sábado, 8 de febrero de 2014
AGÜERA
Hace unos días, buscando en un poco visitado cajón unos
papeles que creía extraviados, encontré una delgada carpeta que descansaba allí
desde la última mudanza, hace más de una decena de años.
Esa carpeta contiene todo mi patrimonio material anterior a
los últimos cuarenta años: alguna constancia documental de la primera o segunda
empresa en las que trabajé, restos marchitos y desgastados de citaciones,
requerimientos, notificaciones de multas o sentencias de la DGS o el TOP y, lo más
valioso, unas cuantas fotografías.
En ellas regresaba un pasado lejano, casi siempre sonriente,
de color sepia desgastado invitando a recordar personas cercanas perdidas por
el camino. Perdidas por la distancia física, por el amor que fue y ya no era y,
lo peor, porque a muchas de ellas ya se les paró, hace más o menos tiempo, el
reloj de la vida.
De entre esas fotografías retuve una que creía, como tantas
otras cosas, desaparecida. En ella aparecemos un grupo heterogéneo de soldados
fuertemente armados. Tres de esos soldados habíamos sido alumnos en Corias: Agüera,
Santamarta y yo mismo. El más sonriente y de mirada franca ante la cámara era
Agüera.
Digo era porque un día del pasado septiembre, cuando por
primera vez asistía en Corias a un encuentro de antiguos alumnos, escuché su
nombre entre la relación desgranada de compañeros fallecidos. Supe entonces
que, aunque había transcurrido demasiado tiempo, ya jamás le podría pedir
disculpas por las comprometidas situaciones en las que le había, habíamos,
metido.
Mantengo la convicción, o al menos me parece, de que el ser
humano está formado de una parte de sí mismo y de otra, no menos importante,
aportada por las personas con las que ha transitado por la vida. Por eso,
cuando una de esas personas desaparece se experimenta un vacío cuya intensidad
y dimensión suelen ser equivalentes a las del periodo de vida compartida.
Esto que resulta obvio, ese vacío, es el que experimenté
aquel día de septiembre al escuchar el nombre de Agüera en aquel listado. La
misma sensación - hablo solo de antiguos compañeros de instituto -, fue la
percibida al recibir la misma luctuosa noticia de Ángel, Avelino, Miguel Ángel
y de ya tantos otros.
Aunque sean
inevitables, esas oquedades o ausencias van minorando la propia persona, y
acrecientan la sensación de soledad cuanto más camino se ha recorrido. Ante esto
es lícito rebelarse y tratar de rellenar esos vacíos con recuerdos de aquello
compartido.
No era mi intención traer aquí este tema que cada uno ya mantiene presente, y
que, por pudor y necesidad de continuar viviendo, se procura mantener guardado
en algún lugar de la mente. Unas veces se consigue, otras no.
Ahora solo pretendo recordar sucintamente el periodo de un
año que compartí, tiempo después de abandonar Corias, con esta buena persona.
Un día, diciembre de 1968, Agüera, tuvo la dudosa suerte de
reencontrarse con Santamarta y conmigo en la misma compañía del Regimiento San
Quintín de Valladolid. Él era entonces, y seguro estoy que continuó siendo toda
la vida, un hombre de natural confiado. Esto le llevó, en mi opinión, a ser uno
de los pocos alumnos de Corias seducidos por los cantos de sirena, emitidos por
alguno de los frailes, induciendo a ingresar en la orden dominica, propósito que
después abandonó. Siempre respetuoso y disciplinado hacia el orden establecido,
solo algo estaba por encima de todo eso: la fidelidad a sus amigos. Santamarta
- a quién desde aquí envío los mejores
recuerdos y al que perdí el rastro tras un fugaz reencuentro hace unos treinta años
(¡ojala pueda leer esto y logremos vernos de nuevo!)- era en aquella etapa un
nihilista irredento cuya única patria o religión era la amistad. Su carácter,
bronco y tierno a la vez, pronto le convirtió en el adorado protector de los
más débiles de la compañía, ¡que nadie se atreviese a inferir algún maltrato o
novatada al último recluta! Se las tendría que ver con él. Pero, cuando se
trataba de montar alguna trastada contra aquella pantomima de disciplina
militar, él era siempre de los primeros en encabezarla. Por mi parte, atravesaba una etapa en la que
creía que las revoluciones estaban al alcance de la mano, y todo lo que
subvirtiese aquel orden estaba bienvenido, sin distinguir mucho entre los
distintos métodos utilizados. Así, sintiendo cercana la reciente huella del Ché
Guevara, cuando Celaya, al que admiraba y admiro, escribía aquello cantado por
Paco Ibáñez de que “La poesía es un arma cargada de futuro” yo estaba convencido,
al menos en la teoría, de que también las armas podían estar cargadas de futuro.
