viernes, 3 de febrero de 2017
LA DÉCADA DE LAS LUCES… Y DE LAS SOMBRAS
Solemos mirar atrás, a los comienzos de nuestra vida, para evitar, quizá, aquello que escribió Malraux en La
condición humana: “Cuando un hombre ya está hecho; cuando ya no
queda en él nada de la
infancia y de la adolescencia; cuando, verdaderamente ya es un hombre, no sirve
nada más que para morir”
Tampoco era una década fácil aquella de los
cincuenta del pasado siglo para la inmensa mayoría de españoles.
Sin embargo se podría decir, dicho en
plan exquisito y tal vez de forma pretenciosa, que para quienes ahora frisamos
la setentena esa fue nuestra década
de las luces… y también
de las sombras. En ella abandonamos la inocencia o inconsciencia propia de la
infancia para adentrarnos en los albores de una juventud, y de una consciencia,
que nos llevaría paulatinamente a
percibir la realidad de la vida. Primero como adolescentes y solo años después como personas adultas.
Es posible que aquella nos pareciera una década interminable, de años lentos y hojas de calendario que se
demoraban en las paredes hasta ennegrecerse, permitiendo, incluso, que las
moscas depositaran sobre ellas sus diminutas heces hasta convertirlas en
curiosas, y dudosas, obras de puntillismo pictórico. Solo mucho tiempo después nos dimos cuenta de que la vida es una montura que cabalgamos en
una única dirección, y que aún sabiendo que la velocidad de su andadura es siempre la misma, la
percepción que de ella
tenemos suele ser muy diferente. Al comienzo, durante el primer tramo de vida,
su trote resulta cansino, indiferente a los esfuerzos por espolearla para que
nos adentre en el atrayente futuro que nos aguarda. Después, al bordear el abismo de la vejez, su
trote se desboca y son vanos los intentos por frenarla, por demorar la llegada
del cada día más cercano final. Es el ciclo de la
naturaleza imposible de eludir.
Durante aquellos años cincuenta los Reyes se transformaron
en padres y, en la noche mágica,
sustituyeron los carros hechos con recias tablas, los caballitos de cartón o las pequeñas camionetas de hojalata por zapatos, la Enciclopedia Álvarez o un cabás de madera para el colegio. En lo relativo al sexo los infantiles
y retozones juegos a padres y madres
entre la hierba del pajar fueron dejando paso a las miradas furtivas y a
las sonrisas del quiero pero no puedo. Dogmas y prejuicios, implacablemente
inculcados, invadieron la inocencia para
empujarnos en brazos del inevitable confesor. A él debíamos confiarle
nuestros más recónditos e inexistentes secretos, mentirijillas
ocasionales y peleas con amigos, únicos
pecados al alcance de un niño.
Peor era años después, ya bajo el influjo del deseo, cuando
arrebolados de vergüenza había que responder al consabido “cuantas veces”.
Sin pretender herir las creencias de nadie
no deja de resultar admirable la capacidad
inventiva de la Iglesia al instaurar, a través de la confesión,
el más poderoso sistema
de información pre-cibernético que se pueda imaginar. Poco valor
informático podían tener aquellas confesiones de niños. Su único valor, y explicación,
tal vez se inscribía en el
educacional, esto es, crear el hábito
para cuando se tuviera capacidad de “pecar”. Quién dispone de información
tiene poder y capacidad de someter, según nos han explicado ya muchas veces. La confesión, desde un punto de vista jurídico, puede albergar otra cierta anomalía; un mismo poder, la Iglesia, establece
las normas, legisla, y al tiempo juzga y condena su incumplimiento. Pero este
es un terreno resbaladizo y mejor dejarlo a la conciencia de cada cual.
Puede resultar ilusorio intentar abordar
estos temas en unos tiempos en los que impera ese concepto llamado posverdad;
donde la mentira puede ser asumida como verdad, o la mentira, como tal mentira,
suele transformarse en creencia compartida por la sociedad. Ejemplos de esa
posverdad nos asaltan a diario. Basta con escuchar, o leer, a no pocos
personajes públicos y creadores
de opinión. Sobre todo a los
que detentan el poder. Solo un botón
de muestra que afecta directamente a los jubilados; cuando la ministra, Sra. Báñez, se ufana en televisión, y en carta personal, de haber subido
las pensiones, ese mísero
0,25%, nos está diciendo una posverdad. En realidad su gobierno las ha reducido en
un 2,75 %. La diferencia entre esa subida y el incremento experimentado por el
IPC según los datos de este
enero.
Como
escribía hoy mismo Adolfo
Muñoz en la sección de Opinión de El País:
“Para mentir no es
necesario caer en el bulo. Se puede mentir diciendo solo una parte de la
verdad. Se destaca una pequeña
parte de la verdad, se la ilumina, se la descontextualiza, se carga de notas
sentimentales…y ya tenemos esa
pequeña parte de la
verdad convertida en una descomunal mentira”.
