Hoy se le denomina a este aposento sala Monte Muniellos, en honor a la Reserva Natural de la Biosfera, distante de aquí tan solo unos 25 km y que es cuna del oso y del urogallo, con una riqueza forestal de roble, haya y abedul de las mejores conservadas de Europa.
viernes, 7 de octubre de 2016
De la lima basta, al brownie de chocolate
Estaréis de acuerdo conmigo en
que existen lugares que tienen un atractivo especial, bien sea por su ubicación dentro del conjunto
arquitectónico al que pertenecen, o porque reúnen de por sí determinadas
condiciones telúricas o tectónicas que no se dan en el resto de compartimentos
del edificio y por lo tanto, siempre
resulta agradable y reconfortante el permanecer bajo su techo, independientemente
de la utilización a la que se les dedique. Tal es el caso del recinto que vemos
en la foto repleto de mesas y de comensales en plena degustación del Pote cangués,
y qué casualidad, que muchas de estas mismas
personas junto a muchísimas más, en otros tiempos ya lejanos, ocuparon
diariamente durante una o dos horas este mismo espacio, pero no como lugar de
deleite gastronómico, sino como aula de formación práctica de la asignatura de
Tecnología que era el Taller de Metal.
Hoy se le denomina a este aposento sala Monte Muniellos, en honor a la Reserva Natural de la Biosfera, distante de aquí tan solo unos 25 km y que es cuna del oso y del urogallo, con una riqueza forestal de roble, haya y abedul de las mejores conservadas de Europa.
Hoy se le denomina a este aposento sala Monte Muniellos, en honor a la Reserva Natural de la Biosfera, distante de aquí tan solo unos 25 km y que es cuna del oso y del urogallo, con una riqueza forestal de roble, haya y abedul de las mejores conservadas de Europa.
En la actualidad, lo que era el
antiguo Taller de Metal y después de su reconversión, está claro que sigue siendo
un lugar complaciente, pues basta ver la
animada comida que están celebrando los antiguos alumnos de Corias y sus familias, con motivo del Encuentro anual que tiene
lugar el último sábado de septiembre de cada año. Pero si nos remontamos a los tiempos del instituto laboral las horas
que aquí pasamos los alumnos siempre fueron amenas y entretenidas. Si después nos fueron más o menos útiles como formación académica para el
camino que tomó cada uno, eso no lo sé, pero perjudiciales seguro que tampoco.
Las clases prácticas de talleres, tanto
en el de Madera como en el de Metal o en el de Electricidad, y posteriormente
en el de Cerámica, siempre eran como un aflojamiento en la jornada diaria después
de la rigidez, dificultad y
concentración que requerían las asignaturas troncales, aunque entonces no se
llamaban así: decíamos las importantes.
El profesor del taller, el señor
Lisardo, era hombre serio y un experto tornero que cumplía perfectamente su misión docente de enseñarnos a manejar toda aquella maquinaria de la que
disponíamos, para luego llegar a saber mecanizar todo tipo de piezas de metal,
tanto de soldadura en sus dos versiones: oxiacetilénica y eléctrica, como de ajuste y de torno. Todos recordamos aquel enigmático
armario metálico, cerrado a cal y canto,
donde el profesor Lisardo guardaba como oro en paño el cuadernillo de las
notas, las soluciones de las diferentes combinaciones de los números de dientes
de las ruedas conductora y conducida que se colocaban en la lira del torno para
obtener una determinada rosca, por ejemplo, de un paso de 8 hilos por pulgada si era rosca Whitworth, o de 2,5 m/m si ese trataba de rosca Métrica. Detrás de
estos tesoros de papel estaba a buen
recaudo la botella de orujo, que de vez en cuando y siempre fuera de las
horas de clase, y amparado por su mozo
de estoques, Jose de La Chata, tenía la ocurrencia de dar a probar al pardillo de turno que cayera
por allí, aquel Bálsamo de Fierabrás haciéndolo pasar por agua del grifo.
hoy día saboreamos un delicioso "Brownie" de chocolate.
B. G. G. bloguero “Prior”
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2 comentarios:
Leyendo esta entrada de Galán y oyendo los comentarios el día de la comida, se ve que os causó una grata impresión volver al taller donde pasasteis muchas horas y recordar, probablemente idealizándolo un poco, las situaciones allí vividas.
Por supuesto que todos recordábamos la situación, mas o menos, de cada una de las máquinas que teníamos: los bancos a la derecha, a continuación la mesa de Lisardo con su armario en la pared, la rectificadora de superficies cilíndricas, las dos soldaduras y el fogón con el yunque. Por la izquierda los dos tornos, el cepillo, la fresa, rectificadora de superficies planas y no recuerdo lo que había al final.
Maribel, en cualquier rincón que nos sitúen habrá algo para recordar.
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