APLASTANDO CRÁNEOS MIENTRAS ELLAS PARÍAN

                                                                                                                                                                                          - por jrFRANCOS -

     El pasado ocho de marzo se celebró el  Día Internacional de la Mujer. Se conmemoraba "la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona". No hubo medio de comunicación que no dedicase espacio a la efeméride. ¿Y el día después? La actualidad manda y otros acontecimientos tomaron protagonismo.Por eso me ha parecido apropiado callar cuando todos hablaron y hablar ahora, tiempo después, cuando todos están ocupados en otros asuntos. Porque las reivindicaciones de la mujer deben ser del ocho de marzo, del nueve, del diez y de todos los días del año mientras la situación no cambie.
     
     De las desigualdades que sufre la mujer y que se mencionaron ese día, hubo una que especialmente me ha llamado la atención. Es la que hace referencia al trabajo y al salario. A igual trabajo y jornada, la mujer gana un 30% menos que el hombre. Las cosas de cartera a todos nos duelen; si sufriésemos los hombres en  nuestras carnes una situación igual, seguro que reaccionaríamos de cualquier forma menos resignadamente, como lo hace la mujer. Por ello, si se reflexiona sobre este aspecto con un mínimo de sentido de la justicia, se tiene que terminar empatizando con la causa, a menos que...
     A menos que  poseídos del machismo reinante en la sociedad consideremos a la mujer un ser inferior al hombre, merecedor del estatus que ocupa, sin  tener en cuenta que no se trata de  un ser inferior, sino diferente. Diferencias que empezaron a fraguarse en Atapuerca hace 30.000 años, por poner un lugar y punto de partida conocido y no remontarnos a otros lugares y muchos años más atrás, cuando estábamos dejando la cuadrupedia para empezar a desplazarnos erguidos.

     Las hembras, entre los mamíferos, desde siempre tuvieron un periodo de gestación o preñez, para luego parir y amamantar a las crías y cuidar de ellas. Con ese privilegio y hándicap a la vez, fácil es imaginar que su vida se desarrollaría en un radio no muy grande de acción en torno a la cueva o caverna donde se guarecían y en ella misma,  compaginando el período de preñez y después crianza de la descendencia con tareas como la confección de vestimenta con pieles, trabajar la arcilla para hacer vasijas, decorarlas, mantener el fuego, tal vez asar la carne cuando dejó de comerse cruda, pulir los guijarros para las puntas de las flechas... Tareas domésticas, que diríamos hoy.
     Por contra, los machos serían los que saldrían a cazar y cuando a media, una, dos jornadas... abatían una presa, además del esfuerzo de la acción, en una lucha de poder a poder a falta de armas de alcance eficientes, tenían que cargar con el animal y durante media, una, dos jornadas... llevarlo hasta la cueva o  caverna, en un alarde de fortaleza. Era también el macho el que salía a guerrear y si se terciaba estampaba su hacha de piedra en el cráneo del miembro de la tribu vecina cuando invadía sus territorios y había litigios por la caza.
     Esa clara separación en las tareas desarrolladas por las hembras y los machos en base a un hecho biológico diferenciador como es el que ellas se quedaban preñadas y tenían que parir y ellos no, llevada a cabo durante mil, dos mil, tres mil, treinta mil años y más, fue conformando en ella una psicología y en él otra, acompañada de rasgos morfológicos visibles que en el caso del macho son una estructura ósea potente y una musculatura desarrollada, resultante de las cuales es la componente fuerza. El hombre tiene la fuerza física, tantos años entrenada en el "gimnasio" de pesas y resistencia que era aquella vida prehistórica. Y ahí fue donde la mujer empezó a perder ese 30% que aludíamos al hablar de salarios.
     
     Dos hechos culturales, de extraordinaria influencia social, vinieron luego a cargar las tintas en esa brecha que tenía un origen puramente biológico. Nos estamos refiriendo, por un lado al advenimiento del cristianismo. Para empezar, en su Atapuerca particular, el Antiguo Testamento nos presenta a nuestros primeros padres viviendo felices y sin problemas en el Paraíso terrenal, donde un Adán bueno e inocentón se deja tentar por su mujer, Eva, que a su vez había sido tentada por la serpiente, el mal. Podían habernos dicho lo contrario, que Adán, débil, se había dejado tentar por el diablo en forma de serpiente pese a las advertencias de su mujer Eva, prudente y fuerte ante las debilidades. Pero no. La mujer aquella quedó para la historia como la culpable de que nos expulsasen de aquel lugar por desobedecer a Dios y hoy tengamos que padecer cómo nos ahogan con el precio de los carburantes, con la congelación de salarios y pensiones, más el sufrimiento añadido de tener que aguantar las broncas políticas -que no el hacer política- entre los ídem, por citar sólo tres consecuencias de aquella desobediencia. Y esa es la historia con la que cincelaron nuestras mentes infantiles, donde la mujer -y la serpiente- no pudo quedar peor tratada.
     
