sábado, 8 de diciembre de 2012
EL AMOR DE UNA IRLANDESA
Acostumbrados a mis artículos siempre jocosos os voy a
sorprender con una historia personal, patética y casi de guión cinematográfico.
A finales de junio del año 68 aterricé en Cork (Irlanda)
dispuesto a pasar los tres meses de verano en lo que ya era casi mi pueblo. Era
el cuarto o quinto verano que me pasaría allí y ya conocía una multitud de
gente. Es de notar que un irlandés no tarda más de 24 horas en hacerse amigo
tuyo y, desde luego, en invitarte a cenar o a beber con él o ella una “pinta”
de cerveza. Además yo tenía un contrato con la Universidad de Cork
para dar clases de ayuda – como profesor invitado – a los estudiantes que
hubieran fallado en junio la asignatura de Literatura Hispánica. Que por cierto no eran pocos. Yo
me albergaba en el convento de los dominicos de la ciudad y era el único
español que pasaba el verano en Cork.
El día que aterricé a media tarde, no llevaría más de media
hora en el convento cuando me avisan que se me requiere en la sala de visitas.
Un chico español preguntaba por mí. La cosa era insólita. Bajé y me saludó muy
atento un chico joven que estaba advertido de mi llegada por alguien de mis
numerosas amistades.
Me contó que se encontraba muy solo y sin nadie con quien
hablar de su problema. Al parecer un gran problema pues se le veía desolado.
Veamos. Él tenía una novia de Cork a la que iba a visitar
desde Madrid una vez cada 15 días y a la que pagaba el billete Cork – Madrid el
resto de las quincenas. Era ingeniero de caminos y de familia muy adinerada.
Todo transcurría entre la pareja de forma normal con una
afectuosidad ostensible. Él era feliz. Pero he aquí que esta última visita a
Cork la tal Coolin, su novia, se negó a recibirle, le devolvió el anillo de
compromiso y se negó a dar ninguna explicación. Él rondaba su casa a todas
horas, la llamaba sin éxito. Y ya no sabía a qué recurrir para saber a qué
atenerse. Por fin, una amiga de Coolin le aclaró el misterio. La tal Coolin no
quería verle porque estaba embarazada y no sabía si lo estaba de él (Carlos) o
de otro chico de Cork. Carlos le transmitió a través de la amiga que él la
quería con embarazo y sin él. Que no le importaba casarse con ella fuera de
quien fuera la criatura.
-“Y tú, ¿qué me aconsejas”, me pidió.
-“¿A qué hora sale hoy mismo el primer vuelo para Londres? “
-“Creo que hacia las 8.30” replicó.
-“Bueno, pues yo te acompaño al aeropuerto a tomar ese
vuelo. Desde el mismo aeropuerto le escribes una postal a la chica diciéndole
que le quieres mucho, por encima de todo y que ya sabe dónde vives y cuál es tu
teléfono. Y te vas. Aquí ya no pintas nada y cada día es una nueva humillación
que no te mereces. Vete de aquí. No lo dudes. Y dile donde te puede ver si lo
desea”.
Y así fue. A las 8 le acompañé y nos despedimos con un abrazo.
Yo le di mis señas y teléfono de Corias.
No volví a saber más de él. Me metí en la vorágine de mis
clases, de mis “pintas”, de mis parties, de mis lecturas. Fue el verano en que
leí “The portrait of the artist as a young man”, de James Joyce que contrariamente
a lo que pretendía el autor no hizo sino confirmar mi fe católica.
Vuelta a Corias en octubre. Unos días antes de Nochebuena
(18 o 19 de diciembre) estaba comiendo en Corias cuando me llaman al teléfono:
-“Pepe, soy Carlos”.
-“Perdón, Carlos… ¿qué Carlos?”.
-“¿No te acuerdas de mí en Cork?”.
-“Claro, amigo mío. ¿Qué es de tu vida?”.
-“Estoy muy mal y necesito verte”.
Yo quedé sin saber qué decir: Vernos… ¿dónde? ¿Cuándo? Y
prosiguió:
-“Si no te importa, el viernes me voy a Cangas a verte”.
¿Cómo podía yo rechazar tal auto-invitación?
-“Bueno, vale, aunque te advierto que son 500 km y aquí hace
un tiempo infernal”.
-“No me importa, el viernes a última hora llegaré a tu
convento”.
No había nada que hacer.
