viernes, 28 de febrero de 2014
jueves, 27 de febrero de 2014
Las duchas en Corias.
Hoy, sin motivo alguno, se me ha venido a la memoria las duchas existentes en Corias allá por el año ¿1963?.
Recuerdo que teníamos que ir todos los del dormitorio, a una hora determinada, en pantalón corto y albornoz. También, evidentemente, deberíamos de llevar la correspondiente toalla y la pastilla de jabón. No recuerdo que existiesen los geles ni los champús.
Las duchas eran unos recintos cuadrangulares adosados y sin techo con una ducha fija saliendo de una de las paredes y una canaleta de desagüe en el suelo que, creo era de cemento.
El proceso era, creo recordar, como sigue: entraba un número de alumnos, uno en cada ducha, que, por cierto, recuerdo espaciosas. Los "encargados" de las duchas, alumnos también aunque no recuerdo quienes eran, abrían el agua, más o menos caliente, durante un corto espacio de tiempo ( ¿1 minuto?) para que nos mojásemos. A continuación se cerraba el agua durante otro corto espacio, uno o dos minutos, para enjabonarse. Pasado este tiempo se volvía a abrir el agua unos dos minutos para el aclarado final. Una vez cerrada el agua, un minuto y todos afuera para la entrada de la siguiente remesa.
En la puerta un fraile se encargaba de revisar que estábamos duchados mediante el procedimiento de comprobar si teníamos el pelo mojado. (Si fuese hoy día a la mayoría nos enviaría a la "hora de queda". A mi por lo menos el escaso pelo que me queda se me seca en segundos.)
Por encima de las duchas, incumpliendo las mas elementales normas de seguridad y privacidad inexistentes en aquellos días, deambulaban los "encargados" para vigilar que todos nos duchábamos. Supongo que no habría otro motivo.
Creo que las duchas eran semanales y , lo que son los tiempos, nadie nos consideraba unos guarros.
Quizás mis recuerdos no sean exactos. Se admiten comentarios.
Felipe.
miércoles, 26 de febrero de 2014
CRUZANDO EL MAR...
Con
permiso compañeros
por lo que
voy a exponeros,
pues
cambio de temas serios
a
otros simples y someros.
Va
a ser un batiburrillo
de
un viaje muy ocioso,
mezclado
con chascarrillos
e
intentar no ser tedioso.
Por
la reseña y la traza,
bien
podréis adivinar
la
isla de que se trata.
Su
situación en la Tierra,
su
amplia área costera,
baja
orografía o media,
parece
esta isla pequeña
que
se mantuviera eterna
en
clima de primavera.
Del
siglo ocho antes de Cristo
del
hombre hallan vestigios,
y
tras estos pobladores
de
orígenes españoles,
arribaron
a esta isla
los
navegantes fenicios,
seguidos
de los asirios,
cartagineses,
romanos,
vándalos
y bizantinos.
Del
siglo ocho al trece
el
moro fue el residente,
hasta
que Jaime de Aragón
batalla
plantó y los vence.
Por
sus fuertes vapuleos
de
corsarios y más pueblos
bien
podríamos nombrarle
isla
de los “avatares”.
Bajo
el dominio fenicio
se
cree la bautizaron
como
la isla Ibosim,
perdurando
por los años.
Destácanse
los fenicios
por
su artesanía y artes,
negocios
y navegantes
y
habilidad con vecinos.
De
éstos fue gran avance
el
cambio del signo egipcio
mediante
versión cambiante
a
un simple alfabeto fenicio.
Más
tarde toca a los griegos
la
adaptación de vocales
tanto
como consonantes,
siendo
el primer alfabeto
considerado
completo.
Se
deja atrás a la historia
y
damos un giro a la noria.
Salinas
Amén
de la agricultura
la
pujanza de la isla
la
nutrieron las salinas
que
por los siglos perduran.
La
incursión en la isla
de
viajeros turistas
condenan
a la desidia
la
labranza y las salinas.
