jueves, 4 de octubre de 2012
¿CÓMO DICES QUE LO HICISTE?
Cuando Cristina, la hija de uno de los farmacéuticos de la
villa trajo a una de sus amigas de la Facultad a pasar el puente de primero de mayo con
ella en su casa, estaba muy lejos de prever que su amiga iba a protagonizar un
acontecimiento difícil de olvidar en la pequeña localidad asturiana. Nada
ocurrió en los dos primeros días, salvo que los mozos nativos ventearon una
real hembra y ello supuso una leve subida en el nivel de testosterona
individual y colectiva. En fin, lo normal. ¿Quién dijo no se que de la
monotonía de los pueblos y del tedio de la vida pueblerina? Es mentira. La
llegada de una moza espectacular a una ciudad como Madrid pasa absolutamente
desapercibida y no genera el mínimo comentario ciudadano. Pero en X, villa de
escasos 8.000 habitantes, hasta la tropa de jubilados que llenan a diario los
bancos de la plaza tienen ocasión para comentar con más o menos delicadeza lo
bien construida que está la moza. Cada uno explicó con cierto ardor impropio de
su decrepitud lo que él haría en el caso de que…
Al tercer día de su estancia en la villa, la vida se detuvo
un poco para el descanso dominical. La misa, el vermut de medio día, el cine
vespertino y poco más.
Cristina y su amiga, criadas en familias religiosas, se
arreglaron lo pertinente para la misa de 12. Bueno, su amiga no tuvo mucho que
arreglar porque prácticamente toda ella estaba en su punto.
Había en el pueblo un cura joven, Don Ramón, y los restos de
otro, Don Abilio. Digo los restos porque el pobre Don Abilio tenía ochenta y
muchos años y vivía en el asilo que las Hermanitas de los Pobres tenían en la
localidad. Había sido cura rural en la zona de Tineo y, llegado el final de sus
días, pobre y sin familia que le acogiera, fue amparado por las monjitas del
asilo. Es curioso el fenómeno aldeano y casi nacional de atribuir no se sabe
qué imaginarias riquezas al clero. Puede ocurrir, y de hecho ocurre, que el
cura sea de tan humilde condición económica como la mayoría de los feligreses.
Es igual. No se librará del san Benito secular que les atribuye mucha gente al
referirse a sus imaginarias riquezas. Puede que ello sea una reminiscencia
ancestral de los tiempos en que el clero era todopoderoso y administraba
grandes posesiones. Muchos Don Abilio conocí yo que se cubrían de sotanas
ajadas y mugrientas tapando una ropa interior todavía más pobre y harapienta.
Algo parecido a los maestros rurales. Con frecuencia se les envidiaba su
situación social olvidando que, la mayoría, pasaban más hambre que un maestro
de escuela y que solo aventajaban al resto del pueblo en educación e higiene. A
parte de tener una vocación de servicio rayana en lo masoquista. ¡Aquel bendito
Don Antonio de mi niñez que desde su casa a doce kilómetros de la escuela
andaba ida y vuelta todos los días para dar clase a treinta críos, críos de 7 a
14 años. Menos mal que tenían el apoyo impagable de la Enciclopedia Álvarez,
primero, segundo y tercer grado! Y una pizarra por alumno donde se escribía
hasta el infinito sin que se agotara. Bastaba con escupir encima y luego frotar
con el canto de la mano y listo para nuevas tareas.
Pero, ¡Dios mío! A donde he ido a parar. Pero si yo he
estado narrando que una chavala imponente iba a misa de 12 de la villa. Estaba
hablando de Don Abilio, el anciano cura del asilo. Por cierto, el pobre “sensu
stricto”, tenía dos vicios solamente. Uno era el tabaco y el otro inmiscuirse en
los asuntos de la parroquia. El hombre había regentado una parroquia durante 50
años y... 50 años de fumar picadura generan dos costumbres difíciles de
erradicar. El tabaco era asunto perdido. Tenía y presumía de ello, la capacidad
de liar los cigarrillos con una sola mano, y no perdía ocasión de hacer una
demostración a quienes dudaran que fuera posible. Respecto de los asuntos
parroquiales el tema era más delicado, porque aunque el párroco, Don Ramón le
dejara desahogarse en ocasiones, el hombre ya no controlaba las cosas y se
ponía a decir misa empezando directamente con el Sanctus y terminaba con la Epístola de San Pablo a
los Corintios.
