belén. Durmió allí como un maharajá hasta que se le pasó la borrachera al día siguiente.
Al otro día por la mañana, sobre medio día fue despertando el pelgar aquel, que era un pobre hombre, pues ya se le iban disipando los vapores etílicos de la noche anterior. Mi madre viendo el aspecto tan deplorable que tenía, le bajó un tazón de café con leche caliente migado con pan, para reanimarlo un poco. El “fantasma” a pesar de ser un “alma en pena” como tenía las mismas necesidades físicas que los demás, o más, lo tomó con tantas ganas, que aquello fue visto y no visto. El pobre “fantasma” lo agradeció muchísimo, nos pidió disculpas por el susto que nos había metido en el cuerpo sin pretenderlo, y también por las molestias ocasionadas. Al final todo acabó bien y quedó en una simple anécdota para el recuerdo.
De todas formas, todavía es el día de hoy que tengo presente aquel episodio como uno de los momentos más intrigantes de mi infancia, y que más miedo pasé.
B.G.G. (bloguero prior)
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