martes, 21 de agosto de 2012
DOÑA MARÍA
Aprovechando el ripio de José Manuel en la entrada de
“Jesusín”, donde nos describe de forma lírica y humorística cómo tuvo que ingeniárselas
para poder degustar las fabas pilosas sin
tener que paladear el extenso “gadecho”; yo
tomo pie del mismo ripio y voy a contar
algo que nos sucedió al propio José
Manuel y a mí, estando los dos en la
misma patrona en León en el año 1966.
Cuando terminamos el bachiller superior en Corias, junio de 1966, tanto JM como yo teníamos decidido comenzar en octubre a
estudiar Ingeniería Técnica Agrícola y en aquellos años como no había tantas
opciones como hay hoy, para poder estudiar en la propia capital de uno, no había más
remedio que poner tierra por medio e irse a otra ciudad. En principio, intentamos matricularnos en la Escuela de Madrid, que por
cierto, era en agosto y contamos con la
compañía y valioso asesoramiento de nuestro amigo Manolo Camposín que se
encontraba en los Madriles y se brindó a acompañarnos como más conocedor del
tema, hasta la Ciudad Universitaria
madrileña para orientarnos en los trámites que requería la gestión.
A los pocos días de haber hecho los primeros papeleos para matricularnos
en Madrid, recibimos una carta donde se nos decía que siendo
del norte y debido a la saturación que había de alumnos, “numerus clausus” no podíamos ser admitidos en esa escuela para ese curso y que deberíamos trasladar la matrícula para la escuela de León por ser
la más próxima a nuestra procedencia. Pero en aquellos años, sí estaba ya adjudicada
una escuela de Ingeniería Técnica Agrícola para León, pero aún no estaba
construida y entonces se nos instó por
parte de la Universidad
de Oviedo a que lo hiciéramos en la Escuela de Minas de León,
ya que el primer curso era, prácticamente común a todas las ingenierías
técnicas y si al año siguiente ya funcionaba
la de agrícolas, podríamos cambiarnos pues se nos convalidarían todas las
asignaturas que tuviéramos aprobadas. Tal que, así hicimos y nos matriculamos
en Minas en León.
El día que llegamos a la Estación de RENFE
en León a primeros de octubre, con sendas “gallegas“ abultadas a punto de reventar y abrazadas por cuerdas,
lo primero que hicimos antes de
cualquier otra cosa fue acercarnos a la Virgen del Camino por si los
dominicos sabían de algún sitio adecuado a nuestros bolsillos para residir todo
el curso escolar de octubre a junio y así
poder alojarnos en un sitio de confianza. Recuerdo que el Padre Sama era archiconocido y muy valorado en
todo León, tanto por su valía personal, como por la exitosa forma que tenía de dirigir los
ejercicios espirituales que impartía en la mayoría de los centros religiosos de
la ciudad y provincia.
La verdad fue que acertamos plenamente en acudir a nuestros
antiguos profesores. No recuerdo bien quienes estaban allí de los nuestros de
Corias, pero había más de uno que habían
estado con nosotros. Nada más que dijimos lo que deseábamos se puso en marcha
la “operación patrona” para encontrar cobijo para los dos pobres corienses y, gracias a los conocimientos y amistades de
los dominicos en la capital, en cuanto hicieron un par de llamadas telefónicas, al momento ya
teníamos alojamiento buscado en León y en una casa decente y "limpia" como Dios
manda para el curso que íbamos a iniciar.
Nos colocaron en una casa particular de una señora viuda, de profesión maestra, no ejerciente, llamada Doña María, que era
muy religiosa y que tenía admiración por los frailes dominicos en general, pero
en particular, sentía debilidad por el Padre Sama. Esta buena
señora vivía en una amplia casa en la céntrica calle de Colón y se dedicaba a
tener huéspedes.
