sábado, 7 de mayo de 2011
BERNARD WILLIAMS, SU VACA Y LAS MIAS
En marzo de 1994 tuve la satisfacción de saludar en Oxford al profesor Bernard Williams. Nos presentó Lucy Allwood, discípula y colaboradora suya (yo conocí a Lucy el año ochenta y tantos en Tapia de Casariego, donde enseñó a su padre dos cosas fundamentales en la vida: hacer una tortilla de patatas y escanciar sidra). Lucy le informó que yo tenía buen cuidado de que no faltase ninguna de sus obras en la Biblioteca Nacional , como así era. Me lo agradeció y tuvo la amabilidad de acompañarnos un rato para conocer el “College”. Incluso me hizo sentar en varios escaños donde, otrora, habían depositado sus ilustres posaderas cuatro o cinco primeros ministros británicos, otros tantos Premios Nobel y algún literato ilustre como Lewis Carrol.
Todo fue muy interesante. Pero yo tenía una curiosidad a la que no quería renunciar, así que le pregunté si él tenía una vaca propia, como es fama que tienen todos los profesores de Oxford. Me contestó que, en efecto, él tenía su vaca y que si disponíamos de tiempo nos la enseñaría en los establos del “College”. Conviene saber que en el Siglo XV se instituyó en Oxford que cada profesor tenía derecho a una vaca que pastase en las praderías de la Universidad y proveyese cono su leche a la subsistencia del profesor y su familia. Es obvio que hace muchos, muchísimos años que cada profesor no ingiere la leche de la vaca que le adjudican, pero persiste el ritual de adjudicar una vaca a cada profesor. Buenos son los ingleses para andar suprimiendo tradiciones. Las adoran y se sienten orgullosos de ellas. ¿No veis que devotos son de su monarquía?
Pues a los establos fuimos y allí me presentó a Doris, su vaca. Yo la informé, a la vaca, de mi origen aldeano en tierra de vacas y de mi grandísimo aprecio por sus congéneres desde mi más tierna infancia. Le hablé de la Pinta , la Morica , la Gallarda , etc., las vacas de mi abuelo. La buena de Doris me miró con su mirada acuosa y serena. Al instante me di cuenta de que estaba encantada de conocerme y se notó que había “feeling” entre nosotros. De haberla tratado más quizás aquel encuentro hubiese fraguado en una buena amistad. Porque he constatado a lo largo de mi vida que es verdad lo que decía Ortega y Gasset: “que todo asturiano lleva consigo una vaca”, viva donde viva, desde la Quinta Avenida neoyorkina hasta las caleyas de una aldea de Somiedo. Yo mismo. Estoy convencido de que, como asturiano, ando con una vaca atada a mi destino. Es una servidumbre de mi origen aldeano. Si yo viviera, que viví, al borde de la calle de Alcalá, seguiría siendo tan aldeano como una madreña. Y si viviera, que viví, al borde de Picadilly Circus, seguiría siendo tan rural y, pueblerino como un hórreo. Ay! Las vacas, las vacas. Son el contrapunto, el referente inevitable de nuestro entorno paisajístico y vital.
Los que fuimos niños en la postguerra, con su hambre y sus miserias, recordamos con agradecimiento a aquellas vacas gracias a las cuales pudimos beber un río de leche. Eran una especie de nodrizas, casi tras paternas en el clan familiar. Los niños ahora beben una leche neutra, anónima e impersonal de la Central Lechera Asturiana. Y no es lo mismo.
Queda claro que soy, y seré un incorregible nostálgico de nuestra tierra. Dicho lo cual, podéis imaginar que, de la sociedad actual no me gusta en absoluto esa querencia generalizada a aglomerarse en grandes urbes y vivir en un 3º A o en un 5º C en vez de en una casina en un prau “con el tejado color sangre de toro y los muros pintados de añil”. Otra vez Ortega, ahora describiendo la aldea astur.
Y, ya puesto a desahogarme, en este ataque de sinceridad que me ha sobrevenido, dejadme, que os lo cuente. Tendría yo siete años, día arriba, día bajo. La vi un día en fecha próxima de las fiestas del pueblo. Fue un flechazo. Era preciosa, del color de las manzanas asadas, ojos enormes, flores en la cabeza y una verbena de cintas y abalorios de colores por todas partes. Calculo que tendría 7 meses. Quedé prendado de ella. Los días anteriores a la fiesta la paseaban engalanada por las calles para excitar el ánimo participativo de la gente (una peseta la papeleta). Yo recorría a diario el pueblo entero siguiéndola por las calles, admirándola e invertí mis exiguos ahorros en papeletas de la rifa con la esperanza de que un golpe de suerte uniera mi destino al de aquella xatina. No me tocó. Fue para mí un duro golpe. Nunca más volví a verla y quiero suponer que fue feliz, que tuvo muchos xatinos y segregó hectolitros de buena leche en su vida.