Afortunadamente para mí, en un permiso durante el cual pude venir a Madrid, en
una larga conversación con Francisco Romero Marín, también fallecido hace pocos
años, a la sazón uno de los máximos dirigentes del PCE en la clandestinidad,
combatiente contra el levantamiento reaccionario- militar durante la guerra
española y, posteriormente, contra los nazis en las filas del ejército
soviético donde alcanzó el grado de coronel y cuya experiencia en lides armadas
estaba por tanto más que demostrada, me quitó aquellos pájaros armados de la cabeza,
insistiendo en que, aunque la revolución era el objetivo, lo prioritario era
acabar con la dictadura, y el único método de lograrlo, en aquella España y en
aquel tiempo, era la razón, el diálogo y el convencimiento de la inmensa mayoría
de la sociedad española.
No voy aquí a
justificar nada. Cada individuo es fruto de sus propias convicciones, de las
decisiones tomadas, y también de sus circunstancias, como decía Ortega. Lo importante
es que, cuando se mira atrás, el peso de la inevitable carga de traiciones, a sí
mismo y a los demás, que llevamos a cuestas sea el menor posible.
Ningún propósito
tenía de hablar de mí, tampoco contar batallitas de la mili, pero, para
enmarcar la situación y tipo de compañía en la que se vio envuelto la persona
que aquí quiero recordar me temo que no hay más remedio, aunque intentaré
hacerlo de forma resumida.
No creo equivocarme al decir que fue básicamente la amistad,
además del origen y colegio compartido, lo que con firmeza allí nos unió,
aunque el futuro después nos deparara caminos distantes o diferentes. En torno
a aquel trío de antiguos corienses o caurienses se agrupó un considerable
número de integrantes de la compañía, formando un semiclandestino poder fáctico
cuyo denominador común era la rebeldía y la amistad, salvo en el caso de Agüera,
al que solo la amistad, como cemento inquebrantable, le mantenía unido al
grupo.
La primera o una de las primeras rebeldías se produjo
cuando, al poco de llegar, sin consultarnos para nada, nombraron cabos a unos
cuantos de nosotros. Agüera lo aceptó disciplinado, pero el resto nos
resistíamos a ejercer cualquier tipo de responsabilidad o mando, aunque fuera
la de ínfimo cabo. La palma de resistencia, y castigos, en este caso se la
llevó Santamarta por quitarse sistemáticamente de las hombreras aquellas franjas
rojas ribeteadas de negro. También practicábamos otros tipos de resistencia en
las que, a veces, resultaba involucrado Agüera. Prueba de ello es la fotografía:
en ella se ven algunos del grupo uniformados para ir de paseo por la ciudad,
mientras el resto, entre los que se encuentra él, estamos descamisados o en
traje de faena por estar arrestados con prohibición de salir del cuartel.
Posteriormente ocurrió un suceso que le causó gran desazón.
A todos los nombrados cabos, excepto a mí, que de entrada dijeron que no tenía
dotes de mando (algo cierto, pues nunca me ha gustado tener que mandar, tampoco
acatar órdenes y además sospecho que también pudo influir en esa decisión el
informe remitido por la
Político-Social, visto de refilón en algún despacho al que de
cuando en cuando me llamaban a parlamentar con un militar desconocido) les
convocaron para realizar el curso de cabo primero. De nada sirvió la
resistencia de la mayoría a realizar dicho curso, Agüera fue de los pocos de la
compañía que lo acató sin oposición, y hasta diría con cierta ilusión.
