domingo, 11 de noviembre de 2012
EL TORDÍN
La vida de Aquilino no se diferenciaba en nada de la de
tantos aldeanos que dedicaron su vida al campo en una economía de mera
subsistencia. Sus vacas, los cerdos, sus gallinas y El Tordín. Este último era
su gran cooperante, su gran ayuda, casi su compañero del alma. Se trataba de un
burrín de mediada alzada, de color gris-negro, manso, sufrido, omnívoro y casi
tan inteligente como Rigoleto, pero no tan poético como Platero que, en fin de
cuentas, fue un vago y un cursi toda su vida. Mira que andar por ahí oliendo
las florecitas… El Tordín llevaba en casa unos tres años, de lo que se deduce
que todavía le esperaba un largo curriculum en aquella casa y el cariño de la
familia de la que ya formaba parte. Nunca tuvo una mala actitud, nunca se
plantó, cosa rara en un burro, y dejó de hacer aquello que se le pedía. Un
santo, un verdadero santo.
Todo auguraba que ambos amigos caminaran juntos hacia la
respectiva ancianidad. Había también un perro mezcla de pastora alemán y vete a
saber qué padre. Formaba con Aquilino y El Tordín un trío inseparable. Solo se
separaban a la hora de comer y de dormir. Y, a esta hora también El Tordín y el
perro dormían cuerpo contra cuerpo en la cuadra. No es que yo trate de pintar
una estampa bucólica de aquel grupo. En fin de cuentas esto era lo habitual en
las aldeas que yo conocí en mi niñez. Uno de mis numerosos tíos tenía un perro
que cada tarde, a las siete y diez, se presentaba en la estación a recibir a mi
tío Celso, que venía en el tren de trabajar en la Hullera. De casa a la
estación hay unos dos kilómetros que el chucho tenía cronometrados al segundo y
jamás faltaba a su cita vespertina con mi tío.
Estas amistades solo suelen darse entre caballos, burros,
perros y personas. Jamás hay, ni hubo, ni habrá una amistad con un gato. El
gato no quiere al dueño, quiere la casa, el confort hogareño, el lugar junto al
fuego y, pagado de su belleza, cree que bastante favor nos hace con su
presencia en casa. Incluso cuando busca el regazo de alguien, no busca el
afecto que se derivaría del contacto tan íntimo.
Cuando los veis como dormidos en el alféizar de una ventana,
no creáis que duermen, están soñando novelerías de la época en que sus
antepasados eran tigres.
¡Dios mío! Ya estoy divagando… Íbamos a lo de Aquilino y El
Tordín. El paisano, con 60 años, llevaba una vida casi tan feliz como el burro.
Unos días bien y otros días mal. Pero así es la vida.
Aquilino tenía una hija de enfermera en Gijón y la moza
quería casarse. Esto motivó que su padre, ante la necesidad de echar una mano
decidiera vender un “prau” muy bueno para ayudar con unas perras. El “prau”
tenía una mata anexa, una mata de castaño que el paisano decidió vender por
separado del “prau” porque sabía que era mejor venta. Él mismo se comprometió a
vender la mata con la madera puesta ya en la carretera, lo cual le reportaba
una mayor ganancia. En ello estaban él y dos obreros, cuando ocurrió la
desgracia. Una rolla se desequilibró del conjunto e inició una marcha cuesta
abajo que atropelló a Aquilino dándole un golpe terrible en donde las espaldas
pierden su casto nombre. Ahí empezó el calvario. Pero Don Ramón, el médico
–pero quizás le conocisteis. Fue el mismo médico que en cierta ocasión iba por
la calle con la bragueta abierta de arriba abajo y un convecino le advirtió: “Don
Ramón, va escapásei el páxaru”. El médico, impasible contestó: “Nunca irá muy
lejos, deja aquí los huevos”.- Pues decía que Don Ramón fue el primero que se
percató de la gravedad del caso y fue quien aconsejó que fuesen a Oviedo a la
consulta de Don Paquito. Era este un señor bajito y que por lo que yo recuerdo,
era considerado en toda Asturias como un hombre sumamente competente. Hablamos
de los años 50 y 60. A Oviedo fueron con Aquilino en un taxi ya que el pobre
había quedado medio baldado. Tras las pertinentes pruebas radiológicas, Don
Paquito emitió un diagnóstico muy pesimista y un pronóstico más pesimista aún.
Si hoy es muy complicada la cirugía de espalda, imaginaros en aquella época.
Aquilino estaba sentenciado a una incapacidad laboral. La mayoría de las faenas
del campo le estaban prohibidas.
El trastorno que generó en el hogar, al no quedar ningún
varón para tomar el relevo del paisano. Todo cambió y todo hubo de ser
acomodado a la nueva situación. Las consecuencias alcanzaron al mismísimo Tordín.
Con ese sentido práctico de los labriegos que, a veces parece crueldad,
Aquilino pensó que no tenía mucho sentido mantener al pollino que así, de
repente, iba al paro. Al buen paisano, en el fondo, le partía el alma el tener
que desprenderse de tan buen amigo, pero la vida no estaba para
sentimentalismos.
Fue una decisión muy dura. Pero lo aceptó y tomó la
determinación de llevarlo al mercado de ganado a celebrar en Cabañaquinta el
sábado.
Con la típica astucia aldeana merodeó bien de mañana por el
recinto ferial, intentando sondear el mercado asnal. Tanteó, preguntó y llegó a
la convicción de que el precio de el Tordín podría andar por las mil pesetas.
