martes, 29 de diciembre de 2009
REFECTORIO
RECUERDOS DEL REFECTORIO
Viendo la foto que ilustra este relato me vino a la mente la palabra refectorio que, aunque algo difícil de pronunciar, resulta bonita y el diccionario la define como: en las comunidades y en algunos colegios, habitación destinada para juntarse a comer. Efectivamente, este espacio era uno de los lugares más queridos y deseados del colegio, junto con el dormitorio y el patio de recreo.
Del comedor o refectorio, recuerdo el suelo de baldosas con dibujos geométricos en blanco y negro. Recuerdo el púlpito de lectura, las sesiones de guardar silencio durante la comida, que resultaban interminables. Los platos de Piedra blancos con el escudo del colegio, las jarras y los vasos de colores surtidos: plateado, granate, azul, amarillento y verde. Estos utensilios eran fabricados por MANUFACTURAS METÁLICAS MADRILEÑAS y aparte de ser muy resistentes a golpes y caídas tenían toda la superficie como troquelada por pequeños círculos que le daban un cierto relieve al tacto. Tengo más recuerdos agradables del comedor, como la algarabía que se producía durante las comidas cuando teníamos permiso para hablar. También mantengo presentes los tiempos de silencio que se nos imponían para escuchar música clásica: en un mercado persa, el cascanueces… y otras obras mucho más duras de escuchar, que para gente no iniciada como éramos nosotros entonces, resultaban un tanto áridas para nuestros oídos. También tengo presente la estampa casi diaria, de alguien de rodillas en el pasillo central, a la entrada del comedor, castigado por rechazar alguna comida, o por hablar cuando no procedía.
Todos recordamos las bandejas de madera que llevaban diez o doce platos llenos con la comida que hacía de segundo plato del menú. Aquellas bandejas pesaban lo suyo y, se necesitaba ser fuerte y habilidoso para manejarlas bien. Había que transportarlas sobre el hombro desde la cocina hasta el comedor y, llegados los servidores a la altura de las mesas tenían que descender la bandeja desde el hombro hasta la altura del pecho y según se avanzaba por delante de los comensales, estos puestos de pie, iban cogiendo el plato que les correspondía rigurosamente sin saltarse el orden. Yo he sido durante los dos cursos de bachiller superior servidor y siempre me tocó llevar las bandejas por ser alto, pero lo dominaba bastante bien y nunca tuve ningún tropiezo. Hubo ocasiones en que se había vertido agua en el piso del comedor y el pobre servidor se fue al suelo con los doce platos, la bandeja, y su cuerpo cubierto y chorreante de comida. Los servidores teníamos la pequeña recompensa, de que comíamos al finalizar el servicio, sin prisa, y pudiendo variar un poco el menú del día, si no nos apetecía mucho el que tocaba. La señora Avelina siempre tenía algo extra reservado para los servidores-camareros.
Yo de la comida nunca tuve queja pues, siempre fui de buen comer. Tan solo tengo mal recuerdo de algunas mañanas que, al bajar por las escaleras de los dormitorios hacia el comedor, ya se olía a leche quemada y agarrada al perol.
Aquel olor tan penetrante, le quitaba todo el atractivo que podía tener para nosotros el tomar algo caliente y dulce en ayunas. En este caso, sí se podía decir que eran gajes del oficio. El calentar leche para tanta gente acarreaba ese riesgo, al menos, de vez en cuando. Menos mal que luego le echábamos el Cola Cao que traíamos de casa y le enmascarábamos un poco el sabor y olor a humo.
También recuerdo con agrado las tabletas de Tulipán que venían envueltas en papel impermeable de color verde y ribeteado gris. Estaba riquísimo. Casi tan bueno como la mantequilla.
Otro recuerdo singular que tengo del tema alimentario del colegio, era el vasito de vino de la casa que, ocasionalmente, nos daban con la comida por las fiestas de la Inmaculada, Santo Tomás y Fiestas Rectorales. ¡Qué rico estaba! Lo peor era que sabía a poco.
También tengo un buen recuerdo de las meriendas que, aunque a nuestros padres no les convencieran del todo, ya que les parecían poco nutritivas, eran estupendas y equilibradas para nuestro desarrollo. Por ejemplo: pan con higos pasos, pan con plátano, pan con naranja, pan con uvas pasas, pan con chocolate, pan con manzana..., etc. En tiempo de las castañas también acompañaban al bollo de pan como merienda. La poca aceptación que tenían estos alimentos por nuestra parte era debido a que, la mayoría de nosotros procedíamos del medio rural y sólo nos gustaban los productos caseros de la matanza que habíamos consumido desde niños y a diario. Y el tomar un bollo de pan acompañado de fruta, por ejemplo, nos parecía casi despreciable, cuando era todo lo contrario. El aprender a comer variado, también fue otra asignatura muy necesaria para corregir nuestras erróneas costumbres alimentarias y, que formaba parte del proceso de desasnado al que nos habíamos comprometido a aceptar.
Los de la zona interior también teníamos otro enemigo llegados al refectorio, que era el pescado. Yo concretamente no, pues me gustaba mucho. Siendo servidor de la cena, los martes y viernes cuando había pescado, principalmente bacaladitas y lirios; yo me hacía por la noche un bocadillo con varios lomos de estos pescados para consumirlo como bocadillo a media mañana al día siguiente. A mis amigos les extrañaba mucho que me gustara el pescado frío y tieso al día siguiente. Aún hoy me gusta el pescado frito y frío de un día para otro. Ese es uno de los inconvenientes de tener buen apetito y no hacer ascos a nada.
Por hoy. BUEN PROVECHO.
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