domingo, 9 de diciembre de 2012
EL BAÚL DE EMILIA
Hoy, he estado viendo algunas fotos
de los objetos que tenían mis padres en su casa
y me he parado un rato mirando para el baúl que vemos en la foto y que a
mí siempre me llamó mucho la atención. Este voluminoso arcón, que hizo de armario
portátil durante muchos años y aunque está un tanto deteriorado por los testarazos
de los vaivenes sufridos durante los viajes, me gusta conservarlo así, porque tiene
su historia personal añadida, a pesar de ser un objeto que hoy día en las casas, su uso está muy limitado por no decir que ha
quedado obsoleto y casi fuera de
servicio.
Primeramente, para hacerse una
idea, voy a decir sus dimensiones: largo
110 cm, ancho 53 cm y el alto ronda los
65 cm. En total tiene una capacidad de 0,38 m3 o 380 litros, que es
un volumen más que respetable, como para
ser capaz de arrojar su contenido, entre ropas y otras cosas de mayor densidad, un peso de ciento y pico kilos. Cuánto más, si
pensásemos que hubiera que llevarlo con
uno como equipaje en un largo viaje. A simple vista ya resulta enorme, y mucho más, si uno piensa que este
maletón en su día, fue como la “Samsonite” sin ruedas de la época para su
dueña, donde guardaba todo lo que iba adquiriendo y que, pasados los años,
llegado el momento de tener que retornar a España, hubo que transportarlo como la joya más
valiosa que almacenaba todo el capital acumulado por una joven trabajadora
durante su prolongada estancia en América.
El susodicho baúl, que acompañó de
forma casi inseparable a su ama durante mucho tiempo, que fue una asturiana aguerrida
emigrada a América allá por los años veinte y cuando ella regresó desde la capital bonaerense
hasta el puerto de Vigo, teniendo que hacer escala por unos días en Lisboa,
también la acompañó el dichoso baúl, aunque supongo que en lugar diferente de
la pasajera, pues el baúl vendría
depositado en las bodegas del majestuoso vapor, Cabo de Hornos, por un
periodo de un mes largo por lo menos, que era el tiempo que empleaba aquel fascinante
y famoso trasatlántico, en hacer la
travesía entre Argentina y España. Este
gran vapor cuando el recorrido era en sentido inverso, normalmente, lo hacía cargado con cientos de jóvenes españoles
de ambos sexos, sobre todo norteños, que buscaban en las lejanas tierras
argentinas: bonaerenses, pamperas o rioplatenses un horizonte mejor que el que dejaban
aquí en su empobrecido país. Al cabo de muchos años, algunos de los emigrados,
una vez “hechas las Américas”, decidieron
retornar a la madre patria, casi siempre a petición de los ancianos padres para
hacerse cargo de las depauperadas haciendas, casas de labranza, como fue el caso de esta joven propietaria del
baúl, que se fue hacer las Américas con escasos 20 años y regresó rebasados los 38.
Esta valiente asturiana con muchas
agallas, que por muerte temprana de padre y hermano se quedó su casa con solo
mujeres, sin hombres que trajeran un jornal para poder pagar las deudas contraídas
con el señor Conde, a cambio del uso de
sus fincas, no tuvo otro remedio que, aún siendo muy joven, ofrecerse a emigrar al cabo del mundo, con el objetivo de
que hubiera alguien en la familia que enviara el dinero necesario para poder hacer
frente a los desmedidos precios que exigía el usurero del Conde de Toreno por las fincas que venían cultivando,
cuando éste decidió vendérselas a los mismos aparceros que las llevaban de renta.
