viernes, 10 de diciembre de 2010
ACTIVIDADES EXTRAESCOLARES
Ya he comentado en otras ocasiones que, durante los siete cursos que estuve interno en nuestro recordado colegio, no solamente se me ha ilustrado en los temas propios del bachillerato laboral; sino que, de vez en cuando, también era reclamado para ayudar en la realización de ciertas tareas extraescolares, no muy didácticas que digamos, pero al fin y al cabo, domésticas, y muy prácticas para la vida diaria, tales como: ayudar a la matanza de los cerdos (en Navarra dicen cutos, en Cantabria chones, en Castilla marranos y, en Cangas: gochos), cortar patatas para la siembra (plantación), tronzar troncos para leña, atropar yerba, apañar castañas, etc. Pero el broche de oro se lo llevó cuando fui reclamado como acompañante de Matías, que era el capataz agrícola al cargo de los temas del ganado en el convento, para hacer de “celestino” y llevar una hermosa cerda reproductora, que estaba en celo, al borrón (berraco) a Cangas a casa de Secundino, el hermano del padre Basilio, que tenía una granja estupenda en la zona de Santa Catalina, y contaba con un semental porcino, digno de volver locas a todas las cerdas del concejo, con su robustez y hermosura.
Recuerdo que la limusina nupcial utilizada para el traslado de la cerda, desde Corias hasta donde estaba el novio, era un Isocarro, una especie de moto-triciclo con caja, en el cual el conductor iba en su puesto de adelante y detrás en la caja compartíamos el reducido espacio: la enorme cerda, Matías que era el maestro de ceremonias y un servidor que haría de padrino y de testigo. Como el vehículo iba bastante cargado la velocidad de desplazamiento no era muy alta que digamos, con lo cual, la exposición de la chancha con sus acompañantes, fue bien vista por medio Cangas y casi aplaudidos desde Corias hasta Santa Catalina. Al ir tan despacio aquel cacharro a su paso por la villa, todo el personal que nos reconocía nos decía cosas, pero no exentas de cierto cachondeo y mofa; la verdad que el viaje fue como para echarse al suelo de las risas ¡Lástima de filmación!
Pasado el tiempo, un día en Madrid en la calle Fuencarral me encuentro con el amigo Matías en una gran cafetería. Nada más saludarnos se le vino a la memoria el viaje de marras. ¡Qué gracia le habría hecho al tío el episodio de la cerda en su día!, que transcurridos del orden de treinta años entonces, nada más vernos fue lo primero que se le vino a la memoria.
Charlamos un gran rato y nos reímos bastante recordando el viaje de luna de miel de la cerda. Me decía Matías: oye, ¿qué le gritabas tú a la gocha cuando se nos quería tirar por el ribazo de la granja? Y yo que lo recordaba muy bien se lo repetía: ¡gusssssssssssss! El amigo se tronchaba de risa rememorando el agitado y cómico paseo nupcial.
Aquel recorrido en motocarro resultó muy divertido; pero lo peor fue al bajar la cerda del aparato que, para poder encaminarla hacia donde estaba el novio nos las vimos y nos las deseamos. El animal con una tozudez férrea se iba en dirección totalmente al contrario de la que tenía que tomar y, cada vez estaba más empeñada en avanzar hacia una zona mucho más baja, que estaba separada por un gran escalón oculto por una sebe de matorral y zarzas. Tal que, si lograba avanzar hacia donde se proponía, seguro que se hubiera desgraciado aquel tremendo animal al caer por el precipicio de más de tres metros de altura.
Como la operación en sí, ya presentaba ciertas dificultades de antemano, por eso se solicitó la presencia de un acompañante para ayudar a Matías con el fin de que la cerda llegara a su destino, sana y salva, en condiciones de ser cortejada. Esa era nuestra responsabilidad pues, de pasarle algo, estábamos apañados. La cerda aparte del gran dinero que valía, su principal cometido era exclusivamente, proporcionar numerosas crías para su posterior engorde y abastecimiento de carne porcina a los cientos de comensales que tenía el internado del colegio.
Tanto Matías como yo, al ver que el animal se nos iba por mal camino, nos asustamos tanto que yo la agarré por el rabo y comencé a tirar con tal fuerza de él hacia atrás, que bien pensé que se lo arrancaba. Mientras intentaba retenerla como fuera, Matías le golpeaba el hocico con una vara larga sin miramiento, pero la terca gocha cada vez más avanzaba hacia el peligro y ya estaba a punto de caerse por el desnivel. Yo para disuadirla del empeño le gritaba con todas mis fuerzas, ¡gussssssss, gussssssss! A ver si retrocedía, pero ni hablar, todo lo contrario. Aquello era desesperante pues, no había forma humana de pararla: ni a palos ni a voces. A todo esto, Matías se doblaba de risa, le entraba la flojera, y no era capaz ni de tornarla.