Santamarta, sin embargo, se las apañó pronto para ser expulsado de aquel
intento de promoción. No consiguió lo mismo otro compañero de Oviedo, empleado
o periodista de La Nueva España, muy apegado a nuestro grupo. Sus peticiones y
desplantes para ser exonerado cayeron en saco roto y le impusieron terminar el
curso y el ascenso a cabo primero. Por poco tiempo. Días después de ser ascendido
dijo, para no involucrarnos, que se iba a Valladolid a comprar unas cosas pero
no regresó. Le echaron en falta en el recuento de la noche, cuando cundió la
alarma entre los mandos. Nosotros, conociéndole y por algunas enigmáticas
palabras que le habíamos escuchado días anteriores, barruntamos que había
desertado. Sí nos desconcertó la información recibida el día siguiente de que
habían sido localizadas sus ropas militares a la orilla del Pisuerga. Se
extendió la idea de ahogamiento y Agüera estaba desolado. Quizás era el que mejor
congeniaba con él; además, me consta, el compartir aquel polémico curso les
había unido aún más.
Pero todo resultaba
muy extraño. La natación y el baño no formaban parte precisamente de las
aficiones del ausente, tampoco el suicidio parecía probable, y las dudas de los
que éramos más allegados apuntaban a que se había largado. A la misma
conclusión llegaron los del SIM - para algo tendrían, supongo, la i de
inteligencia en las siglas -, pero su deducción estaba fundamentada en el hecho
de no haber encontrado entre las ropas las gruesas gafas que obligatoriamente
portaba siempre el desaparecido. Comenzaron los interrogatorios en el círculo
más próximo. En mi caso insistían con preguntas por si la desaparición tuviera
alguna connotación política. Después me tuvieron tres días patrullando con otro
compañero, uno diferente cada día, por las orillas del Pisuerga. Albergaban la
esperanza de que el prófugo, si no se había ahogado, permaneciese agazapado por
la zona y al vernos se acercase para ellos echarle el guante. Porque estábamos
permanentemente vigilados por el SIM a los que, aunque se camuflaban, también
nosotros teníamos permanentemente controlados. De algo tenía que servir el
cierto olfato ya adquirido en detectar a los secretas de la Político-Social.
El misterio se desveló al tercer día, cuando al prófugo le
detuvieron en el Puerto de Alicante al intentar embarcar rumbo a Argelia.
Gracias, supongo, a influencias familiares o del periódico
se libró nuestro amigo de un tribunal militar. A cambio tuvo que permanecer
incomunicado en el calabozo del regimiento hasta la fecha de licenciamiento,
para la cual faltaban pocos meses. Nosotros, salvo cuando nos tocaba guardia,
no podíamos tener contacto con él, pero Agüera, como cabo primero, tenía mucha
más libertad de movimientos y se encargaba de visitarle casi diariamente, darle
ánimos y suministrarle todo aquello que necesitaba.
Esta fue solo una de las ocasiones en que Agüera demostró su
compañerismo, pero hubo muchas otras en las que este compañero interpuso su
cara afable y anchas espaldas para mitigar el golpe dirigido a los verdaderos
responsables. No las contaré aquí, basta recordar su comportamiento solidario
con el amigo en situación comprometida reflejado en el episodio anterior.
Estoy seguro de que, a pesar de la cierta rigidez de sus
principios, de los problemas colaterales que a él le podían causar, a pesar de
todo, en el fondo disfrutaba con las
barrabasadas que, por rebeldía o inconsciencia, otros perpetrábamos.
Nos licenciaron un día de mediados de diciembre de 1969, día
en el que me despedí por última vez de
la excelente persona que era José Rey Agüera.
Ulpiano Rodríguez
Calvo
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13 comentarios:
Eso es lo bueno de las fotografías, te traen recuerdos que uno tiene en algún rincón de su memoria y al verlas, ese recuerdo se hace presente. A veces es tan presente que se es capaz de retratarlo con tanta realidad como lo hace Ulpiano. Recuerdos que producen nostalgia y alegría a la vez. Momentos vividos que forman parte de la vida que uno ha vivido. Todo un relato, que como siempre, este chico de Limes nos hace sentir, con una lágrima..., con una sonrisa....
Ulpiano, tu prosa es mágica. Despiertas y abres esas venas adormecidas , que a nuestra edad, sangran de felicidad al evocar aquellos tiempos, en que lo importante era y debe ser la “AMISTAD”.