Tal que, nada más llegados a casa de Doña María, esta mujer preparó
un alboroto tremendo entre los huéspedes residentes, para desalojarlos y cambiarlos
de sus habitaciones habituales con el objeto de darnos a nosotros la mejor
habitación doble que había en la casa. A partir de ese momento, nosotros en la
pensión éramos: “Los chicos del Padre Sama”
y eso sí eran palabras mayores. Cuando llegó la hora de la cena y nos juntamos
todos los pupilos en la mesa del comedor, la otra gente que había en la casa: un
estudiante de Magisterio, una estudiante de Comercio, una enfermera ATS y una
madre con un hijo mayor de unos cincuenta años y asturianos para más; no nos
quitaban ojo de encima y seguro que todos pensarían para sus adentros ¿Quiénes serán este par de
gilís, para que esta mujer se desviva de esta manera por ellos y nos saque a
todos de nuestras habitaciones de siempre para darles a ellos lo mejor de la
casa? Nosotros sí éramos conscientes de que estábamos siendo mal mirados por
aquella gente pues tenían motivos sobrados. Menos mal que a los pocos días, los
compañeros de pupilaje reconocieron nuestra buena disposición para la
convivencia y fuimos admitidos en la comunidad plenamente, dándose cuenta todos
que la debilidad de Doña María por nosotros, no se debía a nuestra alcurnia, sino más bien a
la de la persona que nos había
recomendado y a la pleitesía que doña María le rendía.
La tal Doña María era una señora muy especial. Una de sus
debilidades era rezar todas las noches
el rosario perpetuo, que así lo llamaba ella, y que lo radiaba la emisora
local, Radio León de la cadena SER sobre las nueve de la noche, diariamente. Llegada
esa respetada hora, la buena Doña María se ponía de rodillas en medio de la cocina y contestaba todos los rezos en voz muy
alta. Nosotros todos, aunque estuviéramos en nuestras habitaciones o en el salón, teníamos que estar callados como si fuéramos mudos.
Durante el tiempo que duraba el rosario no se le podía molestar a la buena señora
aunque hubiera fuego en la casa, o se produjera un terremoto. Eso era dicho por ella cada vez que se le llamaba por
algo, aunque fuera urgente y de suma necesidad.
Otro detalle de la
buena Doña María era que, una o dos veces
por semana y casi siempre cuando estábamos comiendo, llamaba a la puerta
el “Gaseosero” y nada más que la señora le
franqueaba la puerta, aquel hombre pasaba como una exhalación pasillo adentro hasta la cocina que estaba al
fondo, para depositar allí un voluminoso garrafón de vino de 16 litrazos. Este señor
tenía la severa advertencia, por parte de Doña
María, de entrar lo más rápido que pudiera por el pasillo y siempre con
la carga en la mano izquierda para que
los huéspedes, que estábamos en el salón a la mano derecha del pasillo, no pudiéramos
divisar lo que aquel hombre portaba en sus manos. El caso es que en aquella
casa se consumía más vino que en muchas tascas
del Barrio Húmedo, pero los huéspedes ni lo olíamos. Nosotros todos, sabíamos
que la tal Doña María le daba al jarro de lo lindo y que se reponía de las largas
postraciones en el frío y duro mosaico de la cocina, con buenos latigazos de tinto al
terminar los rezos. Pero no era de extrañar; menuda sed y sequedad de boca que tendría la
sufrida mujer, después de pronunciar cansinamente las repetitivas letanías. Uffff.
También diré que algunos de los pupilos, aprovechando las ausencias
de la señora de la casa cuando iba a la iglesia parroquial, le rebajaban un
tanto el nivel al garrafón, pero teniendo la precaución de dejarlo siempre como
estaba, aunque para ello hubiera que recurrir al grifo. Lo más importante de
todo era mantener el nivel en su sitio pues lo dejaba marcado. Cuando era poca la reposición, apenas lo
notaba, pero cuando había más de una
cata, menudas broncas le daba al “Gaseosero” en las próximas visitas que hacía
con más carga, por la mala calidad que
presentaba el género últimamente.
Debo decir que Doña María era una patrona atípica, pues reunía
una cualidad importante que era muy
rara entre las personas que se dedicaban al negocio de los pupilos: que era muy abundante y generosa en cuanto a la
comida y también por la buena calidad y variedad de los alimentos que nos daba.
