jueves, 27 de octubre de 2011
Humor en el aula
A principios de junio en Corias, solía hacer un tiempo delicioso, tras el horrible invierno de aquel caserón. Aquella mañana había una temperatura ideal, cantaban los pajarinos, hartos de comer sabrosas cerezas, se oía no lejos el mugir de las vacas y, algo más alejado, el dulce y poético gruñir de los cerdos. Todo era placentero, soleado, vital,… Así es que cuando entré en la clase se notaba cierto contenido regocijo. Tarde tres minutos en percatarse de que allí había algo raro. Y un minuto más en ver que los más próximos a mi mesa estaban serios y los de atrás apenas disimulaban su gana de reír. Al cabo de otro minuto, descubrí el origen del asunto. Un papelito pasaba de mano en mano, de atrás hacia delante y aumentaba así la masa de los risueños. No tuve problema en hacerme con el papel. Esperé a que llegara a manos del que yo consideraba más débil e impresionable, y exclamé con voz tonante: “Fulano, ponte en pie”. El chaval así lo hizo, pero pretendiendo guardarel papel en la cajonera el “Fulano, ven aquí con ese papel”. El pobre chaval no vio escapatoria y acercándose a mi mesa me entregó el papel. Decía así.
“Cuentan de Morán que un día
tan pobre y mísero estaba
que solo se contentaba
si a la gente suspendía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
que suspenda más que yo?
Y cuando el rostro volvió
halló la respuesta viendo
que Blanco iba suspendiendo
a los pocos que él aprobó.”
Me costó un triunfo contener la carcajada. Y no me llevó ni diez segundo en tener claro quien era el autor. Así que, mire para él y le pregunté: “¿Tú, verdad?”. Y él, sonriente, afirmó con la cabeza. Era José Luis Pombal. Algún día os contaré la reválida de Pombal. Es digno de aparecer en una buena antología del humor. Hoy, al hilo de alumnos especialmente graciosos os relato el caso de un Abel nosecuantos. Su apellido, como tantas cosas, se me ha esfumado de la memoria. Era un chaval alegre, de carácter ideal, cariñoso, simpático,… hasta guapo. Pero, amigo, siempre hay algo que desarregla el cuadro. El pobre odiaba la letra escrita. Hay quien le llama a eso ser vago. Y no. Simplemente que no le gustaba estudiar. Era un problema en su familia, pues sus dos hermanas mayores que él, estaban en la universidad cosechando matrículas por docenas. Su madre acudía a mí, pues sabía que tenía una buena relación con su chico: “Dígale usted algo, a usted le aprecia mucho y a lo mejor…”. “Mire señora, vamos a ser sinceros. He conocido muchos alumnos alérgicos al estudio, pero como su hijo ninguno. No creo que consigamos nada”. Y, claro, el pobre se aburría en clase. Así que un día estaba yo ferozmente empeñado en explicarles cómo se traduce el subjuntivo español al inglés. Tenía una enorme pizarra casi llena de diagramas, llaves, a, b, c, d,…etc. De pronto, una voz muy familiar, la de Abel, me interrumpe. “Oye, Pepe” (allí era tú y Pepe. Y la disciplina no se resentía un milímetro por el tuteo). Yo quedé un segundo en shock de incredulidad. Era imposible que Abel estuviera interesado en lo que había en la pizarra. Me vuelvo y le digo: “¿Qué ocurre, Abel?”. Y me contestó: “¿Tú sabías que mi abuela es virgen?”. Con la tiza en la mano, tuve que apoyarme en la mesa. La carcajada, incluida la mía, duró casi diez minutos. Al fin, nos tranquilizamos y yo no pude evitar el comentario: “Abel, eso significa que estás en este mundo de puro milagro”. La clase, prácticamente acabó allí. Cualquier intento de reanudarla era inútil, pues siempre alguien retornaba a lo de la abuela, y otra vez a reír. Total, una clase prácticamente perdida. ¿Perdida? No, yo, con más de 50 años ya había llegado a la conclusión de que pasar media hora de clase en un oscuro día de febrero riéndome con mis alumnos era más positivo que ninguna reacción de absurda seriedad profesoral.
Cuando terminó la clase, me fui a la sala de profesores donde estaban tres o cuatro compañeros. Les conté la anécdota. Los veteranos lo celebraron mucho, pero una profe jovencita y principiante: “Pues si me hace un alumno eso a mí, se iba a acordar”. Pobrecita. Con toda delicadez la expliqué que aquel oficio lleva muchos, muchos años de aprendizaje y que yo a su edad era más duro e intransigente que ella ahora.
Pepe Morán Fernández.
