viernes, 29 de junio de 2012
HUBO MÁS DEVOLUCIONES QUE LA DE FRAY RIPA
A propósito del flamante traje que Fray Ripa quiso devolver a su sastre, una vez
confeccionado, voy a contar una anécdota que ocurrió en mi casa siendo yo niño,
unos años antes de ir a Corias. Como saben todos mis compañeros de colegio, mi
padre fue sastre y junto con mi madre,
ambos, se dedicaron durante toda su vida laboral a la confección de ropas de
caballero para una gran mayoría de los hombres que vivían en el valle de Rengos
y aledaños. Incluidos ciertos encargos que les hacían de vez en cuando, para algunos emigrados a
Argentina y Venezuela que tenían el capricho de llevarse de aquí los trajes hechos por su sastre habitual que se
los dejaba ajustados a su gusto.
En los años cuarenta-cincuenta, como aún era palpable la
miseria y escasez de dinero reinante en aquellos pueblos y en otros muchos, ocasionada
por los efectos devastadores de la guerra incivil, cuando una prenda se iba
ajando por el excesivo y continuado uso, también iba perdiendo casi por
completo el color, lo que le hacía
parecer mucho más vieja de lo que era en sí y si el tejido aguantaba y no se rompía, había la
opción de darle la vuelta al género. Ésta, era una labor que a los sastres no
les gustaba nada, es más: la odiaban. Pero no había más remedio que hacerlo;
sobre todo, si el que lo requería era un parroquiano habitual de la casa.
En una ocasión le llegó al sastre Roscón, mi progenitor, un cliente de los pueblos altos de montaña, con
una prenda bastante usada y deteriorada que
quería darle la vuelta y reacomodarla para un hijo suyo que era bastante menos
corpulento que él. La prenda en cuestión, concretamente, era una chaqueta de
paño de color oscuro y debido a la suciedad que tenía encima, daba la impresión que
estaba encerada o impermeabilizada por el cuello y las bocamangas como si
fuera un hule de cocina. La dichosa
vestimenta, aparte del brillo lustroso adquirido por el sobeteo diario, aquello
apestaba por el mal olor que daba desde lejos, era insoportable el tufo a sudor y a “grasún”
(sebo) que desprendía.
El sastre, dicha sea la verdad, nunca tuvo buenas olederas y seguro que notó algo de aroma al tocar aquel maloliente disfraz, pero no tuvo el desparpajo
que era necesario tener para decirle al guarro del cliente que aquello no eran formas
de presentar una prenda en la que debían manipular otras personas. Aunque yo
supongo que, dado el carácter de conformidad que tenía mi padre para todo lo
relacionado con el trabajo, aunque hubiese notado la pestilencia, no se atrevió
a decirle nada y no le quedó más remedio que aceptar el encargo. Por eso, nada
más irse el cliente, dejó sobre una
silla en un rincón de forma discreta aquel “pudricu” oloroso antes de que lo
detectara su compañera de faena que, por cierto, contaba con un olfato finísimo, como suele ocurrir en la mayoría de la hembras.
Por casualidad, en los momentos de la recepción del encargo,
mi madre no se encontraba en el taller pues ella tenía que alternar la costura con las labores de la casa. Tal que
el dueño de la chaqueta, una vez hecho el "mandao", se fue tan pancho y nada más
que entró mi madre en el recinto donde cosían preguntó: ¿Quién ha estado aquí
que huele esto tan mal? Mi padre por lo
bajini, temiendo la tormenta, contestó: fulano. La compañera enfurecida comenzó a resoplar como una fiera,
pues el tema de la limpieza lo llevaba hasta
extremos increíbles y pensando que la presencia del pestazo sería solo pasajera,
como primera medida abrió las ventanas
de par en par para que saliera aquella peste y ventilara la casa. Tal que, después
de un buen rato, ya casi aterido de frío el sastre, mi madre por pena, cerró las ventanas, pero el
aroma no solo no se había ido, sino que, olía aún más fuerte y concentrado si
cabe. Mi padre temiendo la que se le podía avecinar, estaba callado como un
muerto y no decía nada del encargo que acababa de admitir. Al insistir mi madre
de nuevo, en qué demonios había allí dentro que
desprendía aquel olor tan nauseabundo,
mi padre no tuvo más remedio que descubrir el encargo que acababa de aceptar ¡Ay
Dios, la que se armó! La señora Emilia que, afortunadamente, los tenía muy bien
puestos, se fue a la cocina, cogió el gancho de la lumbre y a modo de pinza, como el gancho era bastante
largo, levantó “el pudricu” aquel por el
cuello y sin más contemplaciones lo bajó para la cuadra del cerdo. Lo colgó de
un palo que sobresalía de la pared a modo de perchero y allí lo dejó para acto
seguido avisar al dueño que viniese a recogerlo.
