sábado, 15 de mayo de 2010
RETAZOS DEL INTERNADO
Cuando estoy elaborando estos relatos para intentar que las visitas al blog resulten algo amenas y divertidas, procuro recordar solamente los momentos más simpáticos y vibrantes que frecuentemente surgían entre nosotros sin olvidar que, estos hechos la mayoría de las veces, si éramos sorprendidos in fraganti, no estaban exentos de cierto riesgo; sobre todo de ser castigados, pero lo peor era el miedo que teníamos al probable suspenso en conducta. Todos recordamos muy bien, que si bajaba la nota en conducta de forma consecutiva, podía llegar a empeorar la situación de tal manera que, no sólo había peligro de perder la beca, si no también hasta de ser expulsado.
La beca, la dichosa beca, ésta era la espada de Damocles que teníamos algunos constantemente sobre nuestras cabezas, sobre todo, a la hora de cometer alguna travesura escolar: ¡el miedo a perder la beca! No era de extrañar porque, a la mayoría de nosotros, si nos fallara la beca, lo más seguro es que también se nos acabase la estancia en el colegio.
De todas formas, había que darle algo de chispa a la rutina y para ello, era necesario rayar un poco en lo prohibido. Lo emocionante era hacer las faenas, o al menos participar en ellas, y que no le cogieran a uno. Gracias a las pequeñas pillerías en las que nos veíamos envueltos a menudo, nos parecía que suavizábamos un poco la rigidez disciplinaria del internado. El dicho de: unos llevan la fama y otros cardan la lana, era una realidad palpable en el colegio. Los que estaban muy fichados, al mínimo alboroto que se presentara ya tenían sobre ellos la sospecha y el castigo. Sin embargo los “buenos” nadie recelaba de ellos, y a veces, éramos (digo éramos) peores los no fichados que los reconocidos por todos como traviesos.
La mayoría de los que fuimos internos desde el curso 1959-60 en adelante, recordamos los primeros años cuando dormíamos todos juntos en la primera planta. Seríamos del orden ciento y pico. Los dormitorios estaban distribuidos, si no recuerdo mal, de la siguiente forma: según se entraba desde la escalera principal a la mano izquierda, estaban los servicios y en frente había una sala de planta rectangular grande, paralela al patio principal donde dormíamos a cama corrida los de primero, siempre custodiados durante la noche, por el Padre Jaime y por una imagen de la Inmaculada Concepción , que estaba adosada a la pared de entrada al dormitorio sobre una peana, y que durante las noches mantenía encendida una pequeña bombilla de luz tenue rojiza, para ver en el dormitorio. El padre Jaime tenía su celda al lado. En el ala derecha a la entrada de la escalera, había otra gran sala paralela a la carretera con ventanas al patio interior, donde dormían los de segundo curso, también a cama corrida. Al fondo de este dormitorio se accedía a otra sala, situada perpendicularmente, que era donde pernoctaban los mayores; es decir: los de tercero. Este dormitorio disponía de unos tabiques separadores entre camas de suelo a techo que, al menos, les proporcionaba un poco más de intimidad a los inquilinos, a la hora de tener que desvestirse para poner el pijama, o para cambiarse de ropas.
Recuerdo un sábado después de tocar silencio, que el padre Jaime se ausentó por un tiempo, como hacía todos los sábados, para asistir a la proyección de la película que daban adelantada del domingo, y que los frailes veían previamente en plan censura, para eliminar las escenas inadecuadas para los alumnos que pudiera tener la cinta. Tal que, ese día Jaime, sospechando que nada más ausentarse de la zona podría comenzar la juerga, se fue y al poco tiempo regresó a ver cómo estaban sus dependencias y sus pupilos. ¡Menuda sorpresa! Cuando entró silenciosamente en la planta se encontró con las luces apagadas, pero había un jolgorio de no te menees debido a la gran batalla de almohadas que se estaba celebrando, principalmente, en la sala de los mayores. Jaime al oír la algarabía que reinaba en los dormitorios prendió la luz y pilló a la mayoría fuera de sus camas. Los guerreros ante la presencia fantasmal del cuidador se metieron como rayos en la cama y todo parecía reparado, excepto los trozos de almohadas que había por el suelo que delataban a los falsos durmientes. Los del fondo tuvieron más tiempo para meterse en la cama pero el desbarajuste de ropas era irreparable y ponía de manifiesto la juerga que allí se había llevado a cabo recientemente.