La foto algo borrosa , aunque creo que eres el primero agachado a la derecha, con tus galones de cabo “rojo” ribeteados en negro, sosteniendo un cañón, ¿ puede ser de un mortero?, abiertos los botones de la guerrera y sin gorro, I síntoma de rebeldía I; de esa pantomima de disciplina militar; que tú bien la defines.
Tuviste la suerte de estudiar en un centro donde la cultura y la amistad era y es lo más importante. Mi suerte fue inversamente proporcional, pues en el centro donde ingresé; rápidamente me di cuenta que era de:“ adoctrinamiento”, con el consiguiente choque mental que me produjo.
Éramos tres amigos inseparables, quizá por imposición mía nos definíamos como la “Troika”, de claras reminiscencias soviéticas tan denostadas entre los años 1967-70, que permanecí en dicho centro de infausto recuerdo. Al separarnos en junio del 70, nos juramos amistad eterna. Eran Juan Martínez Márquez sevillano, y Antonio Barragán Gutiérrez malagueño.
Los tiempos y la tecnología nos acercan cada vez más, en 1993 Juan quiso localizarme, meter mis datos en los incipientes ordenadores , apareció que estaba destinado en Soria. Una carta sirvió de puente para evocar tiempos felices en su compañía. Desde aquel momento renaudamos la vieja promesa, que se tradujo en tres visitas mías a Sevilla y cuatro de él a Galicia.
Pero como todo buen banco tiene tres patas. ¿ Que fue de nuestro amigo Antonio?. En la actualidad es: General de División de la G.C., número uno de su promoción en la AGM. Diplomado en E.M…………………., como decía Schopenhauer “a medida que ascendemos en la escala evolutiva vamos adquiriendo mayor poder de subjetivación”. Pese a los múltiples intentos de contactar con él, en aras de esa vieja amistad, su respuesta ha sido “ el látigo de la indiferencia”.
De aquella troika, quedamos en dúo, pero de una amistad inquebrantable. Todos los años por Navidad nos intercambiamos ese décimo de lotería anhelando que la Diosa fortuna nos sea propicia.
Envidia, espero que sana, siento al leer el comentario de Olga. En breves, pero hermosas y concisas palabras, ha logrado reflejar con nitidez lo que yo intentaba expresar a través de largos párrafos, anegados, me temo, de circunloquios.
Carlos, tienes magnífico ojo, al ver la fotografía casi ni yo mismo me reconocía. También tienes suerte al mantener contacto con una amistad forjada en aquel medio hostil. Nosotros no tuvimos tanta suerte, de Agüera perdí la pista hasta encontrarme con la noticia de su muerte. Santamarta -está de pie en la fotografía con la camisa abierta hasta cintura – y yo compartimos algunas correrías por Madrid recién licenciados, cada vez menos, culpa de mis ocupaciones laborales y políticas. Nos perdimos definitivamente de vista cuando él marchó a trabajar al Sahara, en Fos Bucraa. Todavía, unos quince años después, me localizó; yo caminaba por la acera y él iba en coche, en la calle Princesa de Madrid. Paró donde no se podía detener para darme su teléfono apuntado en un billete de metro que, lamentablemente, antes de poder llamarle perdí. Nunca más nos volvimos a encontrar.
Sí fuimos más afortunados con los mandos militares que nos tocaron en suerte, algunos de ellos, de teniente para arriba, por conversaciones mantenidas, eran francamente progresistas que terminaron, me consta, en la órbita de la UMD. Nada que ver, me imagino, con los retrógrados de la guardia civil que tú tuviste que soportar.
Decir que me ha gustado mucho la brillante exposición que ha hecho Ulpiano en recuerdo de los amigos y compañeros de Corias, Santamarta y Agüera. Yo si digo la verdad de Santamarta tengo pocos recuerdos. Tan solo que era un muchacho serio y formal. De José Rey Agüera, que era el mayor de los hermanos Agüera que desfilaron por Corias, no tengo muchos recuerdos. Sí mantengo que también era un muchacho muy formalote y responsable, y dada su condición de bien mandado y serio, siempre le encomendaban los frailes alguna tarea ajena a los estudios, como enfermero, servidor…Lo que más recuerdo de él fue cuando llegamos a Villava en Navarra y allí estaba el amigo Agüera con hábito de fraile dominico y todo. Es más, él nos sirvió la comida durante los días que estuvimos allí de “pupilos”; más bien de gañote.
