miércoles, 10 de diciembre de 2014
CANALÓN
RAM, RAM, RAM (acelerones), ram, ram, ram (al ralentí)
Exclamaba el crío rubiejo al
volante del Hispano-Suiza descapotable aparcado al principio de la calle
Rosales.
El coche, propiedad de un
dentista de Mieres que aparcaba allí todos los lunes, miércoles y viernes de
nueve a una. Era un coche espléndido, en negro, de grandes dimensiones, con
espectaculares niquelados, tapizado en cuero, tan espacioso como una sala de
estar, con seis llamativos faros y un maletero donde podría viajar una familia numerosa.
Uno de esos coches – hoy piezas de museo – que marcaron una época en la que los
únicos compradores de coches eran los escasos adinerados que había en Asturias.
De hecho en toda la calle y en la adyacente Fruela no había ningún coche
aparcado. El coche – refulgente de color níquel – siempre fue objeto de
admiración y curiosidad para todo el mundo, y más para los niños, que en
aquella época asistían embobados al espectáculo de aquellos monstruos que
llegaban a circular a 90 km/hora.
Ahora, cualquier Juan Lanas
casi con el sueldo de un mes se compra uno, aunque sea de segunda mano.
Entonces, era un signo de riqueza. En todas las épocas el ser detentador de
algo caro, escaso y nuevo, fue el ideal para quien pretendiera marcar
distancias de categoría social. Conforme las masas vayan teniendo acceso a ese
objeto y la mayoría lo adquiriera, pierde su valor de signo de clase. Se
imponen nuevos signos para destacar en el teatro social, para pertenecer a una
clase superior y en este afán por conseguir bienes que nos distingan de los
demás mortales se nos va la vida, jadeando siempre por lo nuevo, por lo
distinto. En fin, yo que te voy a contar, la sociedad de consumo en la que
hipotecamos nuestra vida para aparentar salir de la masa donde viven los Juan
Lanas.
Esta lucha del individuo por
distinguirse de los demás, de la masa, mediante la adquisición de cosas nuevas,
es lo que origina este frenesí de compra, de compra compulsiva, sin tregua.
Para no quedar marginado. Ahí está la razón de las modas. Esas multitudes que,
deambulan por las grandes superficies, fascinadas por las últimas novedades son
un triste rasgo de nuestra sociedad. Hemos renegado de valores más
consistentes, más serios y he ahí esos pobres idólatras del consumo,
convencidos de que la felicidad es sinónimo de comprar. Cuando luego aparece un
fenómeno de crisis en el que muchos se ven privados de lo necesario. La
reacción de las masas es muy previsible. Pero ¿No era aquello la felicidad?
¿Cómo es que ahora no hay para lo necesario? O cuando me venían diciendo que lo
superfluo era la meta, el fin.
Perdón, lector, se me ha ido
el boli al cielo.
Quedábamos en Oviedo, calle
Rosales, donde había un despampanante Hispano – Suiza, no es de extrañar que el
automóvil se convirtiera en el juguete más ansiado por los guajes de todas las
calles del barrio. Subidos al descapotable con la imaginación infantil,
resultaban reales, los viajes más descabellados.
El rubio que se apoderó del
volante preguntó:
“¿A dónde queréis dir?”
El enjambre de críos que taponaba
el coche rugía:
“¡A Gijón! ¡A Madrid! ¡A casa
mi güela!”.
Entonces el rubio decía:
“Vamos a Gijón, agarráibos
bien, que vamos dir a 100 por hora, GAN GAN GAN”.
Y el coche partía raudo con
unos 32 pasajeros a bordo y en medio del griterío fenomenal, un morenito de
seis años quedaba en tierra, como siempre.
De repente, se abre una
ventana del primer piso y un hombre de bata blanca, calvo y bigotudo grita
histérico:
“¡Fuera del coche, puñeteros,
ahora bajo y vais a ver!”
La desbandada es instantánea.
