domingo, 6 de mayo de 2012
LA TORTILLA
Llevaba yo en Londres unos diez meses y aún no había
cumplido un encargo de mi hermana. Ella había hecho todo el bachillerato de
interna en Las Dominicas de Oviedo y, entre otras muchas compañeras de toda
Asturias, tenía un recuerdo especialmente cariñoso de una tal Purina que luego
cursó medicina y que, según mi hermana, llevaba dos o tres años trabajando en
un hospital londinense. Así que me encomendó encarecidamente que hiciera por
verla y transmitirle sus cariñosos recuerdos.
Me metí un día en una cabina y no salí hasta que logré
hablar con la citada amiga, le indiqué quién era y convinimos en encontrarnos
algún día. Y así fue. Previa información de cómo identificarnos (jersey verde,
periódico en la mano…), nos reunimos un sábado por la tarde en la conjunción de
Oxford Street y Charing Crosse. Dimos un paseo hasta Trafalgar Square y nos
internamos por una de las calles que desembocan en esta plaza. Ya no recuerdo
que calle era, ni tampoco del local en el que entramos, un restaurante de no
mucho empaque pero que nos clavó en la
acera al leer un anuncio que exhibía en el exterior. Decía, nada más y nada
menos, Spanish Omelette, o sea, tortilla española. Es imposible encontrar un
español que, ausente de España, donde quiera que esté, no sienta una emoción
desbordada ante semejante anuncio. Hay que haber vivido meses y meses sin
comerla para comprender la importancia de la tortilla en nuestra vida
gastronómica y sentimental. Yo confieso que, tras una prolongada ausencia en el
extranjero, llegué a soñar con la tortilla. No existe nada más entrañable, más
cercano, más íntimo, más preciado para un español que la tortilla de patata. Ni
la fabada, ni la paella, ni el jamón, ni el rioja… La tortilla es la reina y se
me antoja difícil vivir sin comerla de vez en cuando. De modo que allí
estábamos separados solo por una puerta de la ansiada y jugosa tortilla.
-“Yo creo que tenemos que entrar aquí. ¿No te parece,
Purina?”.
-“Claro, claro, a mi me encanta la tortilla”.
Entramos en aquel bendito lugar que nos ofrecía la gloria
gastronómica. Un camarero nos asignó una mesa. Empezamos a charlas en un
susurro. Como es normal en un restaurante inglés. Había bastante gente cenando
pero una mosca que volase sería tan escandalosa como un helicóptero. Con los
años he ido comprendiendo y admirando ese ambiente típico inglés donde ochenta
comensales hablan susurrando para que todos puedan entenderse y no se vuelva uno
loco para comprender al vecino de mesa. Como es típico entre nosotros.
Me interesa sobre manera resaltar esto del ambiente que allí
había para que comprendáis cómo pudo reaccionar aquella gente ante la tormenta
que sobrevino.
El camarero nos ofreció una carta, que rehusamos
amablemente, alegando que solo queríamos tortilla española y vino tinto.
Esperamos. Estaba Purina contándome la vida de un hospital
inglés que a mí me sorprendía recordando la vida de nuestros hospitales.
Debatíamos cuál modelo era mejor, cuál más eficaz, cuál más humano,..etc.
En ello estábamos cuando apareció el camarero portando en
una bandeja dos cosas que tenían forma ovoidal, algo, sí amarillo, pero con
enorme parecido a un balón de rugby. Creímos que se había confundido y yo le
indiqué que no nos había entendido bien, que nosotros queríamos tortilla
española.
-“Pero, señor, esto es tortilla española”. Arguyó el
camarero.
Por un instante me ofusqué y pensé que, realmente, aquel
balón tendría patata dentro. Vamos allá. Pinché al ovoide por el polo izquierdo
y luego, con el cuchillo hice un corte transversal desde polo a polo. Levanté
la tapa superior y, para mi horror, vi que aquella pelota estaba llena de
hierbas de todos los colores: rojas, verdes, amarillas, moradas, blancas,… Toda
la huerta envuelta en huevo.
Yo debía de tener 32 años y mis reflejos eran rápidos. No
como ahora. Así que, en unos segundos vi con claridad que solamente había dos
opciones: Primera, levantarnos e irnos de allí. Segunda, montar un escándalo.
Esta última era para mí la más sugestiva, al tiempo que eficaz para mis
propósitos. De modo que, viendo claro que se me ofrecía la oportunidad de
vengarme de lo de la
Armada Invencible , me puse en pie y, en el silencio de aquel
comedor, empecé a gritar:
-“¡Camarero, camarero. Venga aquí ahora mismo!”.