Pero aunque resulte una osadía por mi parte no es a ese tipo de
mentira, o posverdad, a la que me quería referir aquí
sino a la mentira blanca que en ocasiones torturaba
las aún impúberes conciencias en el amanecer a la
vida. Mentiras dictadas por la inocencia que, en realidad, eran una especie de
autodefensa para poner a salvo incipientes parcelas íntimas de libertad. Tiernas mentiras que bajo la amenaza de
castigos infernales solían
provocar ataques de terror y largas noches de insomnio, más cuando se acercaba la fecha de rendir
cuentas al temido confesor. Puede parecer
transgresor pero también
lícito afirmar que en
aquellos años cincuenta
encorsetaron nuestros raciocinios y comportamientos con dogmas y anatemas que
ligaban de forma indisoluble mal y bien con
mentira y verdad, ignorando que la sabia naturaleza ofrece siempre una
infinita gama de matices y modos de vida.
Ningún ser humano debiera nacer, y crecer, bajo sospecha. Son sus
hechos, buenos y malos, de adulto consciente los que se debieran juzgar.
El protagonismo de aquella cruzada
catequizadora, no podía
ser de otra manera, la llevaron a cabo algunos curas vestidos con sotanas
negras que habían cursado el
seminario en una de las trincheras de la reciente guerra.
Por eso tal vez la llegada a Corias, con
independencia de estar más
o menos llamados por las cuestiones religiosas, pudo representar un soplo de
aire fresco. Allí, bajo el hábito blanco, estaban personas que, salvo
algunas excepciones poco gratas, habían
estudiado y asimilado una vasta cultura que les permitía ver más allá de dogmas y anatemas. No solo habían leído a San Agustín o Santo Tomás, también
a otros clásicos desde Kant
hasta Hegel. Ellos nos enseñaron
que existían más colores que el blanco y el negro. También diferentes graduaciones entre la
mentira y la verdad o entre el bien y el mal. Algunos recordareis como un
profesor, fraile, nos hablaba de la posibilidad de mentir sin mentir con un
ejemplo clásico: Él,
decía, estaba situado
en mitad de un camino aislado por el que veía pasar a un buen hombre huyendo de unos malhechores, no recuerdo
que especificara si esos perseguidores eran el brazo ejecutor del poder o no.
Al llegar éstos a su altura le
preguntaban si había visto pasar por
allí al huido. El fraile, al responder, apuntaba subrepticiamente, sin
que nos percatáramos, con el dedo índice al interior de la amplia manga de
su hábito y respondía que por allí no había pasado nadie. Después
nos preguntaba si él había mentido, y, ante nuestras dudas,
desvelaba que por el interior de su manga nadie había pasado. De esa forma sencilla nos desvelaba que verdades y mentiras
tienen muchas vueltas.
Después, a lo largo de la vida, fuimos descubriendo que la mentira, y en
justa correspondencia también
la verdad, es poliédrica. Por eso
suele resultar tan difícil
averiguar el sentido de su orientación
y la cara en que se asienta.
ulpiano rodríguez calvo
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7 comentarios:
Siempre tuve muy presente esta anécdota que nos contaban los frailes y que refiere muy bien aquí Ulpiano, aunque mi versión difiere ligeramente de la de él. Según mi memoria, se trataba de un delincuente que huía de la justicia y mientras era perseguido por los guardias, tuvo la habilidad de despistarles y al llegar a un cruce de caminos los guardias, medio perdidos, se encontraron con un fraile que estaba allí parado como don Tancredo y le preguntaron si había visto pasar corriendo a un hombre con malas trazas y con cara de forajido, el fraile pensó durante unos instantes y para no delatarle, ya que acababa de verlo pasar a todo correr por delante suya, como si lo llevaran los demonios, juntó las manos y poniendo una sobre la otra a la altura del vientre, introdujo el dedo índice de la mano derecha dentro de la manga izquierda del hábito, apuntando hacia el interior y dijo : no, por aquí no pasó. Con lo cual el religioso no había mentido pues, en realidad el quinqui por la manga no había pasado. Este episodio se utilizaba como ejemplo de lo que era decir una mentira piadosa y sobre todo a la hora de tener que explicar lo que es la restricción mental, que el Diccionario de la Lengua Española la define como: "intención mental con la que se limita, desvirtúa evasivamente o niega el sentido expreso de lo que se dice, sin llegar a mentir".
Después de un mes de enero con bastantes entradas, pero todas –salvo una- por una causa muy triste, ¡Qué buena manera de empezar el blog el mes de febrero!
Lo que escribe Ulpiano siempre emana una apacibilidad que, sea cual sea el tema, agrada leerlo. Yo siempre lo releo varias veces.
A mí los años que describe me llegaron en 1955-1965. Pero las vivencias son más o menos las mismas. Evidentemente me faltó el estar en Corias.
