jueves, 23 de agosto de 2012
BIENVENIDO A CORIAS
Han transcurrido un montón de
años pero no creo que dentro de otros ochenta, Verástegui olvide el día que
llegó al monasterio de Corias. Estábamos un poco, bastante, muy hartos de que
todo el que era destinado a Corias viniera con el prejuicio de ir al fin del
mundo, de que fuera despidiéndose de la civilización durante años, de que
adquiriera con urgencia unas madreñas y una boina y que, sobre todo, no
olvidase proveerse de abundante ropa interior de felpa y de calzoncillos
marianos, aquellos que llegaban hasta los tobillos. Los que llevábamos allí dos
años fríos, pobres y felices nos sentíamos ofendidos.
Cuando terminábamos la carrera
el Prior Provincial se presentaba en Salamanca y nos preguntaba uno por uno
cuál era nuestro destino preferido, desde la selva del Amazonas hasta Roma.
Cuando llegó mi turno creyó que, como íntimo amigo de mi familia que era,
debería ofrecerme que escogiera mi destino y se empeñaba en enviarme a la
universidad de Lovaina a estudiar sociología. Me negué a aceptarlo y le dije que
solo iría a donde me enviasen y que no aceptaría excepción favorable alguna.
Decidió que fuese a la Virgen
del Camino. Llevaría en ese destino como un mes, cuando me escribió una carta
explicándome que ante la súbita muerte del Padre José Fernández, hermano del
Padre Jaime, me rogaba que me fuese un año a Corias. Fueron once, para mi
dicha. Acepté en el acto. Seis de mi mismo curso se iban a la selva del
Amazonas, o sea, como para quejarse de Corias. Al mes siguiente llegó Carmelo
que también se había negado a escoger un destino. Y al año siguiente, llegó
Lastra, que escogió Corias de manera tozuda porque allí estaban sus dos amigos
del alma: Carmelo y Morán. Pero vamos a lo de Verástegui. Nos comunicaron del
Convento de Oviedo que salía para Corias, a donde llegaría a las 10 de la noche
un tal Verástegui que iba asustado de lo que se encontraría. Fue la gota que
colmó el vaso. Era a últimos de septiembre. Sin alumnos. Y a Carmelo y a mi se
nos ocurrió prepararle un recibimiento acorde con sus prejuicios y su estado de
ánimo. Asique programamos lo siguiente:
-Primero. Todas las luces del convento deberían estar
apagadas a esa hora.
-Segundo.
Un chaval (José, el sobrino de La
Chata ) estaría sentado en el paredón frente a la parada del
Alsa.
-Tercero.
Ante semejante oscuridad no le quedaba otra opción que preguntarle al chaval
cuál era la puerta de entrada del enorme edificio que se dibujaba en la
oscuridad. El niño tenía orden de señalarle una enorme y arqueada oscuridad que
se veía en frente.
-Cuarto.
Así es que llegó él solo y sin saber dónde llamar.
-Quinto.
Al fin, acostumbrado a la oscuridad dio con aquella cadena que colgaba al
exterior de la puerta.
-Sexto.
Tardaron unos diez minutos en preguntarle desde dentro quién era y qué quería a
esas horas.
-Séptimo.
Al fin, un fraile disfrazado de astroso obrero oliendo a cucho y a grandes
voces le abrió y, al enterarse de que venía destinado a Corias le dijo que
seguro no había ningún fraile, que a esas horas todos andaban de juerga por
Cangas. No obstante se asomó a uno de los arcos del jardín y, a grandes voces,
clamó: “¿Hay por ahí algún fraile? Aquí hay uno que dice que vino ahora en el
Alsa y que viene destinado aquí.” Lo repitió, cada vez más estentóreo. Por fin,
una voz desde la lejanía contestó: “Bueno, que busque una habitación vacía”.
Todo esto en plena oscuridad. Recordaréis que al entrar al claustro había, a la
derecha, una noble escalera que llegaba hasta arriba pero muchos ignorarán que,
a la derecha, había una puerta pequeñita que conducía a otra escalera
cochambrosa y llena de trastos. El pretendido criado le llevó a esta segunda
escalera y subieron al primero tropezando aquí y allá, pues la única luz que
les alumbraba era el mechero del fraile que no daba llama pero sí la chispa del
encendido.
-Octavo.
Como estaba todo previsto, le llevó a una habitación vacía, solo con una cama y
una silla y, so pretexto de buscar a alguien, le dejó allí en la oscuridad unos
diez minutos.
-Noveno.
Cuando regresó le dijo que no había nadie en el Convento y le indicó que le
acompañase a cenar algo. A golpe de chispa de mechero llegaron al comedor… de
los criados. Dijo que iba a buscar algo de cenar. Se ausentó otros diez
minutos. La cena estaba ya preparada en una bandeja. Se la llevó y encendió una
vela. De una botella que contenía ¾ de vino y ¼ de vinagre le sirvió un vaso y
le preguntó: “¿Qué? ¿Buen vinillo, eh?”. Verástegui comió un pescado frito del
día anterior pero se negó a repetir de vino.
Vuelta a golpe de mechero, el
pretendido criado le dejó un rato en la oscuridad del segundo piso desde donde
se percibía gritos tales como: “Pero, coño, haber arrastrado con la sota”.
Volvió el criado y le dijo que le acompañara a la sala de recreación.
Cuando entraron vieron a cuatro
frailes sentados en cajas vacías de botellas alumbrados con una vela y con los
naipes en la mano. No recuerdo qué cuatro éramos pero sí que estábamos Carmelo,
el Padre José y yo. Carmelo y yo, que le recordábamos de Salamanca le saludamos
efusivamente y le ofrecimos otra caja vacía de botellas diciendo: “Ponte
cómodo”. Alguien dijo que había que celebrar la llegada de un fraile nuevo.