Pero lo que más le gustaba era confesar. Esto tenía una
ventaja y un inconveniente. La ventaja era que los remisos acudían a su
absolución porque, como estaba sordo perdido, te absolvía sin saber de qué. El
inconveniente que esta misma carencia auditiva le llevaba a comentar en voz
alta la conversación con el penitente, con lo que se enteraba toda la iglesia
de que Fulano tenía un apaño.
Tal ocurrió aquel domingo en el que nuestros dos
protagonistas acudieron a la misa de 12. Don Abilio con una astucia a medias
pueril, a medias senil, esperó a que Don Ramón empezara la misa y, de forma
sigilosa se introdujo en uno de los confesionarios. Hubo un preaviso de cómo
andaban aquel día las cosas cuando a la primera penitente que acudió, le
preguntó en voz bien alta: -“¿Y cuántas veces lo hiciste?”, que oyó todo el
mundo. Señal de que aquel día le funcionaba bien el oído. La segunda en acudir
a la confesión (para su desgracia), fue la amiga de Cristina. Se acercó al
confesionario seguida por las miradas impertinentes de los demás fieles que se
preguntaban quién sería tal belleza. Se arrodilló ante la celosía que la
separaba del cura y empezó con el ritual acostumbrado: “ave María Purísima”.
Transcurrido no más de un minuto, toda la iglesia, desde el altar a la pila
bautismal de la entrada, oyó a Don Abilio preguntar con tono de reproche: “¿Y
cómo dices que lo hiciste, guarrona?”
Pepe
Morán Fernández, dominico ex.
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3 comentarios:
En Corias, al menos durante nuestra estancia, de don Abilio hacía el padre José García, que no era nada sordo, pero sí muy tolerante e imponía unas penitencias muy suaves. Por eso acudíamos a él preferentemente. Además, el padre José reunía muchos más méritos que el de ser transigente. También era muy bien hablado y educado y por eso nunca se le hubiera ocurrido despedir al penitente, por pecador que éste fuera, con insultos como hizo el don Abilio de marras con la maciza moza.
“…Tenía y presumía de ello, la capacidad de liar los cigarrillos con una sola mano, y…”, se describe en esta, -otra más- bella anécdota. Mi profesor de geometría descriptiva en Madrid era Desiderio Caballero Tomé, autor de los libros de Dibujo que estudiamos en Corias y padre del método de perspectiva “Caballera”, pero apenas iba por clase, no más de cuatro veces por curso. Tenía profesor auxiliar. Era manco, fumaba Fetén –una marca muy popular por aquel entonces- y no usaba mechero sino cerillas. ¿Has probado encender cerillas con una sola mano usando la caja? Dibujaba en el encerado los abatimientos, las intersecciones, …, las trazas, todo el alfabeto del punto y la recta,…, de manera que uno quedaba absorto del método de Monge…
Absorto, cautivado más bien, queda uno ante estas aportaciones poéticas y cultas de don José Morán. Si bien la física no puede depender del que mire, la belleza está en los ojos de quien mira. Me asombra que escritos así, sólo sean merecedores de un comentario, gentil y generoso eso es verdad, por parte de Galán. ¿Nos pasará como al necio que cuando el sabio le señala la luna se queda mirando al dedo?
los relatos de Morán siempre tienen mucho de cautivadores, constructivos, cómicos....y yo disfruto muchísimo leyéndolos. Espero que siga deleitándonos con ellos.
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