El resto de los comensales quedaron inmóviles, espantados.
Un caballo que hubiera entrado a galope en el restaurante, les hubiera
impresionado menos.
-“¡Camarero!”. Repetí con voz tonante.
Purina estaba también aterrada.
-“Por favor, Pepe, tranquilízate, no grites”, me dijo.
No hice caso. Yo sabía lo que tenía que hacer.
Cuando llegó el camarero a nuestra mesa y, señalando aquella
piltrafa de huevo y hierbas, exclamé en voz alta:
-“¡Oiga!, mire esto. Ustedes se están mofando de nosotros.
Soy español, mire mi pasaporte y sé de sobra qué es una tortilla de patata.
Ustedes se ríen de los clientes. No les importa engañar al público. Y bla, bla,
bla… Por favor, que venga el jefe o encargado de este local”.
-“Cálmese, señor, por favor no grite más. Ahora viene el
encargado”.
(Recuerdo que estaba indignado de verdad. Si hubiese sido
una obra teatral, me hubieran elogiado como actor).
Al momento apareció el requerido jefe. Cuando ya estaba
cerca de nuestra mesa, aproveché para decirle a Purina en voz alta y en inglés,
para que se enterara:
-“Bueno, querida, vámonos de aquí. Esto lo resolverán en el
juzgado”.
Así que, cuando llegó el jefe ya le tenía medio muerto.
Empezó:
-“Por favor, señor, tranquilícese. ¿Le importa sentarse y me
permite que hablemos?”
Yo, hipócritamente me resistí, para acceder porque vi que le
tenía knockeado.
-“Bueno, pues oigamos que explicación da usted a este timo”,
dije y me senté.
-“Mire, señor, quizás tenga usted razón. Hemos tenido
recientemente un ayudante de cocina portugués y él fue quién nos animó a
preparar la tortilla española. Y es
posible que no conociera bien de qué iba”, dijo.
-“Bueno, por lo que veo, ustedes son unos ingenuos
imperdonables. Usted, señor, antes de ofrecer ese plato debería haber hecho
averiguaciones primero. Y no poner alegremente el anuncio en el escaparate para
engañar a la gente. En fin, que no veo de qué forma podemos arreglar esto”,
dije esperando el final que yo buscaba.
-“Bueno”, contestó. “¿Me acepta cenar aquí invitado por la
casa?”.
¡POR FIN!
No recuerdo qué cenamos pero recuerdo que bebimos una
botella de vino del Rhin, que era delicioso. Si alguna vez vais a la Alsacia , probadlo. En ser
posible, en Colmar o en Riquewihr, dos de los pueblos más bellos de Europa. En
cuanto a la tal Purina, nunca más volví a verla. Seguramente pensó que yo era
una persona demasiado explosiva para su gusto.
Pepe
Morán Fernández.
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5 comentarios:
Viendo la tortilla tan apetitosa que aparece en la foto de la entrada me estoy imaginando vuestra cara al ver al camarero llegar a la mesa con aquel seudo “bollo preñau”, en forma de melón, relleno de verduras y recubierto por masa de huevo. La verdad es que la tortilla de patata o española, fuera de su sitio, se hace bien y que resulte comestible, en muy pocos sitios más. Yo la he comido en Chile y más que tortilla parecía que fuesen huevos revueltos con tropezones de patata semicruda.
Referente al tema de equivocaciones entre lo que el cliente pide al camarero y lo que éste luego pasa a la cocina los hay de órdago. Recuerdo que cenando en un bar muy moderno en el barrio de Amara en San Sebastián, allá por el año 1972, estábamos tres o cuatro comensales y uno pidió una tortilla francesa y unos calamares fritos. El resto pedimos cosas diferentes. Cuando el camarero trajo los platos, los nuestros correspondían a lo que habíamos pedido, pero al de los calamares le trajo una tortilla francesa de calamares congelados duros como correas. El hombre al meter el primer bocado en la boca comenzó a darle vueltas y más vueltas y al final tuvo que volverlo al plato pues era como si masticara goma. Al llamar al camarero y decirle que, ¿qué era aquello?, el respondió: una tortilla de calamares, señor; lo que usted pidió. Pero si yo pedí una tortilla y calamares fritos, pero ambas cosas por separado. Claro, así al cocinero le extrañó mucho que alguien pudiera pedir una tortilla de calamares, porque era la primera vez en su vida que se la pedían, pero como hay gustos para todo él hizo lo que ponía el papel y santas pascuas. El camarero al comprobar que realmente aquello no se podía deglutir se lo cambió por otra cosa y no pasó más. A partir de aquel día hicimos buena amistad con la gente de la casa y nada vernos aparecer por la puerta ya decían: aquí llegan los de la tortilla de calamares.
