sábado, 12 de enero de 2013
LAS DIEZ Y VEINTE
En
este peculiar relato (que lo es y no lo es), el autor practica el minoritario y
saludable deporte mental de reirse de sí mismo.
Fue publicado en el libro "ANTOLOGÍA, 2010
(Taller de la Poesía y del Relato)" un año después por la Editora
Regional, AEEX (Asociación de Escritores Extremeños) y AUPEX (Asociación de
Universidades Populares de Extremadura) conjuntamente.
De él el autor ha hecho tres versiones. La que
aparece publicada (que la escribió a prisa y corriendo en contra de su habitual
hacer, pues se la demandaban), otra con correcciones y modificaciones que
llegó tarde a la imprenta y no pudo ser recogida, y una tercera, con pinceladas
eróticas, que forma parte de otro proyecto editorial.
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Autor: jrFRANCOS
Era un tipo delgado. Alto. Con sombrero y
coleta. Sus numerosos hijos nunca le habían visto los ojos, pues pareciera que
naciese con gafas de sol. Siempre las tuvo ahí, como una máscara que ocultase
su a veces doble vida. Se llamaba Francisco, después venía un apellido vulgar
(un López, un Rodríguez, un Fernández…, no sé), un apellido de esos que abundan
tanto que no tienen escudo heráldico porque los canteros no daban abasto a
tallarlos, tal era la demanda… Y de segundo, ahí, sí, ahí nuestro personaje
sacaba pecho porque siendo estudiante en Madrid, cogió una vez la guía telefónica y comprobó que
entre los casi dos millones de nombres que venían en aquel mamotreto, sólo ocho
llevaban el suyo. Bueno, bien, vale, ¿y qué
apellido es ese? Pues nuestro tipo delgado, alto, con sombrero y coleta, y
gafas de sol a todas horas se llama, al completo, Francisco (López, Rodríguez,
Fernández…, no sé) Francés, de este último sí que estoy seguro, pues me contó que
procedía de la Francia medieval, quienes
en su peregrinar a Santiago algunos se habían establecido en su lugar de
nacencia. Ocurre, sin embargo, que atraído por unas carretas… ¿Unas carretas?...
No me interrumpas, hombre, por favor, ¿es
que nunca has oído eso de que “pueden más dos tetas que dos carretas”. Ah, ya,
comprendo. Pues decía, que atraído por una mujer se vino al Sur, donde sus
gentes, sedientas de letras, por años de
incultura, y faltos de dicción -comiéndose las finales consonánticas-, le llamaban Francé, no faltando nostálgicos que
en cuanto oían el “franc…” de Francés
entendían Franco, Caudillo, lo que le irritaba. Por eso él,
cuando le peguntaban por su nombre,
decía siempre: FRANCISCO ( en voz alta), bajando acto seguido el tono para
pronunciar, como avergonzado, el López,
el Rodríguez o el Fernández…, no sé, para levantarlo de nuevo y rematar
con el motivo de su orgullo: FRANCÉS, añadiendo esta coletilla: “terminado en ese, ¿eh?”.
Para
continuar con la presentación de nuestro protagonista, diremos que era un
bohemio venido a menos por la llamada de
la burguesía, lo que intentaba compensar en ocasiones con gestos antisistema. Ecologista convencido pero sin
cogérsela con papel de fumar. Tenía algo de aventurero y pequeñas aventuras
corría en su caminar por el filo de la navaja, abrazando en ocasiones el pecado
y la canalla “para ahuyentar los
´coruchxos´ de la vida”, según confesó en cierta ocasión a un amigo para que no
le entendiese; más claro estuvo cuando para justificar un lío en que se metió,
fruto de su modo de vida, tiró de filosofía sanchoniana: “quien no
apuesta un huevo, no tendrá un pollo”. Se le veían destellos de artista con la
cámara cuando estaba inspirado y desprendía un halo de intelectualidad que
cultivaba por temporadas -tanto es así que llevaba treinta años escribiendo un
libro, y solo quería escribir ése para ser como Margaret Mitchel, en la
historia con “Lo que el viento se llevó”, su única obra-, lo que sorprendía en un personaje un tanto primitivo por eso de
haberse criado en el campo, hecho, sin embargo, que no era óbice para
escucharle a veces interesantes
reflexiones. Un poco presumido, pelín chulo (rayano en el encantado de
conocerse a sí mismo), quijote y con muy poca cintura cuando le herían en su
fibra, contra lo que se revolvía con
refinadas venganzas de estilete acerado
y frialdad glaciar -semanas o meses después “para coger con la guardia baja al
imbécil”, decía- fruto de una mente compleja y muy imaginativa. Era, también, persona poco práctica, como buen Piscis que
era, lo que viene a corroborarlo
el hecho de que “fardaba” de haber conquistado a diez mujeres
(990 menos que Julio Iglesias), modesta fanfarronería
-comparada con la del cantante-
que casi puede
creerse, pues tenía
algo de encantador de serpientes, pero sólo se había acostado con dos (un 20% de efectividad,
en términos de rendimiento); dos quienes dijeron de él, la una, que a veces era
un buen amante, la otra, que a veces fallaba como una escopeta vieja. “Es que
yo soy como El Faraón de Camas”, se despachaba (en
referencia a Curro Romero que lo mismo salía una tarde a hombros por la puerta
grande, que bajo una lluvia de almohadillas). Persona poco práctica, dijimos, y
algo fantasiosa, lo que no aceptaba, tanto que el único gesto agresivo conocido
lo tuvo con su psiquiatra, con quien mantenía muy buen rollo, precisamente por
decirle eso. “No te ofendas, Paco, pero me recuerdas a Antoñita La Fantástica”.
