Siempre que contemplo esta hermosa pintura de Murillo, me
vienen a la imaginación los años de internado que vivimos en
nuestro extinguido
y querido colegio de Corias. Si el señor
Murillo hubiese sido contemporáneo de la actividad del Convento de Corias como
instituto laboral, no cabría duda alguna sobre el origen de la fuente de inspiración
del autor pues, imágenes como la que recoge el cuadro eran muy frecuentes entre
el alumnado. Salvo unas pequeñas diferencias pues, la pinta de estos dos
zagales es bastante más desastrada que la nuestra , ya que nosotros descalzos
no andábamos, y
el comer melón en Corias
tampoco era muy frecuente, ya que, ni era fruto propio de la zona, ni estábamos
en el internado en temporada veraniega
en la que se comía el melón de secano en aquellos años.
Sin embargo, ahora con los invernaderos y la manipulación
de la ingeniería genética, se pueden comer estos jugosos frutos en cualquier
época del año, pero
así saben, que en algunos
casos no se diferencian de la calabaza o del pepino, cosa lógica por otra
parte,
ya que los tres pertenecen a la
misma familia de las cucurbitáceas. Sin embargo, el cesto de las uvas, ese sí encaja
perfectamente
pues, la viña de los frailes,
como le dicen en el pueblo,
a pesar de
que poseía
cepas centenarias con origen
en el
año 1044 cuando la Orden Benedictina
tomó posesión
del Monasterio de Corias,
siempre fueron
muy fructíferas y
provechosas.
El retorno de mi pensamiento a aquellos años del colegio surge por
el estado de los pantalones que visten
los dos pilluelos, completamente rotos y desgastados por las rodillas como
consecuencia de subirse a los árboles y de tanto friccionarlas contra el suelo, que bien
podría ser el resultado de las muchas horas que los alumnos del convento de
Corias pasaban de rodillas durante los
años que allí convivían. ¡Qué pena! pues si fuera hoy, seguro que las marcas de
vaqueros les llevaban los pantalones por
docenas para que los alumnos castigados los
desgastaran y "esgazaran" hasta romperlos a la altura de la rodillas,
para después venderlos a la juventud pudiente que es capaz de pagar hasta 150
€, y más, por esos guiñapos que un vez
puestos les confiere trazas de haraposos, pero volvamos al tema principal.
No hace mucho estuve durante un buen rato presenciando cómo un profesional colocaba listones de laminado sobre el suelo de una
tienda y, como para realizar dicho trabajo debía permanecer de continuo de rodillas, llevaba puestas unas
fornidas rodilleras que me dejaron pensativo, ya que eran tan robustas y encima
estaban hechas de un material esponjoso,
capaz de amortiguar el peso del cuerpo sobre las rótulas, lo que permite poder permanecer varias horas en esa incómoda
postura sin tener que luego resentirse para un buen rato, y me vino a la
memoria el colegio pues, estos protectores de rodillas debieran ser tan necesarios en nuestro internado como lo eran para el solador de laminado. De
ahí que no resultaría nada extraño que figuraran como prenda predilecta, entre los enseres a incluir en el ajuar de todo alumno que pensase cursar
estudios en Corias.
Tan solo habría un pequeño problema, ya que serían
advertidas por los impositores de castigos cuando se vistiera pantalón corto,
pero con los largos estaba subsanado, ya que el planchado en nuestros
pantalones no se prodigaba mucho, cosa que favorecía que los frailes ni se
enterasen de la protección, y cuando le
cayera a uno la china de tener que
hincar rodilla en tierra durante horas, con las rótulas bien mullidas aquel humillante suplicio,
más propio de un reo que de un alumno, resultaría
bastante más llevadero de lo que se pretendía
con semejante castigo.
Este texto ha sido
fruto de una reflexión momentánea, propia de cuando uno no tiene nada que
hacer, y de cualquier cosa saca hilo para garabatear una cuartilla, cosa que
por otro lado, no le viene nada mal al
blog.
B. G. G. bloguero
"Prior"
1 comentario:
Razón no te falta Galán, la fruta, en aquellos tiempos, era de temporada y poco variada.
Ni en las fruterías había un surtido que pudiéramos decir aceptable.
Lo cierto es que todos los días comíamos postre. Fruta, cuando la había: manzanas, uvas, cerezas, higos pasos (rellenos por supuesto) y alguna fresa.
La ropa, había de todo, alguno llegaba a gabardina, los había que tenían impermeable, incluso dos pares de zapatos y también playeros deportivos que un menda tenía que pedirlos prestados cuando jugaba algún partido, para la liga de cursos.
Ahora, ya ves, lo que pagan por unos calzones rotos y envejecidos.Y lo más triste es lo que cuesta ponerlos de esa guisa.
El mundo al revés y lo que veremos.
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