Fuimos en la oscuridad al primer piso y, al llegar a la puerta de la sala de
recreación verdadera, ¡Oh, milagro!, se encendieron todas las luces del
Convento. Entramos y encima de una mesa había botellas de champán, de vino, un
ramo de flores, pasteles en abundancia, frutas variadas, etc. Y un letrero que
decía: “BIENVENIDO A CORIAS”.
Pepe
Morán Fernández. Dominico ex.
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3 comentarios:
Sobre el Padre Verástegui (verástegui con uve, porque otros berástegui que conozco lo escriben con be) tengo un recuerdo de él muy positivo como persona tranquila, afable y muy tolerante. Todavía es el día de hoy que, cuando me viene a la mente cierto episodio estudiantil del que yo fui protagonista y en presencia de este buen navarro, me vuelvo a sonrojar solo con acordarme del hecho.
Fue una mañana de invierno durante la hora de estudio que teníamos los internos nada más levantarnos antes de ir a misa. Aunque todos recordamos, que a partir de sexto curso el asistir a misa los días de semana ya fue de forma voluntaria y el que no asistía a misa, permanecía en el estudio esa media hora de más.
Pues bien, estábamos los diez alumnos que formábamos la primera promoción de bachiller superior en un aula de las situadas en el lateral oeste del convento, es decir, del lado del Narcea. Y en aquellas horas invernales tan tempranas, como el ajuste de las ventanas no era muy estanco que digamos, el río mandaba un biruje que afeitaba. Además, al ser solamente diez chavales, aunque el aula no fuese muy grande, al ser tan pocos, daba la sensación de que estábamos excesivamente holgados y la sensación de frío era mayor aún, si cabe.
Pues aquel día de crudo invierno, que hacía un frío que pelaba en Corias para no variar, teníamos al padre Verástegui vigilando las aulas durante esta temprana hora de estudio y este buen hombre en vez de permanecer sentado todo el rato, de vez en cuando salía a pasear al pasillo mientra leía el breviario. Con aquellas gélidas temperaturas tan penetrantes yo debía de tener la barriga un poco “resfriada” y en una de éstas me comenzaron a “ruxir” las tripas con el consiguiente apretón y pensando que el vigilante estaba fuera del aula, intenté darle suelta de forma controlada y suave a aquel “vendaval” que se me avecinaba y que insistía en liberarse como fuera de aquella claustrofobia atmosférica a la que estaba sometido, pero en uno de esos intentos de control regulador se me fue un poco la apertura de la espita y se me escapó un sonoro pedo. En ese momento me da un codazo el compañero de al lado y me dice por lo bajo: ¿pero qué haces?, estás loco, no ves que está ahí el fraile. En ese momento, elevo la vista hacía el encerado y veo al bueno de Verástegui, sentado en el estrado sin levantar la vista de sus rezos, y como si allí no hubiera pasado nada. En aquel instante si me pinchan creo que no hubiera soltado ni gota de sangre. Yo no sabía donde meterme y el resto de los compañeros por el estilo. Tal que, continuamos el tiempo de estudio en un silencio casi absoluto y al salir los mismos compañeros no solo me instaron, sino que me obligaron a que fuera a pedirle disculpas al bueno del fraile. Tal que, ni lo dudé un instante y tuve que hacer de tripas corazón para acercarme a su celda. Cuando llamé a la puerta salió al momento y me dijo como si no hubiera pasado nada: ¡hombre Galán! ¿que te trae por aquí? Yo después de carraspear un tanto pude con cierta dificultad articular lo siguiente: mire padre vengo a disculparme por el “ruido“ de antes. Tenga en cuenta que se me ha escapado, no piense que ha sido por falta de respeto hacia usted, ni cosa por el estilo; es que tengo el vientre un tanto revuelto y no me pude controlar. En ese momento el bueno de Verástegui viendo lo apurado y colorado que yo estaba, no le dio importancia alguna a lo sucedido y me dijo sonriéndose: tú tranquilo, que eso le pasa al más pintado. Además, como los de esta zona tenéis cierta debilidad por las “tracas “, esto que te ha pasado a ti se puede comprender fácilmente. Hala, vete tranquilo, que aquí no ha pasado nada y no te preocupes. Pero eso sí, procura abrigarte y no coger más frío pues como esto vaya en aumento, tendremos que llevarte a Urlé (el médico) para que te coloque una sordina en semejante parte.
No me podía imaginar que tan rectos dominicos, pudieran hacerle pasar una novatada de tal calibre a un pobre compañero. A saber lo que pasaría por la mente de este hombre en esos momentos. Seguro que pensaba, que igual por el Amazonas estaría mejor.
Vaya tres piezas. Menos mal que luego se hizo la luz y el pobre dominico pudo respirar.
La anécdota de Galán es de lo mas simpática, aunque en ese momento a él no se lo pareciera. La reacción de Verástegui fue genial. Muy gracioso lo de la sordina en semejante parte.
No quiero pensar qué ocurriría si a los veteranos se nos ocurriera hacer semejante recibimiento a un recluta.
Por mucho menos le daban a uno permiso indefinido y con una notina para los padres.
El "festus pestilentus", en situaciones de agrupación amistosa, era bastante frecuente. Es posible que la alimentación fuera muy propensa a la fermentación interna y era un precario sistema de calefacción gratis aunque bastante sonora y que pasaba poco desapercibida
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