¡Que no me ofenda…! ¡Plas!, y galeno y sillón por los suelos… Porque afirmaba que él lo que pensaba lo
terminaba haciendo en todo o en parte, en el acto o al cabo de los años (en
absoluto se sentía un fracasado: era un optimista crónico, de ahí tal vez su energía
y su edad indefinida) y para acallar bocas tiraba de historial: “Quise ser
torero y he toreado en cuatro ocasiones, poniendo una vez la plaza en pie. Me siento torero, con toro o sin él” y a fe
que algo de empaque tenía; “quise ser boxeador y entrené junto al campeón
mundial José Legrá, participé en un torneo amateur a nivel nacional y lo gané:
soy, pues, un medalla de oro; me gustaban los rallys, organicé carreras, participé
en ellas y luego publiqué sus crónicas en la revista Automovilismo; fundé y dirigí
una revista semestral durante tres años (3.500 ejemplares la tirada) y a cada
número que sacaba el alcalde se tomaba los valium de dos en dos; expongo, me pagan por exponer
y los medios de comunicación hablan de mí. …Mmmm…, qué más... Acaricio desde hace años la idea de fundar
una editorial para libros selectos, encuadernados con primor, que se regalarán,
y verás cómo lo consigo. No me jodas, Alberto”, que así se llamaba el psiquiatra,
y dicho esto, ¡zas!, lo del tortazo (de lo que
mucho se arrepintió; ahí no estuvo a la altura del estilete acerado y
sibilino que caracterizaba sus contras).
Socio de
causas perdidas múltiples, como de Juventudes Musicales, cuyo último concierto congregó tan sólo a treinta personas, las de siempre, de una
Sociedad Protectora de Animales con cuarenta y pico socios, donde únicamente el
pico eran socios activos… o, para no cansar, de un Taller Literario cuyos
asistentes se contaban con los dedos de las manos. Como tenía un cierto marchamo de
indisciplina y rebeldía -fruto de un padre severo y del convento de frailes donde había estudiado, en
el cual algunos metían mano pederasta y casi todos soltaban hostias como abejas
una colmena- acudía sólo de vez en cuando. Y, oh, fatalidad, en una de las contadas ocasiones que asiste,
el profesor, un poeta a quien admiraba no por su poesía, que él nunca leía
poesía (decía haberse quedado anclado en su paisano Campoamor y su famosa
dolora “En este mundo traidor/nada es verdad ni mentira…”), sino porque
habiendo nacido en un pueblo donde dicen que sus habitantes son muy negociantes
y viviendo en otro donde los envidiosos
dicen que sólo hay agricultores, comerciantes y bodegueros, y trabajando en una
fábrica, va el tío y sale poeta. Eso sí que tenía mérito. Pues el poeta, que
impartía el curso, a quien a partir de aquel día dejó de admirar… ¿Y por qué?
Pues porque nuestro protagonista, que tenía una edad indefinida, no lo dijimos
antes, pero a quien siempre le echaban menos de los 65 que decía tener… ¿Y por
qué se echaba años cuando todo el mundo hace lo contrario? Pues por eso
precisamente, porque decía que en esta vida hay tener sello propio, ser distinto en algo o al menos
el primero en alguna cosa, lo que le llevaba, entre otras singularidades, a viajar siempre a
bordo de un “mini” pintado de blanco en su mitad izquierda y de negro la
derecha o de una Jawa CZ checa del 66,
que le daban un toque de distinción. “Son mi segunda y tercera joya de la corona”, se jactaba.