Yo dentro del susto que tenía, viendo que se nos iba de las manos, y que los varazos no surtían efecto, volvía a decir repetidamente: ¡gusssssssssssss, gusssssssssssss! Hubo cierto momento que bien creíamos que se nos escapaba. Por suerte, al final, a base de darle con el palo en el hocico y de mis amenazas fonéticas logramos que la cerda desistiera de su terquedad y pudimos dejarla sana y salva, aunque con algún moretón en la cara, en la "suite nupcial". Nada más abrir la puerta del “curriecho”, allí estaba el fornido y tranquilo pretendiente esperando el encuentro, el cual, nada más verla, se puso muy contento al ver la robustez y tamaño de la novia. El admirador no paraba de festejar la presencia de la visitante y lo hacía emitiendo repetidamente, un ronroneo de alegría que bien podría traducirse como: cof, cof. Seguro que querría decir ¡Vaya hembras que hay en Corias!
Afortunadamente, para el regreso de la cerda al convento ya no fueron requeridos mis servicios. Al final de todo, el azaroso viaje de ida, mereció bien la pena pues, de aquel fructífero encuentro vinieron al mundo una camada de al menos, diez sonrosados y tiernos lechones.
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8 comentarios:
Amigo Benjamín, me temo que la primera parte de la historia que narras te la has perdido.
Como podrás comprobar por la foto que te envío, el borrón ya había tenido el día anterior una sonada "despedida de soltero". Y digo lo de sonada porque en el paseo que ilustra la foto, va acompañado por una buena parte de los músicos de la Banda Municipal de Cangas.
Recuerdo a Matias,como capataz,juraría que procedía de la granja de Luces,Villaviciosa,donde se había formado.Pero antes,cumpliendo las veces de capataz o encargado de los obreros estaba un señor,alto,rubio...podría llamarse Daniel?.Esta claro en tú articulo que fuiste a " llevar la gocha al gochu,pa que quedase preña" y que el convento se beneficiase de su descendencia.Pero recuerda que entrando por el patio habia tres comedores,el primero el de los frailes, acontinuación el nuestro y a la darecha el "pequeñin" de los obreros.Los "gochos" no quedarian en el primer comedor,yo carne de cerdo no vi mucha.Un recuerdo especial para los obreros,recuerdo de servir el comedor de los alumnos,el desayuno,y luego desayunar con ellos.Daba gusto abundaba el cafe y sobre todo el "Tulipan".
Miguel-Angel
Aclaración,es evidente que me refiero a las partes comestibles del cerdo,que nadie piense mal...por favor.
Miguel-Angel
Sí es probable que Matías viniese de la granja de Luces. Aunque él es natural de Trascastro, pueblo del concejo de Cangas situado en las estribaciones norte del puerto Leitariegos. De este pueblo también era Tino, que hoy es un afamado y prestigioso médico en el hospital de paraplégicos de Toledo y el hermano de éste, que es una autoridad eclesiástica de alto rango. El señor alto y rubio que dices hacía un poco de encargado entre los criados, se llamaba Gabino y era de Corias.
Carne de cerdo sí comíamos como dos veces en semana; pero casi siempre, como aderezo principal, o tropiezos, de las legumbres.
Concretamente el hermano de nuestro compañero Tino Rodríguez, Atilano Rodríguez, es en la actualidad el obispo de Ciudad Rodrigo (Salamanca). De Trascastro también es natural el fundador de la empresa Reny Picot. Está claro que este pequeño pueblo es pródigo en personas destacadas intelectualmente.
Bueno veo que estos dias escribisteis mucho y de varios temas me hizo gracia esto de la gocha porque fijate eso de borron ya pasa a segundo termino porque un dia en un puebloo de Pola vi como inseminaban a una colega de la subsodicha y ni se movio con una suavidad le introdujeron aquel aparato que se quedo tan pancha ni se movio.Como dice el dicho las ciencias avanzan que es una barbaridad.Saludos a todos de nuevo que yo no pase un puente fue un acueducto.Maria
Nuestra amiga “María” ha dicho que hemos escrito mucho durante su larga ausencia motivada por el “puente”. Claro, al estar en casa recogidos durante tantos días, mientras “otras” estaban tocando el tole como dicen los argentinos, por ahí, algo había que inventarse para pasar el tiempo de la forma más placentera que a uno se le ocurra y, lo mejor en estos casos, es recordar los pasajes de la vida que hayan resultado agradables o, que al menos, tuvieran algo de gracia para plasmarlos sobre el papel. Y eso es lo que han hecho los colaboradores del blog.
En cuanto al comentario sobre la cerda de Pola que dices se mantuvo muy quieta hasta ver, mientras le trasteaban las partes bajas para inseminarla, yo creo que hizo lo que debía. Para qué alborotarse antes de tiempo. No merece la pena. La gocha, con perdón, ha hecho lo mismo que la señora que llega ante el juez y declara que le habían robado el billetero en el Metro y el juez le pregunta que, dónde lo llevaba usted. Ella responde que en el hueco de entre los pechos, a lo cual el juez muy extrañado le dice: y usted no notaba que le estaban metiendo mano en sus partes íntimas. La señora le responde: sí, claro que lo noté, pero creía que el ladrón lo hacía con buenas intenciones. La cerda, en este caso fue más lista y, rápidamente, se dio cuenta que el señor veterinario inseminador, era una persona formal, de fiar, y no un rijoso cualquiera.
Nada de veterinario era una moza del pueblo, hoy el mmundo rural sobre todo las mujeres van a todos los sitios donde aprenden y usan todas las nuevas tecnologias.Si los antiguos levantaran la cabeza.Saludos Maria
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