En unos segundos no queda ni uno solo en las cercanías del coche.
El pobre dentista está
desquiciado. Lleva meses con este problema. Hace unos días hizo limpieza general del vehículo
y encontró: siete piedras, un pañuelo, media manzana, una alpargata (la izquierda),
una peonza, medio kilo de barro y otro medio de papel, un cristal de gafas, dos
latas de sardinas vacías atadas con una cuerda. Y mocos, kilos de mocos
repartidos por doquier.
Había que tomar una solución
y no tardó en dar con ella. Contrataría a un sujeto ocioso, le ofrecería un
tanto para que cada mañana y sentado en el coche, ahuyentara a aquella plaga de
críos.
Y aquí tenemos el tío ideal.
Se le conoce en toda la villa y en la comarca. Un ex minero, ex por propia
voluntad, por su afán desmedido por las juergas, juergas de abundante comida y
más alcohol. Ahí está Canalón.
Las negociaciones no duraron
mucho. En esencia, quedaban en que cada mañana en Oviedo vigilando el coche
percibiría 5 pesetas. Un duro. No era mucho pero en aquella época tampoco era
una miseria, sobre todo si tenemos en cuenta que no se exigía ninguna
preparación y que era un sueldo por estar sentado sin hacer nada.
El primer día que actuó
Canalón, como guarda todo, salió perfecto. Solo que al retorno a Mieres en el
momento de proceder a abonar el dinero, surgió la desavenencia:
- - Bueno
Canalón, toma el duro de hoy.
- - No,
Señor. Nun ye un duru, son seis pesetes.
- - ¿Cómo?
¿No habíamos quedado en que era un duro?
- - Sí
Señor. Puntualizó Canalón, pero ¿Y la vergüenza que yo pasé que creíen que’l
coche yera míu?
Son infinitas las anécdotas
que he oído acerca del ingenio de Canalón. Me limitaré a contaros dos de ellas.
Un día lluvioso de Febrero,
por la tarde, le dijo a su mujer “Vas dir al bar X y yos pides 300 pesetes,
diyos que morrí y que les necesites pa l’intierru”. Como es lógico la pobre
mujer opuso cierta resistencia a semejante orden. Canalón, que era más bien
tirando a bruto en sus modales, la sujetó por un brazo y dijo “Vas a obedéceme
ahora mismo o frállote”. La infeliz se presentó en el bar y para sorpresa del
dueño y toda la clientela, expuso su problema, o mejor dicho, su funerario
problema. Todos quedaron consternados
pues con la muerte de Canalón, se les privaba de los mejores ratos que
disfrutaban con las ocurrencias del susodicho.
La mujer cogió el dinero y
regresó a casa. Canalón, se incautó de las 300 pesetas y se largó a la calle,
hacia el bar del que procedía el mismo. Cuando apareció en la puerta del bar,
tanto el dueño cómo los parroquianos, retrocedieron un par de pasos, pues
temían estar ante un muerto viviente. Por fin, el dueño del bar exclamó:
“¡Pero, Canalón ¿Tú nun tabes muertu?!”
Canalón, con toda naturalidad
se justificó:
“Si ho ¿Y qué queréis, que me
quede tou aburríu en casa hasta la hora de’l intierru? Venga, pon ahí un vasu”.
Ya cerca del final de su
vida, que se vio truncada por una cirrosis hepática que le mató con cuarenta y
pocos años, protagonizó una fechoría que fue muy celebrada en toda la comarca.
Un domingo, a eso de las
cuatro de la tarde, se presentó en el bar del Casino de Mieres, y desde la
puerta, exclamó con voz estentórea: “Yo voi pa’lante pero vais dir toos
conmigo”, y diciendo tal, se puso entre los dientes un cartucho de dinamita del
que salía una larga mecha y le pego fuego a esta.
