lunes, 10 de enero de 2011
JUGUETES
Una vez pasada la festividad de los Reyes Magos me vienen a la memoria ciertas experiencias vividas en mi infancia a raíz de esta conmemoración festiva. La mayoría de nosotros seguro que recordamos el día seis de enero como una fecha mágica y nos gusta rememorar con agrado aquellas inocentes emociones vividas. Pero, aún siendo una de las fechas más esperadas y celebradas del año, principalmente para la infancia, también tenía su parte negativa y desagradable que a veces la ensombrecía.
Yo afortunadamente, he tenido la suerte de que, siempre han sido generosos conmigo los Reyes Magos, por lo menos, en la medida que les era posible y, pude disfrutar de la gran ilusión que produce la mañana del día seis de enero el despertarse y ver los regalos que nos habían dejado durante la noche, sus majestades de Oriente.
También diré que los Reyes Magos en aquellos años solían tener un criterio mucho más práctico que hoy en día y gran parte de los regalos los formaban las prendas que usábamos diariamente para vestir y calzar. En el mejor de los casos, te solían traer un juguete como mucho y, de vez en cuando, éste iba acompañado de algo más como: unos calcetines, una bufanda, unos guantes, un cinturón, unos tirantes, una camisa, una gorra, unas madreñas, zapatillas…etc.
Mientras no descubrías el pastel todo iba sobre ruedas, lo peor era después cuando sabías la verdad. Se acababa esa ilusión. Mi primera decepción fue una mañana de Reyes cuando tenía del orden de ocho años y todavía creía que los Reyes eran Magos y que venían de Oriente. De todas formas, siempre había algún graciosillo entre los amigos más espabilados que se anticipaba y un buen día te decía: sabes que los reyes no existen; que son los padres. Tú, te quedabas helado pero, si lo consultabas en casa te decían que lo que te habían contado en la calle era una gran mentira de la que no debieras hacer caso y, como lo volvieras a decir, los Reyes Magos nunca más te traerían nada. De momento uno se quedaba convencido y tranquilo, aunque con cierto mosqueo. Yo el año que me llevé la gran decepción al descubrirlo fue debido a que ya había tenido algún aviso por parte de los amigos pero, para mi gran pesar, yo lo descubrí personalmente de la siguiente manera. En mi casa en aquellos tiempos había conejos y entre otros alimentos se les ponían ramas de sardón y de “escuernacabra” que les gustaban mucho, tanto la hoja como la piel de las varas y ramas de estos árboles y arbustos. Tan prolija era la forma que tenían de pelar los palos estos bichos, que los dejaban completamente mondados sin pizca de piel verde y los quedaban de color totalmente blancos. Yo la mañana del descubrimiento fue al levantarme e ir a la cocina a ver lo que habían dejado los Reyes, me encontré con lo que había pedido más o menos, y también con una especie de árbol que llevaba colgados de sus ramas caramelos y galletas. La idea había sido genial y resultaba muy atractivo y bonito pero, sus majestades, habían cometido el fallo de utilizar como ramo para sustentar los regalos un palo muy ramificado que estaba totalmente pelado por los conejos de casa y que resultaba excesivamente conocido para mí. En ese momento, nada más ver el palo blanco, mondo y lirondo dije: date, qué razón tenían los que me habían dicho que lo de los reyes era una engañifa. El sentirme engañado durante varios años no me gustó nada de nada. Tengo mal recuerdo de ese momento.
Pocos años antes también había llevado una buena decepción pero no de esta índole. Fue debida a que me habían traído los Reyes un caballo grande, de tamaño bastante bueno, y esa misma mañana del día seis de enero a primera hora, nos pusimos a jugar unos primos y yo con el caballo. Después de un rato de juegos, uno de los primos dijo: deberíamos poner el jaco a beber a agua porque seguro que tiene sed. Ni cortos ni perezosos lo metimos en el “regueiro”, el arroyo que discurría, superficialmente entonces, por el borde del camino. El animal a pesar de tener buen alza le llegaba el agua por las corvas y uno de los amigos dijo: “déjalo ahí hasta que se farte” y nos pusimos a otra cosa. Al poco rato volvimos a por el sediento caballo y nos quedamos de piedra, atónitos, al comprobar que el caballo estaba de rodillas y no porque el agua estuviera muy baja y fuera necesario agacharse no. Como era de cartón, al mojársele las patas, éstas se le habían deshecho por completo. El verlo así mutilado, sin patas, fue muy traumático. Tal que, dicho juguete, no solo perdió toda su atracción para mí; también llegué a repudiarlo.
La foto que ilustra esta entrada es uno de los el juguetes de este año para un niño de pocos años. Según los especialistas en esto, una forma de que se asimile la igualdad entre hombres y mujeres, es que desde la niñez, se juegue con los mismos tipos de juguetes; independientemente de que sea niña o niño.
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