miércoles, 3 de marzo de 2010
Alternadores precoces
Como ayer hemos hablado de los bares de nuestra juventud, hoy vamos a comentar algo sobre la costumbre de frecuentar los chigres antes de tiempo. La palabra, alternar, que el DRAE le asigna entre otras muchas acepciones la de: “Hacer vida social, tener trato”, sirve para designar una de las actividades más agradables que nos proporciona la vida, sobre todo, para los que la hemos practicado desde temprana edad. La costumbre de juntarse y relacionarse los humanos, bien para comer, o en torno a una determinada bebida animosa para hablar, o para celebrar algo, es costumbre creo que universal. Pero en la cornisa cantábrica, si cabe, aún lo es más. Lo es hasta tal punto que, en la zona de Cangas, se practicaba y se practica esta amena rutina, desde la adolescencia hasta la vejez, o mejor dicho, hasta que el cuerpo aguante.
Actualmente se están imponiendo campañas muy severas, por parte de las autoridades sanitarias, para denostar el consumo general de alcohol, principalmente para evitar que se inicien los jóvenes en esta perniciosa práctica pero, el consumo moderado de vino, está claro que no se le debe dar el mismo tratamiento que a las bebidas de alta graduación alcohólica pues, médicamente está demostrado que la ingesta moderada de tinto bueno y natural, resulta beneficiosa para la salud. Y para el espíritu, no digamos…
Para los que hemos nacido en los años posteriores a la guerra civil y por lo tanto en años de escasez, nuestros padres no se andaban con delicadezas de, si era bueno o malo para el desarrollo intelectual del joven; es más, cuando uno tenía trece o catorce años, si había vino en casa, en vez de restringir su consumo, más bien se recomendaba tomar un poco con las comidas, para que actuase en el mozo como vigorizante, a fin de poder realizar los duros trabajos que requiere la labranza.
En casa de mis padres siempre se tomó un vasito, o dos, de vino a las comidas, y yo recuerdo que cuando ingresé en el colegio en Corias, mi madre tenía gran pesar porque, en adelante, tendría que extrañar bastante al tener que comer con agua. Sin embargo, aunque el cambio era claramente deficitario para mí, como el agua de Corias era limpia y cristalina, apenas noté diferencia y, su consumo me ayudaba a tener la mente despejada y el riñón limpio. Pero también tengo que decir que el régimen alimentario del colegio no era ajeno a las bondades del vino y sí permitía el consumo puntual, y tan puntual, ya que solamente, en dos o tres fechas señaladas durante el curso, nos ponían un vasito de vino de cosecha propia en la comida de medio día, aparte del agua. Estas fechas tan festejadas eran: La Inmaculada, Santo Tomás de Aquino, y Fiestas Rectorales. Es decir: en diciembre, en marzo y en mayo.
Como podemos comprobar la frecuencia de los festejos “regados”, no era como para aficionarse demasiado al moje. No obstante, si la abstinencia era muy larga, se podía calmar algo la sed en Corias pueblo, en varios bares: Casa de la Chata, Casa Galdina, Casa Berguño…
Hoy día la mayoría de los jóvenes no toman bebidas alcohólicas en casa. Y creo que es muy acertada esta medida, al menos, como enseñanza; pero si luego lo toman fuera de casa, de forma compulsiva, desmedida y sin control, aunque sea solamente los fines de semana, me parece que, de poco sirve la prevención.
Yo con cierta frecuencia me suelo preguntar si, cuando éramos mocetes, en vez de las tardes de domingo que en el pueblo o en Cangas, las pasábamos de bar en bar, si hubiésemos estado haciendo deporte, como se puede hacer en la actualidad, o pasando la tarde en una biblioteca, ¿habríamos tenido una trayectoria personal diferente, o habríamos tenido un estatus social más elevado como ciudadanos?; no lo sé, probablemente, sí. Pero no estoy muy seguro.
Hoy día los tiempos han cambiado y en general para bien. La ciencia médica ha avanzado muchísimo y se tiene claro que la práctica de ciertos hábitos alimentarios, a la larga, son dañinos para la salud. Por eso la gente consciente cuida bastante su bienestar corporal.
El retrasar la ingesta de bebidas alcohólicas, por parte de los jóvenes, hasta que la persona esté desarrollada, me parece muy bien pero, en ciertos casos esta meticulosidad se lleva hasta el extremo. Si hoy día se diese el caso de unos padres que se manifestaran en un medio de divulgación pública, diciendo que sus hijos adolescentes tomaban vino a las comidas, de forma habitual, aún con su consentimiento, seguro que saltaba algún defensor de causas ajenas, que siempre los hay, y les denunciaba ante la Administración competente para que les fuese retirada la custodia por alimentación inadecuada.
Sin embargo, como conclusión diré que, los que nos hemos criado bajo aquella tolerancia que nos permitía el consumo de vino, siendo casi niños, no hemos llegado a ser lumbreras, pero sí somos ciudadanos: responsables, sensatos, cívicos, amantes de la vida y entusiastas de los buenos caldos. Con lo cual, me respondo yo mismo a mi pregunta. Si mantenemos la cordura y sensatez que debe tener toda persona correcta que es útil para la sociedad, quiere decirse que el vino que hemos ingerido de jovenzuelos, no era tan nocivo cómo algunos dicen. Además, ya lo dice hasta Mariano Rajoy que, en una cuchipanda gastronómica, creo que fue en Galicia, la ha rematado con la espléndida frase: ¡viva el vino! Yo, digo lo mismo.
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