Quisiera hacer dos matizaciones a mi comentario anterior: cuando digo de teniente para arriba debiera decir de teniente a teniente coronel, pues con militares de más alta graduación nunca me fue dado mantener una conversación ideológica, tampoco de ninguna otra cosa. También precisar que, por lo que recuerdo, ninguno de los militares progresistas a que me refiero había ascendido por méritos de guerra.
El colectivo de excombatientes, todos lo recordaréis, aún tenía un peso decisivo en el ejército.
A mí también me produjo una cierta emoción la narración de Ulpiano, en parte por el contenido y también por la forma de expresarse, que, como no me canso de decir, transmite serenidad, sosiego…
Esta temporada no llevo el Blog al día, y voy dejando de un día para otro el hacer los comentarios. Así que voy a volver a una entrada donde había un enlace para ver un artículo que La Maniega dedicaba a Antón Chicote, y en la que Ulpiano puso un comentario diciendo que era merecido. Precisamente sobre esas fechas, coincidí con su hermana Sole durante unas horas en un sitio. No puedo pasar sin decir que es la amabilidad personificada. Ya nos conocíamos, por descontado, pero aparte de la conversación, tuvo unos detalles que nunca olvidaré.
Por cierto, que el viernes pasé a correos por delante del Chicote y estaban grabando los de la TPA un programa de la “Guía Michigrín”. Me enteré porque vi mucha gente, y había gaitas y una chica conocida me lo comentó.
Ahora, cambiando de tema, vi en las Noticias de Tele 5, que en León nevaba mucho, así que el Prior hoy dejaría marcadas las pisadas, si salió de paseo. Si pone la fotografía, que tenga cuidado que rápidamente el amigo Carlos detecta las huellas.
Hablando de Carlos, hoy creo que también tenían mal tiempo por Galicia. La verdad es que este año aquí también está muy malo, viento y agua para cansar, pero, afortunadamente, no tanto como en los sitios que salen en la televisión.
Con su pincel de la historia
y encuadrado una vez más
en los vestigios de Corias,
pinta un cuadro de hermandad
el buen mozo de Limés,
con sublime prosa fiel.
Ya dije en varias ocasiones, y lo mantengo, que si Ulpiano se hubiera dedicado a la escritura, en lugar de colgar panfletos por Cuatro Caminos y traer en jaque a la policía armada, seguro que ahora estaría firmando autógrafos por todos los rincones de la piel de toro.
Bueno, nunca es tarde y menos si su relato es para reconocer los méritos de un compañero desaparecido.
Recuerdo perfectamente a Santamarta y se reconoce en la foto pero no así a Agüera que no acabo de ver cual es su situación en el grupo.
Yo también fui uno de los obligados al curso de cabo y posteriormente a cabo primero. El examen fue en Valladolid en Farnesio y reconozco que no me fue mal con el ascenso, pues el sueldo me daba para el bocadillo de la tarde y alguna escapada de permiso.
Me nombraron furriel del escuadrón y enterado el sargento que me defendía bien por Madrid, me encargó ir de compras al rastro para reponer la gran cantidad de ropa que faltaba en el almacén del regimiento.
Me desplacé, un fin de semana, a Madrid y allí contacté con la mafia del rastro. Me llevaron a su almacén y aquello me dejó con la boca abierta. Había toneladas de toda clase de prendas (nuevas, viejas, correajes, armas, de todo).
Les enseñé las lista de lo que necesitaba y empezamos el regateo. Al final si una gorra, en el rastro, valía 30 pts. ellos me le dejaban en 10 pts..
Ellos me hacían un albarán con todo el material y yo hacía una factura, al sargento, con un pequeño aumento en cada una de las prendas, con lo que me pagaba en viaje y aún sobraba un buen pellizco.
Como la primera compra resultó un gran acierto, no tardaron en venir más pedidos y viajes a Madrid los fines de semana.
Por tanto, no puedo decir que me fuera mal con los galones amarillos aunque las guardias, en el destacamento de Salamanca, y a 15ºC bajo cero no eran muy agradables.