Si nuestro compañero de colegio, José Campa García, leyera esta entrada seguro que tendría algún comentario que hacer al respecto.
Pues yo también diré algo en lo de la tortilla:
Tenemos por estas tierras un señor (unos treinta y pocos años, también..) que viene de Castilla. Se afincó aqui en Luarca hace ya unos años. Es filólogo y se busca la vida haciendo múltiples cosas. Hace traducciones, es monitor en talleres de tiempo libre, puede que dé clases de idiomas...
Y el caso es que (bohemio que es el tio...) hace un par de años, se embarcó en un viaje a la China. Quiso hacer la ruta de Marco-Polo, actualizada y un poco trastocada a su manera.
Tengo por aqui la ruta completa, que me pasó en un documento, pero tampoco os voy a cansar con ella.
Y la aventura le llevó como unos 18 meses. Tiene su gracia porque iba sin dinero, sin tarjetas, por supuesto, sin teléfonos móviles ni cosa parecida.
De aqui partió hasta Venecia, donde empezaba su viaje. De ahi subió a Croacia, Hungría, Ucrania... Conoció cantidad de culturas, atravesando Asia. Llegó a Japón (donde también paró, más bien al norte, donde se conservan restos de lo que fue la cultura original japonesa, antes de ser invadida) y pasó a Okinawa. En esta última islita (bueno, es archipiélago) estaba cuando el famoso terremoto y posterior tsumani. No lo notó. Para hacerse una idea, es como si hubiera ocurrido en Barcelona, y él estuviera en Canarias...) Y todo esto, ¿a qué viene?.
Como digo, iba sin dinero. Cómo se ganaba un poquito, o el afecto de los habitantes?
Dos recursos fundamentales: Daba clases de inglés a quien quisiera. Y... HACÍA TORTILLA ESPAÑOLA.
Es un poco para reforzar la teoría de Pepe.
Le pregunté cómo no llevaba sidra...
Dice: Tú yes tontu, joder!!
Vaya merienda con esa tortilla y un vasín de Cangas,Slu2
Cuando Morán escribió esta entrada estaba atareado con asuntos domésticos y no pude comentar sus peripecias con la tortilla “española-londinense”, pero si me quedé con la copla de su referencia a vinos y ciudades de Alsacia.
Con Galán ausente, pero habiendo dejado orden de participar, recojo y apoyo la sugerencia hecha por Morán de visitar, si es posible, esa zona fronteriza entre Francia y Alemania.
Casualmente, el pasado año, estando en Suiza por estas fechas, hice el recorrido entre Colmar y Estrasburgo por la llamada Ruta del Vino que discurre paralela al Rhin y pasa por preciosos pueblos, entre ellos Riquewihr. Como indica el nombre de la ruta esta es una extensa zona de viñedos donde se elaboran unos blancos muy apreciados con uvas riesling, pinot gris, gewurztraminer y otras.
Las ciudades citadas por Morán son, efectivamente, las más pintorescas e interesantes de la zona. En Colmar,- el primer recuerdo es el penetrante olor de centenares de tilos en flor-, se levanta un impresionante y antiguo convento de dominicos fundado en el sigloXIII. Cerrado por la Revolución fue convertido en el Museo D’Unterlinden; entre otras obras de arte alberga el famoso Retablo d’Issenhein. La parte antigua de la ciudad, con edificios muy bien conservados, encierra un importante patrimonio cultural. Una curiosidad, en esta ciudad nació Bartholdi, escultor de la estatua de la Libertad de Nueva York, su casa natal acoge actualmente un museo y uno de los mejores restaurantes de la ciudad lleva su nombre.
Riquewihr, recostada en laderas por donde se extienden cuidados viñedos, exhibe, en sus pendientes calles, edificios que compiten entre si por su cuidado aspecto y belleza, la mayoría levantados en el siglo XVI. Numerosas tiendas ofrecen artesanía y sobre todo vinos de la zona. Aquí se encuentra una de las bodegas más ilustres de vino de Alsacia, Dopff. Un trenecito turístico recorre la villa y se adentra por los viñedos hasta colinas próximas ofreciendo vistas impresionantes.
Disponiendo de tiempo y posibilidades es imprescindible viajar hasta la cercana Estrasburgo. Solo la Catedral y la zona La Petite France, con sus canales y edificaciones, justifican con creces el viaje.
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