Solamente había un problema en aquella pensión y no era el hambre no: eran los pelos. En aquella casa había pelos hasta
en las lámparas del techo. No digo que solamente los hubiera en la sopa, en los filetes, en el café, en el
agua, en el pan, en los pasteles del domingo…, no. Había pelos hasta en las cosas más extrañas. Tenían pelos pegados hasta
las patatas fritas, sí, sí; por
increíble que os parezca esto. En la
fuente de ricas y recientes patatas fritas que normalmente hacían de guarnición
a los filetes, había mogollón de pelos. Tal era así que, cada patata frita
parecía una honda de pastor pues, era el trozo de la patata más un pelo de
varios centímetros de largo soldado por la fritura al cuerpo de la patata y unido de tal forma
que te veías negro para poder separarlo. Cuando Doña María se ausentaba del
comedor a la cocina, yo cogía la patata con rabo por el extremo del pelo y le daba vueltas como
si retratara de una honda para lanzar un guijarro. Cada vez que hacía ésto, el
personal se partía de risa y la tal Doña María volvía de la cocina muy mosqueada
porque no sabía el motivo de nuestras risas y decía que eso era de muy
mala educación el reírse en la mesa
aprovechando la ausencia de algún comensal. Tenía mucha razón, pero esta
mojiganga de la patata frita, que tenía tanto éxito entre algunos de los comensales,
tuve que dejar de hacerla pues, el hijo de la señora asturiana, Doña Beni, que se llamaba Fernando,
cuando me veía hacer malabarismos con la patata sirviéndome del pelo que tenía
agarrado, se levantaba de la mesa con dirección al retrete con claros y sonoros
síntomas de querer vomitar. Llegó un
momento, en que la sensibilidad de este hombre para detectar la
presencia de pelos en la comida, era tal que, si tenías uno o varios pelos en el plato, tenías que seguir
comiendo con toda naturalidad, sin hacer
el más leve ademán de apartarlos, pues
este delicado hombre en cuanto notaba movimientos sospechosos ya comenzaba
con el número de las arcadas y las carpidas.
Así pues, volviendo al origen de esta historieta, y después
de haberos soltado todo este rollazo, no me extraña nada que José Manuel haya
salido airoso y tan bien parado del reciente tropiezo piloso con las fabas, pues experiencia
ya tenía a pesar de que hubieran pasado 46 años de aquel aprendizaje. Pero,
está claro: lo que bien se aprende, nunca se olvida.
B. G. G. bloguero
“Prior”
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13 comentarios:
En el texto de la entrada se me olvidó añadir que el reiterativo tratamiento que utilizábamos constantemente, de Doña María, Doña María y más Doña María, hasta la saciedad, cuando nos dirigíamos a aquella buena señora, no era por exceso de cortesía por nuestra parte, no, que va. Era impuesto por imperativo legal. Siempre que llegaba alguno nuevo a la pensión y se le ocurría dirigirse a la mujer como Señora María buena la preparaba, rápidamente le llamaba al orden y le decía: mira fulano, tú eres un muchacho estudiante, y no parece que seas malo del todo, por lo tanto, debes demostrar que tienes cierta cultura y para que no peques de patán e ignorante te voy a aclarar el tema de los tratamientos. Yo, aquí donde me ves, soy maestra y tengo un título académico oficial, por lo tanto debes darme el tratamiento que me corresponde, es decir: de doña. No te das cuenta que si te diriges a mí como señora, qué diferencia habría entre una mujer de campo que se pasa la vida ordeñando vacas o arrancando cebollinos y una mujer culta y titulada como soy yo. ¿Me comprendes?, ¿Te ha quedado claro? Pues hala, ya lo sabes, en adelante siempre Doña María. Te diré más: no es por mí; a mí, me daría lo mismo un tratamiento que otro, pero lo hago para que no te tomen por ser un ceporro y un inculto. Como dos no discuten si uno no quiere, en adelante todos nos dirigíamos a la patrona como doña. Doña María va y doña María viene. Al final de tanto pronunciarlo yo creo que ya lo íbamos apocopando y se quedaba solamente en ña María, ña María.
Benja, detallado y meritorio relato recordando a ña María , la del cabello volador en la cocina.
Hablando de guedejas, aún con los años de estancia en el Convento, os abundantes "pelos de la dehesa" que yo por lo menos conservaba, salieron a relucir en más de una ocasión en nuestra estancia en León; de todos modos la época fue inolvidable, y hay por ahí más de una anécdota, cuando residimos en Jesús Divino Obrero, que contarás con gran sentido del humor, como siempre.
