martes, 11 de mayo de 2010
Firmes, ¡ar!
Contemplando las fotos aportadas por Miguel Ángel, recientemente, álbum Corias 2, he reparado en una de ellas donde están un grupo de compañeros entre los que se encuentra Carlos Castañón Cienfuegos, tercero por la izquierda en la foto. Este amigo la última y única vez que le vi, desde que salió de Corias, fue en el año 1969 en el Ferral del Bernesga en León, durante su prestación de los servicios patrióticos, en el CIR nº 6. Tengo vagas referencias de que ya no está entre nosotros. Si lamentablemente es así, lo que voy a contar es una simple anécdota simpática, que no desmerece en absoluto la persona del amigo Castañón. Mi intención es que sirva como un pequeño homenaje en su memoria. Y si fuese una falsa información que yo tengo, ojalá, ruego me disculpe y, si la recuerda como yo, seguro que se reirá un rato.
Como he dicho en artículos anteriores, el amigo “Fray Tom” solía visitarme en León con cierta frecuencia, durante su estancia en La Virgen del Camino y, en una de sus erráticas visitas, que fue por primavera y un día casi a última hora, se presentó en casa de mi patrona y me dijo que teníamos que ir, sin demora, al Ferral del Bernesga a visitar a Carlos Castañón que estaba allí haciendo la mili y que nos estaba esperando. Sin pensarlo más, nos pusimos en marcha camino del campamento militar. Al amigo Antonio Menéndez cuando se le metía algo en la chola, tenía que ser: dicho y hecho. Además, como él era el que pagaba, ya sabemos lo que se debe hacer en estos casos. “la burra se ata donde dice el amo”, y punto.
El compañero Castañón, como defensor de la Patria, ostentaba la graduación de cabo primero y como por las tardes los mandos superiores estaban casi todos fuera del campamento, la tropa quedaba casi exclusivamente en manos, y bajo el control, de los cabos primeros y de algún que otro suboficial.
Nosotros dos llegamos en taxi y al preguntar en la puerta principal por el cabo Castañón se sonrieron los que allí había; me dio la impresión de que este mozo era bastante popular en el acuartelamiento. Una vez identificados como amigos, nos dijeron que le avisaban por megafonía y que vendría enseguida; y así fue. Al momento ya salió él mismo a recibirnos. Acto seguido, y después de los efusivos saludos nos fuimos para el Hogar del Soldado, como no podía ser de otra forma, a celebrar el encuentro. Después de brindar abundantemente por todo lo habido y por haber: por la amistad, por la Patria, por el Sporting, por el Narcea, por Casa La Chata, y hasta por el atlético de Curriellos, el amigo Carlos desbordado por la euforia, decidió llevarnos a su compañía y hacer gala de sus dotes de poder y de mando. Para ello hizo formar casi a toque de generala, a los soldados que se encontraban en la compañía pasando la tarde y descansando sobre sus literas. El personal estaba asombrado y mosqueado por el inusual e imprevisto llamamiento, pero ante la urgencia de la llamada, algunos acudían a la formación a medio vestir, con unas pintas desastrosas, como si fueran el ejército de Pancho Villa. No era de extrañar pues, la gente estaba en su tiempo de asueto y de descanso. Lo imprudente y atemporal era la visita por llegar en aquellas horas tan atípicas y tan poco reglamentarias.
El cabo Castañón con la compañía formada y en posición de firmes, presentó al ilustre visitante, Antonio Menéndez , como el capitán páter de la comandancia de Valladolid, y a mí, como su ayudante. Diré que Tom estaba vestido de hábito y pudo aguantar la arenga del osado mando sin desternillarse de risa, gracias a la ayuda de mi hombro, pues su equilibrio era bastante inestable. En este falso “pase de revista”, sólo faltaron las salvas de honor, o algún simulacro de ejecución, pues del resto, menos seriedad, hubo de todo.
Finalizado el sainete tragicómico, salimos casi a gatas del CIR y gracias a un misericordioso taxista que rondaba el campamento, y a pesar del deplorable aspecto de los viajeros, tuvo a bien transportar aquel par de “pelgares”: Tom y un servidor, desde el Ferral a la Virgen del Camino. A Castañón, pasados los días, me informaron de que seguía vivo y que no le habían ni fusilado, ni hecho consejo de guerra, ni siquiera arrestarlo, a pesar de haber utilizado a la tropa y las instalaciones del CIR como si fueran Titirilandia.
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