¡Segunda y tercera…! Entonces, la primera ¿cuál es? “La primera soy yo”,
contestaba sin inmutarse. …Vaya, ya
me he perdido, tú y tus interrupciones… Ah, ya, ya he recobrado el
hilo: Pues, como decía, dejó de admirar al poeta porque se llevó una desagradable sorpresa cuando
leyendo la solapa del último libro suyo
descubrió que tenía 64 años. ¡Sesenta
y cuatro tacos, y parecía un dandy de
cincuenta y no muchos! Eso le hirió en su vanidad y empezó a preguntarse: ¿Qué
comerá? ¿Qué beberá? ¿Y cómo hará el amor? Preguntas claves para una vida saludable
que él no había encontrado en el libro “¿Cómo llegar a los 105 años en forma”,
escrito por dos americanos. Y también le hirió, y aquí encaja lo de “oh,
fatalidad”, qué digo hirió, le jod… y lo que sigue, que les mandase deberes.
Nada menos que escribir un recuerdo de su vida. Él, que en su juventud quiso
ser escritor y nada menos que de “bet-sellers”, lo que con el tiempo cambió por
la fotoliteratura (una fusión entre fotografía y literatura, decía), y que no sentía miedo escénico ante un folio en blanco, y pese a que publicaba cuanto escribía -cuando tenía
ganas de escribir- en publicaciones locales y comarcales, pero que últimamente
no firmaba nada por la sencilla razón de
que su voluntad iba queda y la mente
estaba espesa para literaturas, ahora había que ponerse a hacer los deberes del poeta. “¡Me cago en la
poesía y en los poetas!”, masculló. “¡Manda caireles!...”, se contuvo, porque
lo que le apetecía era soltar una sonora ´”trillada” (el “mandagüevos” de Federico Trillo en el Congreso, micrófono traicionero
abierto).
Era viernes, noche. Miró el reloj. Faltaban
55 minutos para las 10 y 20. Abrió el
ordenador y empezó a teclear, al tiempo que se dijo: “Hasta donde llegue,
llegué”.
Mi
memoria, que como las películas que han sido proyectadas muchas veces está un
poco desgastada, no recuerda esto que os voy a contar pero por la sencilla
razón que cuando sucedió yo era sólo el inicio de un proyecto de vida. Lo que
voy a contaros me lo han contado; es, pues, la memoria de la memoria. Por
seguir con el cine, antes aludido, esto podría decirse que es el cine dentro
del cine.
Resulta
que nací, me dijeron, un 15 de marzo en una aldea perdida de Asturias,
entroncando así con el título de una celebrada novela de Armando Palacio Valdés
titulada precisamente “La aldea
perdida”. Perdida y carente de todo, pues por no tener no tenía ni nombre; le
decían, simplemente, El Pueblo. De
habitantes, para qué hablar: eran sólo doce, la mitad ancianos desdentados y
cojitrancos, de modo que cuando se moría alguno el índice de mortalidad era
del 8,33%, el triple que el de España;
lo mismo pasaba cuando una mujer bien paría: la natalidad subía un 8,33%, tres
veces más que en el resto de España.
Decía que El
Pueblo era remoto y estaba como perdido
porque se hallaba entre montañas, a media hora de la carretera y a hora
y media de la villa donde estaba en Ayuntamiento. No es de extrañar que algunos,
en su pasotismo impuesto a punta de aislamiento, creyesen aún que Alfonso XIII
era el mandamás de España, haciendo así
un fundido en negro sobre Primo de Rivera, Azaña y el Generalísimo de “unagrandeylibre”
a quien adeptos y arribistas llamaban igualmente el Caudillo. También que
estaba huérfano de todo, pues además de no
tener nombre propio
sólo había un aparato de radio en Casa del Viejo, que
nadie más que él
escuchaba pues decían
que tenía una enfermedad
contagiosa y se le rehuía, una
bicicleta propiedad de
mi padre y… y nada más; bueno había muchos medios para
desplazarse, eso sí, medios que montaban en sus cuatro apoyos cubiertas Michelín
en forma de herradura que hacía Emilio el Ferreiro. O sea, mulos y caballos,
nada de automoción. Tal vez por todo eso mi fecha de nacimiento oficial es el 5
de abril, que es cuando no sé si mi padre o un vecino necesitó algo que aquella
economía autárquica no podía generar (tal vez un saco de azúcar, que eran de 50
kilos, un pellejo de vino, que era de 50 litros: en el Pueblo las cosas se
compraban a lo grande, para no tener que ir a la villa más que dos o tres veces
al año) y después de la compra se acercó a Juzgado a inscribirme; así, pues, mi
fecha de nacimiento en el DNI es el 5 de abril, o sea, 20 días después de haber