La anécdota que contáis sobre las mentiras nunca la había oído. Le pregunté a Manolo y él no lo recuerda. Probablemente como no iba al mismo curso no le coincidió oírlo. Lo que yo que fui alumna de las Dominicas recuerdo es que también hablaban de las mentiras y que un día preguntaron cuántas clases de mentiras había y una compañera dijo “Jocosas, piadosas, oficiosas y dañosas”. Me impactó porque yo no tenía ni idea, así que nunca se me olvidó. A continuación pusieron ejemplos de cada tipo. Lo más probable es que el día que lo explicaron yo no asistiera al colegio.
Me hizo mucha gracia lo del calendario y las moscas porque creo que todos estaban así. Además si tenían una lámina que les gustara lo dejaban otro año más y ponían el nuevo al lado. Generalmente estaban en las cocinas, que en aquellos tiempos lo eran todo en las casas.
En cuanto a la información de las confesiones, tenía yo un tío paterno que siempre estaba con lo mismo. No me parece procedente poner aquí una de las aplicaciones que le daba. Cuando nos veamos, si nos acordamos, os lo contaré.
Bueno, el comentario no se corresponde con la profundidad de la entrada.
Uno se siente analfabeto ante estas entradas. Nos falta Morán, menos mal que quedan Ulpiano y el Prior.
Ulpiano, yo creo que no era una década interminable, como dices, el tiempo se mataba de otra forma.
Una vida mucho más tranquila, sin prisas, con mucho menos de todo pero, con lo poco que teníamos, bajo mi punto de vista, éramos más felices que ahora que lo tienen todo y no se sienten saciados con nada: el coche trucado por todas partes para correr más que el vecino, el teléfono último modelo para chatear a todas horas, hasta en los pasos de cebra, no digamos de la ropa o los juegos.
Sobre el comentario que haces de la confesión; tienes razón que era una información privilegiada pero, no te puedes imaginar el castigo que era, para la mayor parte de los sacerdotes, sentarse en un confesionario varias horas y escuchar toda clase de: faltas, delitos, robos, adulterios, asesinatos y un largo etc. que, por mucho esfuerzo que hicieran, resultaba muy difícil olvidarlo y sobretodo si se cruzaban con el confesado continuamente por la calle.
Aunque teníamos al P.José como persona profundamente creyente, intransigente y chapado a la antigua, era al que siempre acudíamos con los temas propios de la edad. Parece mentira pero, según comentarios autorizados, era una de las personas, de las que decían "los progres", con las que se podía hablar.
Y sobre la Sra. Fátima es el pan nuestro de cada día. La mentira piadosa o media mentira, está tan extendida en la política, y en casi todos los ámbitos, que uno se va acostumbrando y lo da por bueno y normal.
Ten en cuenta que, a este paso, en pocos años, nuestras pensiones se devaluarán cerca de un 50%.
La energía eléctrica se encarecerá porque las nucleares no están bien vistas y las renovables son, a todas luces, insuficientes y su transporte, a los lugares de demanda, resulta caro. Para colmo de los colmos el autoconsumo está penalizado, algo que es imposible de entender.
Están cacareando continuamente que es necesario reducir el consumo eléctrico y está demostrado que cuanto más se reduzca, más caro nos van a poner el KW. para que las compañías eléctricas sigan manteniendo y aumentando sus beneficios con ayuda de aquellos que utilizan sus puertas giratorias.
HAXA SALÚ.
Samuel, estoy de acuerdo con casi todo lo que expones en tu comentario, solamente una objeción, la mentira en la política no es piadosa ni media mentira, es mentira pura y dura... Saludos.
Julio, me gustaría darte la razón pero, tengo un problema, si te la doy, tengo, tenemos, que acudir a consulta de psiquiatría por haberles votado. Digo haberles, porque no se libra ni el 1%.
Lo malo no es sólo eso, porque no hay propósito de la enmienda, algo que era imprescindible, en nuestros tiempos, para recibir la absolución, y los mentirosos y corruptos son puestos a cubierto para ser juzgados por personas especiales y no por las que nos juzgan al resto de los mortales.
No hay nada mas que echar un vistazo al "cementerio de los elefantes" y allí nos encontramos con la flor y nata de todos los colores de la política.
Samuel, estoy de acuerdo, nuevamente, con casi todo lo que dices. Sin intención de ofender a nadie, hay una mayoría de votantes que no les importa que les mientan, principalmente votantes del PP y del PSOE, y digo esto porque son los partidos que nos han gobernado los últimos 35 años, pero afortunadamente no todos los votamos. Yo nunca los he votado y, a no ser que se me vaya "la olla", nunca los voy a votar... Saludos.
Bueno, poco a poco, nos vamos acercando a los puntos en común. Ten cuidado con la olla que es necesario cambiar la válvula, con cierta frecuencia, por motivos de seguridad.
No me paro a comentar la sentencia de ayer, por no ser letrado en la materia, pero sentará jurisprudencia para otros casos similares pendientes.
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