jueves, 2 de agosto de 2012
Gritones y blasfemos
Ahora que mi coche pasó a peor vida, mientras decido si
adquirir un Micra o un Rolls-Royce, viajo de aquí a Mieres, Oviedo o Gijón en
los humildes pero puntuales trenes de Cercanías. Como aquí en Asturias se
ignora lo que es el pudor me voy enterando de las intimidades familiares,
sentimentales, económicas, laborales y hasta sexuales de media cuenca del
Caudal. No recuerdo de la media docena de veces que confesé, haber oído tanta y
tan prolija relación de pecados propios y ajenos.
Como aquí todo se habla a voces, quiero decir a gritos, sin
reparo alguno, sin pudor alguno y sin vergüenza, a veces me apetece levantarme
y recurriendo a mis antecedentes, clamar, signo de la cruz al aire: “yo os
absuelvo de todos vuestros pecados de oídos, maleficencias, avaricia, sexo
incontrolado, etc. en el nombre del padre”… pero dudo que los viajeros cumplan
lo más elemental de la confesión: contrición de corazón y propósito de la
enmienda. Así que desisto de mi posible absolución colectiva.
Solemos decir que pueblo pequeño, infierno grande. Quizás
sea porque en esta sociedad centro-asturiana todo el mundo grita sus
intimidades en la calle, en los bares, en los buses, en los trenes, por el
móvil, de acera a acera…
¿Cuándo se perdió el pudor en esta tierra? O ¿somos así
desde Don Pelayo?
Dicen que antiguamente el sonido de las campanas de las
iglesias rurales estaba tan especializado que el aldeano que sallaba en su
huerta se enteraba que en la aldea frontera del valle había muerto un hombre,
una mujer, un chico joven, una chica joven, un niño. Cada uno tenía su
específico tañido. La muerte era la noticia casi diaria que recorría el valle.
Hay quien opina que se llegaba al refinamiento en la transmisión campanil de la
fúnebre noticia hasta concretar si el difunto era viudo, soltero, casado, si
dejaba buena hacienda o moría pobre.
Una campana notificaba “morrió un home con perres” y
contestaba una dicharachera campana de otra aldea “ta bien allá”, “ta bien
allá”, “ta bien allá”.
Otra más incrédula contestaba “ye mentira nun dexo ná”
No me extraña que con estos antecedentes, en un pueblo laico
y descreído las campanas se limiten a anunciar la noticia con un tañido común.
Los comentarios sobre el difunto o difunta vendrán, durarán días y días en los
chigres, en las cafeterías, en las plazas…
Somos así, lenguaraces, vocingleros, gritones, vociferantes.
Una vez en un mesón castellano de Valladolid, estaba yo
comiendo con dos amigos y oyendo a un comensal cercano que extravertido y
coloradote, hacía partícipe a todo el comedor de sus intimidades familiares y
económicas a gritos y por el móvil, yo, un poquito avergonzado, les aposté a
mis amigos, doble contra sencillo, a que era asturiano. Gané. Era de Felechosa.
Luego hay otra subespecie que a más de gritar adorna, quiero
decir excrementan la conversación con un continuo: “me cago en”, “me cago en”…
Ignoro por qué extraña y diabólica inclinación son dos los destinatarios de la
mayoría de sus secreciones: el creador y la propia madre. Posiblemente porque,
en el afán de enfatizar cuanto dicen y, como prueba irrefutable de estar en lo
cierto, gritan las dos cosas más sagradas de la vida: Dios y la madre.
En 24 años que di clase en Madrid por las tardes a chicos-as
de 18 a veintipico años. En esos años oí una sola blasfemia.
En 16 años que frecuenté el mismo pub para ver los partidos
del Madrid y ocasionalmente los de mi Sporting, oí una sola blasfemia. Cuando
alego este argumento aquí en Pola me contestan con una salida netamente
aldeana: “es mentira. Se habla así en todas partes”. Recuerdo que, de niño, un
dominico que llevaba 50 años en México nos contó, que en ese tiempo solamente
oyó una blasfemia, era un asturiano.
Convenceos somos famosos por varias especialidades: la
fabada, los frisuelos, el pote, la sidra, el paisaje, la hospitalidad y por
blasfemos.
Duele, lo lamento pero asi es la realidad.