Hoy se recogieron 46 litros y mañana para Zestoa, hasta el domingo.
HAXA SALÚ.
Habla Ulpiano de Santamarta y de Agüera. Del primero tengo ligero recuerdo, aunque no le pongo cara. José Rey Agüera empezó en Corias con nosotros. Era un chaval callado y muy formal. Luego llegaría su hermano. Supe después de irme de Cangas que había ingresado en un Convento. De su fallecimiento me enteré en alguna de las reuniones mantenidas por los Antiguos Alumnos en Corias. Desgraciadamente la lista es mayor de lo que uno desearía.
Confío que Samuel hay incluido el ITE en las facturas "infladas" de sus negocietes con el ejercito porque de no ser así estaría infringiendo las normas mercantiles de la época. No era mala idea eso de añadir un pellizquin pa gastos.
Aprovechando que en mi caso el Piles pasa por Gijón, tampoco me fue muy mal con el galón amarillo en el Cuartel de Simancas. El escribiente de la compañía a la que fui destinado siempre era el que mejor vivía de todo el cuartel. No hará falta decir quién fue el afortunado.
Aunque Samuel, supongo, no leerá este comentario por estar ya en el pueblo natal de Urtaín quiero aclararle que Agüera era el que aparece, sonriente, sentado en el suelo delante de Santamarta y junto a mí.
También, si pudiera, le daría dos consejos: Uno, que no se le ocurra hacer el paseo entre Getaria y Zarautz, muy agradable con buen tiempo pero, con estos temporales, corre el riesgo de terminar en las costas de Irlanda en un santiamén. Dos, si tiene ocasión que vaya a comer a Saltxipi en Usúrbil; Solo la amabilidad y el buen hacer de las personas que lo atienden superan en bondad a las excelentes viandas que allí ofrecen.
Esta mañana salimos cuando, sobre Madrid, estaba nevando. Después de atravesar media España bajo un incesante diluvio, en ocasiones de aguanieve, avistamos el Cabo de Gata. Para entonces el diluvio había sido sustituido por un pálido, pero luminoso, sol que envolvía con sus dieciocho grados el ambiente. El cabo aparecía acorralado por un mar plateado, plásticos de invernaderos rebosantes de tomates. Tal vez por eso les daba la espalda y miraba al mar, al de verdad, a ese que le hacía cosquillas en los pies con sus rizos blancos. Mientras, en las laderas cercanas, el Poniente peinaba y despeinaba las matas de esparto, testigos eran los almendros en flor.
Para algo tiene que servir el dudoso privilegio de estar graduado en jubilación.
Amigos, ya estoy de vuelta e intentando contestar a algunos de los comentarios que a mi me nombran.
Buen tiempo por las Vascongadas; excepto un pequeño aguacero, por la tarde en San Sebastián, el resto, fenomenal.
Ulpiano, siento no poder complacerte con el restaurante que me recomiendas; lo llevábamos todo incluido y tuvimos poco tiempo libre.
La primera sensación que tuvimos fue muy parecida a la experimentada a la llegada a Londres. Menos mal que aquí, si preguntabas, te contestaban en español, pero todo estaba en euskera.
Algún detalle muy interesante para contar, pero mejor en otro ambiente que no sea el blog.
Alfredo, las fuerzas armadas y todos los organismos oficiales están exentos de IVA. La maquila era muy utilizada en los molinos de la época y de algo había que aprovecharse.
Ulpiano, le sigo dando vueltas a la foto y no veo la cara de JOSË REY. O muy cambiado está, o el que figura en la foto es su hermano Manuel, que iba unos cursos detrás del nuestro.
Samuel, después de tantos años resulta difícil fijar con precisión algunas las caras. Del Agüera, o los Agüeras, de Corias, al ser yo externo y por tanto menor la convivencia, retengo escasos recuerdos. De hecho fue Santamarta el que, al reencontrarnos en Valladolid, me recordó que habíamos coincidido con él en Corias. Del Agüera, el de San Quintín, conservo con nitidez su recuerdo, y estoy prácticamente seguro de que era él quien había dejado el instituto para ir a Navarra con los dominicos.
Si estuviese confundido de hermano, lo siento por su hermano; pero aún me quedaría la esperanza de poder, algún día, rememorar aquel tiempo compartido con él.
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