sábado, 27 de octubre de 2012
HUELE MAL AQUÍ
Todavía estaba yo en activo cuando allá por mediados de los
90, un mes de julio, fui invitado a pasar tres días en un pueblecito de la
provincia de Segovia llamado Fuente Pelayo. Cerca estaba Cantimpalos famoso por
sus chorizos. No me habían advertido de algo tan llamativo y oloroso como que
el pueblo entero día y noche olía a pocilga de cerdo. Claro. Como que en las afueras
del pueblo había unas inmensas naves donde engordaban pacíficamente unos 4.000
cerdos.
Yo quedé anonadado. ¿Y tenía que soportar aquella peste
durante tres días, o sea, 72 horas, es decir, 4.320 minutos con la impresión de
estar alojado en una cochiquera? Mi condición de invitado me impedía protestar
de semejante martirio. No obstante, alguna insinuación dejé caer sobre el
asunto. Me informaron de dos cosas pretendidamente consoladoras: Primero, que
ellos allí no olían lo mismo que yo olía. Vamos, que ellos ya tenían la
pituitaria atrofiada y no percibían el maldito olor a cerdo. Y, segundo, que
con un poco de suerte si se levantaba un aire del oeste hacia el este, cesaba
en gran medida aquel pestazo. Y una tercera información consoladora: Que ese
problema lo tenían muchos pueblos vecinos donde vivían miles y miles de
ejemplares de la raza porcina. Total, que tomando ejemplo de los enormes
bosques de pinos que hay en la comarca, decidí RESIgNArme. Perdón por chiste
tan fácil. Y, en efecto, pasados tres días, cuando de regreso a Madrid me alejé
varios kilómetros del pueblo, dejé de sufrir la agresión que los sabrosos
animales me infligían.
Creo que no quedé mal. En fin de cuentas la educación tiene
estas servidumbres. No es de recibo presentarte en casa ajena a criticar lo que
en ella no te gusta. Quien convive con una deficiencia, termina por no tener
conciencia de ello y se incomoda si tú, ajeno a su entorno, les echas en cara
algo que, por evidente que sea, ellos no perciben en su vida diaria. Hay que
ser prudente. La propia experiencia aconseja ser cauto.
Yo mismo me vi en situación incómoda en cierta ocasión en
que invitado por un amigo a su pueblo palentino le dije que me llamaba la
atención la baja calidad de las bragas de sus convecinas.
Le sentó mal. Lo noté.
“Hablas como si tú fueras un técnico en bragas. Llevas aquí
tres horas y ya presumes de conocer la ropa interior de las mujeres del
pueblo”, me dijo.
“No, me defendí. Si lo digo solo porque el pueblo entero está lleno de
tendederos a la calle donde ellas exhiben sus bragas como trofeos flotantes. Y,
¿eso qué tiene que ver? Las mujeres de aquí usan las mismas bragas que en todas
partes. Se ve que viste pocas bragas”. La situación se puso tensa y yo traté de
arreglarlo.
“Bueno, tu mujer por lo menos tiene mejores bragas que las
otras”.
Se detuvo. Me miró alucinado. Yo creo que estaba a punto de
agredirme. Tuve que aclarar: “Lo digo por la ropa que tu mujer tiende en el
jardín que tenéis detrás de casa. Supongo que no estarías pensando que yo…”. No
fue mi día afortunado. Perdí a un amigo por elogiar las bragas de su mujer. Los
hay desagradecidos.
Quienes me hacen el honor de leer mis artículos (los tres o
cuatro que lo hacen) ya estarán pensando de qué diablos pretendo hablar. Tienen
razón. Reconozco mi vicio incorregible de ponerme a escribir y dejarme llevar
sin control y sin ir al grano. Quizás sea debido al influjo de Ortega que decía
que no hay asunto, por minúsculo que sea, sobre el que no se puedan escribir
una docena de folios.