Esta arrojada mujer llamada Emilia, que posteriormente me trajo a
mí al mundo, se pasó diecisiete largos años trabajando duramente, siempre en
labores domésticas en la
Argentina , y como en aquellos años las mujeres según se iban
haciendo mozas y mientras permanecían solteras, ya se iban preparando poco a
poco el ajuar, con miras al matrimonio. Emilia,
nada más llegar a Buenos Aires, una vez acomodada
y encontrado el primer trabajo, lo más prioritario para ella fue comprar con los primeros pesos que ganó un hermoso
y cumplido baúl, para que en sus ratos libres, que no serían muchos, poder ir elaborando
ciertas ropas propias del hogar como: sábanas, manteles, servilletas, toallas,
tapetes…etc; así como prendas y vestidos
de la misma persona para otro día tener algo suyo en propiedad y poder formar su propio hogar. Todas estas labores
que se iba confeccionando poco a poco durante los ratos de ocio, como eran
hechas con mucha ilusión y con antelación
más que sobrada, procuraba elaborarlas despacio
y muy bien; de forma que resultasen vistosas
y lucidas, es decir: a base de esmero y
delicadeza, y todas ellas llevaban complicados
y artísticos bordados, hechos completamente
a mano, que aún hoy son admirados por todo persona que los ve y que nosotros conservamos con gran afecto y en perfecto estado.
Cada una de estas valiosas piezas
que hacía la joven Emilia, según las
remataba las iba guardando en su cofre, el cual era para ella como un tesoro, pues
en él guardaba todas sus ilusiones de
juventud, sus fracasos, sus triunfos, su
esfuerzo y todos los
ahorros que eran fruto del trabajo
y sacrificio empleados para poder hacerse con un pequeño porvenir; siempre a base de invertir muchísimas horas, las cuales había
que quitar de su tiempo de diversión,
descanso y esparcimiento. El principal motivo
que alentaba a esta mujer a este duro sacrificio, era la ilusión de que en un futuro pudiera darles el cometido para el que ella
las había confeccionado.
Al cabo de los años y una vez que
esta moza estaba perfectamente acomodada y amoldada al adelantado nivel de vida
que disfrutaban los argentinos para aquellos tiempos, llegó el momento de tener
que decidir si quedarse allí para siempre, o volver a su casa natal donde su anciana
madre la reclamaba insistentemente. Esta joven, muy a su pesar, no le quedó
otro remedio que renunciar a todo su bienestar y retornar a España, al cabo de
diecisiete años de permanencia en tierras sudamericanas, para hacerse cargo de
la casa materna. Cosa que al final no aceptó y prefirió que lo hiciese una hermana suya. Pero una vez retornada a su casa
natal, comprobó el error tan grande que había cometido al decidir regresar de
nuevo a la miseria y a la pobreza de antaño, que por suerte ya tenía olvidadas. Desde el primer
día de su regreso se le cayó el alma a los pies al tener que volver a padecer el
atraso existente en aquellos años en todo el país, y en una aldea aislada como era la suya, aún se hacía mucho más patente. Fue tal la
decepción sufrida que, de inmediato, quiso volverse a la Argentina. Pero
el destino quiso que en ese medio tiempo se cruzara en su camino, un joven mozo vecino suyo de Posada de Rengos,
sastre para más señas y llamado Benjamín,
con el que en poco tiempo contrajo matrimonio. A esta mujer, una vez casada y
en cuanto vine yo al mundo, los deseos de volver a emigrar ya se le fueron debilitando
y esfumando; no obstante, durante muchos años aún mantuvo la ilusión de algún
día poder volver a su querida Argentina.
Bueno, sigamos con el baúl que,
sin pretenderlo, me he distanciado un poco del tema. Como venía diciendo, todo
el fruto de los diecisiete años de trabajo de esta moza estaba allí dentro de
aquel baúl y debía llevarlo con ella como fuese, pues en él
se encerraban todos sus recuerdos y pertenencias acumuladas durante los largos años
que Emilia estuvo como trabajadora inmigrante en tierras americanas.
