miércoles, 7 de abril de 2010
LAS BICICLETAS SON PARA... LOS EXTERNOS
Como una desbandada a toque de campana, salían los externos del Colegio de Corias. Los más, lo hacían en sus bicicletas, irrumpiendo en la carretera con muy pocas precauciones. Afortunadamente, el tráfico era entonces escaso y no era previsible un accidente grave.
El trayecto, de unos dos kilómetros, hacia sus casas era para algunos una auténtica competición diaria, una demostración de su poderoso e inigualable pedaleo. Otros lo hacían de manera más calmada, emparejándose y charlando de sus cosas mientras pedaleaban con las manos metidas en los bolsillos. Había quienes llevaban su bicicleta en la mano, caminando al lado de algún compañero.
Los días de lluvia, aquellas bicicletas se convertían en una especie de pequeñas tiendas de campaña rodantes. Tal era la impresión que causaba el paso de los externos montados en sus bicis, cubiertos con una capa de plástico negro que les tapaba desde la cabeza hasta la mitad de las ruedas. Sin embargo no todos conseguían llegar a Corias o a Cangas sin mojarse, ya que los abundantes baches de la carretera, llenos de agua, lanzaban un chorro ascendente y traicionero cada vez que una rueda entraba en sus dominios.
La habilidad para conducir sus bicis era indudablemente mucha. Con frecuencia se les veía pedalear en grupos de cinco o seis, charlando alegremente, mientras que algunos, o todos (dependiendo del frío) llevaban las manos metidas en los bolsillos. Pero no era ni mucho menos esa la única temeridad de aquellos pequeños ciclistas; preferentemente en el trayecto de Cangas a Corias, era muy normal ver que cada bici portaba tres muchachos, uno sentado en el manillar, otro en el sillín y un tercero en el portabultos.
Las heladas de aquellos años eran terribles. En la memoria de todos están aquellos “calambrizos” que colgaban de los tejados, y los terribles sabañones que sufríamos casi todos, la mayor parte de los inviernos. Entonces sí que era una verdadera tortura cogerse al manillar de la bicicleta, pues el frío taladraba los dos pares de guantes (debajo los de lana y encima los de cuero) que solían llevar los externos.
Recuerdo un día en que para no perderla, tuve que llevar la dinamo de la bici para clase, y … casualidades del destino, durante una hora de estudio, cuando estábamos en el acostumbrado silencio, entró el padre Vicente, y sacando una bombilla de debajo del hábito, dijo solemnemente: “YO SOY LA LUZ DE ESTE MUNDO”. Yo no pude resistirme y respondí desde mi pupitre : “Y YO LA DINAMO”, mientras mostraba la susodicha pieza de mi bicicleta. Tras la sonora carcajada de toda la clase, pasé el resto de la hora de pie en medio del pasillo, estudiando organografía.
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1 comentario:
El amigo José Antonio amparado por su dominio de la informática nos ha colocado unas bicis en el claustro, no muy bien aparcadas, pero el bicicletero estaba según se entraba del patio al claustro, en la primera puerta a mano derecha. Recuerdo de ver, los primeros años, aquel compartimento repleto de bicis hasta el tope; pero bien colocadas en batería, y perfectamente alineadas.No estoy seguro, pero tengo una vaga imagen de las bicicletas puestas en posición vertical, con la rueda delantera colgada del techo mediante ganchos. ¿Era así?, o son imaginaciones mías. Pasados unos años, a este espacio se le dieron diversos usos y todos distintos a aparcamiento de bicicletas.
Hay que tener en cuenta que los externos érais bastantes, y el medio de transporte a vuestro alcance, estaba claro cual era: el "ciclobús individual", o el pinrel.
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