lunes, 3 de diciembre de 2012
UN DÍA DE FERIA PARA EL PRIOR
Después de la minuciosa
descripción que ha hecho Maribel sobre un día de feria en Cangas, poco me queda
que añadir, porque a esta moza no se le ha escapado, prácticamente, nada. Como dice Maribel los que vendían las
coplas y romances solían ser personas mutiladas: ciegos, cojos, mancos, etc.
Recuerdo un hombre muy característico, que no se perdía un día de feria en
Cangas y que se ponía al lado de la puerta principal de la iglesia, hoy
basílica, y que le faltaba una pierna de medio muslo para abajo. Este hombre que
tenía una larga barba, permanecía quieto
de pie anunciando en voz alta sus coplas, mientras apoyaba el muñón en el travesero de la muleta y con las dos manos
libres agitaba los lotes de papeles de colores, donde estaban escritas las
letras, a la vez que tarareaba trozos o estribillos de cada una de ellas. Y
debo decir que, para los chavales lo más llamativo no eran las letras de las
canciones, ni mucho menos. Lo que más nos atraía e impresionaba, era mirarle al cojo para el corte del muslo que lo
tenía al desnudo y se le veía toda la
cicatriz. Ese morbo era lo que nos cautivaba y aunque nos diera cierto miedo, no dejábamos de
mirar.
Yo como neno de aldea debo apuntar
una diferencia con Maribel, en cuanto a lo que suponía un día de feria para mí;
primeramente, por ser niño y después por
no vivir en la Villa ,
sino en un pueblo. Para los que
bajábamos de los pueblos el día de feria
era un día muy especial pues la jornada ya
se presentaba grande, sobre todo para los chavales, desde primera hora del día. La primera
novedad y alegría la suponía el tener que montar a las nueve de la mañana en el
Correo de Pepe Rengos para bajar a la
Villa desde Ventanueva. Eran 17 kilómetros con parada en
todos los pueblos para recoger viajeros, por lo que se hacían muy largos y durante todo
su recorrido los chavales procurábamos ponernos lo más adelante posible, para no perder detalle de todo lo que hacía el
conductor para poder domar y encarrilar aquel trastón de coche, atestado de
gente con pollos, pitas, conejos, cestas de huevos, y hasta algún “gurínín”
pequeño que otro (de los de “Jesusín”), para que no se saliera de la estrecha
carretera.
El fijarse en todos y cada uno de
los movimientos y gestos que hacía el
conductor era muy importante para
nosotros pues, los chicos, uno de nuestros juegos preferidos en el pueblo, era
simular por los caminos que conducíamos virtualmente un camión. Cada uno tenía
su preferido. Y como era lógico, tenían que ser todos diferentes. Dos conductores
no podían tener el mismo vehículo. Uno decía: yo llevo el G. M. C de Tablizas; el otro decía: yo llevo el camión de Pombo el de la Victoria ; el otro decía: yo llevo el Pegasín del “Morucu”
Cibuyo; el otro decía: yo llevo el Comet
de Castrosín… etc. y así hasta que se agotaba la flota. Cuando jugábamos a esto
de ser camioneros, se nos podía ver corretear por los caminos del pueblo a un montón de
chavales, todos rugiendo con la boca para imitar el ruido del motor y con las manos en posición horizontal, simulando
que agarrábamos un volante grandón. De vez en cuando debíamos soltar
momentáneamente una mano con mucho cuidado, para poder agarrar la palanca de
cambio y meter otra marcha, pero al
instante había que volver la mano a su sitio pues, había que tener en cuenta
que en aquellos años las direcciones aún no eran asistidas y resultaban muy recias
y duras de girar. Por eso todas las manos eran pocas ya que cualquier despiste al volante podía acarrear
consecuencias gravísimas; sobre todo, por la proximidad de nuestro recorrido con el "regueiro".
Recuerdo cuando comenzaron a
llegar los camiones al valle de Rengos, años cincuenta, más menos, para transportar el carbón extraído en la mina
de Reguera Braña situada en el río Gillón, desde el cargue de la mina hasta San
Esteban de Pravia, que se proporcionó una pequeña flota de camiones, cada uno de su
dueño y que hacían las delicias para todos nosotros con solo verles llegar y
oír como “runfaban” aquellos motores
Perkins y Barreiros en las cuestas, colmados de carbón hasta los topes, mientras avanzaban contorneándose la caja de
un lado al otro por los profundos roderones formados, a paso de hombre, a lo
largo de la escabrosa pista de tierra que aún discurre paralela al cauce del río
Gillón, pero afortunadamente hoy, está asfaltada y sin apenas tráfico; lo que
la ha convertido en un hermoso itinerario para pasear tanto los locales como los turistas.
Otra cuestión importante de la
feria para los chavales de los pueblos era el comer fuera de casa. Normalmente
lo solíamos hacer en La Criolla. Y
como remate del día casi siempre los padres o tíos nos compraban algún
cachivache útil. Lo más socorrido y práctico, era una “navacha” de Taramundi. Aún conservo varias, a cada cual más guapa.
B. G. G. bloguero “Prior”
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4 comentarios:
Hablando de carbón, me acaban de meter un susto de muerte.
Mañana es Santa Bárbara y aqui en Tineo ya están tirando barrenos los mineros. Yo que estaba tan tranquilina en el sofá descabezando el primer sueñin!
Buenas noches a todos, y que viva la patrona de los mineros.
Un abrazo.
Felices sueños para Marta.