Su
gran clima de bondad
y
el movimiento hippy
en
los pasados sesenta,
dio
un vuelco radical
al
origen de su Renta.
Playa paradisíaca
Gran
temperatura y sol
son de atractivo rigor,
son de atractivo rigor,
como
sus múltiples calas
que
con fiestas hasta el alba
llevan
de España la palma.
Aunque
en su economía
tuvo
influencia y peso
el
“turismo de mochila”,
se
realizaron esfuerzos
para
transformar la misma
sin
escatima de medios,
obrando
hoteles de lujo
para
minorar el flujo
de
turistas mochileros.
Su
especial gastronomía,
cual
“borrida de rajada”
tiene
de protagonista,
condimentos
y la raya;
el
“guisado de pescado”,
guiso
de pez y marisco
está
entre los favoritos.
Las Dalias (Santa Eulalia)
También
es diferencial
en
esta isla famosa
el
mercadillo habitual
que
los sábados del año
se
da cita en “Las Dalias”.
Moda de la Isla
La
moda de la isla es,
la de Adlib, moda “a placer”,
la de Adlib, moda “a placer”,
ropas
blancas y difusas
que
inconformistas hippies
plantaron
en islas Pitiusas*.
Cañones en Dalt Vila
Dalt
Vila, “ciudad alta”
es
de visita obligada,
con
Catedral enclavada
en
Castillo amurallado,
en
gran extremo cuidado.
Quizá
las puestas de sol
de
esta encantadora isla
sean
la óptima atracción
para
aquél que la visita.
Puesta de sol (San Antonio)
Pasa
el cielo del azul
al naranja y al rosa
al naranja y al rosa
y
al violeta se cambia
al
hundirse el sol en agua.
Una
estatua remembranza
del
que fue descubridor
de
la América latina,
es
el huevo de Colón
que
en San Antonio se ubica,
cuya
yema es carabela
y
el nombre Santa María
pues
a élla representa.
Huevo de Colón (San Antonio)
Este
homenaje fue,
por
don Cristóbal Colón
que
en lugar de genovés
pudo
en la isla nacer.
¿Quién
no ha oído mentar
al
Club de Noche Pachá?
¿Quién
no sabe que Pocholo
y
sus fieles seguidores
cierran
las fiestas al orto
y
entre raya y raya de oro,
son
zombis trasnochadores?
Sobre
fiestas desenfreno
nos
recuerda un lugareño
un
chistecillo travieso:
Dos
amigas que van a una isla un fin de
semana y
al
regresar en el avión dice una de ellas al sentarse,
- ¡Al fin juntas!
A lo que responde la otra:
- Pero si llevamos 48 horas de fiesta ¡juntas!
y dice la amiga:
- Ya, ¡yo hablaba con mis piernas!
- ¡Al fin juntas!
A lo que responde la otra:
- Pero si llevamos 48 horas de fiesta ¡juntas!
y dice la amiga:
- Ya, ¡yo hablaba con mis piernas!
*Islas Pitiusas: Nombre que se da al conjunto de sesenta islas
que
están situadas al sur de Baleares.
Parece que significa
”Islas
de Pinos”, nombre usado por griegos y fenicios.
domingo, 23 de febrero de 2014
¿QUIÉN TIENE LA CULPA?
Se escuchan y se leen con demasiada frecuencia, llevando al
límite de su resistencia las costuras de la paciencia, opiniones orales
y escritas que señalan a los “responsables” de nuestros males y penurias:
parados, dependientes, marginados y todos aquellos que comen la sopa boba
cocinada con los impuestos que hemos aportado. ¡Ojo! Que algún teórico “activo”
del “nuevo-viejo orden económico” también mete en el mismo saco a los jubilados
que al prolongar la vida comemos, hasta el tuétano, los dineros al Estado.