Es fácil imaginarse lo que
tardaron en desocupar el bar los cuarenta o cincuenta que allí rendían homenaje
al café, al coñac y a Heraclio Fournier. Quizás exagero y me quedo corto, pero
no llegó a quince segundos el desalojo. El más cercano paró de correr a los
cincuenta metros del Casino. Dos, no pararon hasta Santullano. Transcurrieron
cinco minutos angustiosos a la espera de la explosión. Nada. Diez minutos más. Nada. Un cuarto de hora.
Aquí ya hubo dos o tres que se pusieron en lo peor, sospechaban que habían sido
víctimas de un timo. La sensación de haber sido engañados, se fue apoderando de
todos y animándose, unos y los otros, empezaron a regresar al Casino. Cuando
los primeros y más osados abrieron la puerta del bar se encontraron el
siguiente espectáculo: Canalón había reunido todas las copas de coñac y anís en
una mesa y estaba muy tranquilo dando cuenta de ellas. Salió vivo de ahí de
milagro, en el fondo casi lo celebraron, pues era la factura que pagaban por
tantas risas y tanto alcohol como compartieron con el exminero.
Pese a los reiterados
intentos que he hecho para conocer el nombre de Canalón, no lo he conseguido,
vean ustedes que injusticia que un gran hombre se pierda en el anonimato de la
historia.
Menos mal que aquí estoy yo
para reivindicar su memoria aunque sea con seudónimo.
Pepe
Morán. Dominico-ex
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10 comentarios:
A raíz del artículo de Pepe Morán sobre Canalón, coincidiréis conmigo en que este tipo de personajes singulares y un tanto estrafalarios, los hay en casi todos los pueblos y siempre resultan mucho más célebres después de muertos que en vida. El caso es que estas celebridades lo mismo divierten y causan gracia a un sector determinado de público, que conmiseración en el resto. En vida normalmente se les ríen sus gracias, pero apenas se les valoran, más bien se les tiene tildados de calaveras y troneras; tan solo al morirse les recordamos como geniales, pero mucho es debido a la tendencia que tenemos de aumentar las virtudes de cualquier persona cuando se muere. Debemos reconocer que gran parte de la aureola que se crea en torno de estos seres es pura ficción, ya que la mayoría de sus hechos o proezas, aún teniendo un componente cómico, al ir de boca en boca se las va agrandando como pasa con la bola de nieve que comienza siendo del tamaño de un puño y termina siendo tan alta como el que la está rodando. En realidad, parte de la genialidad que se les atribuye a estas celebridades se debe simplemente a la capacidad noveladora de quienes trasmiten sus fechorías y aventuras.
En cuanto a lo que dice Pepe de que muchos humanos se pasan parte de la vida, por no decir la vida entera, intentando aparentar más de lo que en realidad son, aunque esto les cueste dios y ayuda, las falsas apariencias son una debilidad que acarrea el hombre desde que nace. Por eso un determinado sector de personas se empeña durante toda su vida en parecer y estar por encima de los demás. Algunos lo logran, la mayoría no. Hoy en día un síntoma muy significativo, junto con otros muchos signos externos que puede denotar el pertenecer a una minoría pudiente, lo representa el perro que se pasee o el deporte que se practique. En los años setenta , más o menos, se puso muy de moda el jugar al tenis pues esta disciplina para poder practicarla ya implicaba el pertenecer a un club privado o vivir en urbanizaciones de lujo que contaran con las pistas adecuadas para tal deporte. Cuántos había que salían a la calle a pasear con una bolsa de deporte en la que se veía asomar el mango de una raqueta de tenis por si se encontraban con alguno conocido para que éste pudiera darse cuenta del holgado poder adquisitivo del paseante, aunque en realidad solo fuese a que le diera un poco el aire a él y a la raqueta. Algunos de estos suplantadores de falsos ricos trataban de hacerse pasar por tenistas ocasionales, por estar considerado entonces el tenis como un deporte de clase. Pero mira por donde que no tardando, algunos ayuntamientos manirrotos, como