jueves, 2 de agosto de 2012
SEBAS Y EL CORONEL
Cuando al Sebas (Sebastián Menéndez Álvarez) le comunicaron
en el Campamento Militar (CIR) que su destino era la capital de su provincia
natal, no muy lejos de su aldea, se lanzó como un poseso a la cabina de
teléfonos que había a la entrada del CIR. Tenía prisa en comunicar la noticia a
sus familiares. El infeliz pretendía que aquello era una noticia sorpresiva,
cuando le constaba que su padre había trajinado el asunto con mucha antelación,
acudiendo a un jefe militar amigo de la familia. O sea, que el destino estaba
cantado. A los tres días de esta revelación ya estaba el Sebas en el cuartel de
San Millán, donde consumaría el resto de la mili. A las 24 h un cabo le ordenó
presentarse al Capitán Noceda.
-“¡Hombre! De modo que tu eres el chaval de Constante.”
-“Sí, mi capitán.”
-“Ya sabes que tu padre es muy amigo de mi familia. Para
cualquier necesidad que tengas, acuérdate que me llamo Noceda, Capitán Noceda.
Y da muchos recuerdos a tu familia”.
La cosa militar, tan anunciada por el mocerío del pueblo
como una temporada en el infierno, no se presentaba mal. Y más, cuando a los
veinte días le anunciaron que el siguiente viernes, 27, dispondría de una
semana para irse a casa.
Aquella primera vuelta a casa, tenía todo el encanto dulzón
y tibio que significa el hogar para un chaval. Ya nunca se repetiría, siempre
será grato, pero no como la primera vez. Todo era entrañable, acogedor, cálido…
Todo era pequeño en contraposición al tamaño descomunal de las instalaciones
militares.
La abuela opinó que jamás había visto un soldado tan guapo.
Sebas había tenido una infancia y una adolescencia feliz.
Era el pequeño de tres hermanos, es decir, tenía dos hermanas poco mayores que
él. En aquella época el mundo era su pueblo. Sabía que existían otras cosas.
Por ejemplo había bajado varias veces a la capital del concejo donde existían
escaparates, farmacia, y un sargento de la Guardia Civil. Y
poco más que esto. Una vez, los amigos le llevaron a un bar donde un grupo de
mujeres mostraban ostentosamente sus carnes. Y no se enteró de nada. Una
hambrienta mulatona le metió para dentro, le maceró en un amasijo de carne y
sudor y le despidió sin que el infeliz se enterara de nada. Esto marcó el más
alto nivel de autogestión de la propia vida. Así de vulgar y así de pobre. Casi
siempre venimos a la vida sometidos a un plan previsto de ritos que hay que
pasar.
Un alboroto en la puerta le indicó que se le requería para
otro ritual inexorable: Una avanzadilla de mozos le solicitaba para reunirse con
ellos en el bar del pueblo. Allí sería sometido a un minucioso interrogatorio,
casi siempre el mismo. Salvo en casos excepcionales como era el de Sebas de
sobra conocido por su ingenuidad y su talante bonachón y confiado. En este
caso, se modificaba algo el guión. No por nada, sino para comprobar si la mili
había logrado espabilar a quien, a su juicio, tanto lo necesitaba. Conociendo
el caso, como yo le conocí, no descarto que hubiera una soterrada mala
intención. El Sebas era nieto del paisano de mejor posición social del pueblo y
esto, quieras que no, siempre está mal visto por los demás vecinos. El caso es
que se dejó conducir entre gran alboroto hacia el bar. Se reunieron unos
veinte, no todos mozos pero la mayoría.
Como estaba previsto, se comenzó por lo habitual, la comida,
las salidas, etc. para luego ir al tema que les interesaba.
-“Bueno, hombre, y qué. ¿Cuántos días traes?”
-“Una semana” – aclaró el Sebas - .
La reacción fue unánime.
-“¡Cómo que una semana!”.
Se inició una catarata de frases, todas referidas al mismo
tema: no podía ser. Una semana solo, no podía ser. No habría entendido bien.
Decimos una semana por decir algo. Los que ya habían hecho la mili aseguraban
que no era normal. Que si decían una semana, se daba por supuesto que era más.
Nadie recordaba de haber tenido un permiso de solo una semana. Vamos, que era
imposible. En cinco minutos le desmontaron al Sebas sus precarios conocimientos
de la vida castrense.
En un rincón del bar hacía solitarios Alfredo Castañón,
hombre de reconocido buen criterio en todos los temas que salieran a discusión.
-“¿Oíste esto, Fredo? Este dice que le dieron permiso en la
mili de una semana” – dijo uno - .
Fredo se sonrió y aclaró:
-“Ya, ya. Ya lo oí. Eso no puede ser así. Mínimo, dos
semanas. Fue así toda la vida”.
Los que entraban al bar y se enteraban del tema, todos (con
unanimidad sospechosa) coincidían en que era imposible lo de la semana.