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7 comentarios:
Ahora que salió a colación el señor Blanco, don Manuel el veterinario, es verdad que era duro para calificar, y para más cosas, a los alumnos. Reconozco que era un excelente veterinario. Eso sí. También fue persona muy innovadora con tácticas nuevas dentro de su profesión en la zona, pues él fue de los primeros que comenzaron a practicar cesáreas a las vacas en el concejo cangués y alrededores cuando los partos eran difíciles y peligraba la vida de la vaca, o las crías no venían de la forma correcta por ser demasiado grandes. En eso fue un pionero dentro del mundo ganadero del occidente asturiano, y obtuvo grandes éxitos en la mayoría de sus intervenciones. También fue uno de los introductores en la zona de la práctica de la inseminación artificial, para la mejora de la cabaña vacuna local.
Pero una vez dichas todas estas excelencias del “profesor” Blanco, no debo obviar decir que, “brutico”, era un rato. Recuerdo cuando nos daba clases prácticas de la asignatura de Ganadería en la misma cuadra de las vacas y había que señalar sobre el propio animal que estaba estabulado, las diferentes partes del cuerpo que él iba preguntando. Si el alumno sabía por donde se andaba, bien, pero como éste no atinara con lo que le preguntaba, ya podía ponerse en guardia pues la respuesta inmediata de D. Manuel era levantar “la pata” y propinarle una coz en el trasero. Ese feo gesto, más propio de cuadrúpedos que de bípedos civilizados, lo hacía a menudo. Pero, la verdad sea dicha, tampoco debiera de extrañarnos tanto pues, estando todo el día entre animales, al cabo del tiempo puede uno terminar adquiriendo sus mismos modales.
Con el Sr. Blanco, que coincidí en Gijón posteriormente en alguna ocasión, ciudad en la que falleció.Estoy totalmente de acuerdo con Galán en su primera parte en lo profesional como veterinario. Pero en la segunda la “patada” me imagino que sería “patadita” cariñosa. ¿Verdad Benjamin?. Igual yo lo defiendo por ser el de Mieres y yo de Turón.
Morán,menos mal que se llamaba Abel,si llega a ser Caín,habría la de dios.Slds cariñosos
Hombre claro. La patada en sí no era como para derribar a uno, estaría bueno; pero esos frecuentes modales que tenía, eran más propios de un equino sin domar que de un profesor y empañaban bastante los méritos anteriormente reconocidos.
Tengo un vago recuerdo de Manolón como así llamábamos los de mi generación a Manolo Blanco profesor de Ganadería. Sí estoy un poco de acuerdo con Galán en cuanto a lo de la "brutalidad". Era un poco brusco de entrada aunque noble.
Tengo una anécdota con él. Estando en 3º, una clase sacó al encerado a José Luis Canga-Noreña, (q.e.p.d.) y le mandó que dibujara algún apero o motivo agrícola. El bueno de Canga dibujó una vara de yerba. Cuando acabó le dije yo: "Canga te falta colocarle la bacenilla" (1) Casi no me dio tiempo a terminar la frase cuando pude escuchar a Blanco decir: "esi guaje fuera de clase". Las risas del resto de compañeros casi se escuchan desde Cangas. Fue la única vez que un profesor me expulsaba de clase en mis cinco años en Corias.
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(1) En la zona de Siero y Noreña donde yo había pasado mi infancia, era muy normal cuando se hacía una vara de yerba, poner en lo alto del palo una bacenilla o una pota vieja, para que cuando lloviera, el agua no bajara por el palo y así evitar que la yerba cogiera humedad y se pudriera.
Yo también recuerdo las clases con el Sr. Blanco y la manía de levantarse de cascos cuando las cosas no iban por su camino.
El clase de organografía y al pintar el aparato circulatorio que no se le ocurriera a nadie dibujar el corazón, con su silueta normal, porque la patada era segura. Tenía que ser un cuadrado o similar.
Como profesor, para mi, era bueno y como veterinario, muy bueno. Recuerdo que lo llamaban desde mi pueblo, Navelgas, para hacer las cesáreas a las vacas ya que era el único, en toda la comarca, que hacía tal operación.
También, como casi todos, he notado en mis carnes las patadas del Sr. Blanco, en este caso atacando las capacidades de mi cerebro.
Leyó en clase un reportaje sobre las ventajas de la Política Agraria Común de la incipiente asociación europea, formada entonces por Francia, Italia, Bélgica, Paises Bajos, Luxemburgo y Alemania Occidental.
Durante la lectura, con esa falta de concentración que todos tenemos alguna vez, ni estuve atento, ni por supuesto tomé notas y no me enteré de nada. Terminada la lectura, la pregunta: A ver Martinez, dinos alguna ventaja....
Pues no sé, no me acuerdo...Arremetió/embistió contra mí como un poseso con, de inteligencia cero, memoria nula, niinguna capacidad,...Vamos un buen chorreo de calificativos para "subir" mi autoestima. Algo debió de pasar después, durante el transcurso del curso ya que al finalizar el mismo obtuve un sobresaliente en su asignatura. A lo mejor fue porque como era de pueblo ganadero entendió que sabría encontrar alguna diferencia entre los cuernos y el rabo de una vaca.
Magnífico veterinario, buen enseñante y gran cafre cuando se le cruzaban los cables.
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