miércoles, 31 de octubre de 2012
HISTORIAS DE CAZA – II. La liebre de Telvino.
En todas las villas y pueblos más o menos grandes de España,
existen establecimientos hosteleros frecuentados por parroquianos que comparten
una misma afición y que suele coincidir con la del dueño del local. Así por
ejemplo, tenemos el bar donde van los aficionados al ciclismo, al
automovilismo, a la caza, a los toros, a la pesca, o a cualquier otro deporte o
actividad que suscite una cierta rivalidad o motivo de debate; además del
futbol, que en este caso, ya riza el rizo con locales específicos de cada
equipo.
Aquí en
Luarca, como no podía ser de otra manera, había uno con nombre de un ave
cinegética, en el que, como era de rigor, se reunían varios cazadores amigos y
compañeros de cuadrilla del dueño, también un fanático aficionado.
En las
tertulias vespertinas de la primera parte de la semana, se diseccionaban los
lances del fin de semana anterior y en la segunda, se decidía la estrategia a
seguir en el próximo, llegando en ocasiones a ser tan apasionante el debate que
con bastante frecuencia, la velada se alargaba de forma intempestiva con la
consiguiente bronca conyugal posterior.
En este tipo
de situaciones, siempre aparece el clásico personaje entrometido, incordión y
polémico; la típica “mosca cojonera” que siempre se arrima a la tertulia de
turno con el fin de gorronear la mayor cantidad posible de vinos a costa del
primero que pida una ronda. Suelen ser estos sujetos, tipos frustrados de la
correspondiente afición; el clásico “globero” que en su día fue un fanático que
se quería comer el mundo y que no se comía una rosca y al que las dificultades
de la propia actividad y la falta de resultados positivos causados mayormente
por su propia ineptitud y de los que se cree merecedor, le llevan al abandono
de la misma y a renegar de todo lo que en su día defendió con tanto fanatismo.
Nuestro
protagonista se llamaba Telvino y un buen día, todos se percataron que su
actitud no era la habitual, hasta el punto que en un momento dado, dejó a todos
boquiabiertos cuando haciéndose oír por encima de las voces del respetable,
exclamó:
- ¡Nino!..pon
aquí una ronda pa todos.
Los allí presentes, no salían de su asombro
ante tal derroche de inhabitual generosidad, de tal manera que Adolfo, el más
suspicaz de ellos no se lo acababa de creer.
-
Coño Telvino,
¿qué celebramos?..pa que tés tan espléndido.
-
Nada de particular, pero tengo un importante compromiso
y necesito que me hagáis un favor.
-
Cuenta, cuenta.
-
Resulta que tuve que hacer unas gestiones en Oviedo pa
arreglar unos asuntos y quería regalai algo a un funcionario que me tramitó
unos papeles y pensé que igual podíais dame una liebre de las que cacéis el
domingo pa mandaila po´l ALSA.
-
¡Home, coño!..parez mentira pa ti. Eso tá hecho. No te
preocupes que la primera liebre que VEAMOS el domingo ye la tuya – prometió uno
de ellos mientras guiñaba un ojo a sus compañeros de cuadrilla.
-
Bueno, pues entós el domingo sobre las cinco, espérobos
aquí.
-
Tá bién, tá bién, hasta el domingo – le tranquilizaron
mientras Telvino marchaba pa casa.
Llegó el domingo y a medida que avanzaba la
mañana, la jornada se desarrollaba sin mayores sobresaltos hasta que de repente
y haciendo honor a su fama y ante los histéricos latidos de la sabuesa de
Miguel, salta un velocísimo lebratón que sorprende totalmente a los cazadores
hasta el punto que la precipitación consiguiente propició el fallo generalizado
de toda la cuadrilla con la consiguiente descarga de tiros al aire seguida de
toda la retahíla del santoral del taco Mensajero de aquel año y del siguiente.
Aquel maldito matacán se había llevado no menos de 8 ó 10 fallidos disparos y
las agotadoras carreras de los enrabietados canes.
Mirándose
unos a otros sin salir de su estupor mientras recargaban con resignación las
paralelas, dijo Adolfo:
-
¡Dios! ¡Cómo corría la liebre de Telvino!
-
Sí que corría, si.
Sin más comentarios, siguió la jornada con
mejor o peor fortuna durante todo el día hasta la hora del regreso.
Debido a sus obligaciones hosteleras, el
primero en regresar fue Nino, que nada más llegar a su establecimiento se
encontró con un impaciente Telvino, que era todo un manojo de nervios,
esperando el resultado de la cacería.
-
¿Qué…matastis algo?
-
No mucho, pero cuando yo marché, algo había – respondió
enigmáticamente Nino sin comprometerse a más nada.
-
Entós tengo liebre ¿no?
-
Bueno, espera que vengan los otros, que eso ya cousa
entre tú ya ellos.
Al cabo de una hora aproximadamente,
aparece el resto de la cuadrilla y Telvino medio consumido por la impaciencia,
casi se abalanza sobre ellos en cuanto atisbó por el cristal que empezaban a
entreabrir la puerta.
-
¿Qué cazastis? ¿qué cazastis?
-
Poca cosa, traemos 2 liebres y 3 perdices – informaban
mientras seguían su camino hacia la mesa del fondo ignorando la inquietud de
Telvino.
-
¡Ah!..entós una ya pa mí.
-
No, no, la tuya escapou.
-
¿Cumu que escapou?..dijisteis que la primera que
matarais yara pa mí.
-
No, tas equivocau, dijimos que la primera que VIERAMOS,
y la primera que vimos fallámosla, así que otra vez será. ¡Como corría la
condenada!
-
¡Cago na puta que vos parió, cabrones, esta vais
pagámela, como tá mandao – vociferaba Telvino mientras a grandes zancadas
alcanzaba el umbral de la puerta. De repente se quedó paralizado por el
vozarrón del tabernero desde el fondo del local:
-
¡Telvino…me debes un vino!
-
¡Toma pol culo tú…y la poesía – bramó dando un portazo
que temblaron hasta las botella de las estanterías.
-
Este parezme a mí que va tardar en volver a la
tertulia.
-
Más bién sí…
Roberto
Otur, otoño 2012
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