Mi padre quiso echarme una mano para que me repusiera de aquel disgusto y me llevó un domingo al estadio de Buenavista a ver el encuentro Real Oviedo – Valencia. Yo era un fanático del Oviedo. Bueno, pues el remedio fue peor. A la frustración que ya tenía tuve que añadir el empate en casa. Comprendedme. En aquel estadio del ánimo tan deplorable por lo de la xatina me pasé el partido insultando enloquecido al portero del Valencia. Y con razón. Y es que era un tipo desquiciante. El muy canalla se disparaba como un felino e interceptaba todos los balones que le enviaban los del Oviedo y no había forma de meterle un gol. Pero sufrí mucho, lo confieso. Luego, ya de mayor, pensé que, a lo mejor, el hombre no lo hacía, mala idea o solo por fastidiarme a mí. Se llamaba Izaguirre y fue el portero de la Selección Española en el Mundial de Río de Janeiro.
¿Veis qué terribles desgracias tuve que soportar yo a tan tierna edad?
¿Creéis que ahí se acabó mi relación con las vacas? Pues no. Muchos años después, al dejar los dominicos e integrarme en la vida civil, fui a vivir en Madrid en un piso en la Plaza de Manuel Becerra, o sea, Lin Xatina para los asturianos. Repasad el callejero en Madrid y no encontraréis ningún nombre, salvo éste, que aluda al ganado vacuno. Pues nada, ahí me fui a vivir yo. Está claro que llevo la vaca conmigo.
Pepe Morán Fernández.
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7 comentarios:
El amigo “Jesusín” nos dejó huérfanos de padre y casi también de madre; vamos, tirados en plena rúe. Pero al ritmo que vamos no se notará para nada su ausencia, ya que cada día que pasa hay más artículos en el blog de ambiente rural y pastoril. Hoy, nos ha sorprendido de nuevo, el amigo Pepe Morán con este divertido y nostálgico artículo, que a la vez hace de confesión del autor para contarnos su debilidad por las vacas, xatas y xatinas. Estupendo. Me agrada mucho que se fortalezca esta tendencia de escribir sobre temas tan cotidianos y próximos, para la mayoría de nosotros, como son nuestros animales domésticos que, en el caso de las vacas, gracias a ellas nos hemos criado la mayoría sanos y robustos con su estupenda leche, y sus ricos derivados como son el queixu y la manteiga. ¡Ay la manteiga! Qué cosa más rica. Es una pena que haga tan malas migas con esos señores llamados: colesterol (el malo, claro) y triglicéridos.
Gracias por tus relatos, pepe morán.
He tenido el gusto de leerlo mientras escuchaba por lo bajo a Dvorak y su sinfonía del nuevo mundo.
En ambos casos (tanto en los traslados que nos evocan tus relatos, como los que nos produce la sinfonía, con sus pausas y alegros) me he sentido ingrávido y como viajando sin cuerpo por un mundo de sentimientos donde todo es posible.
Y por el tiempo...
Aparte de las vacas, a mi me gusta la gaita, y a mi me gusta "el Gaitero" (como decía Cu-cha-rín, la "amiga" china de "Pinín")
Para ir a Tapia, pásase por Luarca... eh?
Muchas gracias
Un brillante, ameno y ocurrente relato digno de nuestro antiguo profesor de Literatura. Referente a los nombres vacunos en el callejero de Madrid, aunque ahora esté lejos de esa ciudad, donde habitualmente resido,viene a mi memoria El Callejón de la Ternera, donde existe, o existía un restaurante, hace años comí allí. Lugar muy frecuentado por Hemingway durante sus estancias en Madrid. Saludos.
Con gran sentido de humor,
de principio hasta fin,
sonreir me hizo a mí
relato del profesor.
Además de bien escrito,
enhebrado y en su estilo,
es cercano, es atractivo,
y es ingenioso el motivo.
Por estas y razones más,
se anima a Pepe Morán
asome a este ventanal,
una entrada semanal.
Saludos
No esperaba menos por parte de José Morán. Un relato ágil, ameno, anecdótico, fácil de leer y muy informatvo. Siempre será profesor de Literatura (lo lleva en su vaca).
Ignorante este lector que no tenía idea quien era Sir Bernard Williams, por lo que inmediatamente me interné en el internet, valga la redundancia, para calmar mi curiosidad. Más que calmarla, despertó en ella un interés por el trabajo de este caballero y vuelvo a precisar un poco de ayuda por parte de Pepe. Espero que la satisfaga.
A estas alturas no pretendo ser filósofo y mucho menos moralista, pero alguno de los títulos son realmente atrayentes. ¿Cuál de ellos recomiendas? ¿Problems of Self, Moral Luck, Ehics and the Limits of Philosophy, Thruth and Thruthfulness? La verdad es que el penúltimo me atrae. Seguiré tu consejo.
Nada más por today. Tenía un “gut feeling” que José nos deleitaría a todos nuvamente. Espero que continúe haciendolo.
Un abrazo.
No tenía ni idea de la simpatía de Morán por el ganado vacuno y recordando, recordando no se veía mucho por la cuadra con Frai Pepín o con Silero.
Pero hay que tener puntería para ir a parar a Lin Xatina y a poca distancia de la Plaza de las Ventas.
Seguro que en el callejero, de Madrid, aparece alguna otra referencia a tu animal preferido o a alguno de sus allegados.
Un sobresaliente por el relato.
Para no vernos en situaciones tan apuradas como la que aquí se describe, debiéramos siempre tener presente lo siguiente. "Eres dueño de las palabras que no has pronunciado, pero esclavo de las que han salido de tu boca".
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