El padre Jaime estupefacto por lo que se había encontrado, recorrió los dormitorios pero, ante la aparente e instantánea calma que se había producido después de la gran contienda, no tenía claro por donde empezar a administrar castigo y ante la duda, cortó por lo sano; se fue directo hacia la cama de Gallego que dormía muy cerca de la entrada y, precisamente, en esta ocasión, estaba dormido de verdad, pero como siempre formaba parte en todos los fregaos, el padre Jaime fue a por él el primero. Le agarró del pijama le incorporó de la cama y le decía que no disimulase que él era uno de los alborotadores. El muchacho estaba medio aturdido y no comprendía nada. Cuando quiso reaccionar ya tenía encima varios sopapos. El abofeteado no sabía de donde le venían los mamporros ni el porqué, pues, cosa rara, pero esta vez, sí estaba dormido de verdad y era ajeno a la fiesta. Jaime al incorporarle de la cama le decía su frase preferida habitual, haciendo como que le iba a acariciar: ¡niño!, ponte bien; ¡niño! ponte bien, hasta que en el primer descuido ¡Zassss! le venía el tsunami encima. El pobre Gallego decía, ¿pero qué he hecho yo para merecerme esto? Y Jaime le decía: no te hagas el despistado so granuja que estás hecho un buen elemento, pero a ti te espabilo yo antes de finalizar el curso.
Como decíamos entonces: el Gallego estaba fichado. Por formal, seguro que no era, pero por buena pieza sí. Jaime después de amansar al sospechoso pasó a las dependencias de los de tercero, donde realmente había sido el comienzo y centro principal de la algarabía; allí, creo que también hubo caricias para dar y tomar, aunque estos eran ya mozotes, pero me consta que más de uno durmió con los carrillos bien calientes.
Del padre Jaime recuerdo otro episodio muy cómico. Yo estaba en primero de bachiller, curso 59-60. Con motivo de las fiestas rectorales, primeros días de mayo, habíamos ido todo el colegio de excursión a Santa María del Mar. El viaje lo hicimos en tres autocares de Fernando de La Regla , de los cuales se aprovechaba todo el espacio libre que tenían, pues viajábamos dentro del autobús y también sobre el techo, el cual estaba provisto de bancos de madera dispuestos transversalmente al vehículo y protegidos con una pequeña barandilla metálica que rodeaba todo el coche; era como una gran baca con asientos a lo que se llamaba tercera clase. En el blog hay una bonita foto de los tres autobuses al lado del portón de entrada al patio del Convento, antes de partir para la excursión, con todos nosotros subidos a los “Pullmans”.
En estas excursiones, no estoy muy seguro pero creo recordar que llevábamos la merienda del colegio. En esta ocasión creo que fuimos a jugar un partido contra el Instituto homólogo al nuestro de Luanco, que era también de bachiller laboral, pero de especialidad Marítimo-Pesquera. Después de celebrado el encuentro nos fuimos a la playa como se puede apreciar en la foto que encabeza este artículo.
Para nosotros era un día grande el ir de excursión a la costa y para los del suroccidente más, pues para algunos de nosotros, probablemente fuese la primera vez que veíamos el mar. El día transcurrió sin sobresaltos y muy contentos todos, pero al regreso recuerdo que viajábamos en tercera clase un grupo amplio: entre ellos estaba Higinio Álvarez Fernández de Zarracín (Tineo), que en paz descanse, y que fue el protagonista de lo que voy a contar. El amigo Higinio aparte de ser un muchacho simpático y alegre, era mucho mayor que sus compañeros de curso y además, tenía una fisonomía singular; no era muy agraciado físicamente que digamos. De cara era muy vivaracho con grandes ojos, pero tenía los dientes un tanto caballunos, irregulares y salidos hacia fuera; la cara era estrecha y alargada. Nada más mirarle producía risa pues, aparte de ser muy sonriente, también tenía cierto aspecto cómico.