Mi abuela, me visitó en una ocasión en León de viaje hacia Madrid, donde iba a pasar los inviernos. Según ella, al verme tan escuchimizado, escribió a mis padres instándoles a que me retornaran al pueblo con urgencia porque "taba muy delgao y podía caer malu".
Benditas abuelas
Maribel, leo y escribo en estos meses un poco mucho a destiempo, y para no retroceder a la fecha de los comentarios contesto desde esta Entrada, con permiso del Prior.
Yo recuerdo muy bien a Manolo (para nosostros Camposín), que además de magnífico estudiante y listo, era y seguro que lo seguirá siendo, un chico muy serio, sensato y agradable.
Si no recuerdo mal, además de los asesoramientos y consejos que nos dio a Galán y a mí en Madrid, también me orientó en Física en el Verano del 67. El padre de Manolo, Luis, mantenía una buena amistad con el mío, y siempre que se acercaba a Cangas, mantenían en los alrededores del Bar Moreno largas y sensatas conversaciones. En esa zona era, donde atado a una argolla, aparcaba Xipón de Rañeces de Sierra, su "ferrari" canela.
Maribel, no es fácil que conozcas a mis padres o familia por tu estancia en Agricultura, dado que en el año 1972 se trasladaron a Gijón, donde residieron hasta la fecha, tanto mis progenitores como mi hermano "el mueirazo". Mi padre cumplió ahora los 100 años y si accedes a Facebook, allí verás su foto y seguro que Manolo lo reconocerá. El amigo Galán ya registró allí un comentario, como siempre muy generoso.
Me gusta como relatas y aunque ya es repetido, creo que Olga, tu presentadora e impulsora, bien se merece un gran elogio.
Seguramente asistiremos en setiembre a la reunión/comida de ADEACO. Sería estupendo que nos vieramos todos en ella y si no es así que el Prior nos coordinase una toma de vermouth o algo así, para vernos y/o conocernos.
Saludos muy cordiales para los dos.
Yo le sugiero al Sr. Martinez, al que dicho sea de paso nunca lo veo por el Muro, que en vez de tomar el vermú, en la próxima reunión de ADEACO, que será como siempre y si no hay modificación de última hora el 29 de septiembre, último sábado del mes, asistamos todos a la reunión y posterior comida. Desde ahora Olga tiene un mes para preparar el viaje.
Hola Galán, ya se nota que en los tiempos que estuvisteis en la pensión de Doña María no se hacían cursos de Higiene y manipulación de alimentos; de ahí que “compartiera” con vosotros parte de su hermosa melena. De todas maneras creo que eso ya te sirvió para ir adaptándote y cuando llegó lo de la paella en el Hospital lo superaste como un campeón.
Por otra parte el rezo del Rosario, aunque lo rezara ella sola, con la radio, servía para que no echarais de menos a Corias.
Me estuve fijando que los blogueros cuando tienen algo que contar, en lo que tú participabas también, te pasan el testigo a ti para que lo cuentes. Concretamente estos días me fijé que Samuel hablando de los Sanfermines de 1964, dice que lo del alojamiento lo cuentes tú. Y José Manuel que cuentes cuando residisteis en Jesús Divino Obrero. Creo que son un poco “comodones”, aunque por otra parte no me extraña porque tienes una gracia creo que en parte innata, y también que siendo tu padre sastre, que solían trabajar muchas horas, al ir los clientes y vecinos se organizarían allí tertulias, de las que, con la cara de espabilado que tienes en esas fotos de pequeño, no te perderías nada, seguro que si te mandaban salir alguna vez, estarías detrás de la puerta mirando por el agujero de la llave y con el oído puesto.
Esto me lo imagino porque, de pequeña, recuerdo el taller de mi padre en la calle Pelayo, que nombraba Gión, y allí a partir de las ocho de la tarde iban llegando, algunos clientes y algunos vecinos y amigos, y siempre había tertulias, porque él trabajaba hasta muy tarde, y los otros le daban conversación. Cosa que seguro a tu padre le pasaba también.
