miércoles, 6 de junio de 2012
Artículo enviado por Ulpiano
REIVINDICACIÓN
de la PARRESIA
Ignacio Sotelo*
(El País 05-06-2012)
A los atenienses nuestra democracia les parecería más bien
una oligarquía, ya que el principio de representación cuestiona el principio de
igualdad de todos los ciudadanos (isopoliteía), sometidos a las mismas leyes
(isonomía), que incluye en las instituciones la igualdad en el uso de la
palabra (isegoría). A su vez la democracia ateniense nos parece a nosotros poco
democrática, ya que, además de excluir a los menores y a los metecos (los
extranjeros con domicilio permanente), dejaba fuera a las mujeres y los
esclavos, es decir, a la fuerza de trabajo, que suman la mayor parte de la
población.
Con todo, la cualidad de la democracia griega que hoy más
echo de menos es la parresia, que consiste en atreverse a decir todo lo que uno
piensa, arriesgando desde el ridículo, al ninguneo de la opinión dominante,
incluido el desprecio, cuando no el odio de los poderosos. Bailar fuera del
tiesto se paga siempre a un alto precio.
Justamente, la falta de parresia explica que a la mayoría de
los economistas, y con ellos a sus fieles seguidores los políticos, les haya
pasado inadvertido durante casi cinco años algo tan obvio como las
consecuencias financieras de la burbuja inmobiliaria. ¿Cómo se explica, por lo
demás, que la inmensa mayoría de los economistas no hayan previsto la crisis?
Atreverse a manifestar algo que se salga del marco de los
intereses dominantes lleva consigo de inmediato una descalificación que nos
condena a la invisibilidad, con un alto coste en prestigio y otras gabelas que
pagaríamos de buen agrado, si ello no implicase perder la plataforma pública
desde la que poder alzar la voz.
Un ejemplo contundente. Se han escrito montañas de papel
sobre la durísima crisis que nos aflige, sin que apenas haya saltado a la
palestra el nombre de Marx, el primero que describe las crisis económicas,
vinculándolas al modo de producción capitalista. En teoría no podrían existir,
ya que la ciencia económica daba por descontado que el mercado acopla la
producción a la demanda, pero si se presentan, como en efecto ocurre, se
deberían a catástrofes naturales, malas cosechas, disturbios sociales,
inflación y subida incontrolada de los salarios, explicaciones que Marx rechaza
como la causa de crisis que se repiten
periódicamente, todo lo más concede que podrían ser síntomas.
La superproducción, piensa Marx, es la causa última de las
crisis, a la que suele preceder un periodo de especulación desmedida que en las
ramas más diversas aporta una prosperidad generalizada que impulsa a producir
más de lo que puede asumir el mercado. Las crisis estallan en la economía
financiera especulativa, para luego extenderse a la economía productiva, pero
su causa última es siempre la superproducción, a la que precede un periodo de
expansión.
Marx subraya la gran paradoja de que, cuando la mayoría
carece de lo más elemental, se acumule una gran cantidad de mercancías
invendibles. Habla del “milagro de la superproducción y supermiseria, en la que
puede haber superabundancia de productos, aunque a la vez la mayoría sufra bajo
la aguda necesidad de los medios de vida más elementales”. La conjunción de
salarios bajos y de una enorme producción de mercancías que los altos
beneficios impulsan, lleva a que las mercancías tengan que venderse por debajo
del coste de producción, que es lo que Marx llama superproducción, que se
corresponde con un consumo muy por debajo de la capacidad productiva,
infraconsumo.
De las crisis solo se sale
llevando a cabo una completa renovación del aparato productivo, destruir
para volver a construir, lo que permite al capital volver a obtener beneficios.
La crisis finaliza con la tasa normal de beneficio, reestableciendo el
equilibrio del sistema. Marx las compara con el vómito de los romanos, hacer
sitio para continuar comiendo, así el capitalismo necesita autodestruirse periódicamente
para volver a generar beneficios.
No cabe con la brevedad necesaria señalar aciertos y fallos
de la primera teoría que se dio de la crisis, el primer error suponer que al
final “ las contradicciones internas” desembocarán en el fin del capitalismo,
ni mucho menos completarla con la teoría de Keynes, que se centró en el domeñar
la crisis para salvar el capitalismo. Lo único que ahora me importa es subrayar
es hasta que punto la economía dogmática dominante, temerosa de la parresia, se
niega a reconocer los hechos más obvios.
* Doctor en Sociología. Ejerció de catedrático de
universidad en distintos países. Entre otras la Universidad Libre
de Berlín y la Autónoma
de Barcelona.
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