CRÓNICA DE UN VIAJE POR FRANCIA. ETAPA 4

4ª ETAPA.-POR LA COSTA DEL DESEMBARCO (DE OMAHA A HONFLEUR)

 Una espesa capa gris, en consonancia con los recuerdos que trae la zona a visitar, cubre el cielo de Normandía a primera hora de la mañana camino a los escenarios del Desembarco. Los siete kilómetros de la Playa de Omaha se encuentran casi desiertos. El silencio, mitigado por el murmullo lejano de las olas, es atronador. Poco después alguien aparece por la playa entrenando una pareja de trotones y unos jubilados con chándal inician su caminata antes que los turistas de un autobús se detengan a contemplar el monumento que recuerda aquella hazaña bélica.

Sobre el terreno real y lejos de las pantallas de cine, sobrecoge imaginar el desembarco. Miles de hombres corriendo por aquel enorme arenal buscando un imposible refugio, salvo las barcazas, para cubrirse del fuego de los alemanes apostados en las verdes dunas que cierran esta playa. En los pequeños altos, donde los alemanes tenían emplazadas sus defensas, se levantan hoy algunas casas de veraneo. A  lo largo de toda la costa se conservan emplazamientos con armamento en aparente perfecto estado de revista. Carros de combate, barcazas, todo tipo de blindados y armamento se encuentra por la zona, en pequeños museos o al aire libre, erigidos en monumentos, testigos mudos, de lo allí ocurrido.

Muy cerca, en una loma de Colleville-sur Mer, se encuentra el Cementerio Militar Estadounidense. En él están enterrados cerca de diez mil soldados; un número superior de restos fueron trasladados a Estados Unidos Este es solo uno de los cementerios que acoge a los muertos en el desembarco; por la zona también se encuentran cementerios ingleses,  canadienses, incluso de alemanes, donde reposan decenas de miles de cuerpos.

Al estadounidense se llega por una carretera muy cuidada que desemboca en un amplio aparcamiento. El Centro de Visitantes, al que se accede tras pasar un control de marines con detector de metales, dispone de varias salas donde se proyectan documentales con imágenes de algunos de los caídos ejerciendo su profesión anterior a la de militar, hablando con su mujer o novia, jugando con sus hijos etc., y. también episodios rodados durante el desembarco. En unas vitrinas están expuestos enseres que entonces portaban los soldados, desde cantimploras o palas de zapador hasta paquetes de Chéster y cajas de cerillas. Si impresiona el acercamiento a aquella realidad, la impresión va en aumento al atravesar una sala blanca, desnuda, donde una voz desgrana ininterrumpidamente los nombres de quienes dejaron la vida en la batalla.

El exterior es un inmenso prado mirando al mar, perfectamente cuidado, con árboles y setos milimétricamente podados, donde se alinean las miles de cruces blancas, también estrellas de David. La perfección, un tanto artificial, de todo el entorno aleja un poco la percepción de la tragedia.

No hace mucho, en las páginas del blog, Francos reflexionaba sobre la relación, y sensaciones, de los humanos hacia estos lugares.

Avanzando hacia el Este la carretera bordea acantilados. En ellos desembarcaron las tropas inglesas, canadienses y de la Resistencia francesa. En Arromanches un mirador permite contemplar gran parte  del escenario del desembarco.

Dejando atrás los lugares marcados por aquellos cruentos días de junio de 1944, el cielo se torna azul y la carretera  paralela al mar atraviesa pequeños pueblos, cada uno con su preciosa iglesia románica, en ocasiones es una abadía gótica la que se yergue sobre el pueblo, y muchos setos de flores. Se dejan atrás magníficas granjas aisladas que ofrecen alojamiento y la venta de productos cultivados o elaborados en la granja, frutas, hortalizas, sidra, calvados etc. etc. Algunas de las casas aún lucen un grueso y cuidado techo de paja. Recuerdan construcciones de los Ancares, Somiedo, y, aunque ya casi no quedan, Brañas en Leitariegos, si bien aquí lo que techan son auténticas mansiones.

Este recorrido se interrumpe al llegar a Ouistrehan, duro competidor de Cancale en cuanto a la cantidad y calidad de las ostras, y punto de partida de frecuentes ferrys a Inglaterra. La desembocadura del Orne obliga a tomar dirección Caen en busca del primer puente para retomar la dirección Deauville-Trouville. Estas dos ciudades tan distintas como iguales están unidas por un puente.

Deauville es más pretenciosa, más famosa y más cara. Trouville es más antigua, más popular, y además cultiva unos mejillones, pequeños, exquisitos. Los mejillones con patatas fritas (moules- frites) - se nota que Bélgica no está lejos- los preparan abundantes y estupendos en Les Mouettes. Es una opción estupenda para comer bien por poco dinero. No hace mucho, un famoso cocinero español con muchas estrellas Michelín decía en una entrevista: “Si los huevos fuesen tan escasos como el caviar, su precio doblaría al de este”. Algo parecido podría decirse de estos humildes mejillones y de las aún más humildes patatas.

Continuando la carretera, a lo lejos asoman las enormes grúas y chimeneas humeantes de Le Havre ya cerrando la bahía. No es destino del viaje, pero acuden a la memoria imágenes de esa película, bastante reciente, rodada en sus calles y que lleva por título su nombre, un bello monumento a la solidaridad.

El destino de hoy es Honfleur, posiblemente el pueblo más bonito de toda Normandía. Situado estratégicamente donde el Sena fluye al mar, se mantiene casi intacto como antiguo puerto pesquero, también, en época anterior, refugio de aventureros exploradores y piratas. Las casas del puerto viejo, altas y estrechas,  recuerdan a Brujas, Ámsterdam y otras ciudades del norte de Europa. Están recubiertas, fachadas y tejados, de pizarra, creando un fuerte contraste entre ese gris oscuro casi negro y el colorido del enjambre de barcos atracados en el puerto. Bajo las casas, a lo largo del muelle, bulliciosas terrazas invitan a sentarse, contemplar y deleitar el paladar con algún producto de la zona.

Por las calles de Honfleur se encuentran edificios interesantes. En la plaza de Ste. Catherine se levantan iglesia y campanario, ambos construidos por separado y cuya distribución, no la arquitectura ni materiales empleados, recuerda un poco a Pisa, Parma y otras construcciones religiosas italianas que acostumbraban a edificarlas por separado. La iglesia, cuyo techo de bóveda se asemeja al casco de un barco al revés sostenido por gruesos y enormes troncos que hacen de  pilares, y el campanario han sido construidos enteramente de madera recubierta de pizarra, lo que les confiriere un aspecto pintoresco y llamativo.

Numerosas tiendas ofrecen a la venta artesanías y variados y ricos manjares de la tierra.  

Ulpiano Rodríguez Calvo