Hace unos días estuve hablando con Pepe la Boina de la historia de “La Boina”, y que como yo la sabía, porque tenemos bastante trato con él, al ver que alguien la contaba aquí en el blog y no era así, le dije que entrara a contarla, no quedó demasiado convencido y me dijo que la contara yo, pero ya le dije que ni hablar. Así que aprovecho este comentario para decirle ¡¡¡Pepe entra!!!
Maribel, no se trata de ser comodones lo que ocurre es que algunos detalles, de la extancia en Villalba, los conoce el Prior mucho mejor que yo y tendría que pedirle permiso para publicarlos.
No creo que la comida de la Seña María fuera muy distinta a la de Avelina y las condiciones de higiene mejor no comentarlas. Uno se puede imaginar cómo se las arreglaban para fregar 300 o 400 platos con las mínimas comodidades y menos garantías higiénico-sanitarias.
Para mi la mili fue coser y cantar y eso que estaba en un destacamento donde la comida ya nos llegaba fría del cuartel y el agua se congelaba al poco de llegar la cisterna.
Tiene razón Alfredo, falta poco para la reunión de Corias. Espero que este año acudan todos los blogueros-as.
José Manuel, tienes razón al decir que el mes de agosto, por una cosa u otra, la gente se ausenta, pero que el Blog del convento sigue bien, se ve que tiene muchas visitas.
Yo creo que es un mes, que aunque como nosotros este año, por cuestiones de trabajo mías, no hayamos ido de vacaciones, siempre tienes visitas y también pasas más tiempo en la calle aunque sea dando un paseo.
Ya hace unos días que quería contestarte al comentario del otro día, así que lo voy a hacer ahora.
Agradecemos la opinión que tienes de Manolo. La verdad es que no cambió mucho, o más bien nada, salvo la evolución de los tiempos y los años.
Dice Manolo (Ya ves, a través de la “secretaria”) que recuerda perfectamente a tu padre y que él también habló muchas veces con él. No tenemos Facebook, así que no podemos ver la fotografía. Probablemente yo lo conociera también, pues aunque nos casamos en al año 1973 yo también conocía el Parking. Se ve que los dos amigos (Luis y él) tenían, y en el caso de tu padre tiene, buena naturaleza, ya que llegar a esas edades, después de todo lo que les tocó pasar con la guerra y los tiempos, es todo un logro. Bueno Luis falleció en 2002 con noventa y cinco años, pero hasta los noventa y uno, que tuvo una caída, no tomaba ningún tipo de medicamento para nada.
Como a veces me pongo a ver entradas anteriores, estos días vi alguna que había fotografías tuyas de joven y creo que te conocía también.
Aprovecho aquí para contar una anécdota con el Padre Jaime hará algo más de quince años.
Un día, como ya dije yo trabajaba en unas Oficinas en el Convento, fue Manolo a esperarme. Al salir yo y llegar al patio, me encontré a Manolo hablando con él, que me conocía de verme por allí, y me dijo. “¡Ah! Eres la mujer de Manolo. ¡Que suerte tuviste, que bien te casaste! A lo que yo dije “Y Manolo también se casó bien”. Puso cara de “Si tú lo dices…” A partir de entonces si nos encontrábamos por la escalera o el pasillo, siempre me preguntaba por él.
Saludos de parte de los dos.
Maribel
Samuel, como impulsor y subdirector del Blog, ya veo que estás siempre pendiente.
Yo parece que también tengo algún cargo en el mismo, pues todos los días entro a cotillear aunque no escriba nada.
Tienes razón cuando dices que las condiciones de higiene para fregar la cantidad de platos, vale más no pensarlas, pero creo que de aquella estábamos inmunizados. Ahora todo son alergias y dicen que es por exceso de higiene, en parte.
Hablas del frío de la mili, y de que no te extrañó tanto. Yo también “probé” el frío de Corias, pues aunque había bastante buena calefacción, a veces se estropeaba. Recuerdo un día 7 de enero, que coincidía en martes, o sea que desde el viernes no había calefacción, y cuando llegamos estaba estropeada, y trabajamos con abrigo y hasta con guantes, pues además nevaba. No podíamos ni escribir.