Pero ese iracundo dedo acusador tiene un blanco favorito: la
inmigración. Inmigrantes que suelen ser
mirados con suspicacia, cuando no odio- con creciente ahínco cuanto mayor sea
su diferencia en color y raza- como responsables de la degradación de nuestro Estado
de bienestar. Personas que emigran dejando atrás seres queridos y hambrunas en
busca de trabajo y pan, que se internan en desiertos, selvas y demás parajes
infernales siguiendo el rastro del dinero que dejó, y deja, esquilmados los recursos
en sus países de origen. Pero, a diferencia de las fortunas emigradas, que
viajan cómodamente por vía telemática o jet privado y son recibidas con gozosos
brazos abiertos, ellos encuentran barreras desde Lampedusa hasta el desierto de
Arizona pasando por Gibraltar- por citar solo algunos de los lugares más renombrados-
erizadas de los más sofisticados y mortales impedimentos. Obstáculos que les
empujan a tomar barcos de juguete, de desguace, o trenes de la muerte para
acabar, demasiadas veces, en el fondo del mar, o en tierra de nadie, a veces
bajo el impacto de pelotas de goma, también pueden ser balas de plomo, o
desollados por unas cuchillas llamadas concertinas para disimular.
Solo algunos
afortunados logran alcanzar la tierra prometida. Una nueva tierra de esperanza
que puede convertirse en el frustrante
ofrecimiento de La
Farola a la puerta de un súper de Madrid o, aún peor, en
esclavista red de prostitución.
Es sorprendente lo común que resulta para algunos buscar
responsables de su insatisfactoria situación entre quienes, en la escala
social, perciben que están por debajo de ellos. Una tendencia que suele ser
proporcional a la admiración experimentada, aderezada por una puntual o
persistente envidia, hacia los “triunfadores”, esos que, en esa resbaladiza
escala, se encuentran muy por encima de ellos. Afortunadamente, también son
muchos los que miran atrás o al lado, y tienden la mano. Gesto que se ha
llamado, se llama y se llamará solidaridad.
¿Son los parados, dependientes, marginados, inmigrantes,
incluso los jubilados, los responsables de la degradación actual del llamado Estado
de bienestar?
Esa pregunta me hacía leyendo las páginas color sepia de un
diario considerado como serio. Allí, en un artículo aparentemente inocuo y
técnico, se ofrecían cifras que, a pesar de su frialdad, debieran servir por sí
solas para suscitar, no solo indignación, sino una llamarada de rebelión.
Las cifras ofrecidas eran elocuentes; los fondos de
inversión y de pensiones, manejados por una reducida aristocracia financiera,
poseen en la actualidad un patrimonio que supera el 75% del PIB mundial. Ese patrimonio,
cifrado en más 40 billones de euros, es suficiente de sobra para adquirir todas las
empresas cotizadas del planeta.
Al ser irrefutable que quién tiene el poder económico tiene
el poder real, ya sabemos quién detenta hoy el poder global. Por eso no puede
extrañar otro dato aportado por el artículo- estudio en cuestión: el patrimonio
de estos fondos se incrementó desde 2007, es decir durante la crisis actual, en
un 30%, porcentaje que, traducido, supera los 13 billones de euros. Cifras mareantes
difíciles de imaginar. Para hacerse una idea de su dimensión quizá ayude un
dato; el PIB español se sitúa en torno a un billón de euros.
¿Alguien tiene alguna
duda de dónde ha ido a parar el importe de todos los recortes en prestaciones y
derechos que la inmensa mayoría estamos sufriendo?
Si hace ciento cincuenta años Marx escribía aquello de “Un
fantasma recorre Europa” tal vez en la época actual se debiera decir que “Un
monstruo recorre la faz de la tierra”. Un monstruo creado a partir de discutibles
actividades lícitas, pero en gran medida por la especulación más feroz, así
como por los réditos de la corrupción política que posibilitó esa especulación.
