Hace años, cuando alguien anunciaba la intención de acudir a un encuentro de antiguos alumnos, era de los que pensaba: ¡Que horror! volver a encontrarse, para mostrarnos las profundas huellas con las que el paso del tiempo nos ha marcado.
Pero un buen día, cuando caminaba por una calle de Madrid sonó el móvil,”soy Samuel, ¿sabes quién soy?”un tanto desconcertado, asociando, quizás por el nombre bíblico, a un antiguo compañero de correrías en las fiestas del Carmen de Cangas llamado Moisés que poco tiempo atrás me había sorprendido por la Glorieta de Quevedo con su vozarrón:”¡ Qué fai uno de Limés por aquí!” respondí dubitativo “Si, eres de Cangas”. Samuel, consciente de mis dudas, aclaró, “soy Samuel de Corias”, consiguiendo, al fin, descorrer el velo de la memoria para recordar de forma nítida a un chaval de Navelgas, magnífico compañero del Instituto de Corias donde compartimos cinco años de estudios y de amanecer a la vida. Él, al pasar por Limés, se interesó por mi paradero más de cuarenta años después, consiguiendo el teléfono a través de mi familia. A partir de esta primera llamada me fue informando de los Encuentros anuales de antiguos alumnos, de los que ya tenía nociones a través de mi madre, lectora fiel, cuando aún vivía, de La Maniega, revista que solía dar publicidad del evento, pero a mí ya me resultaba algo lejano. También me informó de la existencia de este blog y aunque siempre fui refractario a la informática, tímidamente, con dificultades, tomé contacto con él. A los Encuentros celebrados desde entonces, por distintos motivos, tampoco pude asistir.
Hasta una temprana mañana de mayo, cuando por las calles de Madrid el gentío rojiblanco venido de Bilbao continuaba la fiesta para olvidar la derrota sufrida la noche anterior en la final de copa, en la que me dirigí a Chamartín,- con el corazón un poco encogido, han transcurrido demasiados años, ¿voy a encontrar conocidos o desconocidos?- para tomar el tren e ir al encuentro de antiguos colegas de Corias y un añorado profesor.
El viaje comenzó bien, la inmensidad de Castilla tapizada de verdes y amapolas se abría al paso del tren mostrando de cuando en cuando, más lejos o más cerca, iglesias y castillos erguidos sobre pueblos, villas y ciudades testigos de una historia que no siempre nos ha sido bien contada.
León,- al cruzar sobre el río miro los paseos que discurren junto al Bernesga por si veo pasar a Galán,- recibe con agradable aire fresco y numerosos visitantes, muchos caminantes del Camino de Santiago. Aún faltan horas para la cita y la ocasión es buena para revisitar lugares imprescindibles, primero la catedral, en cada visita es nueva la luz que atraviesa sus maravillosas vidrieras y nuevos los descubrimientos que encierra, después S. Isidoro, con su románico esplendor. A continuación, la visita de siempre en cada ciudad que voy, al mercado de abastos, me parece apropiado para conocer usos y costumbres del lugar donde estoy. Estupendos productos se ofrecen en puestos del mercado y tiendas de calles aledañas, me llaman la atención unos jugosos cortes, lomo y solomillo, de ternera Pastuenca, nombre que ya no me suena a pesar de la especialidad Agrícola –Ganadera del bachillerato estudiado. Lo visto habla de una ciudad de Buena Vida. Con un poco de pena por no disponer de un huerto, para poder comprar y donde después replantar un manojo de cebollo, tomates y multitud de verduras a la venta en los soportales del mercado me dirijo a la preciosa, histórica Plaza de San Martín para tomar el aperitivo en una de sus agradables terrazas.
Hora convenida, el reencuentro, natural, sin imposturas, salpicado de algunas chanzas por ausencias capilares o presencias barrigudas, muy buen rollo, como si nos volviésemos a encontrar para iniciar un nuevo curso tras unas prolongadas vacaciones. El lugar elegido acertado, una buena elección, mesa redonda para comunicarnos mejor. La comida apetitosa iniciada con excelente y abundante cecina, el Prieto Picudo, como todos los vinos, es una opinión, siempre saben mejor degustándolos en la tierra que los crió, de colofón orujo helado de la zona que entraba como la seda.
La descripción del encuentro la realizará de forma certera Samuel. Solo añadiré que eran tantas cosas para relatar y escuchar y tan escaso el tiempo disponible- cuatro horas son un instante de la vida- que a pesar de los encomiables esfuerzos del amigo moderador las palabras se atropellaban, entrechocaban sobre la mesa. Solo cuando Carmelo relataba partes de su existencia, sus experiencias, de las que nosotros, entonces en el albor de la vida, pudimos intuir algo, pero difícilmente comprender en toda su dimensión, se establecía el silencio; por poco tiempo, pronto las preguntas, las vivencias, recuerdos positivos y negativos, se extendían en su dirección por esa mesa sobre la que se erguía el recuerdo de compañeros ausentes.
Las miradas furtivas al reloj no conseguían detener las agujas,- inexplicablemente un sábado por la tarde es imposible regresar a Madrid en un transporte público a partir de las cinco de la tarde- la única opción coger un autobús en Benavente a las siete. Pasadas las seis, cuando iba a sonar la campana de quedarnos en tierra, Samuel ya se había brindado para llevarnos hasta Benavente a Carmelo y a mí, que teníamos que regresar a Madrid.
El autobús, como los de antes, demorándose en todos los pueblos a lo largo de la Nacional VI. Cuatro valiosas horas que sirvieron para contarnos parte de la vida, algo que no pudimos hacer durante cuarenta y ocho años. Abusando de la situación, le reclamé, exigí, que en autobiografía o el formato que quisiera tenía la obligación de escribir el relato de su valiosa y comprometida vida para constancia y ejemplo que otros valores humanos existen y tienen que ser posibles, en confrontación con la miseria en la que nos estamos hundiendo. Su respuesta, tajante, no tengo tiempo, y me amenazó, como había hecho con otras personas por insistir en lo mismo, con retirarme la palabra. Sin hacer caso a la amenaza, insistí y pienso continuar insistiendo, os invito hacer lo mismo, la memoria histórica de este país, por higiene mental, necesita de testimonios como los de Carmelo.
Al llegar a Madrid, en el andén del Metro de Méndez Álvaro, un jovial y potente ¡Buenas Noches! Hizo que nos giráramos, estaba dirigido a Carmelo por una animosa joven ecuatoriana enfundada en una llamativa camiseta donde con grandes caracteres se leía”STOP DESHAUCIOS”. Nos explicó que venía de una concentración para evitar el desalojo de su hogar de una familia acosada por la codicia manirrota de un banco.
Era evidente que reconocía en Carmelo, como nosotros hace cincuenta años, a su valedor, su aliado.
Cuando me despedía, con el compromiso de volver a vernos, pensaba en tantas gentes necesarias para construir un mundo mejor, algunas, como Carmelo, imprescindibles.
ulpiano rodríguez calvo



