jueves, 28 de junio de 2012
Y FRAY RIPA COMPRÓ UN TRAJE
Algunos de los lectores de este blog quizá no conocieron a
Fray Ripa. Así lo calculo teniendo en cuenta que el suceso que hoy narro tuvo
lugar a finales del curso 69-70. Ignoro cuándo llegó a Corias. Puede que no
mucho antes. Yo le conocía de mi época de estudiante en Salamanca donde no pasó
desapercibido debido a su singular interpretación de la cautela al volante. El
caso es que el convento de San Esteban de Salamanca adquirió una furgoneta VW
para atender a las necesidades de coordinación entre el Convento y el Santuario
de la Virgen
de peña de Francia, también en la provincia de Salamanca pero a 100 km exactos
de la capital.
No había apenas frailes que tuvieran carnet de conducir y
fue necesario que tal cometido se encomendase a un lego. Y le tocó a Fray Ripa.
En aquellos tiempos un hábito inspiraba un respeto reverencial que llegaba a
extremos insospechados. Tal debió de ocurrir con los examinadores de tráfico
que le dieron el carnet a Fray Ripa. Lo digo porque cuando empezó a salir a
carreteras generales extremaba tanto su “prudencia” al volante que cuando
avistaba otro vehículo/coche/carro de mulas/camión a 300 metros y que venía en sentido contrario, recitaba
nerviosamente: “¡A Dios!, ¡A Dios! Un coche, un coche, un coche,…”. Y se
detenía bien pegadito a la derecha esperando que el otro cruzara. Luego
reanudaba la marcha. “Un carro, un carro, un carro”. Avisaba Fray Ripa. Parada
y a esperar. Como había poca circulación en los años 50, solamente se veía
obligado a parar 135 veces en los 100 kilómetros que separan Salamanca de la Peña de Francia. Pero él
llegaba.
Por lo demás, él era un hombre sencillo, bendito, buenísima
persona y en nada conflictivo. Un buen hombre y un buen fraile. Parecía
extraído de uno de esos códices medievales ilustrados a mano con figuras de
humildes frailecillos arrodillados ante alguna aparición. Durante su estancia
en Corias fue cuando el mundo eclesiástico se convulsionó de abajo a arriba. En
todo. Hasta en las costumbres más vulgares. Empezamos a salir a la calle vestidos
de paisano, por ejemplo. Fue entonces cuando Fray Ripa, arrastrado por el
oleaje secularizador que llevó todo por delante, creyó que él necesitaba un
traje para su vida extra conventual. A tal efecto, se buscó un sastre. Creo
recordar que se llamaba Domingo y que tenía su taller a la entrada de la Calle Mayor. Escogió
un género normal y discreto, algo tirando a marrón, difícil de combinar con
camisas y corbatas. Pero Fray Ripa, un ex campesino de la ribera de Navarra
estaba al margen de este tipo de exquisiteces. Una vez medido, quedó a la
espera de la primera prueba y luego de la entrega de la prenda terminada. Fue
en esa espera cuando algo eclosionó en la mente de Fray Ripa. Nunca nadie supo
qué extraño conflicto interno le llevó a desistir de aquel traje. ¿El hecho del
traje?, ¿aquel traje?, ¿el color? El caso es que con la prenda ya acabada le
dijo a Domingo que él lo había pensado mejor y que no quería el traje. Domingo
–por aquello del respeto reverencial al que antes me refería- se vio ante una
situación muy molesta. Le rogó a Fray Ripa que, por Dios, buscara una solución,
ya que el traje estaba hecho a su medida. El Fray se hizo cargo del problema y
no vio otra solución que tratar de empaquetárselo a alguien. ¿A quién? Arduo
problema. Ninguno de los frailes estaba por la labor. Y él pensó que entre
tantos alumnos… quizás… alguno… Así que él personalmente, que tenía algo de
carpintero, confeccionó un marco de madera muy decente y dentro del cual encajó
el siguiente anuncio: “Se vende
traje sin estrenar, buen género, lo vendo barato. Es una ocasión. Lo pueden ver
en la sastrería de Domingo. Fray Ripa.”
Y colgó el cuadro en el trozo de claustro que hay entre el
comedor y la entrada para la sacristía. Un día, dos, una semana, tres semanas…
Se acercaba la diáspora de alumnos de fin de curso y no había señales de
comprador alguno.
Hasta que… la noche justamente anterior a la gran escapada
de chavales, alguien desde la celda de otro fraile, llamó a las doce de la
noche a Fray Ripa a su habitación y dijo: “¿Fray
Ripa? Mire, Fray soy un alumno de 7º. Me llamo Mateos. Me gustó su traje y me sirve. Me lo llevé. El dinero se
lo di a Fray Javier. Pidáselo.”
