sábado, 14 de mayo de 2011
EN LA CALLE
Al hilo de lo que cuenta Pepe Morán en su artículo, diré que yo he sido testigo presencial de un acto tan bochornoso como ese o más, pero con menor riesgo para el autor de resultar insultado o abofeteado.
Estábamos tres amigos por la calle en León durante nuestra etapa de estudiantes y, yendo hacia la Escuela de Minas, a la altura de la Facultad de Veterinaria, vemos a lo lejos venir a una muchacha que uno de los amigos, digamos que fue Manolín, rápido reconoció y apresuradamente nos dijo: vamos a cambiarnos de calle que viene allí por el lateral la “fulanita”, que es una tía asquerosa, repugnante, fea y pesada como el plomo y me pide a diario los apuntes de Física. Es más, no la soporto ni quiero verla. Es superior a mi capacidad de aguante pues, hay veces que huele hasta mal.
Ante la gravedad de la situación obedecimos a la sugerencia y modificamos los tres la ruta, pasándonos a una calle un poco distante de la anterior, pero que al final resultaba ser casi convergente con la que abandonábamos. Con tal mala suerte que al llegar al final de la calle, donde prácticamente se fusionaban ambas, allí teníamos a “la fulanita” muy dicharachera y sonriente, que nos saludaba muy atentamente y le decía al que sugirió el cambio de rumbo: Manolín, no sabía yo que, mi hermano y tú andabais juntos y que erais amigos.
La palidez que invadió el rostro de mi amigo “Manolín” en ese momento, fue tal que la “fulanita“, al verle tan desencajado le preguntó si le pasaba algo, o si no se encontraba bien. El estupefacto aunque casi no podía ni articular palabra, y que en aquel momento sólo deseaba ser tragado por la tierra, le dijo que había sido una pequeña indisposición momentánea sin importancia, que no se preocupara pues solía sucederle con frecuencia y que se le pasaría enseguida.
Afortunadamente, el camino que ella seguía a partir de aquel punto era diferente del nuestro y, en cuanto nos quedamos solos, el que había dicho aquella sarta de lindezas de la “fulanita” intentó disculparse ante el hermano de ésta. A lo que el ofendido respondió: Manolín, déjalo como está no te compliques más. Esto no tiene arreglo. Lo único que podrías hacer es empeorarlo aún más si cabe. Además te diré que, en parte, tienes algo de razón en lo que opinas de mi hermana. Se lo merece por pesada. Lo peor de todo es que no supieras de nuestro parentesco. Lo siento por ti. Olvídalo.
Al cabo de un rato, el hermano de la insultada también se fue y nos quedamos solos, el lenguaraz abochornado Manolín y yo. Este pobre hombre, aunque estaba medio paralizado por la situación vivida, me decía: Dios mío, ¡qué vergüenza! Si te digo la verdad, lo que más me preocupa es, qué haré mañana cuando vuelva a ver al hermano de la “fulanita”. Tendré que desaparecer de su vista. Será lo mejor. ¡Esto no tiene arreglo!
Qué gran verdad es el dicho de: no hay mejor palabra que la que está por decir. Sin duda, pues: una vez tirado el pedo, de poco sirve apretar el culo.
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1 comentario:
Diste en el clavo perfectamente amigo Galan,la última frase lo condensa todo,pero...vaya cosas que os ocurren a vosotros,yo no tengo esas experiencias,será porque sigo el consejo no hay mejor palabra que la que queda por decir,o algo así...de todos modos tampoco es cuestión de quedarse mudo o que os parece.PD de Vitigudino era el Viti,buen torero por cierto,al profesor lo recuerdo con muchas variables.
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