Un monstruo alimentado igualmente por los ahorros de millones de trabajadores
constituidos en fondos de pensiones. Fondos que, fieles a sus principios
especulativos, entregan a esos ahorradores con una mano aquello que les quita
con la otra. Un monstruo que recorre el planeta lanzando a diestro y siniestro
derrotes para llevarse, prendidos en las astas, jirones del que era un
incipiente bienestar, arrancado, éste, con sacrificios y luchas, por sucesivas
generaciones. Y que, sin embargo, no suele tener gran repudio social. Actúa
protegido por grandes e influyentes medios de comunicación que están bajo su
control
Ante tamaña tropelía cabría preguntase, ¿qué hacen los
gobiernos? Preguntar al menos por aquellos que fueron elegidos democráticamente
para velar y garantizar los derechos de sus ciudadanos. La respuesta- basta
seguir alguno de los pocos medios informativos que no ejercen de meros
aplaudidores- es descorazonadora: La minoría de gobiernos que osaron
enfrentarse a esa bestia financiera yacen sobre la arena, desangrándose,
víctimas de sus cornadas. Otros pocos, que tampoco comparten, al menos
plenamente, sus métodos codiciosos, permanecen en el burladero en espera de
improbables tiempos mejores. Pero la inmensa mayoría de los gobiernos que debían
regir, a partir de sus países, los destinos de la humanidad, mantienen dos, no
tan diferentes, actitudes: Unos, sabedores de que una parte del jirón arrancado
por la bestia terminará en su bolsillo, la jalea con entusiasmo y apoya sus
embestidas; otros, más pudorosos, aún albergando la misma esperanza de
participar en el botín, adoptan la postura de Don Tancredo. Dejan hacer subidos
en su pedestal en medio de la plaza.
Me imagino que todo esto suena muy truculento, perdón, pero
es lo que percibo y pienso. Solo queda una esperanza: que las futuras
generaciones- nosotros, me refiero a nuestra generación, ya casi estamos
amortizados- tomen conciencia del fiero animal al que se enfrentan. Eso sería
el primer paso para devolverlo a sus corrales, a esos de los que nunca se le
debió permitir salir.
Ulpiano Rodríguez
Calvo
viernes, 21 de febrero de 2014
jueves, 20 de febrero de 2014
domingo, 16 de febrero de 2014
jueves, 13 de febrero de 2014
miércoles, 12 de febrero de 2014
lunes, 10 de febrero de 2014
sábado, 8 de febrero de 2014
AGÜERA
Hace unos días, buscando en un poco visitado cajón unos
papeles que creía extraviados, encontré una delgada carpeta que descansaba allí
desde la última mudanza, hace más de una decena de años.
Esa carpeta contiene todo mi patrimonio material anterior a
los últimos cuarenta años: alguna constancia documental de la primera o segunda
empresa en las que trabajé, restos marchitos y desgastados de citaciones,
requerimientos, notificaciones de multas o sentencias de la DGS o el TOP y, lo más
valioso, unas cuantas fotografías.
En ellas regresaba un pasado lejano, casi siempre sonriente,
de color sepia desgastado invitando a recordar personas cercanas perdidas por
el camino. Perdidas por la distancia física, por el amor que fue y ya no era y,
lo peor, porque a muchas de ellas ya se les paró, hace más o menos tiempo, el
reloj de la vida.
De entre esas fotografías retuve una que creía, como tantas
otras cosas, desaparecida. En ella aparecemos un grupo heterogéneo de soldados
fuertemente armados. Tres de esos soldados habíamos sido alumnos en Corias: Agüera,
Santamarta y yo mismo. El más sonriente y de mirada franca ante la cámara era
Agüera.
Digo era porque un día del pasado septiembre, cuando por
primera vez asistía en Corias a un encuentro de antiguos alumnos, escuché su
nombre entre la relación desgranada de compañeros fallecidos. Supe entonces
que, aunque había transcurrido demasiado tiempo, ya jamás le podría pedir
disculpas por las comprometidas situaciones en las que le había, habíamos,
metido.