Por otra parte, en los baños no había calefacción, estaban en la zona que daba a la carretera y siempre estaba el balcón abierto, con lo cual en invierno no nos acercábamos por allí, y no era nada fácil con el frío además. Había que ir muy mentalizado pues estábamos siete horas, y además había que contar el tiempo de ir y venir, que aunque fuera en coche, eran veinte minutos al menos.
Como ves, también tengo alguna “batallita” de mis tiempos de Corias.
Esperemos, como tu bien dices, que nos veamos en la reunión todos los blogueros/as.
Maribel, imagínate un día sí, al otro también y así las 24 horas y los 365 días del año.
Aún me pregunto cómo podíamos hacer aquellas láminas de dibujo con los dedos como porros y con la poca ropa que teníamos, pues el presupuesto de nuestras familias no daba para más.
Era muy corriente vestirse con el pijama por debajo o con doble ropaje.
Sobre lo que comentas del P.Jaime, no te extrañes.
En muchas de nuestras reuniones (promoción del 59) sale a relucir la despedida que nos hizo un fraile, en aquella época de cierto prestigio, en la puerta de la campana, cuando nos marchamos en séptimo: "Ojalá no vuelva a veros nunca por aquí".
Hay un compañero, de aquella época, que creo se lo tomó al pie de la letra y está siendo fiel a la petición. El resto, procuramos olvidar estos detalles y recordar los pocos momentos buenos.
Aprovechando lo que cuenta Maribel del día que al salir del trabajo en Corias, se encontró a su marido, Manolo, hablando con el padre Jaime y al presentarse ella y saber éste que eran pareja, le dijo Jaime: ¡Qué suerte tuviste, qué bien te casaste! Pues menos mal, Maribel, que Manolo es una persona como es debido y no tenías quejas del exalumno coriense, porque si las hubieras tenido y en ese momento se lo dices a Jaime, seguro que acto seguido le invitaría hasta una esquina del tendejón donde no pudiera recular y allí mismo volvería a pronunciar su frase predilecta: “niño, ponte bien” que te voy a propinar unas friegas faciales.
Porque el padre Jaime debiera llevar esta frase, “niño, ponte bien”, tatuada a modo de legionario bien visible en el pecho o en el antebrazo y, aunque es archisabido por todos los exalumnos voy a recordar para el resto, cuándo y cómo la utilizaba. Jaime en sus años jóvenes y no tan jóvenes estando de profesor y tutor de internado en Corias, demostró tener varias habilidades físicas, aparte de las buenas dotes intelectuales para la docencia. En cuanto a las primeras diré que era de envidiar la agilidad de manos que tenía para repartir “comuniones”, sobre todo, por el rápido juego de muñecas. También pienso que fue una pena que este señor no se hubiese dedicado a la fotografía de retrato, simplemente, por el buen gusto y paciencia que demostraba tener para lograr que los alumnos, en situaciones un tanto comprometidas, pusiesen su mejor perfil facial, a modo de estatua, como se merecería una buena foto de carné de identidad o de pasaporte.
Si tenías la desgracia de tener que dilucidar algún compromiso pendiente con este hombre, estabas perdido, pues había que ser un superdotado par poder esquivarle las “xustradas” que propinaba. Lo primero que hacía era ponerse frente a la víctima a distancia muy corta y mientras le miraba fijamente le decía: “niño, ponte bien”. Por mucho que te pusieras en guardia y contaras con buenísimos reflejos, cuando menos lo esperabas, ¡¡¡zasssssss!!!ya tenías el zurriagazo encima. La verdad es que muchas “comuniones” tiene repartido este hombre. Seguro que estará sobrado de recibir indulgencias plenarias por estos servicios prestados al alumnado. No habrá pasado nadie por Corias, que haya logrado salir ileso de un encuentro con él. ¡¡¡¡MUCHAS REPARTIÓ!!!! , pero seguro que todas serían pocas.
Se olvida Galán de reflejar la rapidez con la que Jaime solía obsequir a los "gafosos" que se aprovechaban de su condición y cuando a la voz de ¡niño, quítate las gafas! éstos hacían caso omiso a la orden confiando en que se apiadaría de ellos para no romperles las antiparras. Pero Jaime que de tonto no tenía un pelo, (seguro que los de él no andaban por la sopa), con la rapidez de un felino agarraba con la siniestra las gafas del muchacho y con la diestra la propinaba una sonora bofetada.