De camino a casa le acompañó su amigo Aníbal que, como
otrora Bruto con César, le clavó el puñal de muerte.
-“Nada, está claro. Además, ¿cuántos sois en el cuartel?”,
preguntó.
El Sebas dudó un instante y luego se aventuró a dar una
cifra:
-“800 o… 1000”, dijo.
-“Bueno”, se rió Aníbal. “Además eso… Entre tantos se van a
dar cuenta de que faltas tú, Sebas. Mira, en el ejército es como en todas
partes. Si te ves en un apuro, pues con untar se acaba el problema”, dijo al
tiempo que frotaba su dedo pulgar con el índice de su mano derecha.
En resumidas cuentas, que se convenció de que en efecto todo
era un malentendido. Miró al calendario que colgaba en la cocina de su casa y
suspiró de gozo cuando vio dos filas de números negros, que eran realmente los
que tenía para disfrutar en casa.
A tal punto se auto convenció que llegó el día de
reintegrarse y ni se percató de que aquello se había acabado. Transcurrió el
fin de semana y el lunes bien de mañana se presentaron en su casa una pareja de
la Guardia Civil
acompañada del alcalde de barrio. Al Sebas tuvieron que sacarle de la cama.
Estaba detenido por prófugo. Le dieron diez minutos de cortesía para que se
arreglara y se fueron con él caleya adelante hacia Dios sabe qué terrible
destino. Cualquiera que haya vivido en los años 50-60 se puede imaginar lo que
significaba entonces que te detuvieran por prófugo. Para antes de comer, ya
estaba el Sebas entrando por la puerta del cuartel, flanqueado por dos policías
militares. El oficial de guardia, ordenó que le llevaran directamente al
despacho del Coronel. (En este punto de la narración debo condesar que yo, Pepe
Morán, fui amigo del antedicho coronel
con quien comenté la historia de Sebas con gran regocijo).
El coronel levantó la vista al percatarse de que alguien
solicitaba entrar.
-“Se presenta el soldado Sebastián Menén…”. No pudo
terminar. El coronel, que os juro que era hombre tranquilo y nada irascible,
pegó un salto y clamó:
-“Vaya, al fin ya te cogimos. ¿Dónde te metiste, so
cabrón?”.
-“En casa”. Contestó el Sebas tranquilo y sonriente.
-“Pero tú chaval, ¿eres tonto o te haces?, ¿se puede saber
qué te hace gracia?”.
-“No se ponga así, hombre”, dijo el Sebas dominando la
situación.
-“Me pongo como me sale… so bobo. Esto te va a costar muy
caro, te vas a acordar de esto”. El coronel se iba desquiciando ante la irónica
sonrisa del chaval.
-“¿Qué te hace gracia, borrico?”.
-“Bueno, mi coronel, déjelo en paz. Si hay que untar, se
unta”, dijo al tiempo que extraía un duro de aquellos de papel y lo depositaba
en la mesa del coronel.
-“¿Pero qué haces, so cabrón? Además esto. ¡Que me traigan
una pistola, que lo mato aquí mismo, que lo mato!”, gritó el coronel
enfurecido.
Las voces alertaron a los que andaban por el pasillo.
Enseguida se reunieron un grupo de oficiales que a duras penas lograron
tranquilizar a su jefe y quitarle la idea homicida de la cabeza.
Según él mismo me explicó más tarde, se acordó de que había
un precedente. Cuando el General Yagüe avanzaba a marchas forzadas camino del
Alcázar de Toledo para liberarlo, un comandante de su propio ejército volvió
las baterías contra sus propios soldados. Yagüe, ante la imposibilidad de
detener la marcha y organizar un juicio, ordenó fusilarlo provisionalmente y
continuó su avance. El comandante fue condenado a muerte una semana después de
fallecer fusilado.
Qué. ¿Que qué pasó con el Sebas? Nada. Su padre contactó con
cierto clérigo que convenció al coronel de que en realidad el chico era… un
poco… bueno, bastante… panoya.
Pepe
Morán Fernández. Dominico ex.
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2 comentarios:
Para los que tuvimos que hacer la mili, que somos creo que la mayoria, casos como el de Sebas, siepre los hubo. Creo que ya conté la historia de uno de un pueblo de Cangas que se incorporó al mismo tiempo que yo al CIR nº 7 del Ferral del Bernesga (León). El pobre hombre nunca habia salido del pueblo y andaba un mucho despistado. Creo que la única diferencia con el Sebas, aparte de ser bastante prudente con lo cual se ganó la confianza del Cabo Rabal, que bien conoce Victor Gión, debió ser que no tenía tan "buenos amigos".
Sí. Suponemos que "cierto clérigo" con el que contactó sería un dominico, cuyo nombre podría empezar por Jo y terminaría en sé, verdad? El padre... Ya conocíamos la anécdota de otra ocasión. O no era esta??? Bueno. Ya me armé el lio...
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