La edad de la mayoría de los alumnos de primero variaba entre diez y doce años, e Higinio ya tendría del orden de dieciséis o diecisiete. Además este mozo, por su edad, ya era un poco pillastre y le gustaba, cuando podía, fumarse algún cigarro y tomarse algún vasete de vino que otro. Convendréis con migo que, cuando nos llevaban de excursión, la disciplina siempre se relajaba un poquito y los cuidadores se hacían algo más permisivos.
Recuerdo que Higinio en aquella excursión, tenía mucho empeño en viajar arriba, en tercera clase, es decir, en vez de la “Business class, sería la Cutre class” pero allí íbamos sin vigilancia que era lo interesante pues, el padre Jaime, iba abajo como las personas decentes. Higinio como hombre previsor y algo sediento, después de todo un día de asueto y jolgorio playero, antes de iniciar el regreso se había pertrechado de una botella de tinto peleón (entonces aún no existía el tetrabrik) y de un paquete de Celtas cortos para aliviar el duro viaje de vuelta al escorialín. Nada más ponerse en marcha aquel trasto de autobús, camino de Corias, el amigo Higinio ya comenzó a meterle frecuentes tientos a la botella y a los cigarros. También iban entre nosotros algunas guitarras y bandurrias que al final, una de ellas, quedó desfondada por completo de sentarse encima el flamenco Higinio. Antes de destripar la guitarra íbamos cantando muy animados, pero según transcurría el viaje, no sólo mermaba la distancia a casa, sino que también lo hacían las reservas de tinto. A mitad de camino, ya no quedaba ni una gota; el desfondador de guitarras, principalmente, se lo había metido entre pecho y espalda.
Poco a poco entre los efectos del tinto y el humo de los Celtas, el amigo Higinio comenzó a palidecer y se fue acurrucando en un hueco sobre los instrumentos musicales hasta que se quedó dormido. Al llegar a Corias estaba muy mareado y despedía un olor a tinto avinagrado que tiraba para atrás. Los compañeros le ayudamos como pudimos a bajar del coche sin que se notara mucho la castaña que portaba el viajero y también para desviarle de la mirada del padre Jaime, con el objeto de que no le viera con aquel aspecto cadavérico.
Llegados al dormitorio, Higinio se tumbó sobre la cama y a cada poco exclamaba en voz alta: ¡Ay que malo estoy!, ¡Ay que malo estoy! Al momento apareció Jaime a ver qué pasaba. Los acompañantes de viaje le dijimos que Higinio se había mareado por las excesivas curvas de la carretera y que se encontraba un poco revuelto. Jaime que tenía muchas tablas se dio cuenta en seguida de que el mozo estaba totalmente harto de tinto peleón y dijo: ¡niño!, tienes que vomitar para que te mejores. Higinio le contestaba que no podía. En éstas Jaime, se acercó a su cama, lo incorporó, y se lo llevó agarrado por la cintura hasta los servicios. Nosotros nos quedamos arremolinados en el dormitorio, un tanto asustados, pensando que le iba a sacudir el polvo bien sacudido, pero no. Jaime le situó frente a uno de los retretes de plataforma baja y se puso por detrás de él abrazándole por la cintura con las manos trenzadas y puestas sobre la boca del estómago del parturiento y, a intervalos cortos le daba un tirón y repetía: ¡vomita niño, vomita! E Higinio contestaba con voz temblorosa como de estar a punto de fallecer ¡no padre, no padre!, no puedo, estoy muy malo. ¡Cómo que no puedes! y otro meneo, así hasta que el moribundo comenzó a expulsar por la boca una catarata de una mezcla caldosa avinagrada y horriblemente pestilenta de color vinoso oscuro que no parecía tener fin. Después de dos o tres empellones de aquellos, con sus correspondientes partos, el de Zarracín quedó aliviado de estómago y descansado y se acostó a dormir. Al día siguiente estaba un poco pálido y desencajado pero en perfectas condiciones vitales y con ganas de volver a fumarse unos celtas, y hasta de beber algo de tinto, si lo hubiera a mano.