Mantengo la convicción, o al menos me parece, de que el ser
humano está formado de una parte de sí mismo y de otra, no menos importante,
aportada por las personas con las que ha transitado por la vida. Por eso,
cuando una de esas personas desaparece se experimenta un vacío cuya intensidad
y dimensión suelen ser equivalentes a las del periodo de vida compartida.
Esto que resulta obvio, ese vacío, es el que experimenté
aquel día de septiembre al escuchar el nombre de Agüera en aquel listado. La
misma sensación - hablo solo de antiguos compañeros de instituto -, fue la
percibida al recibir la misma luctuosa noticia de Ángel, Avelino, Miguel Ángel
y de ya tantos otros.
Aunque sean
inevitables, esas oquedades o ausencias van minorando la propia persona, y
acrecientan la sensación de soledad cuanto más camino se ha recorrido. Ante esto
es lícito rebelarse y tratar de rellenar esos vacíos con recuerdos de aquello
compartido.
No era mi intención traer aquí este tema que cada uno ya mantiene presente, y
que, por pudor y necesidad de continuar viviendo, se procura mantener guardado
en algún lugar de la mente. Unas veces se consigue, otras no.
Ahora solo pretendo recordar sucintamente el periodo de un
año que compartí, tiempo después de abandonar Corias, con esta buena persona.
Un día, diciembre de 1968, Agüera, tuvo la dudosa suerte de
reencontrarse con Santamarta y conmigo en la misma compañía del Regimiento San
Quintín de Valladolid. Él era entonces, y seguro estoy que continuó siendo toda
la vida, un hombre de natural confiado. Esto le llevó, en mi opinión, a ser uno
de los pocos alumnos de Corias seducidos por los cantos de sirena, emitidos por
alguno de los frailes, induciendo a ingresar en la orden dominica, propósito que
después abandonó. Siempre respetuoso y disciplinado hacia el orden establecido,
solo algo estaba por encima de todo eso: la fidelidad a sus amigos. Santamarta
- a quién desde aquí envío los mejores
recuerdos y al que perdí el rastro tras un fugaz reencuentro hace unos treinta años
(¡ojala pueda leer esto y logremos vernos de nuevo!)- era en aquella etapa un
nihilista irredento cuya única patria o religión era la amistad. Su carácter,
bronco y tierno a la vez, pronto le convirtió en el adorado protector de los
más débiles de la compañía, ¡que nadie se atreviese a inferir algún maltrato o
novatada al último recluta! Se las tendría que ver con él. Pero, cuando se
trataba de montar alguna trastada contra aquella pantomima de disciplina
militar, él era siempre de los primeros en encabezarla. Por mi parte, atravesaba una etapa en la que
creía que las revoluciones estaban al alcance de la mano, y todo lo que
subvirtiese aquel orden estaba bienvenido, sin distinguir mucho entre los
distintos métodos utilizados. Así, sintiendo cercana la reciente huella del Ché
Guevara, cuando Celaya, al que admiraba y admiro, escribía aquello cantado por
Paco Ibáñez de que “La poesía es un arma cargada de futuro” yo estaba convencido,
al menos en la teoría, de que también las armas podían estar cargadas de futuro.
Afortunadamente para mí, en un permiso durante el cual pude venir a Madrid, en
una larga conversación con Francisco Romero Marín, también fallecido hace pocos
años, a la sazón uno de los máximos dirigentes del PCE en la clandestinidad,
combatiente contra el levantamiento reaccionario- militar durante la guerra
española y, posteriormente, contra los nazis en las filas del ejército
soviético donde alcanzó el grado de coronel y cuya experiencia en lides armadas
estaba por tanto más que demostrada, me quitó aquellos pájaros armados de la cabeza,
insistiendo en que, aunque la revolución era el objetivo, lo prioritario era
acabar con la dictadura, y el único método de lograrlo, en aquella España y en
aquel tiempo, era la razón, el diálogo y el convencimiento de la inmensa mayoría
de la sociedad española.
