sábado, 19 de febrero de 2011
ME LLAMO SILVIA Y YO NO HARÍA EL AMOR CON SILVIO -por jrFRANCOS-
Seamos claros ya de entrada: al pan, pan y al vino, vino. Me llamo Silvia, hablo bajito, con cierta dulzura, me gustan mucho los hombres -y les gusto-, pero yo nunca haría el amor con Silvio. Con Silvio Berlusconi.
Pudiera ser mi tipo ideal, pues al carecer de padre -al que nunca he conocido-, representaría esa figura paterna que siempre he añorado y ese hombre maduro de los que siempre me he enamorado y a quienes he entregado mis encantos con desigual fortuna.
Silvio no está mal; apreciación que hago desde la distancia y la subjetividad del enfoque. Sólo le he visto en imágenes de televisión y prensa escrita. Pero no me disgusta. Poco importan sus horas de maquillaje y su pátina de cremas que le dan esa cara de juventud senil, un tanto momificada, pero muy digna. Abrazadita a él, piel con piel, nuestros sexos uno, su lengua en mi boca y la mía en la suya, la pátina de “Il Cavalliere” se derretiría como la miel en un microondas envolviéndonos en un manto de perfumería que a mi particularmente me excita. ”He aquí un hombre que se gana el amor con el sudor de su maquillaje”, me diría. Qué más da que a sus septuagenarios años se les cayese la dentadura al morderme; sería como ese seiscientos que se va desarmando a cachos pero sabes con seguridad que te lleva. Nunca falla. Y si falla, ahí está el manitas de turno, el farmacéutico con su maletín de herramientas ( Dragul, Levitra, Cialis o Viagra) para poder continuar la marcha. El seiscientos siempre adelante y palante. Y Silvio es más que un seiscientos, es un Fiat, marca de Italia. Me gusta Silvio, sí, y hasta por gustarme me gusta su dinero, su poder, que una ya está un poco cansadita de ser zarandeada por la vida a 50 euros el abrazo de veinte minutos (antes eran 60, 10.000 pesetas, que todavía significaban algo, pero con la crisis…); sin padre, que nunca se hizo cargo del fruto de aquella noche estudiantil con aquel amor adolescente, mi madre, en una playa durante el viaje de fin de carrera. Carrera que para ella terminó en la calle, carrera que yo continúo en un piso de soltera dando felicidad y amor a cuantos a mi puerta llaman. Cincuenta euros.
Me gusta el amor. Hacer el amor y que me lo hagan. Hacemos el amor y el amor nos hace. Unas por tener hijos. Otras por placer y si vienen los hijos, bienvenidos sean. Algunas mujeres, pasado el ardor procreativo de la juventud y primera madurez, tal vez víctimas de atavismos culturales, tal vez consecuencia de compañeros o maridos inexpertos, que hacen bueno el dicho de que “no hay mujer fría sino hombre inexperto”, se bloquean al sexo, lo dan por algo finiquitado. Y me envidian. Dicen que era ligera de cascos y que es normal que terminase así, de apagafuegos de bragueta. De prostituta. Envidia... Cascos me quisiera tener a mí, allá en Asturias; exministro todopoderoso, exmarido de… y de… Si conmigo diese… No le llevaría al Principado, pero sí a la gloria. Que yo tengo artes para los potros salvajes y hasta para los bueyes castrados. Nunca decepciono. Pero es feo, bruto de rasgos y de carácter. Avasalla, dicen. Como una motosierra. Un toro bravo con el adversario político y vete tú a ver cómo en la cama. En cambio Silvio… Silvio es galante, es educado. Vive por y para las mujeres. Tiene dinero, poder; televisiones y periódicos. Criados y lacayos. Mujeres y “caso Ruby”, la menor con la que tuvo, dice una jueza, noche de orgía y prostitución de menores en un intento de hacerle una pirueta al arranque de hojas-calendario que marcan el ritmo de la decadencia y las canas. Ahora la pirueta tiene aires de cárcel.
A Silvio, a Silvio Berlusconi le podría perdonar todo: su dentadura postiza si la tuviere, sus arrugas disimuladas por cremas y más cremas; su farmacia del amor y hasta sus gatillazos que alguno tendrá, salvo que sea cristiano, florentino y estratosférico. Se lo perdonaría todo. Todo. Pero hay una cosa que me supera: que nos considere a las mujeres como un jarrón de porcelana, mera decoración, objeto de uso. Berlusconi no ama, se exhibe. Trivializa y embrutece. Con sus televisiones y periódicos. Con su política y hasta en la cama, donde, si lo sabré yo, no se puede dar lo que no se tiene en la vida. “Il Cavaliere” sólo es caballero en apariencia. Por eso Italia, su Italia, la que él gobierna como si fuese un Gil y Gil marbellí en versión más refinada, encabeza las listas europeas de paro femenino y violencia machista. Él, que tanto ama a las mujeres…
Así, pues, yo, que me llamo Silvia, soy española, amante del amor, trabajadora del sexo -que de algo hay que vivir- que no puta barata, con voz bajita y dulce, pero con firmeza, me solidarizo con esas 280 manifestaciones que en otras tantas ciudades italianas congregaron a cientos de miles de mujeres pidiendo “respeto”. Yo también estaba allí, en Bolonia, sujetando aquella pancarta que decía: “Cansadas de vivir en Berluskistán”. Al tiempo que gritaba: ni por 50, ni 100. Ni por 200 euros que es lo que valdría mi noche, yo, Silvia, Silvia la dulce, haría el amor contigo, Silvio. Silvio Berlusconi.
José Rodríguez Francos “jrFRANCOS”
(Fotógrafo de la Naturaleza )
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