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El 7-4-10 pudimos leer como Galán hacía trueque con Ricardo Bayón: un badajo por dos ruedas y dos pedales. ¡Qué tendrán las campanas que a todo niño o adolescente le encanta hacerlas sonar! Debe ser que con su sonido magnifica una personalidad y adquiere una importancia -porque, ¿quién no se vuelve a mirar cuando suena una campana?- que por su corta edad no tiene. ¿Y qué tendrán las bicicletas que a esas edades tanto gustan? ¿Pudiera ser la libertad de movimientos, el poder decir "Yo también me desplazo en vehículo...", en un descafeinado intento por parecerse a los mayores.
Mi experiencia en Corias con las bicicletas tiene una doble faceta. Por un lado la de "ver y no tocar". Me estoy refiriendo a aquellas bicis de carrera que se aparcaban próximo a la portería cuando la Vuelta ciclista a Asturias. Algunos participantes cenaban y dormían en el convento y allí estaban sus flamantes herramientas de trabajo que yo nunca me atreví a tocar, pese a que lo deseaba, pero algunos, con más cara, se daban sus buenas vueltas por el claustro del jardín.
La otra experiencia es pura y dura. Resulta que un fin de semana bajé a mi casa con Lorenzo Fernández López, de Navelgas, por entonces muy amigo mío. A la hora del regreso, un domingo ya bien entrada la tarde, cogí de tapadillo la bicicleta de mi padre, azul, sin dinamo ni portabultos y con los inefables frenos de varilla, expresión de la tecnología de entonces. En Argancinas, donde el río Arganza vierte sus aguas en el Narcea y donde limitan los concejos de Tineo y Cangas, empezamos la marcha, uno pedaleando y el otro sentado ¡en el manillar!, hasta el nuevo turno. Oscureció. Pedalea que pedalea llegamos bien entrada la noche a Corias, no sin haber estado expuestos al atropello de cualquier vehículo, que cuando saliendo de una curva se encontraba de improviso con aquellos dos mozalbetes haciendo eses, pues era más bien cuesta arriba, sin luz ni reflectantes se acordaría a buen seguro de la madre que nos parió. Al menos los bozinazos no eran precisamente de salutación...
Otra noticia que quería ampliar es la de Malvárez (19-4-10), en su acertada descripción del "frío de Corias". Solo le faltó contarnos cómo eran los sabañones y más aún cuando te ibas adentrando en la primavera, con sus picores y hasta a veces heridas, pues reventaban, como me pasaba a mí. Pero lo que quería ampliar es respecto a la pista de patinaje "porque alguien echó un caldero de agua en el patio y se formó una pista que duró hasta la primavera". No sé si existió el caldero inicial, pero lo que sí es cierto es que los mantenedores de la pista éramos los mayores, que después de servir la cena en aquellas grandes bandejas de madera, cenar nosotros y recoger, arrojábamos varias jarras de agua al patio que al día siguiente aparecían convertidas en una larga y hermosa lengua de hielo en la cual patinábamos y nos reíamos, pues siempre había alguno empeñado en hacer aparatosamente "la bayeta". Hasta que un día de las risas se pasó al llanto: alguien se "escalabró" y a partir de entonces prohibieron que echásemos agua y patinar. Una pena
Saludos.-jrFRANCOS
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