Pues bien, a donde quería llegar es al trauma personal para
lo cual los ejemplos anteriores me vienen como anillo al dedo. Resulta que, dos
años después de jubilarme, dejé mis compromisos de Madrid (la Biblioteca de Caritas
española) y me vine a vivir a mi pueblo, Pola de Lena. Lo que aquí me encontré
fue algo muy parecido a lo acontecido en el pueblo de los cerdos. Mis oídos
llevaban 35 años acostumbrados a Madrid y, de repente, me encuentro sumergido
en una cochiquera verbal que me hiere a todas horas como los cerdos del pueblo
segoviano. Día a día, minuto a minuto, mis oídos están inundados de un lenguaje
fétido del que, por lo que parece, soy yo la única víctima. Vamos, que los
demás oyen lo mismo que yo y ya no se enteran y les parece tan normal y
aburrido como oír caer la lluvia. En todas partes, a todas horas, con una
pertinacia digna de mejor causa, mis oídos son abatidos por un unánime
colectivo y aplastante lenguaje donde como un “leitmotiv” horrible suenan
repetidas mil veces las palabras: puta, madre, Dios, me cago, me cago…
Cuando oí por primera vez a un sobrino mío exclamar en una
cafetería: “Me cago en mi puta madre…” Quedé alucinado porque yo conozco a mi
prima, su madre, y es tan buena y delicada que me pareció bestial que su propio
hijo la calificara públicamente de puta y digna de excrementar sobre ella. Yo
no estaba en el grupo, pero me acerqué y le dije que ignoraba que mi prima
fuera una fulana. Creo que todavía no me lo ha perdonado. Aquí huele mal. Y
como a los segovianos, hemos perdido la sensibilidad, no de la nariz, sino del
alma. Se necesita tener atrofiada la más elemental delicadeza para llamar a tu
propia madre puta y no percatarse de la bestialidad de hacerlo.
Cuando hago constar esto me miran como si yo fuera un ser
cursi y absurdo. Aseguran que así se habla en todas partes. Los del pueblo
segoviano creían que el mundo entero olía a cerdo y aquí no se creen cuando
afirmo que en 24 años en Madrid dando clase a chicos entre 18-20 y pico años,
solamente oí una blasfemia. Nada, soy un finolis con residuos de cura. En fin,
no merezco ser tratado con la mínima consideración. Si oigo esta peste de
lenguaje porcino, la culpa es mía.
Hablan así y están orgullosos de ello, como las palentinas
de Saldaña estaban orgullosas de colgar en las fachadas de su preciosa plaza
mayor toda una colección de bragas cara al viento y con la cabeza muy alta al
exhibir su ropa interior.
Cuando aquel árbitro asturiano se dirigió al linier y le
dijo: “Me cagon mi madre, Rafa”. Los micros de la televisión fueron notarios de
esta realidad asturiana. Que esta gente no respeta ni a su propia madre.
Y se quedan tan anchos. Perdón, se sienten hasta orgullosos
de esta peculiaridad regional.
Así nos va… En todo.
Pepe
Morán, Dominico ex.
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8 comentarios:
Tienes razón Morán,los asturianos por regla general, "somos" muy mal hablados.
Tenemos nosotros un conocido que es asturiano, (de Gijón) que se dedica a la construcción. Es muy bueno en su trabajo y además persona de buenos sentimientos, pero tiene una boca.... que echa por ella sapos, culebras... y como tu dices defeca en todo lo visible e invisible.
Cuando tenemos alguna obra que realizar en casa,(mis hijos, mi hermana, amigos), siempre lo llamamos a él. Este lenguaje lo utiliza igualmente cuando está hablando por teléfono, con lo cuál, cuando coincide que está trabajando en casa y sale al portal para hablar con mas libertad, rezo para que los vecinos no anden cerca.
Comparto totalmente tú intachable comentario Morán,pero por desgracia es lo que nos toca vivir cada día,sinceramente es una verdadera pena pero es así y creo que lo peor es que los más pequeños oyen y repiten aquello que oyen y me parece que ese es el gran mal,oir a pequeñines decir toda esa retahíla de palabras tan mal sonantes que aún por pequeños no saben el significado pero que más adelante las entenderán y quizás ya sea tarde para corregirlos,es un dolor pero nos tenemos que acostumbrar a convivir con ello muy a pesar nuestro y además con pocas ayudas para conseguir cambiarlo.un abrazo,Víctor Gión
Morán, he visto en tu entrada una aclaración que me hace pensar que estás equivocado. Me refiero a cuando dices que tus artículos los leen tres o cuatro. Ten la seguridad de que los leemos muchos, estoy convencida que todos, y además con interés. Son artículos bien estructurados, cultos, y como tal, dan enjundia al Blog.