El viernes a las 11 de la noche ya durmió en el Convento de
Corias. Charlamos hasta las tantas. Todo su problema, su angustia, era que no
sabía dónde estaba Coolin y pensó que quizá yo – a través de mis amigos de Cork
– podría averiguar el paradero de la chica. Pasamos el sábado en mi celda. Gracias
a las telefonistas de Cangas que eran amigas mías (Leo y Rufi) pudimos hacer
media docena de llamadas a Cork. Resultado nulo. Nadie tenía idea del paradero
de la muchacha. También fuimos a dar una vuelta por Cangas. En El Corral me
preguntó qué era aquel edificio. El asilo, le dije.
-“Bueno, vamos a darles una limosna”.
25.000 pesetas. ¡Del año 68!
El domingo optó por volver a Madrid pues ya estaba
trabajando en AGROMAN y a sus padres les había contado que se iba a Cercedilla
donde tenía un chalet. A mi me parecía una locura. Le dije que fuese en tren y
facturase el coche. Que no. Que se iba en coche. Llamé a tráfico y me dijeron
que el Puerto de Pajares estaba abierto. Pude haberle dicho que estaba cerrado
pero… me fallaron los reflejos. No obstante, como tenía que pasar por mi pueblo
le dije que se detuviera a saludar a mis padres y se quedara a cenar. Avisé a
éstos que le esperaran y que hicieran lo posible por retenerle a dormir. No
hubo manera.
A las 6.15 de la madrugada al cruzar un pueblo de Segovia
llamado Montuenga, al cruzarse con un camión, se le reventó a éste la rueda
delantera izquierda y el camión se precipitó sobre el coche y Carlos murió
entre la chatarra. Sus padres se enteraron de que venía de Asturias de verme a
mí. Me llamaron y me rogaron que si iba a Madrid fuese a visitarles. Fui en
febrero. Vivían en un chalet majestuoso en Somosaguas. Fuimos al cementerio y
luego a comer en casa con toda la familia. Antes de comer su padre me rogó que
fuésemos a una salita privada él, su mujer y yo. Y que les leyera un capítulo
de un libro de Giovanni Papini titulado “La paternidad”. Fue terrible. Pero
aguantamos los tres sin llorar. Yo nunca había estado en una casa tan
majestuosa y nunca me habían servido doncellas de uniforme y con cofia. Por un
día, no comí las berzas de Corias.
¡Ah! El día del entierro el primero en regresar a casa fue
el hermano mayor de Carlos, Enrique. No hizo sino entrar en casa cuando sonó el
teléfono. Una voz femenina dijo: “Soy Coolin. Acabo de dar a luz a un niño en
Londres. Es el vivo retrato de Carlos. Por favor, quiero que venga a conocer a
su hijo”.
Enrique no contestó. Colgó el teléfono y se puso a llorar
como un niño.
Pepe
Morán. Dominico ex.
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4 comentarios:
¡Sorprendente el relato de Morán! Sin duda alguna que bien podría ser el guión de una película con un final triste, penoso y muy trágico. Morán tiene cierto pesar por no haberle dicho una mentira piadosa al muchacho, en cuanto a que el puerto de Pajares estaba cerrado, e igual de esta forma hubiese logrado que desistiese de su empeño de ponerse en marcha aquel mismo día. Pero no hay vueltas que darle. El destino es el destino y por muchos rodeos que se den nunca se aparta uno de lo que tiene marcado o predestinado. Al menos a mí, es lo que me parece. No es por banalizar el caso ni cosa parecida, pues aparte de ser muy serio y muy triste, la ejemplar persona finada no se lo merecía; pero el famoso Genarín de León, el del entierro, tenía entre sus muchos pensamientos uno que concuerda con lo que acabo de decir: “De poco sirve ir en contra del destino. El que nace lechón muere gorrino”
El desafortunado Carlos, tenía escrito que debía toparse con la muerte en ese lugar y en es momento y no hubo quien lo evitase.
Una historia interesante. Bien narrada, romántica y muy triste.
Cuando terminé de leer esta historia tenía un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos. Estoy de acuerdo con Galán, tenemos el destino marcado y fíjate la de circunstancias que se dieron, para que el coche del pobre Carlos se cruzase con ese camión, en ese segundo en el que la rueda reventó.
Los blogueros del convento
sin ninguna excepción,
valoramos el talento
del antiguo profesor.
Unos lo hacen en silencio,
y otros plasman en directo,
aplaudiendo al maestro,
por calidad, por su acierto.
Si como yo algunos están,
“in albis” en qué es narrar,
leer a don José Morán
es siempre un placer sin par.
Cuenta siempre en potente,
y sus escritos son sencillos,
van sin lastre y son concisos,
crea dudas y nos sorprende.
Seduce bien al lector,
en trágico o en comedia
y yo voto a este escritor
a que alumbre una novela.
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