Si el amigo Higinio viviese y leyera esta historieta, seguro que la recordaría con cierto agrado y diría: ¡Galán, qué cabroncete eres!
Vaya mi recuerdo y gratitud para este amigo que se fue, por lo simpático y alegre que era, y por los buenos ratos que pasé con él.
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5 comentarios:
Desde luego Banjamin tu memoria es prodigiosa. Yo que presumo de llevar mis recuerdos bastantes años atrás creo que no llego a la capacidad de los tuyos.
Sí recuerdo algunos pasajes del viaje a Kuanco que relatas. Fui uno de los que viaje en "super clase" con aire acondicionado incluído. Lo que pasa es que al ser tres los "autopullman" que formaban la expedición seguramente no coincidiríamos en el mismo. Además lo más fácil es que los Frailes colocaran por cursos los expedicionarios.
Precisamenbte hace unos minutos te he remitido un "taco" de fotos de la primera época de Corias y entre ellas hay una del viaje a Luanco, con la Rondalla en primera fila del último anfiateatro del Bus.
Cam iando un poco de tercio. Samuel: A este paso vamos a tener que solicitar audiencia con el Ilustrisimo para ir a buscar personalmente los listados de ADEACO. Cuando tú dispongas lo hacemos.
Alfredo
Ya sabes que: "a comer y rascar no hay nada mas que empezar".
Tampoco tengo en el olvido la propuesta que hiciste sobre el cambio de directiva. Lo comentaremos en el momento oportuno.
De la excursión que comentáis, recuerdo poco. De lo que sí me acuerdo es de que, al regreso, hacía bastante frío, en tercera, y alguno de los frailes nos dejaron su capa para protegernos de la brisa del descapotable. Sobre la visita a Cangas, dame un poco de tiempo. Como te comenté, el último día que nos vimos, tengo que tocar antes algún palillo.
El amigo Peque, que es un visitante asiduo del blog, me ha dicho que en este artículo, Retazos de Corias, hay un error que es el siguiente. El pueblo natal de Higinio no era Truébano yo como he dicho, sino Zarracín. Dicho queda. El gazapo ya está corregido. Así me gusta, que haya gente que colabore para intentar mejorar en todo lo que se pueda, y si no lo logramos del todo, al menos que se puedan subsanar los errores involuntarios que se produzcan. Muchas gracias por la aportación.
El amigo Peque, que es un visitante asiduo del blog, me ha dicho que en este artículo, Retazos de Corias, hay un error que es el siguiente. El pueblo natal de Higinio no era Truébano yo como he dicho, sino Zarracín. Dicho queda. El gazapo ya está corregido. Así me gusta, que haya gente que colabore para intentar mejorar en todo lo que se pueda, y si no lo logramos del todo, al menos que se puedan subsanar los errores involuntarios que se produzcan. Muchas gracias por la aportación.
Amigo Benjamín,esa foto de Jose Antonio y tuya hay que mandarla a TVE,Concurso FOTOS ANTIGUAS,el éxito está asegurado,pero como es que tienes tantas fotos,no lo puedo entender,tenías acaso un fotógrafo contratado,por aquellos tiempos no resultaba fácil salvo en fiestas que siempre había por allí alguno,bueno lo dicho de CONCURSO.Yo desde luego solamente me ví en una del Equipo de Fútbol,con la Rondalla en el patio de la araucaria en el bus de excursión a Luanco y creo que nada más.slds
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