     No pretendo dejar en el aire la idea de que antes las serpientes -y los reptiles en general- eran entrañables animalitos de compañía y que la mujer gozaba de una consideración y estatus social envidiable, quebrado a partir del relato bíblico. No. El autor de dicho pasaje no hizo más que reflejar una situación existente, pero al mismo tiempo -y como luego sucederá con el cine, cuando hablemos de él- le dio eco y resonancia al publicitar un modelo que sería escuela para millones de personas, no en vano la Biblia es el libro más divulgado, por delante incluso de El Quijote. Su influencia ha sido y es incalculable. 
     Si a ese retrato negativo de la mujer unimos los amores platónicos de niñez y preadolescencia casi nunca por imposibles correspondidos, la mujer se le presenta al hombre desde los primeros años como algo de lo que hay que cuidarse. Poco importa que tenga el espejo de su madre, que para él significa todo lo contrario: cariño, protección y comprensión. Pero es que su madre "es única, la mujer más buena del mundo". Pero las demás...
    Por si tenía poca leña el fuego, vino después el cristianismo, en el año uno de nuestra era, con su decantación promasculina. Jesucristo, cuando elige doce apóstoles para que le acompañen y tras su muerte difundan la Buena Nueva, elige a hombres. Las mujeres quedaron totalmente excluidas, tanto entonces como posteriormente a la hora de celebrar misa, ocupar cargos -pues no pueden ser obispos, cardenales ni papas- o de administrar sacramentos, como la eucaristía, que ni siquiera les está permitido. O sea, que más tierra encima,  porque si una función biológica como lo es el hecho de gestar y alumbrar confirió desde los primeros albores de la humanidad un papel a las mujeres diferenciado del de los hombres, así como un desarrollo físico y hasta mental, como hemos sostenido, el cristianismo recogió el testigo y abrió más la brecha, poniendo en valor la condición de ser macho y relegando a un segundo plano la condición de ser hembra.
     Y a partir de ahí esa brecha no ha hecho más que crecer o en el mejor de los casos, mantenerse, flotando en el el ambiente una cultura de la cual bebemos todos y de la que no es fácil sustraerse, salvo una minoría. Desde luego, no los directores de cine en general y del cine clásico en particular. 

     El cine. Es el segundo hecho cultural a que me quería referir. Universalmente extendido, es un arte que nos cuenta historias imaginarias y otras que son reflejo de la sociedad. Sociedad de la que toma modelos y comportamientos para devolvérselos en una labor "educadora". Espejismos como el que vimos en Mogambo, donde Grace Kelly propinaba una sonora bofetada a Clark Gable son sólo eso, espejismos -como lo es tan bien el que la mujer fume, conduzca o lleve pantalones: pura cosmética, sin mayor calado-, porque la realidad está en lo reflejado en Casablanca, con un Humphrey Bogart abofeteando a Ingrid Berman. En la historia de la filmografía, las veces que un hombre ejerce ese tipo de superioridad/violencia  -u otra cualquiera- sobre la mujer, es abrumadoramente superior a la que se da en sentido contrario. Con ello, el cine retrata lo que sucede en la realidad pero a su vez alimenta esa desigualdad creando conciencias y facilitando modelos que algunos, sí, rechazan, pero que una gran mayoría ve "normales" y los imita. Y aquí tenemos lo de la pescadilla mordiéndose la cola: el cine es reflejo de la realidad pero a su vez crea conciencias que son las que tejen esa realidad.
     Está tan extendida la idea del machismo -que es tanto como la negación de un desarrollo para la mujer en igualdad de condiciones que el hombre- que hasta en gente joven, de la generación actual, con estética postmoderna (rastas, piercing, tatuajes...) y algunos vestigios de pensamiento evolucionado, cuando hablan lo dejan traslucir porque es en lo que se han educado y lo que llevan en el fondo de su universo cultural: "Porque Fulanita es una tía cojonuda", escuché hace sólo días a una de esas jóvenes, en conversación con sus amigas. Los atributos del macho puestos en valor en detrimento de los que son propios de su género. "Porque Fulanita es una tía ovaruda", debiera decir si la losa cultural no le pesase tanto."Anda ahí y que te follen", escuché esta misma mañana cómo otra joven zanjaba una divergencia de pareceres con su amiga cuando salían del instituto. Entre un ramillete de expresiones contundentes, como "Vete a freír espárragos" o "Vete al carajo" o "Anda ya y ráscate la barriga", emplea la más dolorosa y denigrante para la mujer, el  que "la follen", sin la más mínima participación ni voluntad suya, pues la expresión no lleva implícito deseo de que disfrute y lo pase bien, sino de que sufra sometida por el macho, lo que está más cerca de la violación que de hacer el amor. 
   
   Ni el conocido y reconocido Félix Rodríguez de la Fuente, ni David  Attenborough, Premio Príncipe de Asturias en 2009 por sus documentales sobre el mundo animal, ni ningún otro estudioso del  comportamiento de los animales (la llamada Etología) registraron jamás especie alguna donde la hembra esté subyugada a un trato tan desigual con respecto al macho como sucede en la especie humana. Cabe entonces preguntarse: si las hembras en el reino animal están sometidas a las mismas "obligaciones" biológicas que la mujer (preñez, parto y lactancia/crianza), pero  en cambio están en un  plano de igualdad con el macho, ¿no habrá que convenir que es porque no leen la Biblia ni ven cine?  Ironía que da paso a la apreciación de que el machismo tiene un gran componente cultural y como tal se hereda. (Aquí hemos hablado de dos de esos componentes culturales, la religión y el cine, pero se podía hablar de más).       
     Que veamos alguna bofetada saliendo de la mano de una mujer en contadísimas películas, que fume como fuma el hombre, lleve pantalones como los lleva él, conduzca -incluso vehículos "masculinos" como autobuses, ambulancias, camiones- y otras "conquistas" por el estilo que están bastantes extendidas, no son más que una cortina de humo que esconde la realidad que empezamos enunciando: que allá donde un hombre recibe cien euros por un trabajo, una mujer tiene que conformarse con setenta. 

(de www.lagacetaindependiente.com periódico digital e impreso)