viernes, 19 de febrero de 2010
Comercios singulares
Alfredo, al leer tu pormenorizado y prolijo comentario sobre El Club, me vino a la memoria otro establecimiento de Cangas que me hacía mucha gracia y, aunque su actividad era ajena a la diversión, no dejaba de resultar un tanto singular, al menos para la chavalería; y simplemente, por lo castizo que era su propietario. Tú, seguro que puedes dar buena fe de él, y lo harás de forma minuciosa y detallada, como habitualmente son todos tus relatos y comentarios.
El lugar al que me refiero era una tienda de repuestos, principalmente de bicicletas, que estaba situada en la calle Mayor, en el lado de los números pares, frente a Casa Carchuelas más o menos. No estoy muy seguro pero, me parece que se llamaba: Bicicletas ¿Porfirio? El señor que la regentaba era más conocido como Serafo.
Este genuino hombre, tenía siempre en la boca un palillo de dientes, a modo de cigarrillo, y en cuanto se entraba en la tienda y le llegaba a uno su turno para ser atendido, el señor Serafo cuando se dirigía al cliente para preguntarle qué deseaba, lo primero que hacía era una aspiración brusca de aire con la boca, como si sorbiera, torciendo un poco el carrillo y le decía: ¿qué quieres Ubacho? Algunos le respondían que ellos no eran de ese pueblo, pero era igual; él se callaba y, al entregar la mercancía solicitada, volvía a repetir: son diez pesetas, Ubacho.
Para él todo el que entraba en aquella casa procedía de Oballo; supongo que tendría lazos de unión con el pueblo, o simplemente, le hacía gracia el topónimo pues, daba igual que el cliente fuese de Besullo, de Llamas del Mouro, o de Larón. El denominador común que tenía este hombre para toda la clientela, era suponerle la procedencia del pintoresco pueblo de Oballo, situado en las inmediaciones del Monte Muniellos. (Entonces era Monte, simplemente. Sin nada de reserva ni biosfera).
El singular Serafo, despachaba en el mostrador y también atendía las consultas mecánicas referentes a los vehículos de pedal. A la entrada, en una esquina de la tienda y subida como en un alto, estaba su mujer que era una señora bajita de pómulos sonrosados que, normalmente, solía ir vestida con toquilla gris sobre los hombros, peinada con moño muy blanco y con unas gafitas metálicas redondas que le daban cierto aspecto monjil.
Esta buena señora era la que cobraba. A veces, su marido Serafo, se demoraba un tanto, localizando las rebuscadas piezas que le solicitaban los parroquianos, y hacía esperar bastante al resto. Yo recuerdo más de una vez, de estar allí, y oír a algún cliente decirle a la señora: por favor, si su marido me despachara cuanto antes, se lo agradecería, es que se me marcha el coche de línea. Entonces la señora le decía: Serafín, haz el favor de despachar a este buen hombre en seguida, que se le marcha el correo y va a tener que dormir en Cangas. Serafo que estaba endemoniado porque no encontraba lo que le pedían, le respondía: ¡Cállate condenada!, ahora voy.
Buena se preparaba. La señora al decirle “condenada” era como si, en ese momento, la enviaran al mismísimo infierno de forma directa y para toda la eternidad. Después de una pausa valorativa, y ya recuperada del impacto verbal, comenzaba a decir: ¡ay, Dios no lo quiera!, la Virgen Santísima nos valga, la Virgen del Carmen, San Antonio bendito, San Roque, las Ánimas del purgatorio, la Virgen del Acebo..., y así, continuaba hasta recorrer todo el santoral. Una vez segura de que, con sus rezos y jaculatorias, había ausentado el mal fario que su marido le había dirigido, le decía al resignado cliente: no haga caso de lo que dice. Es muy bueno, muy bueno, pero tiene muy mal genio, y repito: no se lo tenga en cuenta pues, lo dice sin pensarlo; es muy bueno, muy bueno.