Se apostó cerca de el Tordín con el alma rota solo pensando
en la posible separación de tan fiel amigo. Por naturaleza desconfiado, todos
los aldeano llevan en sus genes esta particular desconfianza, quizá producto de
generaciones de ser víctimas de engaños. Desde la climatología a la política
todo se aúna para hacer perder la confianza del aldeano en cuanto le rodea.
Así que se percató de que un grupo de mozalbetes le
observaba y cuchicheaban entre sí riéndose. Aquilino conocía a uno de ellos, de
la aldea próxima a la suya. Tal que se acercaron Aquilino no tuvo duda de que
su intención no era sana. Precisamente el conocido de Aquilino fue el que le
abordó, supuestamente interesado en el pollino. Hizo que lo examinaba, antes de
emitir una oferta. Aquilino se percató de que aquello iba de mofa y aguantó el
tirón impasible.
-“¿Qué paisano? ¿Como cuánto pide por esti burracu?”.
Aquilino siguió imperturbable y contestó:
-“Van a ser muchas perras pa ti”.
El joven se encrespó ante tal estocada y dio un paso en
falso:
-“Pues yo ofrezco-i 50 pesetes na más”.
El paisano sin perder la compostura, sin un mínimo detalle
de irritación le devolvió el golpe:
-“Rapaz, conozco bien a tu padre y paezme a mi que nun va
querer a dos iguales en casa”.
Pepe
Morán, dominico ex.
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5 comentarios:
Coincido en casi todo con el Morán, salvo en lo de los gatos y la amistad.
Cuando mi familia vivía en Quirós, teníamos en casa una perrina ratonera de nombre "Lista" y un gatín roxu, al que dicho sea de paso a mi no me hacía ninguna gracia porque siempre que lo cogia, y al contrario que amis hermanos, me arañaba, con la cual de vez en cuando me dedicaba a gastarle alguna "judiada" como lanzarlo desde la segunda planta de la casa para hacer "santos" cuando nevaba. Seguramente que por eso de el huevo y la gallina. Ambos se llevaban estupendamente bien, sin estorbarse en sus compartimentos respectivos.
El gatu al que llamábamos Juan, salía de casa todos los dias y se encaminaba hacia Casa Ginés, en Santa Marina, chigre donde mi padre iba a echar la partida y allí esperaba hasta que el jefe volvía a casa. Lo mismo que el perru del tiu Celso.
Estimado Moran : A D. Ramòn, de apellido Mendoza. Si le conocí y compartí mesa y mantel en más de una ocasión, era de buen comer y beber. Si ves a su hijo Ramonin (Mèdico) con sus perros le das recuerdos. Quizá por el nombre no se de cuenta, ,le dices que del visitador Mèdico de Turòn. El del Aldactone. Un abrazo.
El Tordín, el pobre animal, fue fiel y noble durante muchos años para con su desleal amo que no fue merecedor de ello, por ser poco condescendiente con él y con su buen comportamiento. Si esta noble bestia hubiera tomado el compromiso con menos rigor y hubiera hecho como el Rifón de “Jesusín” que, aparte de cumplir con su obligación, también procuraba “reírse” todo lo que podía en cuanto tenía oportunidad. Cuánto más le hubiera valido. Al final, los agradecimientos recibidos por parte de sus dueños por la fidelidad, buen comportamiento y servicios prestados, iban a ser los mismos; es decir: ninguno. Sin embargo, las risas que se echó el Rifón durante toda su vida laboral, nadie se las puede usurpar. Y como dice el refrán: “que le quiten lo bailao”. Está claro que el ser obediente, fiel y generoso, aunque sea con quien le da a uno de comer, ya no se lleva. Sino, que se lo pregunten al Tordín. Toda la vida trabajando de sol a sol, sin la mínima protesta y de buenas a primeras le envían al paro y a la p… rue. Eso es lo mismo que hacen hoy día los gobernantes con los sufridos ciudadanos y la mayoría de los grandes empresarios con sus fieles y antiguos trabajadores. ¡Cómo para que no haya indignados! ¡Teníamos que estarlo todos; pero las veinticuatro horas del día!
Morán,tus singulares comentarios son tan divertidos que me paso un buen rato riéndome,sacas unos nombres...Aquilino,el Tordín...bueno que nos entretienes mucho y de eso se trata,eres un gran sentimental y se te nota en cada recuerdo comentario que haces y creo que eso está muy bién,un abrazo.
Animado andaba de escribir una parodia, no ya de las novelas de caballería que alguien se me adelantó; tampoco acerca del azote de Los Miserables –fácilmente se pudieran incrementar las 1.387 páginas a tenor de los que hay hoy-, cuando en esto aparece El Tordín, cuyo autor eleva a los altares, y que, los que tenemos la fortuna de conocer este rincón –a veces tan entrañable, tan culto otras- que es el blog –bien templado y no sé cuantos participios pasado más, por Galán-, gozamos.
Bien merece gratitud eterna el caballero, -no de triste figura en este caso, sino de permanente magisterio- autor de este sorbete que, con sutil paradigma deja la vanidad para otros que no tienen otra cosa que exhibir. Tan exquisito , tan lúcido que es como si aquel Tranvía llamado Deseo, inmovilizado en el jardín de Nueva Orleans, se pusiera en marcha.
Lo he leído dos veces, la segunda con el corazón y varias más a amigos y familia. No es que tenga yo un gusto especial, ¡pues a todos les cautivó!
¡ Gracias por el sorbete! Salud
Gera
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