Yo me imagino el sacrificio que supondría
para esta mujer en los años treinta-cuarenta, aparte del largo trayecto que
debía de hacer sola, el tener que viajar y a la vez estar muy pendiente de cómo
podría cargar, descargar y transportar un
objeto tan voluminoso y pesado como era el
baúl. Sobre todo, para acceder a los diferentes embarques y
desembarques que fueron necesarios para traerlo desde Argentina hasta España. Simplemente,
ya sería problemático el tener que sacarlo de casa y llevarlo hasta el puerto
para su embarque. Para eso ya haría falta disponer de un furgón o similar para
trasladarlo. Con lo cual, el engorro ya comenzaba desde el primer instante en
que la persona se ponía en marcha, simplemente, para poder bajar de casa a la
calle un alamar de este calibre y peso, pues es de prever que no cabría en aquellos ascensores de cables
y camarín de hueco muy reducido, que en Buenos Aires en aquellos años, ya sí
los había en la mayoría de los edificios. Supongo que tendría que contratar a
dos mozos de cuerda para que se lo bajaran de la casa a la calle por las
escaleras y después se lo cargaran y descargaran en el vehículo que lo
transportaría hasta el puerto para su embarque.
Es de esperar que, una vez subido
a bordo el telar, la propietaria ya podría
descansar un poco más aliviada, aunque
sin perderlo de vista, y le permitiría despreocuparse un tanto de él; al menos, por mes
y medio que era el tiempo aproximado que permanecería en las bodegas del Cabo de
Hornos, mientras este buque surcaba el mar Atlántico desde el puerto bonaerense
hasta el de Vigo. Una vez atracado el barco en
puerto español ya cambiaba bastante el panorama, pero así y todo, aún había que llevarlo desde Vigo hasta
Gijón. Supongo que también sería por mar, y desde aquí por fin, ya en coche por carretera
hasta Cangas del Narcea, para finalmente depositarlo en Posada de Rengos que
sería su destino definitivo.
La verdad es que, este viajero
baúl, necesitaría que lo cogiera por banda un buen restaurador que seguro lo
dejaría como nuevo y bien merecido que lo tiene; pero, teniendo en cuenta las
vicisitudes por las que pasó el dichoso maletón, se puede decir que no está en
muy malas condiciones del todo. Por lo tanto, para mí como tiene un gran valor sentimental,
así tal cual como está, procuraré
conservarlo todo el tiempo que pueda, aún por mucho espacio que nos robe en la casa.
Simplemente, como homenaje a mi madre por haber sido una mujer tan valiente y decidida.
B. G. G. bloguero “Prior”
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7 comentarios:
Excelente homenaje por parte de Banjamín a su madre en forma de baúl viajero, que aunque no haya viajado tanto, ni sea tan famoso como el de la Piquer, también vemos que tiene su historia.
Dices que "debería cogerlo un buen restaurador".
La experiencia en mi vida laboral, dedicada a la conservación de la madera, me dice que si no está ya afectado por los xilófagos creo que tu mismo podrías hacerlo. Hoy existen en el mercado productos adecuados y de fácil aplicación para la restauración y protección contra las carcomas y termitas de la madera. Además podrías solicitar el consejo del Maestro Artesano Emilio Ramón que seguramente te facilitaría una buena receta.
Homenaje conservando el baúl y homenaje con este relato, tu madre se sentiría orgullosa.
Tu escrito contiene además, Benjamín, valores que parecen pasados de moda. Basta asomarse a la tienda de cualquier chamarilero para verla abarrotada de objetos queridos, legados por antepasados, vendidos por cuatro perras; y la cercanía con la emigración, a la que se vieron abocadas tantas personas de nuestro entorno, mientras hoy se suele mirar con recelo, cuando no con desprecio, a quienes llegan a este país buscando un lugar donde sobrevivir.
Benjamín, “El Baúl de Emilia”, es toda una historia, de una mujer muy valiente. Además muy bien contada.
En estos tiempos de aviones, taxis etc. por una parte; de móviles, mails etc. por otra; de programas de televisión donde podemos ver cómo son los viajes, las ciudades a las que nos dirigimos… no podemos hacernos a la idea de lo que tenía que ser marchar de casa hace más de setenta años, no saber unos de otros hasta pasados dos meses, o quizá más, y no saber lo que nos íbamos a encontrar al llegar allí, cuando, como mucho, la única ciudad vista era Oviedo, en el caso de tener que ir a preparar la documentación para el viaje.