No voy aquí a
justificar nada. Cada individuo es fruto de sus propias convicciones, de las
decisiones tomadas, y también de sus circunstancias, como decía Ortega. Lo importante
es que, cuando se mira atrás, el peso de la inevitable carga de traiciones, a sí
mismo y a los demás, que llevamos a cuestas sea el menor posible.
Ningún propósito
tenía de hablar de mí, tampoco contar batallitas de la mili, pero, para
enmarcar la situación y tipo de compañía en la que se vio envuelto la persona
que aquí quiero recordar me temo que no hay más remedio, aunque intentaré
hacerlo de forma resumida.
No creo equivocarme al decir que fue básicamente la amistad,
además del origen y colegio compartido, lo que con firmeza allí nos unió,
aunque el futuro después nos deparara caminos distantes o diferentes. En torno
a aquel trío de antiguos corienses o caurienses se agrupó un considerable
número de integrantes de la compañía, formando un semiclandestino poder fáctico
cuyo denominador común era la rebeldía y la amistad, salvo en el caso de Agüera,
al que solo la amistad, como cemento inquebrantable, le mantenía unido al
grupo.
La primera o una de las primeras rebeldías se produjo
cuando, al poco de llegar, sin consultarnos para nada, nombraron cabos a unos
cuantos de nosotros. Agüera lo aceptó disciplinado, pero el resto nos
resistíamos a ejercer cualquier tipo de responsabilidad o mando, aunque fuera
la de ínfimo cabo. La palma de resistencia, y castigos, en este caso se la
llevó Santamarta por quitarse sistemáticamente de las hombreras aquellas franjas
rojas ribeteadas de negro. También practicábamos otros tipos de resistencia en
las que, a veces, resultaba involucrado Agüera. Prueba de ello es la fotografía:
en ella se ven algunos del grupo uniformados para ir de paseo por la ciudad,
mientras el resto, entre los que se encuentra él, estamos descamisados o en
traje de faena por estar arrestados con prohibición de salir del cuartel.
Posteriormente ocurrió un suceso que le causó gran desazón.
A todos los nombrados cabos, excepto a mí, que de entrada dijeron que no tenía
dotes de mando (algo cierto, pues nunca me ha gustado tener que mandar, tampoco
acatar órdenes y además sospecho que también pudo influir en esa decisión el
informe remitido por la
Político-Social, visto de refilón en algún despacho al que de
cuando en cuando me llamaban a parlamentar con un militar desconocido) les
convocaron para realizar el curso de cabo primero. De nada sirvió la
resistencia de la mayoría a realizar dicho curso, Agüera fue de los pocos de la
compañía que lo acató sin oposición, y hasta diría con cierta ilusión.
Santamarta, sin embargo, se las apañó pronto para ser expulsado de aquel
intento de promoción. No consiguió lo mismo otro compañero de Oviedo, empleado
o periodista de La Nueva España, muy apegado a nuestro grupo. Sus peticiones y
desplantes para ser exonerado cayeron en saco roto y le impusieron terminar el
curso y el ascenso a cabo primero. Por poco tiempo. Días después de ser ascendido
dijo, para no involucrarnos, que se iba a Valladolid a comprar unas cosas pero
no regresó. Le echaron en falta en el recuento de la noche, cuando cundió la
alarma entre los mandos. Nosotros, conociéndole y por algunas enigmáticas
palabras que le habíamos escuchado días anteriores, barruntamos que había
desertado. Sí nos desconcertó la información recibida el día siguiente de que
habían sido localizadas sus ropas militares a la orilla del Pisuerga. Se
extendió la idea de ahogamiento y Agüera estaba desolado. Quizás era el que mejor
congeniaba con él; además, me consta, el compartir aquel polémico curso les
había unido aún más.