En una de éstas llego yo a la cuadra del cerdo pues, este
compartimento de la casa tenía doble función: albergar al "rancho" como cometido principal y también hacer de
evacuatorio para el resto de los habitantes que compartían techo. Recuerdo que entré al sitio con
cierta prisa y urgencia, pero el animal
como estaba acostumbrado a vernos de continuo, ni se inmutaba; pero cual fue mi sorpresa, cuando veo al cerdo
a carreras como loco de punta a punta de la cuadra, con una prenda grande que
le tapaba la cabeza y la parte delantera del cuerpo, como si hubiese intentado
vestírsela. Me dio tal risa que se me cortó la urgencia que llevaba por
completo. Después de troncharme de risa y a la vez buscarle explicación a lo
que estaba pasando allí, rápido llegué a la conclusión de que el cerdo había
mordisqueado la parte más baja de la chaqueta que colgaba de la pared y al
tirar de ella se le cayó sobre la cabeza tapándosela por completo. Por eso el
animal no paraba de correr para acá y para allá como loco, intentando poder
liberarse de aquel oloroso y pesado velo que no le permitía ver.
Yo, en vez de quitársela y de recoger la chaqueta como hubiera
sido lo normal, avisé a mi madre que bajara de la casa corriendo y los dos
festejamos de lo lindo el gracioso espectáculo. Una vez que el “rancho” se vio
libre de aquel molesto burka, mi madre lo pinchó de nuevo con un palo largo y lo volvió a
colgar en la pared, pero esta vez un poco más alto para que no se repitiera la
escena. El apestoso andrajo aquel, presentaba unas dentelladas por toda su
superficie, que bien parecían flecos hechos a propósito con la tijera. Acto seguido,
mi madre le comunicó al maestro cosedor,
que ya podía avisar al dueño de aquella inmundicia para que viniera a recogerla
cuanto antes si no quería que volviera a
ser la distracción y regocijo del gocho. El pobre sastre, no sabemos como se
las ingenió para justificarle al dueño de la prenda las dentelladas que tenía
el modelo, pero sí sé que lo vinieron a recoger sin consecuencia alguna para el recepcionista.
Al pusilánime de mi padre le sirvió de lección para que nunca más volviera a admitir una prenda para arreglar que no
estuviera aseada adecuadamente, como Dios manda.
B. G. G. bloguero
“Prior”
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3 comentarios:
Es una pena que esta historieta que he contado aquí, no le hubiera sucedido a “Jesusín” pues, la verdad, más parece propia del Pelgar que de otra persona.
Según dice el pié de foto tu padre tenía setenta y tantos años, trabajando, y, asombrosamente, estaba hecho un chaval. No hace mucho leí una esquela en La Nueva España donde anunciaba el fallecimiento, también, de Domingo, el sastre al que se refiere Morán en su entrada.
En Limés, además del telar de Candela donde de pequeño pasaba horas absorto viendo como los interminables y múltiples hilos daban cuerpo al tejido entre el chocar de los peines, había una modista que me hacía los pantalones. Por cierto, Gión, era hermana de Herminio, “El Frailín” el acordeonista que tú conocías, este antiguo compañero de correrías murió en Barcelona ciudad donde hace años residía, me enteré en Limés durante la última visita.
Pero ahora todos vamos con ropa de diseñadores italianos, franceses, ingleses o americanos, con su logo, propaganda gratis, bien visible en cuanto te descuidas, fabricada en China, India o Taiwán a costo de saldo y vendida a precio de oro.
Cosas de la globalización.
Dn Benjamin,como siempre cuentas unas historias que me pego unas panzadas de risa tremendas,desde luego habia que tener cara dura para ir con semejante prenda a darle la vuelta,habia que cantarle Dale la vuelta pepe dale la vuelta que el forro la chaqueta huele mucho mal,que dale la vuelta,menudo cliente ...Ulpiano de la hermana del Frailin no la recuerdo,pero no sabia que el gradisimo acordionista residia en Barcelona y que habia fallecido,lo recordare siempre con mucho afecto,nos hizo pasar ratos inolvidables,fue un personaje unico.un fuerte abrazo.
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