tiraban y tiran con pólvora ajena, no se les ocurrió otra cosa mejor que hacer pistas de tenis municipales y entonces ya la fastidiamos pues, este selecto deporte dejó su exclusividad y pasó a ser practicado por cualquier vulgar Juan Lanas. Con lo cual, inmediatamente, los pudientes ya tuvieron que buscar otro entretenimiento para el cual fuese necesario, aparte de un lugar especial para llevarlo a cabo, también se precisase un equipo más costoso que no estuviera al alcance de cualquier mindungui y así apareció el golf. Pero como no hay mal que cien años dure, a los pocos años trascurridos mira por dónde algunos ayuntamientos osados, a pesar de estar empufados hasta los topes, también intentaron hacer campos de golf municipales para todo el populacho y así ganarse su voto; concretamente el de León tiene uno a media construcción, semiabandonado, que lo está cubriendo la maleza. Visto lo visto, yo pienso que al paso que vamos, si no fuera por la maldita crisis este deporte de élite ya estaría descatalogado y desclasado por completo para la casta pudiente que no gusta que se le confunda con la chusma. Por los derroteros que va la cosa, yo pienso que no tardando el siguiente deporte que servirá de tamiz para separar al que tiene parné del que anda a verlas venir, será el polo. Sí, porque este deporte aparte de requerir todo lo que necesita el golf, también es imprescindible el disponer de un caballo de alta escuela o de un elefante igualmente cualificado para tales requiebros pues, para jugar al polo no solo se puede cabalgar a lomos de un ungulado sino también sobre un paquidermo, y eso ya son palabras mayores. Así será amigos ¡Y si no, al tiempo!
Una vez más Morán empuña el boli y nos da nueva lección de como, de forma concisa y ágil, urdir una historia. Ahora se trata de una estampa que algunos teníamos, ya de color sepia desvaído, en algún rincón de la memoria. Él nos devuelve esas historias o estampas con perfiles y colores originales.
Un tema recurrente en sus relatos es la afición que existe en Asturias por el deporte de empinar el codo. Aunque en el blog existen reconocidos/das abstemios/as, de los demás, quién esté libre de ese pecado que tire la primera piedra, yo no tiraré ninguna, ni la primera ni la última.
Cuando sale a colación este tema me suele venir a la memoria un hombre que veía por Cangas cuando yo era un guaje y bajaba desde Limés. Pin del Mesón creo que era su nombre, los de la Villa seguro que tienen referencias más precisas. Según se contó entonces este cangués murió después de ganar una apuesta, la apuesta consistía en beber de un trago una botella de Fundador. No niego que, más conociéndolo en persona, aquello me produjo una fuerte impresión, mas no la suficiente como para ser abstemio.
Lo único que hoy se puede reprochar a Morán es haber dejado tirados por tierras extremeñas a Sindo, al amo y al perro.
Ulpiano, en cuanto al paradero de Ramón, Sindo y el carromato, no te preocupes que no tardarán en volver a la Ruta de la Plata.Tan solo es un pequeño receso para poder pasar la ITV al carro y ferrar a Sindo.
En el comentario anterior se me olvidó mencionar al amigo Jass, pero digo lo mismo que antes:tranquilos que están todos juntos muy contentos y con ganas de volver a escena en cualquier momento.
Puedo presumir de viajar, en muchas ocasiones, en un citroen de dos plazas y con un maletero, que abría la puerta hacia atrás, en el que cojía una persona, sentada en un banquín, perfectamente.
Posiblemente el amigo Emilio Ramón se acuerde de este vehículo de color amarillo, descapotable y unos guardabarros enormes, de color negro.
Sobre el tema de aparentar, tan de moda, me llama la atención esa gente que está pidiendo para lo más elemental y con un teléfono de última generación en el bolsillo.
Además de los deportes que apunta Galán, como signo de distinción, hay uno que empieza ahora la temporada y son los esquís en la baca del coche. Yo creo que hay muchos que no los llegan a bajar del techo vehículo y regresan con ellos tan secos como salieron.