Comentando esta entrada, es verdad que se acostumbra uno a todo y sea bueno o malo dejamos de darle importancia. A veces cuando conocemos a una persona, nos llama la atención por guapa, por fea, por su voz etc. Y cuando llevamos un tiempo conociéndola y tratándola, ni es tan guapa, ni tan fea, ni su voz especial para bien o para mal, ni está tan gorda ni tan delgada, es simplemente esa persona y así la aceptamos y la vemos como lo mas natural.
En cuanto a los olores, también se acostumbra uno. A veces entras en un sitio y te huele… pero desde que llevas un rato allí, tiene que ser insoportable para que continúes percibiéndolo.
Otra cosa es la forma de hablar, que algunas personas que a primera vista te parecen bien, cuando se ponen a hablar, lo pierden todo, y quizá en Asturias se hable peor de lo normal. Todos sabemos de un asturiano famoso por el “cagun mi mantu” que aunque lo dice así “disfrazado” ya sabemos lo que quiere decir.
Y ahora dejamos Asturias y pasamos a Andalucía con “sus muertos”. A mi será que eso estoy menos acostumbrada a oírlo, pero me suena muy mal.
Morán, me encanta leer tus escritos, pero no puedo estar de acuerdo con tus apreciaciones. Hace 37 años que resido 'fuera' de Asturias y, por supuesto, esas 'palabras' no forman parte de mi vocabulario, pero cuando las oigo no me escandalizan lo más mínimo. Al fin y al cabo, no son más que 'frases hechas'. Y para terminar, una reflexión, 'las palabras no ofenden por lo que dicen, sino por la intención con que se dicen... Saludos cordiales para tod@s.
Lo malo de Morán es que suelta su artículo y hasta la próxima.
Dice que pocos los leen y ¿cuántos lee él?. Se supone, por los comentarios que hace, que ninguno.
Sobre los "malos olores" creo que hay zonas que se caracterizan por ser propensas a las frases hechas,r como dice Julio. Diría que las cuencaa mineras no están a la cola en estas costumbres.
En la mayoría de las veces, bajo mi punto de vista, se trata de darle más fuerza al tema que se está tratando.
Le parece al autor que intercalando estas frases su conversación despierta más interés?.
Pepe, te leo ¡claro que te leo! todo lo que escribes. Eres mi amigo desde hace muchos años, yo al menos por amigo te tengo, pero también eres "el profesor" y eso impone a la hora de hacer un comentario.
Chico, todo cuanto escribes es tan perfecto, que a mi me corta, no se que poner, solo halagos y eso no me gusta.
Morán cada cual tiene su opinión y yo que quieres que te diga,a mi me parece que haces unos comentarios muy ocurrentes y con una gracia muy especial,además de bien escritos por supuesto,así que la crítica es buena siempre, pero constructiva,sigue dándonos esos ratos tan especiales aunque algunos por lo que leo los tengan que digerir ayudados por algún antiácido o algo parecido,sal de frutas,almáx,omeprazol,etc,etc,yo te los leo siempre encantado y me parece que la mayoría también,un abrazo.
Querida amiga Marta, claro que me acuerdo de ti, eras un cascabel rubio. Siempre alegre, bonita, siempre dada a la risa. Eras la niña más alegre de Corias.
También me acuerdo de toda tu familia, hermanas, primas, Jose, etc. Y por supuesto de tu marido. Creo recordar que nos vimos hace un montón de años en Madrid. Por lo demás ignoro que fue de vosotros, donde vivís què hijos has tenido, etc. Me gustaría saber algo. Cuando
los afectos son tan antiguos no desaparecen tan fácilmente. Un abrazo para toda tu familia.
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