En cuanto al transporte del baúl, también sería hoy un inconveniente importante, pero en aquellos tiempos parece un milagro que llegara a su destino. ¡¡Me quejaba yo, hace un mes, de tener que correr por las estaciones de Madrid con un trolley Samsonite!!
Hace unos veinticinco años, estaba de moda en las casas, poner en las entradas un baúl, a modo de los muebles típicos de entrada, pero en ese caso el espejo se ponía distinto. Supongo que seguirán, pues un mueble no se cambia todos los días.
En mi familia materna, emigraron a Argentina dos hermanos (hombres) de mi abuela. También embarcaron en Vigo. Nunca volvieron. Además poco se supo de ellos. Enviaron alguna carta al principio, pero desde que yo recuerdo ya no se sabía nada de ellos ni de las familias que formaron allí.
Casualmente, mi bisabuela, que había quedado viuda muy joven y con cuatro hijos, era también arrendataria de la casa y las fincas que eran del Conde de Toreno. Tengo un vago recuerdo de cuando mi abuela le compró al Conde, debía de ser por 1954-1955. Para poder comprar, le vendió a mi padre una esquina de una finca. Ahí fue donde mi padre construyó la casa donde vivimos muchos años.
Es cierto, una mujer muy valiente, ya que ir a Argentina en aquellos años una mujer sola, no era "moco de pavo". Eso sí era emigrar. Ahora la juventud está otra vez teniendo que irse, pero las condiciones son tan diferentes....
Tener un baúl en casa con esa historia creo que es motivo suficiente para conservarlo.
Cuando mi madre regresó de Venezuela en el año 1960, también trajo uno, pero sinceramente, no se que fue de él.
Nada mas que ví la foto me parecio conocido el baul,ya sabia que lo viera en una casa de Posada,lo reconoci rapido,aunque no sabia que viniera de tan lejos,antes esos baules los habia en muchas casas,en mi casa tengo uno,pero mas parecido a los de los tesoros de los piratas,que salen en las peliculas,bueno tu lo viste,tambien estaba deteriorado,pero lo restauramos entre Castro y yo,el puso la parte de cerrajeria y limpieza, y yo, la parte interior de forrarlo,quedo bastante bien,no sé los años que tendra,pero te aseguro que unos cuantos,creo que tantos como el aparador las sillas y la mesa que tengo en el salon de mis abuelos,mas o menos de 1895;tuviste una gran idea de contarnos su historia,creo que si pudiera hablar,¿cuanto nos contaria?
Bajo mi punto de vista, el baúl, está en perfectas condiciones. Eso es lo que se desprende de la foto. Además parece de los caros con las cantoneras de cuero. Supongo que el interior estará en consonancia con lo que se ve. Si no es así yo te puedo dar unas ideas para que quede en perfecto estado de revista.
En aquella época, era un lujo disponer de semejante ropero. La mayoría de los emigrantes iban acompañados de la maleta de cartón forrada de tela y con unas medidas que, sobradamente, entraría en la jaula que ahora ponen en los aeropuertos para comprobar que tu equipaje, de mano, no sobrepasa las medidas 55X40X20.
De varios que hay en casa de mi mujer, sólo restauramos uno y nos dío mucho trabajo. Es un baúl forrado de chapa y con las esquinas y cantoneras de madera.
El tratamiento contra la carcoma es bastante sencillo, aunque largo, y no tiene plenas garantías de perpetuidad.
Enhorabuena rapaz
por el baúl de la excusa
y desde el cariño contar,
valor de madre de enjundia.
Me ha tocado a mí expresar
los avatares de mi abuelo,
y por cien años consumar
los de mi padre y su pueblo.
Sé pues de la valentía
que moraba en doña Emilia:
fuerza, pundonor, coraje
y un gran arcón de bagaje.
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