Y sobre obras faraónicas, hay una en Tineo digna de mención como es la piscina climatizada. Allí está abandonada porque el mantenerla cuesta más que poner un autobús todos los días hasta Oviedo a las piscinas del Cristo. Tampoco debemos olvidarnos de la estación de autobuses, de la misma villa, a la que ya no le queda ninguno de los locales comerciales intacto. Al no haberse utilizado ninguno, los fueron destrozando uno a uno hasta quedar echos una pena.
Supongo que serían, tanto la piscina como la estación, financiados con los fondos mineros.
¿Qué sabéis del Pelgar?.
En Tineo Samuel,se ha tirado mucho con pólvora del Rey...de ahí su cuantiosa deuda.Mi hermano,siempre me pone como ejemplo del buen gastar a la Pola...Es cierto...?
Como siempre, los relatos de Morán son muy amenos, están muy bien escritos y nos traen recuerdos.
Aunque el protagonista es Canalón, el dentista propietario de un coche a principios de los años cincuenta, es lo que me trae recuerdos a mí. Tenía yo un vecino, de la misma profesión y propietario de un coche. En este caso el coche era más pequeño, del mismo estilo –creo que la marca era Austin- pero lo suficientemente grande para llevarnos a sus dos hijos y cuatro o cinco niños más -los que estuviéramos por la calle en el momento de salir la “excursión”-, vecinos todos, los domingos por la mañana hasta Llano. Era todo un acontecimiento para nosotros. También lo utilizaba para ir con su familia a la playa, la mayoría de las veces a Cadavedo, que se decía que era la más cercana a Cangas. Ahora con las nuevas carreteras no sé si será la más cercana ya. Tampoco en ese caso creo que lo tuviera por presumir, pues no era una persona dada a eso, yo creo que era porque le gustaban mucho los coches.
El comentario de Ulpiano, a propósito de los personajes que solían beber bastante, con la persona que recuerda y la apuesta que le costó la vida, es curioso que hace una semana, más o menos, recordamos Manolo y yo el caso. Además fue en un bar junto a la casa en que vivía Manolo, que por entonces era un chavalín, e incluso recuerda el revuelo de gente por allí. Comento que es curioso que nos acordásemos Ulpiano y nosotros más o menos en los mismos días, pues yo por mi parte puedo decir que hacía muchísimos años que no se me venía a la memoria tal cosa. Pienso que igual en la prensa escrita o en la TV hubo alguna noticia que nos lo recordó. Intento hacer memoria pero no sé cómo empezamos la conversación, Manolo tampoco.
En aquél entonces había muchos personajes característicos en los pueblos. Aquí en Cangas, Paco Chichapán, escribió algunos libros contando cosas de personas peculiares, la mayoría de aquellos años. Ahora no sé si es que cambió el modo de vida, sobre todo después de la televisión, pero abundan menos. Aunque alguno sí que queda.
Inocencio, todos estos faraónicos gastos, hechos por el antiguo alcalde, tuvieron su recompensa al nombrarle diputado regional. Parece que lo hizo muy bien y eso hay que premiarlo como se merece.
En muchas ocasiones hice referencia a los fondos mineros y espero que no tarden en revolver en semejante pozo negro.
Tienes razón al poner a Pola como ejemplo; creo que es de los pocos concejos que cuadra sus presupuestos a cero. Los aerogeneradores les han dado un gran respiro según me comentaba, no hace mucho, el alcalde.
Algunos nos preguntamos
por la ausencia del Pelgar,
y a mí me sabe muy mal
dar el suceso de mano.
Aquí cuelgo la noticia,
también para mí primicia:
en el AIRE está flamante,
audaz, verdoso y tunante.
Finalizó su periplo
por el patsuezu de Cangas,
fue para éste casi un mirlo
con su bable de corrada.
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