martes, 19 de mayo de 2020
AQUELLOS DÍAS DE MAYO
ENTRE UN 18 EN MADRID Y EL 26 DE VALDEVIMBRE.
Todos y cada uno de los meses del año atesoran indudable encanto pero la joya de la corona del año, sin dudar, es mayo. Con invisible imán retiene los últimos fríos invernales y al tiempo atrae los primeros calores estivales. Mezcla ambos y suele ofrecer temperaturas ideales. Invade campos, jardines y balcones con un festival de flores. Regala toda la gama de vivos colores y los más perfumados olores. Ecuánime y democrático que es despliega emblemas según afinidad, y al gusto de cada cual. Teje la bandera monárquica oficial de España con amapolas y aliagas; y añadiendo espliego, la republicana española. Así, hasta el infinito, logra confeccionar con sus múltiples colores enseñas y banderas de todas las comunidades y naciones. Espero se me disculpe por este inicio redundante; bastantes tiene ya mayo ¡cómo para añadirle aquí más flores!
Mayo, para nacidos en remotas aldeas asturianas, era mucho más. Con él llegaban los primeros frutos del año. Junto a codiciadas y escasas fresas, él traía las deseadas, y abundantes, cerezas. Hacía ya largos meses, desde comienzos de otoño, que los frutales más tardíos, exahustos y sin hojas, habían rendido sus últimos frutos. La única fruta, a nuestro alcance durante el invierno, racionada o sisada esquivando la vigilancia materna, había sido alguna de las peras o manzanas conservadas entre paja en lugar fresco o enterradas en el arcón del grano. Solo la suerte podía ofrecernos un racimo de uvas pasas, de los colgados de su sarmiento en el desván, y reservados para las campanadas de fin de año. Por eso las cerezas eran recibidas como frutal manjar recién caído del cielo. Con premura se comenzaban a catar, las llamadas de “mayo”, aún ácidas, cuando apenas habían comenzado a colorear. Después vendrían las de “junio” que se apuraban hasta bien entrado el verano. Ya muy dulces, de intenso negro-morado y de vez en cuando con el “burro”.
De todos los años, meses, incluso días, por los que fluye la vida, se suelen guardar recuerdos. Unos más presentes que otros. Todos marcan y condicionan la existencia. Por cuestiones de autodefensa, estar bien consigo mismo, se procura olvidar los malos y agrandar los positivos. Éstos terminan siendo los más preciados adminículos atesorados en el cofre de la memoria. Los que ayudan a transitar el presente y encarar el siempre incierto futuro. Recientemente, Manuel Vicent, escribía “Los únicos paraísos verdaderos son los paraísos perdidos”. Puede ser cierto, y esos paraísos (recuerdos) de días pasados pueden ir desde el sabor de esas cerezas recién cogidas del árbol hasta momentos vividos junto a un amor perdido. Todas las vivencias gratas compartidas. “La vida no vale nada si no es para compartirla” dice Silvio Rodríguez en una de sus canciones. Tal vez por eso, de cuando en cuando, surge la necesidad de recuperar alguno de esos paraísos (días) perdidos.
Pero, en ocasiones, es la caprichosa memoria la que trae esos recuerdos sin habérselos pedido. Hoy, por ejemplo, rescató dos fechas, dispares y distanciadas en el tiempo. Cuarenta y cuatro años y ocho días las separan. Ambas valiosas para mí, las dos radicadas en mayo.
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El 18 de mayo de 1968 tuvo lugar, en la Facultad de Económicas de la Complutense de Madrid, uno de los más apoteósicos recitales de Raimon. Nada tenía yo que ver con la universidad, desde tres años antes trabajaba en una fábrica metalúrgica, pero un amigo que estudiaba allí me convenció para que le acompañara. Era sábado por la tarde y no tenía nada mejor que hacer. Conocía a Raimon por su Al vent, un grito de libertad convertido en himno contra el régimen franquista. El recital pronto se convirtió en un clamor por la democracia de los seis mil, según diversos cálculos, asistentes al acto. Quizá fue el más libre, reivindicativo y numeroso encuentro celebrado dentro de España contra la Dictadura desde el final de la guerra. Una explosión de libertad que cogió por sorpresa a los guardianes del orden público. A la salida todo el recinto universitario estaba tomado por los “grises”. Las cargas, palos, botes de humo y carreras se prolongaron hasta la Calle Princesa. El decano de la facultad, requerido ante la policía, hubo de disculparse públicamente por haber autorizado el acto. También fue suspendida, por orden gubernativa, la actuación de Raimon prevista para unos días después en el Club de Amigos de la Unesco, en la Plaza de Tirso de Molina. Arturo Mora, delegado del perseguido sindicato democrático de estudiantes, y principal organizador del recital, terminó siendo expulsado de la universidad y deportado a Cantabria. Entre 1969 y 1973 sufrió largas temporadas de cárcel por actividades tan subversivas como elaborar informes para Amnistía Internacional, con testimonios recogidos entre los detenidos, de malos tratos y torturas practicadas por la Político-Social. Era una de las personas más inteligentes y con mayor don de gentes que he conocido. Murió joven, en un accidente de circulación. Unos diez años después de aquel recordado día de mayo, cuando España estrenaba la democracia y él poco más de treinta años de vida.
En recuerdo de aquella tarde del 68, Raimon, compuso una canción de la que forman parte estas estrofas:
18 de maig a la villa
Si, la ciutat era jove
Aquel 18 de maig
Que no oblidaré mai.