De inmediato, volvía el maldiciente Serafo a decir la frase maldita: ¡cállate condenada! y otra vez la señora volvía con la ronda de invocaciones a todos los santos. Tal que, con toda aquella retahíla de frases piadosas de la señora, y el sonoro “cállate condenada”, se pasaba el tiempo y, el pobre hombre que esperaba ser despachado de forma rápida, seguro que se le iba el coche y el tren, si lo hubiera, y tendría que pernoctar en la Villa, más de una vez; o regresar andando a su pueblo.
A mí personalmente, me hacía mucha gracia aquel hombre. Yo le compraba pequeños accesorios, como parches y algún racor para el inflado de las ruedas de una motocicleta de 49 cc que tenía, marca Terrot, fabricada en Vitoria con licencia de la marca francesa TORROT.
Durante mi estancia en Corias, recuerdo un día que estábamos varios por Cangas de paseo, y a un compañero, que era de Oviedo, y como capitalino al estar más espabilado que nosotros, era más desvergonzado y no se le ocurrió otra cosa que ir a pedirle condones. El amigo Serafo se alborotó todo y se indignó mucho, diciéndole que en su casa no se vendían semejantes guarrerías, y casi le puso de patitas en la calle. Lo curioso del caso es que, parecía que era cierto que los vendía, pero sólo a los clientes de confianza. Este muchacho que se los solicitaba era bastante cara dura y preparó allí un escándalo que por poco llaman a la benemérita. Le faltó un pelo. Pero el gandul del tendero, no lo hizo, porque en realidad, sí tenía el género que le solicitaba el carbayón. Aunque, pensando en cómo era la señora, seguro que los vendería, pero no a sabiendas de ella.
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3 comentarios:
Yo recuerdo un chiringuito que estaba entre la plaza de los taxis y el café Madrid, no sé si es ese al que tu te refieres. Vendía de todo, desde la prenda deportiva a la que haces mención, a piedras de mechero y era un matrimonio mayor el que siempre estaba despachando. La señora estaba sentada a la izquierda y él andaba merodeando entre todos los trastos que allí tenía. Encima del mostrador colgaba un tenderete de lado a lado que impedía ver con claridad lo que se escondía detrás, pero él seguro que veía perfectamente el penitente que acababa de entrar.
Recuerdo que siempre te recibía con el mismo saludo: ¿Qué quieres gallego?. Lo llamábamos por esto "el gallego".
Solíamos comprar allí las pilas para la linterna, cuchillas de afeitar etc.
También recuerdo al señor de la librería Narcea, siempre tan serio y con su cachimba humeante, era un tipo un tanto misterioso y cara de pocos amigos.
No es que fuéramos unos clientes de gran poder adquisitivo pero, lo cierto es que, llenábamos los cines los domingos y, entre manchaos, cubatas, alguna copa y bastantes bocatas, aunque fueran de anchoas o de sardinas, siempre dejábamos algo de nuestras maltrechas economías por la villa.
Sí, efectivamente, ese era el sitio y el personaje que yo describo. La forma que tenía de dirigirse al cliente se ve que era variada. Unos días le acoplaba el gentilicio de Galicia y otras, el topónimo Ubacho. La muletilla fuera una o la otra, eran ambas igual de inoportunas.
entre por casualidad un dia en vuestro bolg lei multiples comentarios de aquellos tiempos mozos que aunque se ven lejanos porque el tiempo es impacable si recapacitas un poco es como si pasara un momento porque a mi me parece mentira que hayan pasado tantos años.Que memoria teneis yo me acuerdo de mucha gente sobre todo la orla que puso Alfredo que casi todos son de Cangas o pueblos otros llegaron a Cangas por el trabajo de sus padres en la mina, Alfredo eres el que llamabamos de la planchadora porque en un comentario que hiciste decias que vivias enfrente al club y por eso me parecio que serias tu.Me encanta leeros siempre que puedo yo como Olga os digo que sigais con el tiempo y paciencia se veran los resultados tengo muy buenos recuerdos de alguno que lo veo por ahi que guapo era con los años uno cambia pero sigue siendo guapo.Me costo mucho trabajo entrar debe ser por enesima vez no se si de esta va esperemos que si. Un saludo para todo este frente de juventud
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