Muchos conocisteis a Fray Javier. Sí, hombre, el de la
portería. El que cayó en cama aquejado de un cruel herpes zoster que le tenía
crucificado y que él lamentaba a grandes voces: “Ay, Ay. Este maldito
espermatozoide que tengo en las espalda”
Ocurre que entre Fray Ripa y Fray Javier había una relación
bastante tirante. Ignoro por qué. Seguramente no era culpa del bendito de Fray
Ripa.
Al día siguiente, al romper el alba (como decía la canción
de Tom Jones, Delilah) el fraile encargado en ir puerta a puerta despertando a
los demás a las seis y media de la mañana y que no era otro que Fray Ripa,
llamó con cierta energía y algo de impaciencia a la puerta de Fray Javier.
Éste, un tanto sobresaltado por la brusquedad del aviso, abrió la puerta y vio
a Fray Ripa que mano extendida, la palma hacia arriba y con gesto exigente, le
requirió: “Venga, el dinero”. “¿Pero qué dinero?, ¿de qué me hablas?” contestó
Javier, sorprendido. Ripa, se puso más tenso y exigió: “Venga, no disimules. El
dinero que te dio Mateos”. Javier no daba crédito. “Pero, ¿qué dinero ni qué
Mateos?”. Ripa se indignó ante tal postura y levantando la voz dijo: “No seas
cínico. Ese dinero que te dio Mateos es para mí. Tú lo sabes”. Fray Javier no
sabía nada. Así, poco a poco, fueron levantando la voz al extremo que los
frailes de las celdas vecinas salieron alarmados a sofocar el incendio verbal
que oían. Trabajo costó imponer la paz y convencer a Fray Ripa de que lo dejara
de momento hasta hablar con el Prior, o sea, con Basilio. Otro que tal baila.
Seguro que sus reconocidos reflejos enseguida le percataron de que era una
broma lo sucedido. Lo malo, es que luego anda por ahí diciendo que la broma se
gestó desde el teléfono de mi celda. Admito que fue desde mi teléfono, pero no
fui yo quien engañó a Fray Ripa.
Es una obsesión esta de Basilio. Cada hecho delictivo que se
producía en un convento, él corría la especie de que el autor era Morán. Fue lo
que ocurrió con Fray Lucio. Fray Lucio era una especie de Fray Pepín pero en
versión zamorana. Estábamos de estudiantes en Caldas de Besaya (Santander) en
un convento viejo con un claustro parecido al de Corias pero con todos los
arcos acristalados hasta el suelo. Fray Lucio decidió aprender a andar en bici
dando vueltas al claustro. Fuera llovía 362 días al año. El caso es que el
citado Lucio fue progresando y cogiendo confianza a tal extremo que se embalaba
y un día derrapó en una curva y se fue contra el acristalamiento de uno de los
arcos y se hizo muy serios cortes en manos y antebrazos. Esa es la historia
real. Pero Basilio, con la manía de atribuirme a mi todo, anda por ahí
contándole a todo el mundo que la realidad fue que Morán estaba agazapado en
una esquina y cuando vio que llegaba Lucio a tomar la curva, empujó un tiesto
hacia el centro y Fray Lucio, sorprendido, se estrelló. Le tengo advertido a
Basilio que mi paciencia no es infinita y que cualquier día interpongo una
querella por difamación en el Juzgado. Hombre, ya está bien.
Y que sepas Basilio que no fui yo quien colgó la bici de
Fray Javier del campanario de Corias, ni quien le robó a Fray Javier un jamón,
que tenía en depósito, propiedad de su amiga, la devota Dorotea. Ni fui yo
quien le robó al Padre José una caja de Farias, que se llevó un disgusto que a
poco más acaba con él.
Pepe Morán Fernández. Dominico ex.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
En mi casa siendo yo pequeño, he visto a mis padres confeccionar ropa de muy diferentes estilos y para todo tipo de profesiones. Pues aparte de las prendas normales de caballero como son la: chaqueta o americana, pantalón, chaleco, abrigo, chaquetón, zamarro…, etc., mi padre también hizo uniformes de guardia civil, para militares del ejército de tierra, para los guardas forestales, guarda polvos para los serenos de Madrid,…, etc. Pero, entre todos ellos, guardo una imagen que aún mantengo fresca en mi memoria y que data de cuando vi por primera vez al señor cura párroco de Vega de Rengos en el taller de costura de mi casa con la sotana remangada y los pantalones al descubierto para que el sastre pudiera tomarle medidas para la confección de un nuevo pantalón. Yo como niño, nunca me había planteado que el cura podría llevar pantalones por debajo de la sotana como otro hombre cualquiera. Al verlo se me cayeron los palos del sombrajo. Creo que hasta me puse colorado y todo. También diré que a partir de aquel día el señor cura, Don José, que así se llamaba, perdió para mí gran parte de la aureola de misterio que hasta entonces me había yo formado en torno a su figura y a su profesión de cura.
Publicar un comentario