nacido. Más aún, para que os asombréis de mi singularidad: cuando ya tenía
fijada fecha de boda tuve que aplazarla, no porque tuviese dudas de si quería
casarme con la mujer que me quería casar, ¡no!, si estaba deseando llevármela
al huerto por un tiempo (entonces no existía barra libre en esto del sexo, como ahora),
tiempo del que aún hoy me maravillo, pues siendo como soy una persona a quien le gusta
la novedad y el cambio (fijaros hasta donde que cambié, porque despedí al jefe,
seis veces de trabajo: peón de albañil, minero, obrero de una fábrica, ladronzuelo
de chatarra, oficinista y jardinero de una viuda rica), se ha alargado por
espacio de 40 años, seis hijos, un piso, un chozo aristocrático en el campo,
cinco coches, una moto, trece pares de zapatos, dos “idas a por tabaco” de siete y once días, no sé cuántas infidelidades de pura fantasía,
cuatrocientas ochenta “idas de putas” a razón matemática de una por mes con
puntualidad británica y fervor cristiano de quien va todos los domingos a misa (pero esas no son infidelidades, ¿eh?), casi
docena y media de viagras, ciento cuarenta y siete onanismos, tres borracheras y
seis abrazos con beso incluido del banquero Emilio Botín que restallaron en el
aire con eco de sanguijuela: préstamo CONCEDIDO, IDO, ido,ido,… Bien, concreta,
¿por qué has tenido que aplazar la fecha de la boda? Pues sencillamente porque
en el Juzgado figuraba como hijo de Rosa, ¡mi abuela! Menudo papeleo hasta que se demostró que no era hijo de Rosa, porque Rosa
era mi abuela, que de quien era hijo es de María, que me había parido no sin
esfuerzo, pues di cuatro kilos en romana de pesar patatas al nacer en casa, con la asistencia de una vecina entendida.
Cuatro kilos que Queipón, un tratante de
ganados que pasaba por allí, tradujo en literatura con su peculiar bable: “Ye
un nenu cujunudu”.
Nuestro personaje miró el reloj. Eran las 10 y
19 minutos. Hasta aquí hemos llegado, se dijo. Apagó el “invento del maligno” como él
llamaba al ordenador, en frase tomada de un crítico de televisión y encendió la
misma. Buscó “TeleIbarra”, como le decía a la oficialista TeleExtremadura y se
puso a ver la película que proyectaban a las 10 y 20. En el aire sonaron los
primeros compases de la banda sonora al tiempo que en la pantalla aparecieron
las letras “WARNER BROTHERS presenta…” En la de su ordenador, nuestro
protagonista dejó escrita esta última y silenciosa palabra: Continuará.
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2 comentarios:
JrFrancos,no estabas entrando últimamente en el blog y ya empezaba a preocuparme,pero...hoy le diste al teclado de lo lindo y además con unas historias bien entretenidas,me alegro leerte de nuevo y ver lo bien que lo haces,como casi todos,pese a que nuestro querido profesor,Pepe Morán,nos está reclamando mejor prosa...por favor no pidas más al que no puede...y aquí casi todos damos lo máximo,tampoco es cuestión de tratar de ser el mejor,ni mucho menos, cada cual en su área y a animar el blog,no te parece bién querido Benjamín?,Chao bambino,menuda pijada,perdón,Jamínnn hay que tar con los tiempos....que nosotros ya vamos quedando algo rezagados,un abrazo.
Francos, déjate de best sellers, esos para que se forren algunos escritores y editores adormecedores/despistadores de conciencias especializados en ciertos temas. Tú escribe una novela sobre nuestra generación. ¿Este es el aperitivo?
Argumento no te falta, escenario tampoco. Ya quisiera García Márquez disponer de un Macondo tan impregnado de realismo mágico como Corias y el occidente asturiano.
Resulta sorprendente la cantidad de autores de Cangas que publican últimamente. En este viaje me hice con tres libros: “El cantu’l gallu” de Xosé Mª Rodríguez de Bimeda, “Cangas y cangueses” de Paco Chichapán (por cierto, Gión, en una fotografía de 1944 publicada en este libro sale, muy joven, tu padre, junto a otros reconocibles cangueses, prohombres de nuestra infancia, de excursión a Laciana) y “Cuando Mario Grouz volvió a Cibea” de Gregorio Burgueño, a este último no le conozco, tampoco leí nada suyo, veremos.
Ánimo Francos. Un ejemplar, como mínimo, ya lo tienes vendido.
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