Per unes cuantes hores
Ens várem sentir lliures,
I qui ha sentit la llibertat
Té més forces per viure.
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Consciente de cometer una osadía, y confiando en la generosidad del autor, me tomo la licencia de trasladarlas al castellano, y cambiar fecha y lugar, para evocar un encuentro de antiguos alumnos de Corias con el profesor, nuestro y universal, Juan Carmelo García.
26 de mayo en Valdevimbre
Sí, Valdevimbre era joven
Aquél 26 de mayo
Que nunca más olvidaré.
Por unas cuantas horas
Nos hemos sentido libres,
Y el que conoce la libertad
Tiene más fuerzas para vivir.
Sí, aquel 26 de mayo de 2012 también éramos, nos sentíamos, jóvenes al haber recuperado, aunque solo fuera por unas horas, una juventud perdida. El largo periodo transcurrido desde los tiempos de Corias había desaparecido. Volvíamos a ser los mismos chavales estudiantes del instituto. Jóvenes cargados de ilusión y fuerzas para vivir por sentirnos libres. Liberados, sí, de antiguos temores; a suspender y a ser castigados. Liberados de los fantasmas que con frecuencia acosaban, con crudeza y rigor, entre los espartanos muros del que había sido legendario convento.
No repetiré aquí la intensidad de lo vivido en aquel reencuentro. En el blog, ¡Hace ya ocho años!, dejamos cumplido relato de los pormenores del festejo.
En la agradable y bien acondicionada bodega-cueva, y en torno a una mesa, no recuerdo si redonda o cuadrada, bien aprovisionada de excelente cecina de León, tortillas, cordero asado, abundante prieto-picudo y otras ambrosías nos reunimos el profesor, que nunca abandonó compromiso y docencia, y diez alumnos-ex ( fórmula utilizada por Morán, irremplazable maestro del blog y renombrado profesor de Corias, para referirse a su anterior condición de dominico).
Solo faltaron dos-ex para emular una venerada imagen inmortalizada por Da Vinci. Aunque en este caso fuera comida y no cena. Pero también aquí se obró un milagro; en poco más de tres horas fuimos capaces de dar cuenta del suculento banquete, amén de las correspondientes copas, y hacer un recorrido de cincuenta años por la vida de cada uno de los jóvenes-viejos presentes bajo la atenta mirada, entre socarrona y divertida, del profesor, igualmente rejuvenecido. También él nos desveló insólitos y desconocidos episodios de su prolífica vida. Un milagro solo posible por la forma espontánea y natural del encuentro, obviando el medio siglo transcurrido con el archiconocido “decíamos ayer”.
Por imponderables de transporte (gracias, Samuel, por llevarnos hasta Benavente, y a Carmelo por soportarme durante el interminable viaje de regreso a Madrid), el tiempo resultó muy corto.
Quedaron pendientes muchos deseos, y muchas vivencias por compartir. Gión nos emplazó a no dejar pasar otros cuarenta y ocho años antes de volver a encontrarnos. Y, en Corias y otros lugares, algunos volvimos a coincidir y compartir agradables momentos. Nunca los mismos, y nunca será posible el reencuentro de aquellos diez de Valdevimbre.
Hemos llegado a la edad provecta en la que, sin necesidad de coronavirus, la Peregrina de la Dama del Alba de nuestro paisano Casona, anda entre nosotros como Pedro por su casa. A ella solo le podemos decir que venga (lo más tarde posible), cuando tenga que venir, pero que nos encuentre llenos de vida y deseos de vivir. No enfermos y postrados en una cama.
Fue esa Peregrina, actuando a edad más temprana de la que suele elegir para ejercer su oficio, la que ya visitó a cuatro de aquellos diez : Miguel Ángel, sensible, riguroso, infatigable animador del blog, fue el primero. Poco después, Gión, siempre bienhumorado, genuino y entrañable cangués. Le siguió, inesperadamente, Juanma, noble, cercano y buen compañero. Y, según noticias que desearía no confirmar, a ellos se unió Rufinón, amigo leal y con la franqueza de sindicalista minero.
Los ausentes, cercanos y estimados, se agrandan a través de los buenos recuerdos que han legado junto a la certeza de que ya jamás defraudarán. Ellos son la avanzadilla de ese infinito viaje de retorno a la naturaleza en el que todos nos volveremos a encontrar.
Mientras tanto, responsables y solidarios, al margen de los “airados justicieros” que claman por “lo suyo” agitando cacerolas y elitistas chispas de odio con las que pretenden incendiar las calles, vamos doblegando al maldito virus con la esperanza puesta en alcanzar nuevos y luminosos mayos. Y, si es posible, alguno de los paraísos que creíamos perdidos.
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2 comentarios:
Sí Ulpiano, ya hace 8 (ocho) años de aquella esperada reunión. No fue tan fácil ponerse todos de acuerdo.
Lo malo es que, en tan corto tiempo,las ausencias son considerables y, por lo que a este blog afectó, muy trascendentes.
Como bien dices, La Dama del Alba, nos ronda y nos acosa cada vez con mayor frecuencia y no hay vuelta atrás. No hay una segunda oportunidad para repetir o modificar el papel que cada uno tenemos que interpretar.
Lo cierto es que los compañeros que se van quedando en el camino, no se puede decir que fueran de edad avanzada, yo diría que, un poco mayores.
Queda abierta la convocatoria para una próxima reunión.
Ulpiano, solo una palabra: "chapeau"
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