Tiene razón Galán. Creo que casi nadie de los que hemos pasado por Corias nos libramos de la medida de los dedos del Padre Fernández. Y digo "nos libramos" porque yo no estoy entre los afortunados. Quizá Manolo haya sido uno de ellos porque era más modosín que el resto de la tropa. Su Secretaria puede confirmarnos mi duda.
Maribel, ya sé que hoy tenía que estar en La Caridad pero me pasa como a vosotros, no me van mucho las fiestas.
Volviendo al tema del P. Jaime, como dice Galán, las repartía a diestro y siniestro.
Muchas veces me acuerdo del pobre Berguño al que le tenía cierta manía; seguramente el ser un renegado de La Virgen del Camino era motivo para recoger toda oblea que se rifaba.
Mas o menos, empezaba así la ceremonia
- Ponte bien niño; ¿me dejas que te de una torta?.
- No padre.
- ¿No me dejas que te de una torta?.
- No padre.
Y casi sin darse cuenta, el amigo Rafael, ya tenía la cara como el criado de Piñolo.
Creo que me libré, en los 7 años, de las caricias del P.Jaime aunque no de las penitencias, por la noche, en el claustro, delante de su celda en el primer piso.
Hola a todos/as, antes de nada deciros que nunca me imaginé, pues yo lo conocí ya mayor, muy reposado al hablar, y ya con poca agilidad, que pudiera tener esas “habilidades” en los años de vuestra estancia en Corias. Visto eso creo que cuando le dije que “Manolo también se casó bien” debí de parecerle un poco insolente, y de buena gana me diría, “niña, ponte bien”, aunque ya estaba mayorcita y de niña tenía poco.
Alfredo, antes de nada, la secretaria quiere confirmarte, para que salgas de la duda, que Manolo no recibió ninguna “comunión”, como dice el Prior, pero que suscribe todo lo que
contáis.
Por otra parte quiero decirte que me asombras con acordarte de que la banda de música tocaba las piezas de tres en tres hasta las nueve de rigor. Al decirlo tú lo recordé, pero de tanto ya no me acordaba. Eso sí, las piezas eran larguísimas al terminarlas volvían a empezarlas. Pensándolo ahora, así se ahorraban de aprender más. De todas maneras creo que a todos nos trae buenos recuerdos, y en su momento fue una gran cosa. Porque estaban los inconvenientes de que a las jovencitas, en casa, no nos dejaban ir al Club, y por otra parte costaba dinero y no abundaba mucho.
Galán, muy bueno con lo de las “comuniones”, creo que tu tampoco debiste de recibir muchas, porque creo que eras muy colaborador y estudioso, pero como tienes un “punto” gracioso, igual alguna vez… Por cierto no respondiste nada a lo que te decía que me daba la impresión, sobre todo viendo una fotografía que estáis dos en el refectorio, que de pequeño, debías de cotillear detrás de las puertas si alguna vez los mayores, como había mucha costumbre por aquellos tiempos, te decían que salieras para hablar algo. Bueno creo que lo debíamos de hacer todos, pues el que te mandaran salir ya era motivo para que te entrara más curiosidad.
Samuel, por lo que se ve tu también te libraste de las “caricias”. En cuanto a lo que cuentas de ese chico, yo creo que en todas partes había alguien que le “tocaba todo lo que se rifaba” y no precisamente lo bueno. Lo que hacían algunos/as eran auténticas vejaciones. Yo iba a clase con una profesora para preparar el bachillerato e ir a examinarme “libre” a Oviedo, y también decía, “Pase por la Oficina” y había que ir a donde estaba sentada élla y poner la cara para que te diera unas tortas. Yo me libré, pero me sentía muy agobiada y me parecía tan denigrante que abandoné. Las mujeres en aquellos tiempos, en esta zona, no tuvimos la suerte de los chicos.
Ya veo que de La Caridad, nada. Como tu bien dices, a mi no me extraña, porque nosotros hacemos igual.
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