Pero todo resultaba
muy extraño. La natación y el baño no formaban parte precisamente de las
aficiones del ausente, tampoco el suicidio parecía probable, y las dudas de los
que éramos más allegados apuntaban a que se había largado. A la misma
conclusión llegaron los del SIM - para algo tendrían, supongo, la i de
inteligencia en las siglas -, pero su deducción estaba fundamentada en el hecho
de no haber encontrado entre las ropas las gruesas gafas que obligatoriamente
portaba siempre el desaparecido. Comenzaron los interrogatorios en el círculo
más próximo. En mi caso insistían con preguntas por si la desaparición tuviera
alguna connotación política. Después me tuvieron tres días patrullando con otro
compañero, uno diferente cada día, por las orillas del Pisuerga. Albergaban la
esperanza de que el prófugo, si no se había ahogado, permaneciese agazapado por
la zona y al vernos se acercase para ellos echarle el guante. Porque estábamos
permanentemente vigilados por el SIM a los que, aunque se camuflaban, también
nosotros teníamos permanentemente controlados. De algo tenía que servir el
cierto olfato ya adquirido en detectar a los secretas de la Político-Social.
El misterio se desveló al tercer día, cuando al prófugo le
detuvieron en el Puerto de Alicante al intentar embarcar rumbo a Argelia.
Gracias, supongo, a influencias familiares o del periódico
se libró nuestro amigo de un tribunal militar. A cambio tuvo que permanecer
incomunicado en el calabozo del regimiento hasta la fecha de licenciamiento,
para la cual faltaban pocos meses. Nosotros, salvo cuando nos tocaba guardia,
no podíamos tener contacto con él, pero Agüera, como cabo primero, tenía mucha
más libertad de movimientos y se encargaba de visitarle casi diariamente, darle
ánimos y suministrarle todo aquello que necesitaba.
Esta fue solo una de las ocasiones en que Agüera demostró su
compañerismo, pero hubo muchas otras en las que este compañero interpuso su
cara afable y anchas espaldas para mitigar el golpe dirigido a los verdaderos
responsables. No las contaré aquí, basta recordar su comportamiento solidario
con el amigo en situación comprometida reflejado en el episodio anterior.
Estoy seguro de que, a pesar de la cierta rigidez de sus
principios, de los problemas colaterales que a él le podían causar, a pesar de
todo, en el fondo disfrutaba con las
barrabasadas que, por rebeldía o inconsciencia, otros perpetrábamos.
Nos licenciaron un día de mediados de diciembre de 1969, día
en el que me despedí por última vez de
la excelente persona que era José Rey Agüera.
Ulpiano Rodríguez
Calvo
viernes, 7 de febrero de 2014
EL DILEMA DE UN PENSIONISTA
Últimamente he notado cierta rebeldía por parte de nuestros blogueros en cuanto se tocan temas medio políticos o económicos. Pues queridos como bien dice el refrán "En todas las casas se cuecen habas", y por estas latitudes no vamos a ser diferentes. Ahí os envío mi último dilema y ya me diréis a cuántos de vosotros os viene pasando lo mismo.
Todo comenzó con mi declaración de impuestos del año 2012 y la carta que recibí del Ministerio de Hacienda en la que me cuestionan las personas que están a mi cargo. Creo que tiene algo que ver con mi respuesta a la pregunta en la declaración que dice: Enumere a las personas que estaban su cargo.
Yo les contesté lo siguiente: 12 millones de emigrantes ilegales, 3 millones de cabezas alocadas, 42 millones de desempleados, 2 millones de presos en 243 prisiones, 535 personas (por llamarlos algo) en el senado y la cámara de representantes y un presidente inútil.
La verdad es que por más que hago memoria no termino por recordar de quien me he olvidado para que Hacienda cuestione mi respuesta. En fin cualquier día me vendrá a la mente; todavía tengo hasta el mes de abril para dar una respuesta concreta.
Un abrazo a todos.
jueves, 6 de febrero de 2014
miércoles, 5 de febrero de 2014
NUEVO LIBRO CON ANECDOTAS DE CORIAS
TITULO: "Iba Yo A Comprar Chorizo"
Autor: Angel Mateos Martin
Ve el libro y RESERVA tu ejemplar pinchando abajo
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