LOs recuerdos de Maribel y del Prior me han transportado a mi infancia, y los he sentido tan vivos...Gracias por este momento.
Voy aportar algo más sobre las ferias de Cangas, aunque ya poco queda que decir, pues Maribel las ha enumerado de la primera a la última y también la especialidad de cada una. En mi caso, me voy a centrar en la de San Andrés. Como en mi casa apenas teníamos animales de continuo (aparte de nosotros tres), tan solo había media docena de gallinas y unos conejos; cuando llegaba la feria de San Andrés, era el momento de tener que mercar el “gocho de mata” ya casi gordo, solo a falta de darle el toque final, durante dos o tres semanas, con unos alimentos buenos para que ganara peso y mejorara en lo posible el buen gusto de la carne del animal.
Durante los quince o veinte días que le restaban de vida al pobre “condenado a muerte” se le tenía en casa a puro capricho. Se le atiborraba de comida sabrosa y muy abundante como: castañas, maíz, remolacha, farina, patatas y pulpa de remolacha. Y simplemente con una alimentación así cuidada, en quince días, aproximadamente, podía ganar el animal entre una y dos arrobas (1@ =11,5 kg) de peso. En mi casa al ser pocos miembros de familia, el cerdo procurábamos que no fuese muy grande ni muy gordo pues, aparte de que podía acumular excesivo tocino, tampoco llegábamos a consumirlo del todo durante el año. Normalmente, el cerdo que matábamos solía pesar del orden de catorce o quince arrobas. Pero un año se ve que se le fue la mano a mi madre cebando al desafortunado chancho y éste llegó a pesar más de 19 arrobas y aquello más que cerdo parecía un búfalo. A la hora de colgarlo de la romana para pesarlo el fiel de la balanza no había forma de centrarlo a pesar de que el contrapeso había agotado el recorrido de las muescas y el extremo de la barra calibrada con la pesa en el tope, seguía en posición muy alta, lo que indicaba que el gocho había superado la capacidad máxima de la romana. También dijo el matachín a la hora de partirlo, que nunca le había coincidido el tener que descuartizar un animal tan grande. Los jamones eran tan voluminosos, que más parecían piernas de vaca para cecina, que jamones.
Como era de esperar, aquellas enormes zancas, apenas tomaron la sal durante los quince días que permanecían en el “maseiro”cubiertos de sal y de salmuera. De ahí que, apenas llegado el mes de marzo, aquello ya “cheiraba” un poco, con lo cual estaba claro que aquellos jamones, si se dejaban más tiempo, se iban a perder. Al final, tuvieron el mismo destino que los que contaba Maribel. Los nuestros, una vez que se los llevaron y nos vimos libres de ellos dijimos: ojalá les aprovechen y les sienten bien a esta gente, porque vaya favor que nos han hecho retirándonos de casa estos “podricos”. Y así fue. Pasadas unas semanas volvieron a preguntar si había más. Según palabras del emisario, parece que estaban riquísimos y que, como ya habían pasado a mejor vida, era una pena que no hubiera al menos, media docena más. Está claro: al hambre no hay pan duro, ni jamón podre.
Aprovechando que ya hemos hablado de la feria de San Andrés, en la cual el animal estrella era del cerdo de mata; en la feria del sábado de Ramos, y también por la Cruz de Mayo, los protagonistas eran los cerdos de cría: los gurinus de “Jesusín”. En aquellos tiempos lo normal no era comprar el cerdo ya gordo, por San Andrés, como hacíamos algunos que no teníamos mucha labranza, sino comprar los gurinos pequeños en la primavera, para ya comenzar su crianza y engorde desde esas fechas poco a poco, para que llegado el mes de diciembre los cerdos ya estuvieran metidos en carnes y poder celebrar el Samartino en los días que la mina no tenía actividad, para poder contar con bastante mano de obra. Las fechas preferidas solían ser por Santa Bárbara o durante los días festivos de Navidad. El criar el cerdo en casa desde pequeño era la opción más trabajosa pero la más rentable, sobre todo, para las casas donde sembraran mucho y que disponían de abundantes productos a lo largo de todo el año como: maíz, remolacha, nabos, calabazones, berzas y patatas, entre otros.
Yo recuerdo por esta feria de la Cruz de mayo, ver en el campo de La Vega a los tratantes que mercaban con los cerdos de cría, con aquellos amplios cajones de madera repletos de gurininus pequeños muy guapos, que no paraban de gruñir y de morderse entre ellos por el poco espacio libre que tenían, y que la gente se los llevaba a pares. En las casas que había varias personas, el matar tres, cuatro y hasta más cerdos eso era lo normal, aparte de una “cuya o matona” para cecina. Había que tener en cuenta que si los hombres de la casa trabajaban todos en la mina, las amas tenían que pertrecharse de buena panera para poder aviar bien completas las fardelas de la merienda para la mina y, no un día ni dos, sino durante todo un año.
El cerdo fue el sustento diario principal de la gente de los pueblos hasta no hace muchos años. Ahora, en los tiempos que corren ya va cambiando la cosa pues, los mayores no se lo permite el colesterol, tensión…, y a los jóvenes les hacen más gracia otros productos preelaborados como las pizzas, hamburguesas, patés y demás potingues de dudosa procedencia. Prefieren esto antes que hincarle el diente a un buen trozo de rico tocino, o de chorizo, puesto sobre un buen mendrugo de pan y regado con un poco de tinto. Pero, sobre gustos no hay nada escrito. O al menos, eso dicen.
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