Más me dolía a mi hace unos 4 años cuando la Pola entera estaba
materialmente plagada de esta leyenda: “Patri puta”. Llenó las paredes de Pola
durante varios años. Hasta en los parques infantiles. Media generación de críos
aprendieron a leer, no con el “mi mamá me ama” de mi niñez sino con el “Patri
puta”.
Yo, recién venido de Suiza, donde a cada vaca se le pone un
nombre femenino y unas flores en el testuz y una tablilla con su nombre en la
oreja me acordaba de una vaca llamada Patricia. Era más respetada aquella vaca
suiza que una adolescente de Pola. Y nadie se escandalizaba, nadie protestaba
de lo que deduje que el nivel medio de sensibilidad desde el alcalde hasta el
más humilde paisano no superaba al de una oveja.
¿Duele? Pues, venga, a enmendarse amigos. Que es gratis.
Que yo también sufro cuando en este mismo verano vengan a
visitarme amigos de afuera y no pueda entrar en ningún bar sin que, a los 5
minutos alguien grite ostentosamente “me cago en mi p. madre”.
Pese a todo, viva Asturias.
Pepe
Morán Fernández, Dominico-ex.
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1 comentario:
Aunque no se debe generalizar, conviene decir que existe un determinado tipo de paisanos asturianos que tienen una fea costumbre en cuanto a su forma de hablar normalmente, pues, aunque ellos no lo perciban y probablemente lo hagan sin darse cuenta, cuando sueltan determinadas expresiones debieran pensar que están trasmitiendo y produciendo cierto rechazo y estupor entre las personas de su alrededor que les escuchan, debido a lo mal sonante que resultan algunas frases, tanto si son pronunciadas en lugares públicos como si son en privado.
Además, creo que es un defecto genuino de la región pues, podría decirse que resulta muy raro el escuchar estas feas muletillas en boca de nadie, en cualquier otro lugar de nuestro país fuera de Asturias.
Desafortunadamente, en cualquier tertulia de chigre o tasca asturiana ya resulta extraño no oír a cada dos por tres y a modo de “leimotiv”, por parte de algún botarate, frases como: “me cago en mi madre”. Incluso a veces, por si fuera poca la humillación hecha con lo dicho, la palabra madre también lleva antepuesto un adjetivo que comienza por pe, para engrandecer aún más si cabe lo dicho. Sintiéndolo mucho, debo decir que palabras tan desafortunadas como éstas, solamente pueden provenir de una persona mal educada y peor hablada.
Yo, andando por los diferentes y numerosos pueblos que he recorrido de la geografía nacional, diré que tuve infinidad de ocasiones en las que algunas personas, una vez que llegaba a tener cierto trato con ellas, en seguida se interesaban por saber mi lugar de procedencia y al decirles que era asturiano, siempre observé en los preguntantes un gesto de simpatía hacia esa procedencia. Era rara la ocasión en la cual no te dijeran: ¡hombre! asturianín ¡Buena gente los asturianos! Y continuaban diciendo: “tuve yo un amigo en la mili que era natural de: pongamos de Avilés, Gijón, Cagatseito, Curriellos…, o de cualquier otro lugar del Principado, que vaya simpático y alegre que era. Solamente tenía un defecto aquel hombre que le desmerecía mucho: que era muy mal hablado. Todavía tengo grabada en la memoria la frase que aquel mozo tenía en la punta de la lengua a cada momento para soltarla siempre que algo no le salía a su gusto: ´me cago en mi madre´ y a veces lo decía de forma más completa: ´me cago en mi puta madre´, y eso es una cosa muy fea y de muy mala educación que no se debe decir nunca. Los compañeros solíamos reprenderle para que no volviera a decirlo, y aunque él reconocía que tenía una fea costumbre, era inútil, al momento volvía a lo mismo. Y era una pena pues, si digo la verdad, era un gran amigo y buena persona”.
Así pues, yo digo lo mismo que dice Morán en su artículo que, cuando a los asturianos nos restriegan este defecto por los morros y con razón, nos duele. Y aunque ya sabemos que los que lo dicen lo hacen de forma inconsciente sin ánimo de ofender, pero yo pienso que deberían evitarlo pues, el que habla de esta forma, nada más soltar tales exabruptos, en ese mismo instante, ya se está etiquetando como lenguaraz y babayón.
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